LA VIDA ESPIRITUAL COMO PARTICIPACIÓN PROGRESIVA DE LA RESURRECCIÓN DE CRISTO(II)

Luis Mª Mendizábal S.J.

LA    RESURRECCIÓN   ESPIRITUAL  DE   LA  VIDA  ACTUAL

Por razones metodológicas tomamos como punto de partida los conocimientos teológico-dogmáticos sobre la resurrección final gloriosa, mejor estudiados y conocidos, para aplicarlos luego proporcionalmente a la resurrección actual.

 

Elementos  doctrinales  de  Sto.Tomás  sobre la resurrección  final

El concepto cristiano de resurrección es claro que no se adecúa con el de re-unión de alma y cuerpo. En efecto; si el alma debiera unirse a un cuerpo inútil, lánguido y mortecino, manteniéndose ella misma lánguida y mortecina, poco valor tendría ya la resurrección. Por eso la resurrección de los condenados en estas condiciones y para además ser atormentados, no es resurrección a la vida, sino al juicio, a la muerte eterna: Procedent qui bona fecerunt in resurrectionem vitae, qui vera mala egerunt in resurrectionem iudicii.

He aquí los dos términos paradójicamente opuestos; resucitarán para ir a la muerte eterna. Paradoja sólo explicable porque el concepto de resurrección no se toma aquí como vuelta a la verdadera Vida, sino como mero hecho de la re-unión de alma y cuerpo para la vida vegetativa y meramente humana. Por eso podemos decir que la verdadera resurrección es la reparación de la verdadera Vida: la vida humana sobrenatural gloriosa en el alma y derivada al cuerpo.

La característica de la resurrección a la verdadera vida es, pues, la resurrección al cuerpo glorioso; pero no de cualquier manera, sino en cuanto el cuerpo glorioso es efecto de la sumisión al alma resucitadagloriosa.

Dado el principio tomista fecundo del alma como forma única sustancial del cuerpo, es natural que las cualidades mismas gloriosas de éste le sean comunicadas al cuerpo como un don formal del alma glorificada; en caso contrario se tendría otro principio intrínseco formal de aquellas cualidades del cuerpo. El alma gloriosa puede extender su influjo formal glorioso sin obstáculo de parte del cuerpo y de las fuerzas psicosomáticas desordenadas.

Notemos ya desde ahora este aspecto que resultará fecundo. Esa vida gloriosa es participación de la resurrección de Cristo30. La idea es de S. Agustín recogida y limada por Sto. Tomás: La vida del alma es Cristo, como la vida del cuerpo es el alma. El alma tiene plena vida cuando por ella circula plenamente sin obstáculos la vida comunicada por Cristo, por medio de su resurrección, como causa eficiente y ejemplar32; y el cuerpo adquiere su plenitud de vida cuando queda plenamente sujeto al alma sujeta a Cristo, de modo que sea Dios todo en todo.

Las cualidades gloriosas del cuerpo resucitado a la vida son consecuencia, según el Angélico, de esta sumisión total formal del cuerpo al alma gloriosa. Esta sumisión a la función voluntaria-informativa del alma, la cual a su vez es instrumento dócil de Jesucristo resucitado, hace que con un dominio sobre el cuerpo superior a todo influjo de los agentes exteriores impida que éstos ejerzan sobre el cuerpo pasiones incompatibles con la forma actual que el alma le comunica. El cuerpo glorioso es una expansión del alma gloriosa a la que está unido: una

información del cuerpo por parte del alma gloriosa que es forma aun en cuanto es gloriosa.

Admitiendo la resurrección grados diversos según el mayor dominio positivo de la vida, tendremos que la resurrección será más o menos perfecta según la perfección de sus constitutivos formales, que son precisamente la sumisión del alma a Cristo resucitado y del cuerpo al alma gloriosa.

¿Hasta qué grado llega esta sumisión a Cristo resucitado, que constituye la espiritualización del cuerpo, respecto a la vida de pasiones y sentimientos en el cuerpo glorificado? ¿Se utilizan los sentidos corporales y de qué manera? Sto. Tomás afirma el uso de los sentidos, a pesar de la aparente dificultad tanto de parte de la necesaria corruptibilidad, como de la distracción de la visión de Dios, que parecen comportar en su ejercicio. Por eso admite el Angélico un uso de los sentidos sin inmutación, por sola comunicación de las cualidades sensibles[10]. San Agustín en estos puntos se muestra inseguro, sin atreverse a determinar nada probable.

