La Nueva Alianza en la Sangre de Cristo

Sagrado Corazón de Jesús

P. Luis Mª Mendizábal S.J.

Meditábamos sobre la ley escrita en el corazón del hombre según la profecía del profeta Jeremías. Hablábamos de esta ley, que no es simplemente la ley de la conciencia humana en general, sino una presencia especial de Dios en el corazón del hombre, que transforma su corazón. La Escritura afirma con mucha fuerza la relación entre Dios y el corazón de los hombres. Habla frecuentemente de cómo Dios conoce los corazones; de que pide al hombre su corazón. Por otra parte, el hombre sabe que Dios sondea su corazón, le pude que sondee su corazón. Las exigencias de Dios llegan hasta ese nivel interior: «Este pueblo me alaba con su boca, pero su corazón está lejos de mí» (Is 29, 13).

La Alianza con Dios no se puede hacer a la manera de lso pactos humanos entre dos potencias, que tratan de engañarse mutuamente, o, al menos, de obtener de las otras por la fuerza lo que quizás no darían por su gusto. No es así la Alianza con Dios. se funda en la perfecta docilidad y sinceridad del corazón; si no existiera esa docilidad y perfecta sinceridad del corazón, estaría abocada esa Alianza al fracaso o a la catástrofe, porque Dios, en su santidad, es un fuego devorador, que no tolera las imperfecciones y los pecados.

Por eso, el problema de la Alianza estaba siempre en el corazón del hombre, y Jeremías lo decía con claridad en el momento más trágico, quizás, de la historia de Israel. Dios rechaza al hombre, porque su corazón está desviado y está inclinado al mal, y es duro. Es entonces precisamente cuando Jeremías anuncia: «Vendrán días, dice el Señor, en que les quitaré el corazón desviado, duro, y les daré un corazón de carne, y pondré mi ley en sus corazones». Será la verdadera Alianza hecha en el corazón del hombre, será la Alianza de la amistad íntima con Dios, de la intimidad personal con Dios; será la Alianza de la docilidad a la voluntad de Dios, de la purificación del corazón, de la conciencia recta en su presencia. Y esta promesa se cumple en el Nuevo Testamento.

Pero en aquella profecía de Jeremías, cumbre de los escritos literarios del gran profeta, no se dicen los medios a través de los cuales se obtiene esta Alianza; no se dice cómo escribirá Dios en el corazón de los hombres esa Ley Nueva. Quizás una de nuestras equivocaciones frecuentes es pensar que esto se hace poco menos que en un rato de oración, o en la celebración de la fiesta de Pentecostés. No hay nada de eso. un momento de emoción espiritual no transforma el corazón, no refunde totalmente el corazón del hombre, haciéndole conforme al Corazón de Dios.

Ese camino largo también tenemos que seguirlo nosotros; porque es verdad que ya tenemos el Espíritu del Señor; pero no podemos decir que nuestro corazón está transformado del todo, que esta sintonizado plenamente con el Corazón de Dios. quiere decir que, aun teniendo ya dentro de nosotros el Espíritu Santo, el Espíritu Santo actuará dentro de nosotros y nos llevará por los caminos a través de los cuales esa ley del espíritu se vaya grabando de veras en el corazón del hombre.

Precisamente la Carta a los Hebreos es el único texto del Nuevo Testamento que cita explícitamente en dos ocasiones la profecía de Jeremías, y une la relación de esa profecía de Jeremías con la pasión y resurrección de Cristo, que es el medio de realización de esa Alianza. No fue una cosa gratuita; la Sangre de su Hijo la ofreció el Padre para grabar su ley en el corazón del hombre.

Este va a ser el objeto de nuestra meditación: vamos a ver ese camino en el mismo Cristo, tal como lo describe la Carta a los Hebreos; será una reflexión sobre el Corazón Sacerdotal de Jesucristo.

