La perfecta Alianza en el Corazón de la Virgen

P. Luis Mª Mendizábal S.J.

La Alianza Nueva, el corazón nuevo, que venimos contemplando en estos días, no se reduce simplemente al hecho de que, por la mediación sacerdotal de Cristo, recibimos el Espíritu Santo; como si ya eso fuese la conclusión última, y el resto fuera simplemente un dejarse lleva . La Carta a los Hebreos enseña, de manera indudable, que esa Alianza que se establece, ese corazón nuevo que se comunica al hombre, como fruto de la Redención de Cristo, lo dispone para una lucha, para una colaboración en la obra de Cristo. Llama la atención cómo, apenas indicada esa Alianza realizada, apenas el autor de la Carta a los Hebreos propone la comunicación, en virtud de la Sangre de Cristo, de esa novedad de vida al hombre, dice: «acerquémonos con corazón verdadero, en la plenitud de la fe, purificados los corazones de la conciencia malvada, limpios, en cuanto al cuerpo, con agua limpia, mantengamos indeclinable la confesión de nuestra esperanza, y estimulémonos mutuamente en las obras de la caridad y en las buenas obras»; e, inmediatamente, describe todo el itinerario de la fe, recordando la importancia de esa fe para atravesar las zonas oscuras de nuestra peregrinación, teniendo ante nuestro ojos los ejemplos de los que nos han precedido, tantos sufrimientos como han tenido que pasar; y exhorta a que, unidos a ellos, en esa misma comunidad eclesial, cristiana, mirando al que va delante de nosotros, al autor y consumador de nuestra fe, sigamos, sin cejar nunca, en nuestro caminar hacia Dios, hacia la plena beatitud en Dios (Heb 10, 19-12, 29)

                Es, pues, una alianza que nos pone en colaboración con Dios, en sintonía con Dios, en sintonía con nuestro Mediador Jesucristo, con ese Sumo Sacerdote y Rey, que lleva adelante la obra de la Redención, al que nosotros seguimos.

                La ley en el corazón, por lo tanto, el Espíritu Santo se nos da como fruto de Redención de Cristo, para que –establecida esa alianza, comunicada al corazón la caridad que el Espíritu Santo difunde en nuestros corazones, que nos hace obedientes a Dios en amor, y misericordioso y cercano a los hombres en la caridad fraterna- vivamos una unión de entrega y colaboración, siguiendo a Cristo que nos precede, como autor y consumador de nuestra fe. Todo el que entra en esa alianza se hace predecesor de los que le siguen; y cada uno de nosotros estamos llamados a ser guías de los que, alrededor de nosotros, también buscan la alianza con Dios y la salvación. Por lo tanto, cada uno precede también; por eso tenemos que ser testigos de esa fe, en la peregrinación de la fe, según el puesto que en esa alianza nos corresponde.

                Es, pues, una realidad vital. Viviendo ya en la cercanía del corazón de Dios, tenemos que trabajar, siguiendo el ejemplo de Cristo, en el itinerario de la fe.

                Esta alianza, con estas características, se realiza por primera vez, en su plenitud en el Corazón de la Virgen. A Ella vamos a dedicar esta consideración dentro de este misterio de alianza.

                Esta plenitud de alianza se realiza, pues, en el Corazón de la Virgen; y dentro de esa alianza María colabora, María continúa, prosigue en docilidad de alianza en la realización de los planes de Dios sobre Ella. Dios le da su Espíritu y se va desarrollando esa presencia del Espíritu en María. María es el primer corazón en que se realizaron las profecías de Jeremías y Ezequiel.

