Del libro"EL MISTERIO DEL CORAZÓN TRASPASADO", Ignace de La Potterie
Podríamos incluso dejarlo aquí, pero quisiéramos todavía, en una última parte ubicar la palabra «Tengo sed* en un contexto más amplío, el de todo el fragmento del Calvario (19,16b-37) y demostrar que este versículo nos ayuda a captar mejor la interpretación joantca de ¡a muerte de Jesús.
En su Comentario de san Juan<>H, el R Líbermann parece haberse encariñado con el tema de la sed. Reveló muy bien los dos aspectos complementarios: tanto en lo que respecta al episodio de la samaritana como al de los tabernáculos, insiste a la vez en la sed de Jesús y en la sed de Jos hombres’. A propósito de la llamada de Jesús en 7,37-39, escribe: «El llama a los que
Después de los versículos introductorios, sobre la crucifixión (19,16b-18), la escena del Calvario se compone de cinco escenas: el letrero de la cruz (v, 19-22), la túnica no dividida (v.23-24), la madre de Jesús y el discípulo amado (v.25-27), la muerte de Jesús y d don deí espíritu (v.28-30), el costado abierto (v.31-37). La palabra de jesús «Tengo sed*, que pertenece a la cuarta escena, no refleja todo su significado sino en relación con los episodios que la rodean.
Por el letrero de la cruz, Jesús es proclamado rey de los judíos. La narración del reparto de los vestidos, donde toda la atención se concentra en el hecho de que la túnica no fue dividida, significa fundamentalmente que, mediante su muerte, Jesús realiza la unidad del pueblo de Dios. Este símbolo se traduce después en hechos: la mujer y el discípulo a los pies de la cruz representan al pueblo de Dios mesiánico, la nueva Sión, la Iglesia. En ellos se actualiza la unión escatológica que, según Jn 11,52, habría tenido lugar a la muerte de Jesús. En ese momento, se cumple la obra de Cristo (19,28).
En las dos perícopas siguientes, la perspectiva se abre sobre la venida del Espíritu y sobre la Iglesia. En 19,30 el último aliento de Jesús es interpretado por Juan como la comunicación del Espíritu. El tema se retoma en el v.34, que está en el centro de la perícopa final (19,31-37): la sangre y el agua que manan del costado de Jesús, y sobre las cuales el discípulo «que lo vio» da un triple testimonio (v.35), tienen sin duda una profunda carga simbólica’. Hay dos textos que nos permiten comprender mejor este simbolismo. Por un lado, el versículo de Zacarías (12,10b), citado explícitamente al final del episodio, que explica su sentido: «Mirarán al que traspasaron» (Jn 19,37). En este pasaje se habla también de una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén (Zac 13,1), es decir, un espíritu de bondad y de súplica, que se derramará sobre ellos (cf Zac 12,10a). Esta fuente, para Juan, es el Salvador del costado abierto, visto como la fuente de la salvación. Por otra parte, es difícil creer que Juan no haya pensado igualmente en la gran promesa de Jesús durante ia fiesta de los tabernáculos, cuando él anunciaba que de su interior manarían ríos de agua viva (7,38-39); ahora el mismo Juan, recordémoslo, ve en esta agua un símbolo del Espíritu63. Los dos textos, el de Zacarías( 25 26 27 28 29) y el de Jn 7,37-39 se relacionan entre sí. Parece pues, que Jn 19,34 debe comprenderse del siguiente modo: la sangre derramada es el signo de la oblación sacrificial y del amor salvífico de Jesús (expresados en su última palabra tetélestai); por lo que se refiere al símbolo del agua, representa el don del Espíritu. Esta exégesis fue perfectamente resumida en una antigua homilía atribuida a san Hipólito: «Por la sangre de un hombre hemos obtenido el agua del Espíritu»30 31 32 33. El agua del costado (19,34) es un signo exterior del verdadero significado de la muerte de Jesús (19,30); mediante su muerte, Jesús abre la puerta al Espíritu34. Como muy bien dijo el P Mollar, «el hecho de que saliera agua, mezclada con la sangre, prefigura la permanencia de la efusión del Espíritu más allá de la muerte de Jesús».
