La piedad por horas

La piedad por horas

Así, por horas, como se alquilan las bicicletas los domingos para pasar un rato y después abandonarlas el resto de la semana.

Te extraña, ¿verdad?

Pues pronto desaparecerá tu extrañeza.

¿Conoces aquella Señorita que por la mañana marcha precipitada a la Iglesia con su rosario en la muñeca y su elegante devocionario en la mano?

No se lo digas a ella, no vaya a disgustarse contigo; pero al oído te diré que su piedad es por horas.

¿Ves aquel señor muy grave que no pierde jamás su Misa los domingos y que pertenece a varias hermandades?

No se lo digas tampoco; pero también es de los de piedad por horas.

¿Te llama la atención aquella pobre mujer que se pasa largas horas delante de los altares, llorando y en actitud suplicante?

Pues también pertenece a la familia.

¿Qué cómo puede ser esto?

Precisamente allí voy.

Mira: aquella elegante joven no usa de la piedad más que de ocho a nueve de la mañana, hora en que va a la Iglesia; después llega su casa y dentro de su precioso costurero guarda su rosario de cuentas de nácar y su elegante libro, y diríase que allí deja también guardada su piedad… porque lo que es en el resto del día y en sus demás ocupaciones, la piedad no aparece. Habla, ríe, lee, se divierte, se viste, se adorna lo mismo que pudiera hablar, reír, leer y divertirse otra cualquiera que no tenga ni rosario de cuentas de nácar, ni devocionario de piel de Rusia.

¿Será exagerado si llamo a esa piedad, piedad por horas?

En cuanto al señor grave, veras lo que pasa: es cierto que tiene media hora para Dios todos los domingos y algún que otro rato que las hermandades le ocupan; pero no le da a Dios más que ese tiempo, porque en sus conversaciones con los amigos por allí no se ve a Dios, ni mucho menos; en su trato con sus obreros y criados y en los negocios que proyecta tampoco anda Dios; en los periódicos que lee y en los sitios que frecuenta, ¡la verdad! tampoco se encuentra uno con Dios.

¡Nada! Lo dicho, para Dios media hora semanal y… gracias.

¿Y aquélla pobre mujer con tanto gemir, no merecerá siquiera que se dé por buena su piedad?

Sensible es decirlo; pero veras lo que pasa: es cierto que le da a Dios en la Iglesia muchas horas; pero en cambio se las quita en su casa; y como Dios quiere que esas horas se las dé en ésta y no en aquélla, resulta que también forma parte de la familia.

Porque has de saber que la piedad no es sólo rezar y llorar, sino coser, limpiar, barrer y pasear cuando Dios quiere; de modo que dedicar largos ratos a rezar con prejuicio de las propias obligaciones, óyelo bien, eso no es ni más ni menos que una de las especies de piedad por horas.

Quizás me vayas a decir: ¿entonces para ser verdaderamente piadoso, es necesario estar siempre pensando en Dios?

Poco a poco; dime: ¿tienes padre o madre? ¿los quieres mucho? Sin duda alguna, luego tienes piedad filial.

Pues bien: para conservar ese cariño en tu alma ¿estás siempre pensando en ellos? Eso es imposible. ¿Qué haces entonces? Procurar no desagradarlos y darles gusto en todo, sin prejuicios de hacerles una caricia o dedicarles un recuerdo siempre que puedas, ¿no es así?

Eso ni más ni menos aplicado a Dios, que es tu Padre, es la piedad.

Y dime, ¿serías buen hijo, sí solo te contentaras  con no desagradar o dar gusto a tu padre una media hora la semana o una hora cada día?

No te rías mucho de esta pregunta, porque ¡Habría que reírse de tantos y de tantas… que se tienen por piadosos!

¿No te parece que si el demonio tuviera humor para divertirse, se moriría de risa al ver esas funciones por horas que representan las almas piadosas a ratos?

Mas si hay quien se ríe de esas almas, hay también quien debe sentir mucha pena; ¿lo conoces? ¿Has llamado alguna vez a la puertecilla del Sagrario? Seguramente que no has encontrado ocioso al divino Corazón de Jesús: está ocupado en pedir a su Padre Eterno perdón para sus enemigos y perdón también para sus amigos a medias.

Acércate, sino, a Él y te convencerás de que en el interior del Sagrario jamás se ha pronunciado estas palabras: ahora no se recibe, o estas otras: ahora no se ama…

Jesucristo sí que puede repetir muchas veces al día cuando llama a nuestro corazón: ahora no quieren recibirme.

¡Qué triste debe ser esta voz para Él y que funesta para nosotros!

 

Del libro “Granitos de sal”, de San Manuel González, Obispo de Palencia.