La Iglesia, nacida del Corazón de Cristo III

Sagrado Corazón de Jesús

Justo Collantes S.J

       I.            Síntesis doctrinal

 

En todos los documentos anteriormente citados, desde los textos de Rufino o de san Jerónimo hasta las afirmaciones del Concilio Vaticano, nos movemos en el terreno de una realidad histórica perceptible, que símbolo, figura de indicación de otras realidad más profunda, pero no menos real. La realidad histórica es la herida del Corazón de Cristo muerto, y la sangre y agua que brotaron de Él. En esa realidad han visto siempre los Santos Padres el punto crucial en el que se abrazan los dos extremos que abarca la historia salvífica: el nacimiento de la humanidad pecadora de la mujer que nace del costado de Adán, y el nacimiento de la humanidad restaurada que nace del Costado de Cristo en la cruz. Adán y Eva son una realidad que al mismo tiempo es símbolo de Cristo y de la Iglesia; el Corazón abierto y el agua y la sangre que manan del Costado de Cristo son la realidad prefiguraba en el paraíso, que a su vez es símbolo de otra realidad misteriosa: la Iglesia que nace del Corazón, y nace precisamente como esposa de Cristo y Madre de los redimidos.

1.      El momento de la fundación de la Iglesia

 

No es este El momento de examina si puede señalarse en  la vida de Cristo  un punto en el  que la Iglesia naciera perfectamente constituida.         Es evidente que la Iglesia es un ser complejo y misterioso, espiritual y social a un tiempo, compuesto de elementos humanos vivificados por la fuerza divina y de elementos sobrenaturales encarnados en la pobreza y limitaciones humanas. La Iglesia es la prolongación perenne de la obra salvífica de Cristo, en estructuras visibles entregadas a los hombres. Por eso no es extraño que los autores católicos hablen de diversa manera cuando se trata de localizar el momento de la fundación de la Iglesia.

Tanto Pío XII como León XIII, distinguen tres momentos esenciales en la fundación de la Iglesia:

  1. El de su gestación, que abarca todo el misterio público de Jesús, y en el que aparecen la predicación y los preceptos de la santidad cristiana; la elección de los apóstoles, y entre ellos de Pedro, como cabeza del colegio; la institución de la Eucaristía. A todo esto alude la constitución Lumen Gentium en su número cinco, cuando dice: “El misterio de la Santa Iglesia se manifiesta en su fundación. Pues nuestro Señor Jesús dio comienzo a su Iglesia predicando la Buena Nueva, es decir, el Reino de Dios prometido muchos siglos antes en las Escrituras “.
  2. El del nacimiento propiamente dicho en la cruz, del Costado herido. Así nace la Iglesia, ya organizada socialmente en la vida pública de Jesús, y nace como Madre de los vivientes, asociada al Redentor, para transmitir a los hombres la vida que nace del sacrificio Salvador de Cristo. Naturalmente, no puede separarse el sacrificio del calvario, del sacrificio eucarístico de la última Cena, con el que forma una unidad, ni tampoco de la resurrección gloriosa del Señor, que es la corona de la muerte redentora de Cristo.
  3. Finalmente, la Iglesia así constituida se manifiesta públicamente en Pentecostés, con el envío del Espíritu Santo de un modo público y visible; ese Espíritu que mereció la muerte de Cristo y había sido entregado como alma de la Iglesia en el momento de expirar. A estos tres momentos podría añadirse el instante de su encarnación, cuando en el seno virginal de María “se constituyó en Cabeza de su Cuerpo místico, que es la Iglesia”.