La Carta a los Hebreos, desde el capítulo 2 nos dice que Jesús tuvo que asemejarse en todo a nosotros; y lo tuvo que hacer porque «era conveniente», y pone esa palabra (y encontramos aquí temas realmente chocantes cuando lo leemos seriamente), «convenía», que se refiere siempre al cumplimiento de las profecías en orden a la pasión de Cristo; «que al autor de la salvación  Dios lo perfeccionara por la pasión» (Heb 2, 10). Lo perfeccionara, llevara a perfección a través del sufrimiento. Era necesario que por la pasión fuera llevado a la perfección. Va a hablar, por lo tanto, de un hacer perfecto a Cristo, hacer perfecto al Sumo Sacerdote. Y para ello indica hacer perfecto al Sumo Sacerdote. Y para ello indica que era conveniente que tenía que hacerse en todo semejante a nosotros, menos en el pecado; quiso que fuera en todo semejante, para que nos comprendiera mejor.

E indica las dos características que tiene Cristo Sumo Sacerdote, que debe tener todo sacerdote, pero que las tiene Él en grado perfecto: misericordia  y obediencia. Primero, la misericordia, por la cual sintoniza, desde el corazón, con aquéllos, en favor de los cuales tiene que interceder y actuar en la presencia de Dios; tiene que ser misericordioso, tiene que sentir las miserias de los hombres, tiene que actuar en la presencia de Dios; tiene que  interceder y actuar en la presencia de Dios; tiene que ser misericordioso, tiene que sentir sus necesidades, no sólo por un discurso de la inteligencia, sino porque vibra su corazón con esas necesidades de los hombres. Misericordioso es la gran cualidad del Sumo Sacerdote, como es también el gran atributo de Dios; Dios es el misericordioso por excelencia, el único misericordioso; y el sacerdote tiene que hacerse misericordioso. Segunda característica, la obediencia al Padre, la obediencia plena, el sintonizar con Dios, con el Padre. Esas dos actitudes constituye el núcleo del corazón del Sumo Sacerdote. Y ahí es donde se va a realizar la Alianza.

Ahora bien, dice más adelante que «Cristo, en los días de su carne, ofreció preces y suplicas con gran clamor y lágrimas a quien podía librarle de la muerte; y fue escuchado por su reverencia y aprendió, por lo que padeció, la obediencia; y, hecho perfecto, se hizo causa de salvación para los que le obedecen a Él» (Heb 5, 7-10). Es un texto densísimo, profundo. Habla de un clamor del Señor con lágrimas; podemos ver ahí la Oración del Huerto; clamor de Jesucristo dirigido a quien podía librarle de la muerte; y fue escuchado por su reverencia. No entro ahora en el análisis de este aspecto, no en qué sentido es escuchado, y qué es lo que Jesús pide. Nunca pidió que librarse de la muerte, sino pidió firmemente que se hiciera la Voluntad del Padre: «Hágase tu Voluntad». Y fue escuchado, y se hizo esa Voluntad de la salvación del mundo y del establecimiento de la Nueva Alianza.

Pero añade: «…y por lo que padeció aprendió la obediencia, y, hecho perfecto» (pesto así, en pasiva), Dios lo perfeccionó por la pasión (Heb 2, 10); o, si queremos, porque es término que tiene dos significados: lo consagró Sumo Sacerdote; lo hizo perfecto y lo consagró Sumo Sacerdote.

La Carta a los Hebreos recalca que, para la Alianza con Dios, es esencial tener un Sumo Sacerdote aceptado por Dios. Y que era necesario que un miembro de la familia humana, uno de nosotros, fuera consagrado Sacerdote de Dios, para poder poner a todos sus hermanos en relación auténtica con Dios y verdadera Alianza del corazón de Dios. Era necesario que la naturaleza humana fuera transformada en un sacrificio, para adquirir la capacidad sacerdotal. Y esto sucede a través de la Pasión. No ha habido un hombre capaz de dejarse refundir, a través del sufrimiento, en una actitud interior nítida, que le hiciera capaz de ese sacrificio. Y Jesús lo hizo así. Y desde que entró en este mundo dijo: «No has querido holocaustos, ni sacrificios pro el pecado, pero me has dado un cuerpo. Aquí vengo, para cumplir, oh Dios, tu Voluntad» (Heb 10, 5-10). Y añade, todavía el salmo 40 aquí citado: «y tu ley en medio de mi corazón». Ya está aquí la ley escrita en el corazón, «tu ley en medio de mi corazón»; pero ofrece toda esa vida. Y ese proceso del ofrecimiento de su existencia diaria, del ofrecimiento de sus oraciones y de su pasión y de su muerte, le hacen perfecto y le hacen Sumo Sacerdote, misericordioso con los hombres, y totalmente identificado con Dios.