                Y notemos algo que puede sernos fecundo. Evidentemente en María estamos en un fruto de la Redención. Pero hay un principio universal, que en María se realiza de manera absolutamente única, que es éste: todo redimido por Cristo está llamado a ser redentor con Cristo; y todo redimido con Cristo sintoniza con el Corazón de Cristo, para ser así redentor con Cristo, según su carisma, según su puesto en la Iglesia de Dios. Pues bien, en María esto se realiza de manera única, con carácter de maternidad, ese carácter único y especial de María. Y me atrevía a surgir, para nuestra reflexión espiritual, que hay una relación. Hoy se discute mucho del sacerdocio de la mujer, María no fue sacerdote en el sentido que llamamos sacerdocio ministerial. Pero creo que hay una correlación; creo que el Sumo Sacerdote de Cristo corresponde, en el grado de redimida, pero en el grado también de introducida en el plan de la Redención, la maternidad de María. Y se puede decir, de una manera semejante, que el Espíritu Santo la conduce, la prepara y la va llevando. Como Jesús fue consagrado Sumo Sacerdote plenamente en la Pasión, también María es consagrada Madre, y proclamada Madre, por la Pasión; no por cualquier sufrimiento, sino por la participación en la Pasión de Cristo con la pasión de su Corazón de Madre.es el camino de maduración. Me atrevería, por lo tanto, a sugerir esto: que María, desde el comienzo, por la acción de la gracia, es misericordiosa y obediente; obediente a Dios por la plenitud de su gracia, por la plenitud de Espíritu Santo que la llena desde el instante de su concepción. María, pues, llena del Espíritu Santo, es misericordiosa y obediente; tiene dentro ese amor, que el Espíritu Santo ha derramado en su corazón. Y a través de su peregrinación de fe, en la que avanza manteniendo fielmente su unión a Dios, y su unión a Cristo, que es «la parte buena» de María (Lc 10, 42); siendo virgen y la madre, por el Espíritu Santo, por el Espíritu eterno; y luego, hecha perfecta en la Pasión, en la que se ofreció con Cristo, y ofreciendo a Cristo en el Espíritu eterno, es proclamada Madre nuestra o Mediadora materna por Cristo en la cruz: «es tu madre». Es la culminación de la maternidad María, que luego se realiza plenamente en Pentecostés, con el don del Espíritu Santo que viene sobre María, formando en Ella, en plenitud, el Corazón de Madre de la Iglesia, en el puesto que Ella tiene en la Iglesia, que en ese momento comienza su peregrinación. Entonces, convertida Ella también en tipo de la Iglesia en el orden de la fe y de la caridad y de la perfecta unión con Cristo, precede al Pueblo de Dios, como punto de referencia constante de la Iglesia, cuyo cumplimiento escatológico representa.

                Es, pues, una grandiosa presentación de María en la Alianza Nueva: María tiene un puesto; María, sintonizada plenamente con Dios, desarrolla su peregrinación de fe, es hecha perfecta en su maternidad por la Pasión, y es proclamada Madre de la Iglesia, Madre de todos nosotros. Vamos a seguir brevemente estos puntos de reflexión.

                1. María, desde el primer instante se su concepción llena de gracia, llena del don del Espíritu Santo, tiene la ley de Dios en su corazón. Y, precisamente, el desarrollo de esa ley de Dios en su corazón, de la caridad presente en Ella, le va llevando a una respuesta total de entrega que se expresa en su actividad virginal. El amor con que Dios la envuelve de manera única suscita en Ella una respuesta de amor no viciada, en este caso, por el egoísmo, por la concupiscencia, que en Ella no se da, en una entrega sin reservas a ese Amor de Dios que le envuelve. Esta respuesta constituye su actitud virginal. La virginidad no tiene su raíz en la parte física del hombre, sino en el corazón; es el Amor de Dios que, de tal manera envuelve el corazón del ser humano, que le hace entender que Él solo le basta y que quiere para Él lo indivisible del corazón; y entonces el ser entero sigue ese impulso del corazón; y entonces el ser entero sigue ese impulso del corazón indivisible puesto en Dios. Es la actitud de María: una oblación virginal ilimitada, total, abierta, que se va a expresar en el momento de la Anunciación, cuando, por primera vez, podemos tener la dicha de asomarnos a la actitud interior virginal de María. Así Ella, viviendo en fe y entrega, en oración y deseo, culmina la preparación de la venida del Mesías, siendo instrumento del mismo Dios, que es el que en Ella pone estos deseos de amor y de entrega y de venida del Mesías para salvar al mundo. María actúa en una sintonía perfecta con Dios, en cooperación perfecta con la gracia de Dios, y en disponibilidad a la acción del Espíritu Santo. Es la alianza perfecta. Como Jesús, también Ella, en el grado de criatura pura, pero en ese ser fiel, siente dentro de su corazón lo que expresará después: «He venido para hacer, oh Dios, tu Voluntad».