Sin embargo, teniendo en cuenta que ni la Iglesia es una realidad simple, ni hay por qué simplificar su origen, reduciéndolo a un único momento concreto desligado de los demás, podemos con toda seguridad señalar la muerte gloriosa de Cristo como él momento verdaderamente decisivo del nacimiento de la Iglesia. Todos los demás momentos, bien sean anteriores en su preparación , bien sean posteriores, como es el envío del Espíritu Santo de una manera visible Pentecostés, o la entrega efectiva de los poderes apostólicos por el Resucitado, están orientados a este momento decisivo y de él reciben su eficacia. Los documentos del Magisterio reciente son claros en este sentido. Ya entre las anotaciones al primer esquema sobre la Iglesia presentado en el Concilio Vaticano I, se definirá la Iglesia como “el mismo Cristo que continuó misericordiosamente en la tierra la obra real de la redención del género humano que de una vez por todas había terminado en la Cruz”. En cuanto a Pio XII y León XIII, ya hemos citado dos textos importantes, a los cuales habría que añadir unas palabras de la encíclica Mediator Dei, en la que se dice: “Cristo constituyó a su Iglesia columna de la verdad y dispensado hora de la gracia y la fundó, la consagró y la estableció para siempre con el sacrificio de su Cruz”.  No hay que insistir demasiado en que tanto el envío visible del Espíritu Santo Pentecostés como la entrega efectiva de los poderes apostólicos tuvieron lugar después de la resurrección, pues todo ello fue el cumplimiento de promesas anteriores y la aplicación de los frutos de la redención. Como dice Pío XII y lo recuerda Juan XXIII en su alocución del 27 de abril de 1949, “el Espíritu que ya lo había dado en la Cruz, lo confiere a la Iglesia recién nacida condones prodigiosos el día de Pentecostés”.

2.      La realidad y el símbolo

 

Tenemos, pues una realidad asombrosa: el sacrificio redentor de Cristo que funda la Iglesia. Pero esta realidad se nos presenta envuelta en símbolos que, lejos de empañarla, sirven para descubrir toda la maravillosa profundidad de su contenido.

Y en primer lugar la realidad invisible del nacimiento de la Iglesia como fruto del sacrificio redentor de Cristo, se nos presenta por medio de una realidad histórica y visible: la herida del Corazón, que mana sangre y agua. Es decir, la Iglesia nace ciertamente del sacrificio redentor. Pero un sacrificio simbolizado en el Corazón herido.

Esto quiere decir que la Iglesia no puede mirarse como una institución todo lo perfecta que se quiera, sino que toda ella es fruto de un amor; amor divino de Cristo que anida en su Corazón humano y que se desborda en torrentes de sangre y agua, símbolo de los Sacramentos.

Ya a San Juan, que concibe toda obra de Cristo como una  revelación, un conocimiento de la verdad, y considera la pasión de Cristo como la gran revelación del amor de Dios: “en esto hemos conocido el amor de Dios, en que Él dio su vida por nosotros “ (1 Jn 3,16); y un poco más adelante, en la misma carta primera: “Y nosotros hemos conocido y creído (hemos conocido por la fe) el amor que Dios nos tiene” ( 1 Jn 4,16). En el prólogo con el que abre el relato de la pasión, es precisamente el amor de Jesús el que se presenta como el motor no sólo de toda su existencia anterior, sino muy especialmente de la pasión : “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).

El momento es decisivo y nadie que conozca un poco el estilo de San Juan podrá dudar de ello:

  1. Se trata de la víspera de la Pascua.
  2. De la hora de Jesús.
  3. De una afectación consciente, voluntaria y libre de esta hora.

Y todo ello, bajo el signo del amor, y de un amor que llega hasta el extremo.