Aplicación  de los principios doctrinales  tomistas  referentes   a la resurrección  final   a  la resurrección   actual  del  cristiano

Consistiendo la resurrección gloriosa del hombre, tal como la ha considerado el Angélico, en una sujeción total del alma a Dios y del cuerpo al alma gloriosa, podemos fácilmente admitir que donde se dé un alma gloriosa, que por su visión beatífica intuitiva está plenamente sometida a Dios de manera indefectible, el cuerpo unido a es alma será, connaturalmente a ese estado, glorioso también, quedando eliminada intrínsecamente toda posibilidad de resistencia a la voluntad de Dios, de insumisión a ella. Y ese cuerpo glorioso correspondía connaturalmente al Verbo encamado.

Puestos estos principios, podemos decir también que a medida que un alma se aproxime a este estado glorioso, crece su resurrección, o participa más plenamente de la resurrección de Cristo, ya que ésta es causa eficiente y ejemplar de ese estado progresivo. Más aún: siendo esta vida de continuo acercamiento a la vida gloriosa, aunque siempre en fe, pero siempre en más plena sujeción a la voluntad de Dios, puede decirse verdaderamente que el cristiano desde el momento de la comunicación de la nueva Vida, hecho nova creatura, participa de la resurrección de Cristo en la resurrección del espíritu, extendiéndose desde ahora al cuerpo la gloria ya en cierto modo participada en el alma de la gloria del alma resucitada de Cristo[14].

 

Aspecto sacramental

Esta resurrección del alma e inicial del cuerpo en el sentido expuesto, se realiza como in actu primo por los Sacramentos. Lo muestra claramente· la doctrina sacramental.

El bautismo.

Presenta netamente en el Nuevo Testamento y concretamente en S. Pablo el carácter de una verdadera resurrección. Antes de él el hombre se halla en estado de muerte espiritual, de languidez, de impotencia para el bien, de frialdad en la práctica de los deberes religiosos. Estado de sueño, imagen de la muerte y como inicio de ella: Surge qui dormis et illuminabit te Christus. De los hombres sumergidos en ese estado dice Jesucristo en el Evangelio: Deja a los muertos que entierren a sus muertos. El hombre es esclavo de la carne, en cuanto ésta se opone al espíritu; en este sentido, carnal se llama no solo lo materialmente carnal, sino todo lo referente al amor propio desordenado: Mortificate membra vestra quae sunt super terram: fornicationem… avaritiam. Todo lo que apesanta el espíritu, lo materializa en cierto sentido, en cuanto no le deja elevarse libremente hacia Dios, toda esa tendencia de la psiche bivalente tan socorrida hoy en psicoanálisis, es carne en lenguaje paulino y escriturístico. En ese estado se encuentra el hombre antes del bautismo, como lo describe simbólicamente S. Ignacio: «considerar mi ánima ser encarcelada en este cuerpo corruptible y todo el compósito en este valle, como desterrado entre brutos animales». Cárcel y destierro entre elementos hostiles: dos elementos constitutivos del estado de muerte en la mentalidad escriturística.

De esta muerte surge el hombre por la fe y el bautismo a una nueva vida. Sepultado con Cristo en el bautismo, resucita con Cristo y precisamente por la resurrección de Cristo, a la novedad de vida. Esta vida, aún no es en sí ejercicio de vida, sino solamente principio vital comunicado, con todas las cualidades intrínsecas que capacitan el desarrollo de esa vida en su parte de principio sobrenatural activo con las virtudes infusas, y en su parte de disposición pasiva de docilidad a la gracia con los dones infusos del Espíritu Santo.

Esta resurrección se extiende desde el principio hasta el cuerpo. También el cuerpo participa de la resurrección por medio del alma. En efecto; desde el primer momento de la comunicación de la gracia santificante hay una derivación de la gloria del alma resucitada a la vida nueva sobre el cuerpo. No necesariamente en el sentido de que haya en el cuerpo un germen de inmortalidad intrínseco que evolucionando se abre sin solución de continuidad a la gloria del cuerpo resucitado finalmente, pero sí en el sentido de que la gloria del alma, de la gracia santificante, llega por el alma hasta el cuerpo. Contra esta afirmación no obsta la objeción de que la gracia es espiritual lo mismo que sus cualidades; ya que el alma misma es espiritual y sin embargo por su causalidad formal da corporeidad al cuerpo, siempre que se admita la unicidad de forma. Consiguientemente no hay mayor dificultad en que el alma resucitada a la gracia santificante comunique formalmente al cuerpo dotes gloriosas en algún sentido, que ya desde ahora lo eleve, lo sobrenaturalice, le comunique formalmente cualidades que le hacen espiritualizado en su grado, como lo será después en grado perfecto en la resurrección final.

