¡Encuentro en el Evangelio tantos modos de buscar al Corazón de Jesús y tan distintos fines en los que lo buscan!
La primera clasificación que salta a la vista es la de los “buenos y malos buscadores de Jesús”.
Son buenos buscadores, los que buscan a Jesús para darle algo que le guste a Él u obtener de Él algo de provecho propio; esto es, lo buscan bien los que lo buscan para bien.
Son malos buscadores los que buscan a Jesús para hacerle daño y, si posible fuera, para perderlo; esto es, los que le buscan para mal.
De éstos, ¡cuántos descubre el Evangelio! ¡Con cuánta tristeza intercala en la vida de Jesús, desde su infancia, frases como ésta: “Buscaban los emisarios de Herodes la vida del niño”, buscándolo los fariseos o sus secuaces para cogerlo en su palabra, para prenderlo… Para perderlo… Para matarlo…”! ¡Qué misterio de intimidad y de incomprensión! ¡Cuánto buscar a Jesús, al siempre buenísimo Jesús, para quitarlo de en medio!
¡Con cuánta pena ha tenido que decir a sus malos buscadores: “me buscaréis y no me hallaréis”!
¡Cuánto haría sufrir y estarán haciendo sufrir al Corazón de Jesús esos malos buscadores aferrados con obstinado y diabólico empeño en buscar sus manos para traspasarlas con clavos, su boca para amargarla con hieles, su cabeza para coronarla burlescamente con espinas, su palabra para cogerlo en embustes, su cara para abofetearla, su Corazón para atravesarlo, su nombre para raerlo sobre la faz de la tierra! ¡Él, todo amor, odiado a muerte, a exterminio! ¡Y no una vez en su vida mortal, sino muchas, constantemente en su vida mortal y en la eucarística! ¡Qué misterio de dolor para Él y de dureza de corazón y ceguera de cabeza de los hombres!
Pero aun entre los mismos buenos buscadores, ¡qué pocos del todo buenos y rectos buscadores!, Es decir, ¡qué pocos buscadores de “sólo de su Corazón”!
Me explicaré.
Veo en el Evangelio a unos buscar la “mano” de Jesús, como los que le pedían que la posara sobre sus cabezas o sus ojos o sus dolencias para que los curara, veo a otros buscar el “prestigio” de Jesús como sus paisanos de Nazaret pidiéndole prodigios para no ser menos que los de Cafarnaum, veo a estos buscar el “poder” de Jesús para recrearse en espectáculos de grandes milagros, como los curiosos que se le acercaban diciéndole: “ queremos verte hacer un milagro” (Mateo 12, 38); veo aquellos buscar los “dineros” de Jesús para robárselos como Judas, pero ¡a que pocos veo buscando su Corazón! ¡ sólo su Corazón!
Los buenos buscadores
Los que buscas sólo su Corazón ¡qué poquitos son!
Los que buscan a Jesús más que por lo que da o promete, por lo bueno que es, por lo que se merece ser buscado, por lo que es Él, ¡por su Corazón! ¡en qué escaso número se encuentran en el Evangelio! Somos los hombres tan indigentes en nuestro ser y tan interesados en nuestro querer.
Pero, aunque en corto número, en el Evangelio se encuentran, para gloria de Dios y honor del género humano, buscadores constantes, invariables, enloquecidos, si vale decirlo así de su Corazón.
Los tres buscadores del Corazón de Jesús
Y con más propiedad diría tres tipos de buscadores con sus características muy marcadas que son: el grupo de las Marías, Juan Evangelista y la Madre de Jesús.
A este grupo no se le conoce en el Evangelio más que una ocupación para su vida y una sola dirección para sus pasos, sus miradas y sus anhelos; a saber: buscar el Corazón de Jesús, pero cada uno a su modo.
Las horas del Sacrificio
“Muchos son, dice el autor de la Imitación, los que siguen a Jesús hasta partir el pan, hasta la mesa; pocos los que llegan con Él hasta beber el cáliz de la Pasión” (Lib.IIc.11).
Es decir, muchos son los seguidores y enamorados de las dádivas y regalos de Jesús; pero pocos los de verdad enamorados de su Corazón, y menos aún en la hora del Sacrificio.
Poned un momento vuestros ojos en la cima del Calvario en la hora de la crucifixión de Jesús. ¿Qué da allí Jesús?
Allí no hay multiplicación de panes y peces, no hay curaciones milagrosas de ciegos y tullidos, no hay caricias para niños y consuelos para los que lloran…, allí no hay más que una vida que se extingue, unos ojos vidriosos que se cierran, unas heridas que manan sangre, una boca cárdena que se reseca, unos miembros que se contrae, un amor infinito que se deshace en un infinito dolor y, cuando la vida se extingue del todo, queda de cuerpo presente un pecho abierto y un Corazón traspasado por la lanza de un soldado.
¿Quién está con Jesús en esa hora?
Responde el Evangelio:
Estaban junto a la Cruz, María Madre de Jesús, Juan el discípulo a quien Jesús amaba y las Marías (Jn. 19, 25).
¡Estas son las almas que buscan a Jesús crucificado! “Sé, dirá poco después un ángel a una de ellas, que buscáis a Jesús crucificado” (Mc. 16,6)
Esas son las buenas, las óptimas buscadoras de Jesús; las que sólo buscan su Corazón, para, con Él y como Él, amar padeciendo o gozando, trabajando o descansando, muriendo o resucitando…
Del libro “Así ama Él” de San Manuel González, Obispo