  1. La víspera de la Pascua. Cualquier historiador podría pensar que aquí se trata de una mera indicación cronológica. Por el contrario, San Juan quiere hacer resaltar que va a comenzar una nueva Pascua: la Pascua definitiva que sustituye, con la realidad inconmensurable de la liberación cristiana, a todo lo que la historia salvífica anterior habían sido símbolos y figuras de este gran suceso definitivo. Juan ha hecho notar que no subiría a la fiesta de los tabernáculos: “Yo no subo esa fiesta; porque aún no ha llegado mi tiempo” (jn 7,8). Está indicando veladamente que se prepara para subir a otra fiesta, que será la suya, la que ha estado esperando siempre y la que en frase de San Lucas (12,50) le angustiaba hasta que llegara. En efecto, el lector está preparado por San Juan con las frecuentes alusiones a los proyectos homicidas de los judíos (cfr. Jn 7,30. 33.44; 8,20. 59; 10,31. 39; 11,47 -53.57; 12,10. 11.19); con la expectación de esos mismos judíos, al ver que Jesús no viene para la pascua (11,56), y con la orden de arresto dada por los Pontífices, fariseos (11,57) y por el Sumo Sacerdote (11,49 -53) ; que decretó la pena de muerte para salvar de este modo a todo el pueblo.

No se trata, pues de indicar la víspera de la Pascua como un dato cronológico, sino como una advertencia que descubre el sentido de toda la sección. Esto queda subrayado con la nota siguiente: “sabiendo Jesús que había llegado su hora”.

  1. La hora de Jesús (cf. Jn 2,4 ;7,30;). La hora de Jesús es para San Juan aquel momento al cual se dirige toda la vida de Jesús; es el momento definitivo de su manifestación gloriosa, que tiene lugar en la pasión y muerte del Salvador. Hora de la glorificación de Jesús, que Juan mira como formando una unidad con la muerte, y en la que se establece el juicio de este mundo; porque la cruz es el punto supremo de la discriminación entre los hombres: los que rechazan el misterio de Cristo y los que lo aceptan: “ el que cree en él, no es juzgado; el que no cree, ya está juzgado, porque no cree en el nombre del Unigénito Hijo de Dios “ (Jn 3,18). Y, por eso, la cruz en cuanto que es el compendio más absoluto de la fe, de la vida, muerte y resurrección del Señor, al mismo tiempo que es el punto o divisorio de discrimine inferior para los que creen en Cristo, es la bandera que reúne a todos los creyentes en un solo pueblo, es decir, la Iglesia. Por eso se dice con toda propiedad que la cruz representa el nacimiento de la Iglesia Y que la Iglesia nace de la cruz: “cuando exaltéis al hijo del hombre, conoceréis que soy yo” (jn 8,28; Cf. Tres, xiv; 12,32).
  2. Añadamos que la Iglesia No nace de la cruz, como un fruto lógico, pero inesperado, de Cristo. Esta es la tesis que sostenían los modernistas y, en General, los racionalistas de todos los tiempos. Pero no es la tesis de San Juan, quien hace ver que Jesús sube a la cruz libremente, como un Don Del Padre: “sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre …” . San Juan emplea cuatro veces en la pasión el término “oîda” qué significa conocer con un conocimiento superior y más profundo que el expresado con el verbo “gignosko”.

3.      El símbolo del corazón traspasado

La importancia que atribuye Juan al suceso de la herida del Costado y al subsiguiente flujo de sangre y agua, es muy grande. Esto se advierte en primer lugar, por la insistencia con la que tres veces en el mismo versículo se asevera la objetividad de su testimonio: “ lo atestigua el que lo vio; y su testimonio es válido; y él sabe que dice la verdad “(19,35). Esta insistencia Resulta tanto más significativa cuanto que la lanzada a un cadáver, es decir, a un cuerpo muerto, Privado de conciencia, de libertad y responsabilidad, no pertenecía al ya, de suyo, a la obra salvífica del Señor.

Por consiguiente, Si San Juan subraya tan fuertemente el hecho, es por el extraordinario valor de signo que el hecho encierra. En efecto, el evangelista afirma que da testimonio del hecho, para que creáis; y asegura que el hecho sucedió para que se cumpliera una doble Escritura: “ no se le quebrantar a ningún hueso “ y “mirarán al que traspasaron “ . Fuera milagroso o no, es evidente que el suceso tiene para San Juan un extraordinario Valor de signo. Pero signo ¿de qué?

