Del libro “La devoción al Sagrado Corazón de Jesús” del R.P. Juan Croiset, escrito en 1734.
FIN Y SENTIMIENTOS CON QUÉ SE DEBE PRACTICAR ESTA DEVOCIÓN
Dependiendo la santidad y el mérito todo de nuestras acciones como depende del fin y del espíritu con que se hacen, la práctica de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, por santa que en sí sea, será poco provechosa si no está animada de aquel espíritu y de aquel fin que debe ser todo su objeto. Es este fin, como tantas veces se ha dicho, el reparar en cuanto nos sea posible, con nuestro amor, con nuestras adoraciones y con toda suerte de rendidos reconocimientos, todas las indignidades y ultrajes que Jesucristo ha sufrido y sufre aún todos los días en el Santísimo Sacramento. Con este espíritu y con estos sentimientos deben ejecutarse las prácticas que se van a proponer.
Para entrar, pues, en los sentimientos que debemos tener al practicar esta devoción, debemos considerar, con toda seriedad y atención, el modo con que Jesucristo nos trata en la adorable Eucaristía, y también el modo con que ÉL es tratado en este misterio de amor. Representémonos, pues, el ansia con que nos está ofreciendo este celestial alimento, y el disgusto con que nosotros le recibimos. Si es excesivo y sin límite su amor, también es verdad que la ingratitud con que los hombres reciben el mayor testimonio de ese amor no puede llegar a más. Si hubiese estado a nuestra elección el pedir a Jesucristo o la más evidente señal del amor que nos tiene, ¿si hubiera imaginado jamás un prodigio semejante a este? Y cuando se nos hubiese ofrecido este prodigio, ¿nos hubiéramos jamás atrevido a pedírselo?
En fin, se hizo este prodigio, y no escogió Jesucristo otro medio para manifestarnos el exceso de su amor que hacer esta maravilla. Después de haberlo hecho todo, y después de habernos lo dado todo para hacernos ver lo mucho que nos ama, nos da este Dios de bondad su propio Cuerpo y su propia Sangre, todo cuanto es, todo cuanto tiene, sus perfecciones sus atributos y su divinidad, en el santísimo sacramento del altar, y si hubiera tenido otra cosa mejor o más preciosa, también nos la hubiera dado. No haya su amor lugar que se lo impida, ni hombre por miserable que sea que puedan disgustarle, ni tiempo que le obligue a diferir lo; y no obstante una condescendencia tan maravillosa, un beneficio tan singular y un amor tan prodigioso, que ha llenado de espanto a todo el universo, no ha sido bastante para eximir le de las ingratitudes y de los ultrajes de estos mismos hombres.
La primera de todas las comuniones fue deshonrada con el más horrible sacrilegio, a que sucedieron todos cuantos ultrajes y profanaciones pudo inventar el infierno no solamente se han perdido todo el respeto a Jesucristo en nuestros altares, no solamente ha sido tratado como si fuera un Rey de farsa o una divinidad ridícula, no solamente han sido robados, demolidos y quemados los templos en que quería tener su continúa morada por amor a los hombres, y aun los altares mismos donde se sacrificaba todos los días por ellos. ¡Oh, cuánto habéis sufrido, Señor!
Mas si esto no nos mueve ¿qué será lo que pueda hacernos sensibles? Muévanse los hombres al oír que ha sido maltratado un extraño y desconocido, se tiene lástima y compasión de un miserable cuando se le ve duramente ultrajado ¿y es posible que sólo Jesús ha de ser el único a cuyos ultrajes seamos insensibles? ¿Qué ultraje hay que no se le haya hecho?
Por este motivo, pues, y para reparar en alguna manera a todos los ultrajes que recibe en la adorable Eucaristía, ha elegido este Dios de amor el viernes primero de la octava del Corpus, como para otra segunda fiesta particular, en que pueda su sagrado corazón hallar verdadera los adoradores, combi dando a este fin a sus perfectos amigos. La primera fiesta es de su precioso Cuerpo, y la segunda quiere que sea de su Sagrado Corazón. En la primera triunfa el amor que Jesucristo nos tiene, y en la segunda debe triunfar el que nosotros le tenemos.
Quiere, pues, que estos que se ven penetrado de dolor por los malos tratamientos que ha recibido en el Santísimo Sacramento, y heridos verdaderamente de sentimiento o a vista de tantas ingratitudes, le desagravien bien honrosamente, y traten de estimar su amor, y de manifestarle por algún reconocimiento, consagrando a honra de su Sagrado Corazón todo el día. Con estos sentimientos hemos de entrar en todas las prácticas de esta devoción; por este motivo y con estos efectos es menester comulgar, visitar al santísimo sacramento, obrar y hacer todas las buenas obras que se puedan, si queremos ser colmados de las grandes gracias que son consiguientes a la práctica de estar tan Santa, utilísima y suavísima devoción.