Por el bautismo el cristiano se halla ya en condición análoga al estado de Jesucristo cuando vivían en Palestina. Todas sus pasiones y sufrimientos tienen el carácter de gloria resucitada junto con el de sufrimiento pasional, como todas las pasiones de Cristo tenían la participación de la filiación divina y gracia de Cabeza, junto con el sufrimiento y oscuridad de la pasividad humana. Por este hecho precisamente decíamos al principio que la participación en la resurrección de Cristo es base de toda espiritualidad y de todas las espiritualidades, incluso las de pasión, las cuales se distinguen, con todo, entre sí como las claridades de las diversas estrellas, creciendo de día en día.

La confirmación.

Es importante hacerse cargo de que la gracia santificante informa al alma en cuanto ésta es forma del cuerpo. Se limitaría demasiado la información del alma por la gracia, reduciéndola al ápice del alma; no, toda el alma queda sobrenaturalizada incluso en la raíz de sus relaciones psico-somáticas y aun de la afectividad orgánica. Así es precisamente como comunica sus cualidades al cuerpo. Todo el hombre es integrado en el Cuerpo Místico de Cristo; incluso en el principio de su actividad al exterior. De ahí precisamente la función de un nuevo Sacramento por el que la gracia interna santificante elevante se comunica al hombre en cuanto instrumento de actividad, primero en la totalidad de su entrega a Dios, luego en el testimonio exterior de su vida intrépida, y por fin en sus trabajos de apostolado, bien en la propia inmolación contemplativa y sufriente, o bien en el trabajo directo con las almas: es la confirmación.

Podemos decir que la confirmación es un progreso más en nuestra resurrección con Cristo, en cuanto por él la nueva vida absorbe más al hombre, eleva el principio vital de la acción, lo coloca en un determinado oficio del Cuerpo Místico de tal forma que se hace cooperador de la redención, sea por vía satisfactoria y meritoria e impetratoria, sea como instrumento eficiente de la producción de gracias actuales en los demás, junto siempre con la fortaleza para mostrar ante el mundo lo que uno es en Cristo. Es la unción correspondiente al Bautismo de Cristo en el Jordán, donde «la voluntad del Padre le constituye fuente imperecedera de la vida del Espíritu… recibiendo la consagración solemne como instrumento de vivificación y santificación».

En esta función activa santificadora desempeña un papel importante el cuerpo humano, hasta el cual deriva indudablemente esa participación de la gracia del alma. Así puede hablarse de una verdadera resurrección corporal sobrenatural aun en esta vida, en oposición a la vida corporalcarnal, ya antes de que el cuerpo resucite unido al alma plenamente glorificada por la visión beatífica.

La Eucaristía.

El grado de la resurrección actual corporal es precisamente el que determinará la medida de perfección en la gloria del cuerpo finalmente resucitado. En vigor de esta resurrección corporal actual, el cuerpo por el alma se hace instrumento plenamente dócil a la voluntad del Padre  es el elemento constitutivo de la resurrección gloriosa: sumisión del cuerpo al espíritu y del espíritu a Dios. Por eso, no sin profunda razón atribuye S. Pablo a la obediencia de Cristo hecho carne la gloria de la resurrección. Y este aspecto es precisamente el que in actu primo y con derecho a gracias actuales para esta sumisión del alma a Dios en amor, y del cuerpo al alma en sacrificio, se nos comunica en la comunión, el sacramento de la resurrección corporal.

La Eucaristía comunica el «germen de inmortalidad» entendido según lo explican comúnmente los teólogos, no como comunicación de una cualidad sobrenatural que permanezca en el cuerpo aun después de la muerte en el sepulcro, sino como una comunicación de la gloria actual del alma que se extiende hasta el cuerpo por su información gloriosa, haciendo a éste dócil instrumento de la gracia, disminuyendo la concupiscencia, probablemente aun por acción directa sobre el cuerpo.