a)Signo del amor. Ya hemos visto que Juan considera la pasión de Jesús como la máxima expresión del amor a los suyos (jn 13,1). Ahora bien, teniendo en cuenta que todo el cuarto Evangelio está construido sobre la base de la revelación de ese amor (Cf. Jn 3,16 ), y de la fe consiguiente a esa revelación, nada tiene de extraño que Juan haya visto en la herida del costado ya muerto  el símbolo que compendia toda la revelación cristiana del amor de Cristo y de Dios. De ahí que se insista tan fuertemente en el valor de su testimonio, para que creáis, es decir, como escribirá en su primera carta, para que conozcáis por la fe, el amor que Dios nos tiene, hasta el punto de dar la vida por nosotros (1 jn 3,16). Se trata del compendio de la revelación del amor que viene de Dios, porque Él mismo es amor (1 Jn 4,16).

Es, pues , ante todo un símbolo del amor de Dios (Padre –Hijo y Espíritu Santo), revelado en Cristo; pero es también directa y primariamente símbolo del amor del hombre Dios, que voluntariamente he realizado hasta el fin de la obra salvífica encomendada por el Padre. Ciertamente es el Padre en quien radica toda la iniciativa divina del amor redentor (cf. jn 316; 10,18 ); pero es el amor voluntario y libre del hombre Jesús es que la realizada con todo el corazón : “el Padre me ama porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo; nadie me la quita; yo lado involuntariamente” (jn 10, 17-18).

Esto o lo vio muy bien PÍO XII, cuando escribía en su encíclica Haurietis aquas: “En efecto, el misterio de la redención divina es, ante todo y por su propia naturaleza, un misterio de amor; esto es, un misterio del amor junto  de Cristo a su Padre celestial, a quien el sacrificio de la cruz, ofrecido con amor y obediencia, presenta una satisfacción sobreabundante e infinita por los pecados del género humano… Además, el misterio de la redención es un misterio de amor misericordioso de la  Augusta Trinidad y del Divino Redentor hacia la humanidad entera, puesto que … Cristo, mediante la inescrutable riqueza de méritos, que nos ganó con la efusión de su preciosísima sangre , pudo restablecer y perfeccionar aquel pacto de amistad entre Dios y los hombres, violado por primera vez en el paraíso terrenal por culpa de Adán y luego innumerables veces por las infidelidades del pueblo escogido”.

b)Signo del amor que funda la Iglesia. La herida del Costado no es sólo el símbolo que comprendía toda la obra salvífica de Cristo, nacida de la fuente infinita del amor de Dios y depositada en el corazón humano de Jesús. Esa herida tiene además un significado particular que se refiere concretamente a la Iglesia, nuevo pueblo de los redimidos, pueblo de todos aquellos que han creído en el amor de Dios revelado en Cristo.

No creemos el hecho histórico: las cosas suceden el viernes, víspera del día solemne de la pascua, mientras en el templo de Jerusalén se están sacrificando los corderos pascua les. Los judíos tienen prisa por rematar a los ajusticiados antes de que comience el descanso sabático, a la caída del sol. Vienen los soldados para ejecutar la orden de quebrantar las piernas de los reos; pero a Cristo, ya muerto, no se las quebrantar han, sino que uno de los soldados atraviesa su costado con la lanza.

 

En este hecho histórico aparecen muy clara y sencillamente los planes de los hombres; pero los planes de Dios nos ha visto San Juan no menos claramente con los ojos de la fe, y da testimonio de ello para que sus lectores también creía. Porque lo que Dios ha escrito con los trazos de los hombres tiene un significado eclesiológico sumamente profundo que no pueden desconocer los cristianos: Primero, no sea quebrantado ningún hueso de Cristo, para que se cumpla la Escritura: no le quebrantaron ningún hueso; segundo le atravesaron el costado, para que se cumpliera la Escritura : mirarán al que atravesaron ; tercero el costado herido brotó sangre y agua.

 

Con estas tres notas a las que Juan concede tanta importancia, y que tienen una íntima relación entre sí, queda patente, como veremos, el significado eminentemente eclesiológico del pasaje.