                2. El segundo momento es el de la Anunciación. El desarrollo de amor virginal, de sintonía de entrega total, que no se reduce a un simple mirar, sino de disponibilidad de su ser, de entrega contemplativa, de disponibilidad plena a los proyectos de Dios, se actúa en el momento de la Anunciación. Es la colaboración materna de María. La virginidad se hace maternidad sin perder su carácter de virginidad. Esto es lo maravilloso de María. Cuando dice que María fue Madre siendo virgen, evidentemente nos referimos a los aspectos que el dogma nos enseña respecto al mismo cuerpo de María. Pero lo hermoso y lo grande de María es, además, y en un sentido profundo, que esa virginidad material es signo de la virginidad interior del corazón que mantiene integra; y esto es lo que quiere decirnos también: es Madre sin dejar de ser Virgen; más aún, es Madre porque es Virgen, porque su amor a Dios es total; y en su entrega total a Dios, recibe el anuncio de que será Madre del Hijo de Dios. Y, ante esa proposición, que no es simplemente un pedirle permiso para que Dios haga en Ella, simplemente, con una acción unilateral por parte de Dios, sino que nos introduce en el gran misterio de la maternidad. La maternidad no es una pura pasividad; la maternidad es una acción de corazón materno, en el que juega un papel importante el corazón de la Madre. La madre actúa, la madre engendra. Dios le pide a María que sea Madre en el sentido pleno; no simplemente que en un sentido bilógico preste su cuerpo para que Dios actúe en él.

                Y éste es el momento en que se promete el Espíritu Santo; cuando Ella pregunta el camino por el que ha de realizarse esto, se le dice: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra», lo cual hemos de entender, si no me equivoco, que no es simplemente, «actuará Dios milagrosamente sobre ti»; sino que es un don del Espíritu Santo; no porque no lo tuviera, que lo tenía; sino para la misión que se le da ahora, de ser Madre; y se le da Espíritu y amor materno, para que Ella engendre, como madre verdadera, con amor, no sólo virginal a Dios, sino materno hacia Cristo, a ese Hijo, que Ella, de esta manera, engendra virginalmente con corazón de madre, que el Espíritu Santo forma en Ella. La alianza se va haciendo más estrecha, es la alianza de la colaboración a lo más grande, a esa gran obra de la Encarnación, a la unión hipostática, en la que la naturaleza divina y humana se unen en unidad de persona en el seno de la Virgen, en ese amor materno con que engendra a Jesús. Y ahí es donde se realiza la gran alianza, que Ella vive en amor pleno.

                Es el corazón materno. Ella responde con la obediencia de la fe, acepta la invitación de Dios, y obedece, cree y se entrega. Ofrece la disponibilidad de su ser, y la colaboración de su amor, con su corazón materno, en obediencia de fe; fe que es contacto con el Misterio de Dios. y María vive entonces y a lo largo de su vida, en esa oscuridad de la fe, de la que nos habla el Papa, en su encíclica. El comienzo de la Nueva Alianza.