Prescindiendo ahora de explicaciones, es cierto que la doctrina del influjo de las disposiciones subjetivas en la recepción de los Sacramentos se debe aplicar de un modo particular, si ya no único, al sacramento de la Eucaristía; ya que los demás sacramentos comunican el estado de actu primo en el Cuerpo Místico, con el derecho a las gracias correspondientes a ese oficio; mientras que el de la Eucaristía pretende exclusivamente el aumento, la firmeza, la profundidad cada vez mayor de la unión corporal con Cristo Cabeza, con Cristo vivificante del Cuerpo Místico, con Cristo resucitado. Dicho de otra manera: el efecto de la Eucaristía es la vitalidad radical mayor, la extensión a todos los elementos espirituales y psicofísicos humanos de la vida resucitada de Cristo, informando las virtudes y hasta las pasiones y sentidos del hombre, dándoles    la disposición suficiente para su actuación sobrenatural y meritoria en plena sumisión al espíritu sobrenaturalizado y de éste a Cristo Cabeza y al Padre: Sicut misit me vivens Pater et ego vivo propter Patrem, et qui mannducat me et ipse vivet propter me; Venite ad me omnes qui laboratis et onerati estis et ego reficiam vos.

De este modo la Eucaristía aumenta constantemente nuestra participación en la resurrección de Cristo.

Participación  de la resurrección  de Cristo

Hemos insinuado ya varias veces que esa vida resucitada que hemos descubierto en su aspecto sacramental in actu primo, es una participación de la resurrección de Cristo. Vamos ahora a detenernos explícitamente un momento para subrayar este elemento de participación en la resurrección de Cristo.

Santo Tomás lo afirma netamente al afirmar que la resurrección de Cristo, a nuestro parecer no en el sentido de acto transeúnte sino en el de estado permanente, es causa eficiente y ejemplar de nuestra resurrección, tanto espiritual como corporal final. En esa resurrección espiritual de la comunicación de la gracia santificante, se incluye, como acabamos de ver, lo que podemos llamar resurrección corporal actual, o sobrenaturalización corporal actual.

Examinemos el texto clásico de S. Tomás: «Illud quod est primum in quolibet genere est causa omnium quae sunt post  ut dicitur. Primum autem in genere verae resurrectionis fuit resurrectio Christi… Unde oportet quod resurrectio Christi sit causa nostrae resurrectionis».

El argumento del Angélico concluye a la doble causalidad: eficiente y ejemplar, como aparece explícitamente por su respuesta en el mismo artículo a la tercera objeción. En este último pasaje leemos: Semper autem id quod est perfectissimum est exemplar eius quod est minus perfectum.

Se entrelazan los dos argumentos de eficiencia y ejemplaridad. Como nota Capmany el mismo argumento se halla implícito en el argumento de ejemplaridad de Orígenes, de inspiración platónica. Para comprender la fuerza del argumento de Sto. Tomás hay que tener presente el sentido de la ejemplaridad tal como él había entendido esta causalidad y su consiguiente implicación con la eficiencia. La ejemplaridad no hay que entenderla en el sentido vulgar de quien se pone un modelo ante los ojos para hacer una copia. La ejemplaridad que propugna Sto. Tomás de inspiración platónica y origeniana es una participación verdadera, (en el sentido suareziano de analogía de atribución intrínseca), que incluye dos elementos: semejanza y dependencia esencial de uno de ellos respecto del ejemplar en la razón misma de semejanza: elementos que señalan la doble dirección de causalidad en el aspecto de ejemplaridad y en el de eficiencia. Donde hay una jerarquía interna el que es superior causa siendo ejemplar él mismo en sí mismo. Precisamente por eso si hay capitalidad fontal tiene que haber ejemplaridad, puesto que supone una jerarquía interna dentro de la cual se ejerce la instrumentalidad capital: así Cristo respecto a todos los miembros de su Cuerpo Místico. Pero esto no sucede en la causalidad de instrumentos no jerárquicamente superiores al efecto, como por ej. en la causalidad de los sacramentos y de los instrumentos de la actividad humana, donde no hay subordinación jerárquica en un organismo de orden interno. Así tampoco los ángeles son ejemplares nuestros. Con estas consideraciones se entiende el argumento de Sto. Tomás para probar la eficiencia de la resurrección de Cristo, como primum  in genere resurrectionis. En último término es la misma mentalidad que ha inspirado el argumento para probar la existencia de Dios por los grados jerárquicos de perfección del universo.

La vida de fe de los apóstoles hasta la resurrección era una vida lánguida, tímida  después de la resurrección de Cristo la vida nueva de Cristo resucitado se les comunica y les resucita también a ellos. Es el Cuerpo Místico de Cristo. Todo el Cuerpo Místico está resucitado, cada uno según su grado. Jesucristo influye como espíritu vivificante con causalidad ejemplar y eficiente. Lo específico de la participación de la resurrección de Cristo está precisamente en participar del triunfo del espíritu: eso que ya se da desde ahora en el Cuerpo Místico.