 

1) No le quebrantaron ningún hueso. Si se tiene en cuenta el estilo de San Juan, para quien los detalles más insignificantes están cargados de sentido, y el dato corona lógico que el mismo proporcionado el momento en que estas cosas suceden, es evidente que Juan alude aquí a la integridad de los huesos del cordero pascual. Recuérdese que en la tarde del viernes, víspera del gran día de la Pascua, mientras los soldados que levantaban las piernas de los ajusticiados, se estaba inmolado en el templo de Jerusalén el cordero pascual, cuyos huesos, según la prescripción del éxodo (12,46), no debían de ser quebrantados.

Al margen de los intentos de los hombres, Dios pretende significar con la integridad de los huesos de Cristo, sacrificado en el Calvario, que el rito del cordero pascual ha llegado a su plenitud en Cristo; que la figura se ha hecho realidad y que el símbolo de tantos siglos de espera ha llegado a su plenitud.

Ahora bien, el rito anual de la inmolación del cordero recordaba la gran liberación de los israelitas de la esclavitud  de Egipto, para hacer de ellos el pueblo escogido, el hijo primogénito de Yahveh; la sangre del cordero era precisamente el distintivo que marcaba las casas de los que se habían de salvar; y mientras los egipcios lloraba la pérdida de sus primogénitos, el pueblo de Israel, enriquecido con los despojos de sus opresores, salí al desierto, como pueblo formado por Dios y liberado por la sangre del cordero.

No se puede olvidar tampoco que la primera gran revelación que el discípulo amado tuvo sobre Jesús de Nazaret, la tuvo de su maestro Juan bautista; y precisamente bajo el símbolo de Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Mucha impresión debieron de hacer estas palabras en Juan, pues además de asignarlas dos veces, en su evangelio, al oír las se hizo discípulo de Jesús (jn 1,37). Por eso no es de extrañar que Cristo en cruz aparezca constantemente en el Apocalipsis como el verdadero Cordero Pascual (Apoc 5,6. 8.12.13 etc) que, con su muerte, ha vencido a sus enemigos, ha rescatado a los elegidos, los ha publicitado con su sangre, con la cual están marcados, e incluso los ha invitado a su cena nupcial con la Iglesia, que es su esposa (cf. Apoc 17,14; 14,4; 12,11 etc).

Juan ve, pues, en la herida del Costado,  que se hace sin que se han quebrantado los huesos de Cristo, la realidad simbolizada por el Cordero pascual; o sea, no sólo el amor que explica la obra salvífica de Cristo, sino esta misma obra salvífica en cuanto que es la liberación de un pueblo oprimido por el pecado, y constituido gloriosamente en pueblo marcado con su sangre y esposa unida por siempre a él.

Aunque por otro camino, no tan seguro, podríamos llegar a semejantes conclusiones. Porque también es posible, aunque no tan probable, que con la integridad de los huesos del Crucificado estuviera aludiendo San Juan al salmo 33 [34 ] 21 : “muchas son las de gracias del justo, Pero de todas le libera Yahvé; todos sus huesos guarda, no será quebrantado ni uno solo”.

Según algunos autores, se presenta aquí el justo como el siervo de Yahveh, que en el capítulo 53 de Isaías aparece desfigurado y leproso y ofreciendo su vida común cordero por las culpas de todos nosotros: “ él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas”.

Si añadimos este tema al anterior tendríamos que la herida del Costado, en cuanto supone la negación del quebrantamiento de los huesos de Cristo, simbolizaría no solo el nacimiento del nuevo Pueblo marcado con la sangre del Cordero, sino el índice máximo del amor que muere por los pecados de todos.