Se entiende ahora mucho mejor la función de la sed de Jesús en el conjunto de la escena del Calvario. El v,28 se sitúa exactamente en el punto de unión entre los tres primeros episodios, que describen el cumplimiento de la obra de Jesús (v. 16-27) y los acontecimientos finales (v.30-37) que tienen como tema el sentido sacrificial y salvífico de la muerte de Cristo, y el don del Espíritu a la Iglesia. La sed del Jesús moribundo, esto es, su deseo de dar el agua viva del Espíritu, para cumplir más allá de su muerte «la espera escatológica del Antiguo Testamento», es tal que prolonga su obra de revelación y de salvación.
Quizá no esté fuera de lugar añadir unas palabras acerca del versículo final: «Mirarán al que traspasaron» (v.37). Esta mirada hacia la cruz es una expresión admirable de la fe de los que creen en Jesucristo crucificado (3.14-15). Pero Juan anteriormente hahía considerado el hecho de creer en Jesús como una sed espiritual (7,37-3&), El tema de la sed del creyente, claramente enunciado en Jn 4,14 y 7,37. vuelve a aparecer una vez más, aunque de forma más di se reta, en Jn 19,37. En los dos primeros pasajes, el acento recaía en la sed del creyente, pero la sed de Jesús se evocaba ahí igualmente, sobre todo en el relato de la samaritana; en la cruz, en el momento de la Hora de Jesús, ocurre lo contrarío: toda la atención de Juan se concentra ahora en la sed de Jesús, si bien se hace una referencia indirecta a la sed del creyente en 19,37.
Se descubren y se completan así los dos aspectos del mismo tema: en el creyente, la sed del agua viva es e! deseo de profundizar en la fe, la sed de penetrar más profundamente en el misterio de Jesús, la sed del Espíritu. En Jesús, la sed es el deseo de comunicar estos dones: en el momento solemne de la hora, cuando lleva a cumplimiento toda su obra, su sed antes de morir indica que esta obra, de ahora en adelante, debe ser prolongada e interiorizada por el don del Espíritu,
Conclusión
En su Comentario de san Juan, R Líbermann parece haberse encariñado con el tema de la sed. Reveló muy bien los dos aspectos complementarios: tanto en lo que respecta al episodio de la samaritana como al de los tabernáculos, insiste a la vez en la sed de Jesús y en la sed de Jos hombres’*. A propósito de la llamada de Jesús en 7,37-39, escribe: «El llama a los que tienen sed y a él mismo le devora la sed; la diferencia está en el hecho de que a los que él llama tienen sed de beber de sus manantiales de gracia, en cambio, Jesús tiene sed de dar de beber por la sobreabundancia de su amor..,; arde en deseos de llenar a todas las almas y de saciarlas’» (p.203). Si el P. Libermann desgraciadamente no hubiera detenido su comentario en el c.12, muy probablemente habría llegado a las mismas ideas a propósito del «sitio» de Jesús de 19,28.
Tras el estudio que hemos realizado de este pasaje, quizá se ve mejor que este versículo se sitúa en el centro de todo un conjunto literario y teológico en el que confluyen los grandes temas de la soteriología joánica: la elevación sobre la cruz (12,32), la unión de los dispersos (11,52), la formación del pueblo mesiánico (19,25-27), el don del Espíritu (19,30,34); y también desde el punto de vista de los creyentes; el testimonio (19,34), la mirada al Crucificado (19,37), la fe en Jesús, gracias a la cual pueden recibir el don del Espíritu (7,39). I,a sed de Jesús es el nexo de unión de este conjunto: a través de su sed, Jesús nos hace comprender que su obra mesiánica debe prolongarse en la acción del Espíritu, y que solo así su verdad será interiorizada (4,14) y se convertirá para nosotros en el agua viva de la salvación. Por otra parte, esta sed de Jesús es una invitación para que todos los cristianos hagan crecer dentro de sí mismos la sed de la verdad y del Espíritu, o sea, la sed de una fe cada vez más profunda en Jesús. Es lo que nos recuerda san Agustín en su comentario a Juan 7,37; 36<El Señor grita que vayamos a Él y bebamos si experimentamos en nosotros una sed interior.