La Carta a los Hebreos, corroborando lo que decíamos al comienzo: que «era necesario que el autor de la salvación fuera perfeccionado por Dios a través de la pasión», indica que en la pasión el autor principal fue el Padre, obrando sobre la naturaleza humana de Cristo. La oblación de Cristo consistió en abrirse con docilidad a la acción divina transformante. Ese ofrecimiento de Cristo, que le abre totalmente, es la condición, es la parte humana de Cristo, el Hijo de Dios, que tuvo pleno valor de consagración sacerdotal; era una oblación continuada en toda su vida consumada en la Pasión, en la sumisión a la Voluntad divina, a través de los sufrimientos y de la muerte. Y así, fue perfeccionado, así llevó su obediencia a la perfección plena, a una obediencia total en su naturaleza humana. Y esto porque se ofreció a sí mismo, en el fuego eterno, sin mancha (Heb 9,14). Esta es la oblación de Jesús. «Se ofreció a sí mismo» nos indica el sentido profundo de los hechos, va hasta el Corazón de Cristo y nos revela cómo él orienta los acontecimientos. Porque ofrecer no es lo mismo que obedecer. Ofrecer es una acción de Cristo que se abre, que se da, que, en medio del sufrimiento, lo acoge, lo acepta y lo ofrece, y se ofrece a sí mismo al Padre. Ofrecimiento, hecho por Jesús, sin mancha, como víctima y como Sacerdote. Él es el Sacerdote sin mancha. Y así Ék ofrece a sí mismo; Él sin mancha, a sí mismo sin mancha (todas estas condiciones son las que faltaban en el Antiguo Testamento), ofrece un Corazón puro, sin mancha, y lo ofrece con un ofrecimiento sin mancha, con una oblación total, ilimitada, «en el Espíritu eterno», por el Espíritu eterno. Esto califica a Cristo como Sacerdote capaz, es el elemento interno del dinamismo de la ofrenda de Cristo, es el Espíritu el que le está moviendo, el Espíritu Santo, la única fuerza capaz; esa fuerza espiritual realizó la transformación sacrificial. Es el Espíritu Santo, el Espíritu de la Redención eterna. Ahora es, en el Espíritu Santo, capaz de realizar la verdadera transformación del corazón del Sacerdote. Así en el Espíritu Santo, se ofreció a sí mismo.

Añade la Carta a los Hebreos que por eso es Mediador de una Nueva Alianza. La mediación fue dura. Es un sacrificio de la Alianza, porque, inspirando a Cristo el Espíritu Santo la adhesión a Dios y la unión con los hombres en el amor, el Espíritu Santo suscitaba una ofrenda que establecía la comunicación: era un sacrificio de Alianza, que unía a Dios y a la humanidad. En este punto, la Carta a los Hebreos atribuye un papel especialísimo a la Sangra de Cristo: «¡Cuánto más la Sangre de Cristo, que se ofreció a sí mismo, sin mancha, en el Espíritu eterno, purificará nuestras conciencias!» (Heb 9, 14); y podrá su ley en nuestros corazones, por el don del mismo Espíritu Santo. Y así, ese sacrificio lleva a Cristo a su glorificación suprema, que describe la Carta a los Hebreos, le lleva a su Sumo Sacerdocio, a su Realeza suprema, hasta tal grado que es «causa de salvación para los que le obedecen a Él» (Heb 5, 10), a ese Cristo constituido Rey y Señor. La Sangre de Cristo nos purifica.