2) Mirarán al que atravesaron. Esta nueva cita de la escritura, que se cumple con la herida del costado, proyecta una gran luz sobre todo el pasaje, pero hay que verla en todo su contexto. Juan, en efecto, cita tan sólo la frase de Zacarías 12,10; pero alude a todo el contexto de Zacarías, sin el cual no podrá captar se plenamente el contenido de la cita. Ahora bien, el texto que utilizó San Juan dice así: “Yo derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de oración; y mirarán al que atravesaron. Y harán lamentación por él como lamentación por el hijo único; y le llorarán amarga mente como se llora el primogénito …”. Después de haber descrito el cortejo fúnebre en el que desfilan todas las familias encabezadas por la familia de David, continúa: “ aquel día habrá una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén contra los pecados e impurezas”. Esos pecados son los de la religión vieja cargada de idolatría has, de inmundicias y de engaños, de falsos profetas que dicen mentiras al amparo del nombre del Señor (V.2-6).

 

En contraste con ese mundo viejo, cuya maldad ha culminado en la muerte de Josías, el rey más santo de los hijos de David, que había purificado el templo de los cultos idolátricos y renovado la alianza, un mundo nuevo nace de su muerte: el Santo y el arrepentimiento sincero interior sucede a la práctica vacía y exterior, manchada con los ritos cananeos; un espíritu de gracia y de oración se derrama sobre Jerusalén; una fuente abierta purifica la ciudad; y toda esa renovación viene conseguida por la muerte de aquel a quien el mismo pueblo traspasó.

La cita de Zacarías es una evocación de la enseñanza de los profetas que le precedieron. Porque también jeremías había visto ya en el fracaso de Josías un signo de Dios que anunciaba la destrucción del templo de Jerusalén para dar paso a una alianza nueva, inscrita en los corazones, a la cual habían que llegar tras la penitencia y las lágrimas :” con lloro partieron y con consuelos los devuelvo; los llevó arroyos de agua por camino llano en que no tropiecen” .

El pastor herido del que habla Zacarías (13,7 –9), es el mismo siervo de Yahveh del que habla Isaías (capítulo 53). El pueblo es el culpable de su muerte, y el pueblo es el beneficiario de los torrentes de gracia que brotan de su herida.

Por eso San Juan no puede menos de ver en la herida del Costado de Cristo en la cruz el cumplimiento de la profecía: “mirarán al que atravesaron”. La vieja religión manchada da paso una religión nueva, según el espíritu; y el signo que comprendía todos los signos es la herida del Costado.

En Zacarías tiene, sin duda , el término “ mirarán” un significado de penitencia y conpunción; pero Don Juan adquiere un sentido de visión especial del crucificado, en cuanto que se penetra en él por la fe y se le reconoce como fuente escatológica debida, que comunica la salvación con su muerte.

En efecto, así es como Juan concibe la pasión. Todo aquel que crea en Cristo crucificado, no perecedera, sino que obtendrá la vida eterna . Ver al crucificado es a ver y sea el por la fe: “ Y yo, cuando se ha exaltado (en la cruz ),  lo atrae de todo a mí”. Por eso, interpreta Juan profética mente las palabras de Caifás en el sanedrín: “esto dijo, no por su propio impulso, sino que, como era sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación; y no solamente por la nación, sino para que los hijos de Dios que estaban dispersos los juntarse en uno”.

Todo esto lo vio Juan; y es lo que quiere comunicar a sus lectores, para que ellos también creía. Es decir, miren al que atravesaron con los ojos de la fe y reconozcan en el realizado el plan salvífico de Dios, increíblemente lleno de amor. Así, con esta fe se formará la comunidad de los hijos de Dios dispersos, unidos al único hijo de Dios que muere en la cruz por ellos. Esta es la Iglesia, representada en el discípulo , primero, y en todos aquellos que “miran al que traspasaron”. Comunidad de fe de Jesús, respuesta agradecida a sus planes salvíficos que se manifiestan y se condensan en el símbolo del Corazón herido.