                3. El tercer momento es cuando María es hecha perfecta en la Pasión. Es el momento cumbe de su obediencia de fe. Podríamos decir –de una manera análoga, a lo que leíamos en la Carta a los Hebreos, de que era necesario que Dios hiciera perfecto a Cristo- que era necesario que Dios hiciera perfecta a María en su maternidad para su maternidad plena, eclesial, para su mediación universal, subordinada a Cristo, indudablemente, pero real, para la cual tiene que tener la maduración de un corazón materno. Y esto lo hace a través del dolor de la Pasión; y entonces, como nos dice el Concilio, se condolió vehementemente con su Unigénito, y se asoció con corazón maternal a su sacrificio. Ella vive este misterio de la misma Pasión de Cristo; la Pasión de Cristo es también su Pasión; Ella la vive en su corazón con un ofrecimiento análogo, participando del Corazón de Cristo. María se ofrece a sí misma, y ofrece a su Hijo y el Sacrificio de su Hijo, consistiendo, dice el Concilio, con amor, con corazón de Madre, en la inmolación de la Victima, engendrada y preparada por Ella misma. Este es el momento cumbre de María; María ahí se perfecciona en su misericordia, y se perfecciona en su obediencia al Padre; porque Ella también vive el misterio, y aprende, a través de la Pasión, la obediencia en su plenitud, y la misericordia y la compasión, para que sea de veras Madre de Misericordia. Ahí es donde se ha forjado su Corazón, se ha refundido su ser: en el sufrimiento de la Pasión. De este modo, mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Y así María se hace contrapeso de la desobediencia y de la incredulidad de Eva. No es una simple obediencia, meramente exterior, como hubiese sido el caso de Eva, sino que es la obediencia desde el corazón, en la cercanía más grande la obediencia de Cristo, de la obediencia redentora, pro la cual el nuevo Adán nos ha salvado a nosotros. Y así se ha hacho misericordiosa y obediente. Es Madre, ahora tiene corazón de Madre. Y así perfeccionada, a través de la Pasión, es proclamada Madre. Jesús la proclama, anticipando lo que será la plenitud de su glorificación después: «Mujer, mira, es tu hijo; mira a tu hijo». Y a nosotros en San Juan nos invita a ver en Ella nuestra Madre. No es que nos invita sólo a quererla acoger como Madre; es Madre. Somos invitados a acoger la proclamación de Madre y a tomarla con nosotros, en lo nuestro, en nuestro corazón, como constitutivo de nuestro seguimiento a Cristo. Así se realiza ya la mediación maternal de María.

                En el momento de la venida de Pentecostés viene el Espíritu Santo sobre la Virgen y sobre los apóstoles; pero viene, para cada uno de ellos, para su función, y sobre María constituyéndola con corazón pleno Madre de la Iglesia, en su maternidad plena. Esa mediación maternal de María es la que tiene que atraernos a nosotros la gracia de vivir nuestra alianza.

                La Eucaristía es el gran Sacramento de la Alianza. La Eucaristía es el gran Sacramento de la Redención, el Sacramento de la cercanía de Dios, del acceso al Padre en Cristo, que se nos da. Está ahí, como sello, la Sangre de la Alianza. Y está, al mismo tiempo, como alimento del corazón que tiene que vivir la alianza, que tiene que mantenerse en sintonía con el Padre. Y María es la continua Medianera, intercesora materna de cada uno de nosotros, que nos precede, para que la contemplemos, es verdad, pero no sólo como un simple modelo y ejemplar; es Madre de verdad; es Madre que trata de poner dentro de nuestros corazones los sentimientos de poner dentro de nuestros corazones los sentimientos de poner dentro de nuestros corazones los sentimientos de esa ley nueva de Dios, puesta en nuestro corazón; y afianzando dentro de nosotros la misericordia y la obediencia, la caridad hacia Dios con la obediencia, y hacia los demás, desde el corazón, con la misericordia, que son los constitutivos del corazón nuevo, de la Nueva Alianza.