Con una imagen podríamos decir así: Cristo, en el momento de la cruz, se abre al Padre, a través de la pasión, que de suyo tiende a cerrar al hombre; ÉL no se cierra por la pasión, sino que ofrece a sí mismo en el mismo padecimiento de la cruz, y se abre, y como que absorbe el Espíritu de Dios, que le inspira es oblación; y ese Espíritu como que se identifica con su Sangre y se une a ella; y nos da su sangre y en ella su Espíritu; y nos comunica así, en la Eucaristía, la Sangre de Cristo, comunicadora del Espíritu Santo. El absorbe y nos da esa Sangre que, llegada hasta nosotros, establece la Alianza. Por una sola oblación ha hecho perfectos para siempre a los que reciben la santificación. Él es capaz de hacernos perfectos uniéndonos a su Alianza, su oblación.

Este es el hermoso camino por el que la Alianza se realiza y la ley se escribe en nuestros corazones. Ninguno de nosotros, ninguno de los hijos de Adán era capaz de afrontar esta refundición de su ser en el crisol del sufrimiento. Ninguno tenía la generosidad perfecta que era necesaria para ello. Todo estábamos cargados con pecados, y marcados por el pecado y por el egoísmo. Cristo se presentó, y hecho uno de nosotros, porque es uno de nosotros, dijo: «Aquí vengo para hacer, oh Dios, tu Voluntad». Aceptó recorrer el camino de la ofrenda suplicante, y el camino de la educación dolorosa; y con el impulso del Espíritu Santo se ofreció a sí mismo a Dios, y aprendió, por lo que padeció, la obediencia, y se hizo misericordioso hasta el extremo.

Es hermoso ver en las páginas del evangelio la misericordia de Jesús que se inclina a la miseria humana, a los enfermos, a los necesitados de la Palabra de Dios, a los necesitados de instrucción. Se inclina hacia ellos y se conmueve ante la tumba de Lázaro; y ante la multitud se conmueven sus entrañas, porque estaban como ovejas sin pastor. Ahí conocemos la misericordia de Jesús. Pero tenemos que añadir en seguida: ahora es mucho más misericordioso que entonces, porque fue perfeccionado en su misericordia pro su pasión; y la pasión le ha hecho perfecto en su misericordia. Se ha hecho en todo semejante a nosotros, porque ha tomado todas nuestras miserias en su propio Corazón. Y ha tenido la fuerza de ofrecer toda esa miseria, hecha corazón en Él, al Padre, sin que su Corazón se retirara, no se estrechara. De esta manera fue hecho perfecto.

Habiendo aprendido la obediencia, tiene la ley de Dios escrita en su Corazón de hombre de una manera nueva. Así lo vemos en la misma imagen del Corazón de Cristo: ahí está la cruz, es ley en el centro de su Corazón de una manera nueva.

En Cristo, por lo tanto, se realizó plenamente la Nueva Alianza, en el Corazón perfecto. Y se realizó para nosotros; ya que por nosotros Cristo afrontó la pasión; por sí no tenía necesidad Él, el Hijo de Dios. Cumplió  su oblación por solidaridad misericordiosa con nosotros; precisamente, por eso, esa oblación merece el título de sacerdotal. Hecho Mediador de la Alianza Nueva, hecho perfecto pro esa obediencia redentora, Cristo hace perfectos a todos los que reciben la santificación.

La ley de Dios, escrita en el Corazón de Cristo, a través del sufrimiento de la Pasión aceptado con amor, está, al mismo tiempo, escrita en el corazón de cada hombre que reconozca que ha estado su vida en el Corazón del Redentor, y acepte estar ahora unido al Corazón de cristo. Así es como nuestra Alianza se realiza y la ley de Dios se escribe en el corazón del hombre.

Pero no olvidemos que, también en nosotros, esa ley tiene que perfeccionarse; y nuestra Alianza con Dios, en la fuerza del Espíritu Santo, no será perfecta hasta que, también nosotros, seamos perfeccionados por el sufrimiento y la pasión, unida a la Pasión de Jesucristo.