  1. Y brotó sangre y agua

A la luz de todo lo anteriormente dicho, se comprende mejor el significado de eclesiológico de esta frase. Ya podemos ver, que los Santos Padres interpretan generalmente estas palabras de los sacramentos de la Iglesia, especialmente del bautismo y la Eucaristía. La expresión más usada por ellos ese estado: “ de la cual (la herida) brotaron los sacramentos con los cuales se forma la Iglesia). Pero no deja de ser curioso que todos los documentos del magisterio universal , desde San Léon I hasta el Vaticano segundo, hacer una afirmación más nítida y más conforme con la exégesis actual: “ del Costado de Cristo muerto en la cruz nació el sacramento  de la Iglesia entera” .

En efecto, sabido es que cuando San Juan une dos palabras mediante la partícula cópula activa “y “, él termina más importante es el segundo.

Ahora bien, el contexto presente, en el cual pretende San Juan descubrir el simbolismo salvífico de todos los detalles, es evidente que lo que quiere hacer resaltar es, sobre todo, el agua más que la sangre. De hecho, Juan emplea varias veces en su evangelio el simbolismo del agua: agua como fuente de vida; agua como símbolo de donación del Espíritu.

El agua, pues, sería, según esta interpretación, el símbolo de la donación del espíritu que vivifica la nueva comunidad de los que creen en Cristo. Es decir, el Espíritu que entregó Cristo al morir en la Cruz. En efecto, la fórmula empleada por Juan para decir que Cristo murió es: “entregó el espíritu”. Pero la exégesis moderna nota con mucha razón que esa fórmula: entregar el espíritu, para decir que murió, es inusitada en los otros tres evangelistas e incluso en la literatura griega anterior a San Juan. De donde concluye que, al formar Juan una nueva alocución de este tipo, quiso significar no sólo la muerte de Jesús, sino el espíritu que había de ser el alma de la Iglesia.  Esta interpretación, por lo demás hoy corriente, concuerda perfectamente con todo el contexto del pasaje que es eminentemente eclesial lógico, y con la afirmación de Juan 7,37 -39: “todavía no había sido dado el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”.

Lo cual no quiere decir, evidentemente, que en aquel momento histórico se diera realmente el Espíritu; sino que, dada la unidad indisoluble que Juan establece entre la “hora de Cristo” , su muerte y glorificación y su vuelta al Padre, mira el momento de la muerte como la síntesis de toda su obra y ve cómo por anticipación los sucesos futuros. Así, ve a María como figura de la Iglesia-Madre, y al discípulo, como tipo de todos los creyentes, y la entrega de su espíritu, como signo de la efusión del Espíritu Santo. Juan subraya que todo los sucesos posteriores tienen su conexión con la muerte del Señor y que son el fruto de esa muerte salvífica llevada a cabo por su infinito amor.

Naturalmente, nada de lo dicho excluye que también el agua y la sangre simboliza en él la muerte de Juan los sacramentos de la Eucaristía y del bautismo. En el sermón del pan de vida habla de la sangre eucarística, y en el discurso con Nicodemo, del agua bautismal. Siendo como es eclesial todo el pasaje del Costado herido, nada tiene de extraño que después de haber hecho la referencia directa al Espíritu que Cristo entregó, y que se simboliza por el agua que brotó del costado, a haya también explícita una referencia a los dos grandes sacramentos de la Iglesia, frutos del espíritu nuevo, que son la sangre y el agua: la Eucaristía y el bautismo. De este modo tendríamos aquí un paralelismo con 1 jn 5,6, donde el cristiano, a semejanza de Cristo, pasa en el espíritu por el agua (el bautismo ) y la sangre(la Eucaristía –la Pasión ).

  1. C) Signo de amor que funda la Iglesia, esposa de Cristo.

Supuesto el nacimiento de la Iglesia del Costado herido del Salvador, como signo de su amor al Padre y a los hombres, la tradición ha visto siempre, apoyada en San Pablo, la figura de la Iglesia que nace como esposa del Costado del nuevo Adán. El tema está desarrollado ampliamente por los Padres y tiene su plena justificación en San Pablo.

Este mismo tema puede desarrollarse en otra vertiente, a primera vista más útil, pero que encontramos de alguna manera indicado en el mismo evangelio de Juan y expresado más abiertamente en el Apocalipsis.

En efecto, ya en el Jordán ha reconocido Juan bautista Jesús como Cordero de Dios y juntamente, al esposo; en la última revelación que Cristo hace en la cruz, queda constituida María en Madre de todos los vivientes, es decir , de todos los discípulos de Jesús. Con lo cual está indicado que María es la nueva Eva de la humanidad redimida y santificada por el nuevo Adán. Pero donde se presenta de un modo manifiesto a la Iglesia como esposa del Cordero inmolado, que la santifica en la cruz, es en el Apocalipsis.  Esta es la Iglesia, la comunidad de todos aquellos que sean purificado con la sangre del Cordero(Apocalipsis); y que forma la celestial Jerusalén, fundada sobre los doce apóstoles, esposa del Cordero. Todo el esplendor parece pálido para describir las bodas del Cordero con la Iglesia purificada en su sangre: “con alegría el regocijo démosle gloria, porque han llegado las bodas del cordero y su esposa sea engalanado y se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura. El lino son las buenas acciones de los Santos “ (Apoc 19,7).

Así, las bodas del cordero con la Iglesia comienzan ya en el Calvario, donde la Iglesia nace del sacrificio del cordero inmolado , su esposo, y del Costado herido del nuevo Adán. Amor de esposo que le lleva hasta hacer a la Iglesia “carne de su carne y hueso de sus huesos”, en una misteriosa y sublime unidad, de la que el matrimonio natural es una sombra pálida. Porque la unidad centre hombre y mujer es una unidad extrínseca, mientras que la unidad entre Cristo y la Iglesia es son unidad interior. Y por eso se dice también que la Iglesia es el cuerpo de Cristo; porque la Iglesia vive del mismo espíritu de Cristo. Y por eso también puede decirse que Cristo es cabeza de la Iglesia; porque él es quien la rige y del que procede la vida. Por ser la Iglesia esposa de Cristo, es además su colaboradora en la obra de redención y la que distribuye la gracia de Cristo contenida en los sacramentos que brotaron del costado. Por eso puede llamarse en nueva Eva y Madre de todos los vivientes que viven de Cristo: “María engendra al Único, dirá San Agustin; la Iglesia, a muchos que por el Único se harán uno”.

Pero hay más; no sólo vive la Iglesia de la misma vida de Cristo, sino que como esposa suya “la alimentar y cuida con cariño”. Sólo que en este punto, como en todos los demás, la realidad eclesial desborda con mucho a la realidad natural del matrimonio. Porque Cristo alimenta la Iglesia con su propia vida. No se trata solamente de que Cristo o da la vida por la Iglesia para purificarla con las aguas del bautismo, Y se entrega a la muerte por ella. Es que además sigue alimentando la con su propia carne y sangre en la Eucaristía. Así, la Iglesia, como esposa de Cristo, aparece esencialmente ligada al sacramento de la Eucaristía, en su Permanencia y subsistencia. La Iglesia, como esposa de Cristo, ese la Iglesia de la esperanza y de la misión. De la misión hacia afuera y hacia dentro. Hacia fuera, porque ha recibido como dote a todas las naciones del mundo; y mientras la humanidad no esté plenamente purificada y regenerada con la nueva vida en Cristo, la Iglesia es algo inacabado que lucha por su plena realización; hacia dentro, porque ha de vivir siempre en un constante Afán de reforma, hasta llegar a identificarse plenamente con el Señor. La Iglesia ha de vivir siempre en marcha hacia un ideal que no pueda alcanzar en esta vida, y por eso desea la hora de la consumación final. La última página del nuevo testamento resume De este modo los tiempos de la Iglesia con todo lo que ello implica de tensión y de anhelo, de vacío y esperanza: el Espíritu y la esposa dicen al Señor Jesús: Ven (Apoc 22,17 ).