Por el Reverendo Padre Gevais Dumeige, S.J
Los comentadores del Cantar de los Cantares, numerosos en la Edad Media, no podían dejar de ver en la transfixión del costado de Jesús, la herida de amor evocada en el cap. 4º del poema. La ven como una herida sentida por Cristo, pero también como sentida por el alma cristiana que es así excitada a responder al amor de Jesús. “ la caridad de Cristo o no ha ahorrado las entrañas de su misericordia y no ha retrocedido ante la apertura de su costado”.
(Pedro de Celles, futuro Obispo de Chartres). A veces Cristo se dirige a la Iglesia:” has herido por primera vez ni costado cuando fui flagelado para que así llegarás a ser mi Hermana, heredera junto conmigo del Reino de los cielos; has herido por segunda vez mi corazón, cuando suspendido de la cruz por amor a ti, fui herido para que tu llegadas a ser mi esposa y participadas de mi gloria”, dice Honorios Augustodonensis, quien añade más concretamente: “ Es verdad el decir que la alma hiere el Corazón de Cristo cuando se compadece con Él de los sufrimientos expiatorios que Él soportó; ella lo hiere cuando, por un efecto de la gracia, corresponde a sus deseos”.
En la piedad de la Edad Media, es menos el pecado el que hiere al Corazón—aunque algunos autores no olvidan este punto de vista—que el amor mismo. “Esposa, no ahorres esos dardos que lanzas al esposo. Obra vigorosamente … No te contentes de herir sólo una vez a este bien amado, añade herida sobre herida … Feliz eres sí tus flechas se clavan en él, si tus amores se dan a fondo con ardor, si tu mirada está infatigablemente fijada en Él”: tales como entre otras, la invitación de Gilberto de Hoiland, continuador de San Bernardo.
Pero también el alma es alcanzada y tocada. “Señor, que tu palabra vivificante, más penetrante que la lanza y más aguda, hiera mi corazón, entonces el amor por ti y por mis hermanos brotara de él como de una fuente”. Se trata de responder al amor con el amor.
”Oh alma, tu que amas a Dios y que eres el objeto de su amor de reciprocidad, si quieres ser atravesado por la flecha del amor, a dedo en tal manera que la punta no sea ni demasiado corta ni demasiado débil, porque la herida hecha por la lanza en el costado de Cristo es como una puerta que permanece abierta en el cielo; por ella intercede Jesucristo por nosotros ante el Padre … Date enteramente a Él para que, dilatado frecuentemente por todas las potencias de tu alma, Londres ardientemente y posea es completamente a aquél que tú contempladas con sus miembros extendidos sobre la cruz ”, añade una vez más Pedro de Celles.
Santa Lutgarda d’Aywières experimentar a físicamente en la herida del corazón según el decir de su biógrafo Tomás de Cantimpré. Y Santa Gertrudis, regresando de la comunión y contemplando el crucifijo pintado en su libro “parece ver un rayo luminoso que se escapa como una flecha de la herida sangrante del costado derecho de la imagen … El rayo brotaba de la llaga divina, luego se contraía sobre sí mismo para lanzarse de nuevo sobre mí. Se detuvo una vez más, atrayendo hacia él todos mis deseos en una indecible dulzura”.
Esta visión simbólica traducida en un lenguaje poético, basta para mostrarnos cuanto era vivo el deseo de responder al amor del Corazón de Jesús.
La herida recíproca del amor, ¿qué otra cosa significa sino que el cristiano quisiera dar un poco de amor a aquel que tanto lo ha amado? No poder amar es un sufrimiento. ¡El corazón del hombre es tan miserable! Ya San Bernardo se lamentaba de ello: “Cuando el Señor aparezca en su última venida, reformará nuestro cuerpo miserable; lo tras figurará haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, si es que hemos tenido cuidado de reformar nuestro corazón y de hacerlo conforme a la imagen de su Corazón”. A este deseo de conversión hacer con la oración de otro abad cisterciense, Aelrep de Rieveaux:” Pueda tu voz, oh Jesús, hacerse oír de mis oídos, para que mi corazón aprenda a amarte, para que mi espíritu se una a ti y que todas las afecciones de mi alma estén penetradas del fruto de tu amor”.
La invitación del Liber de doctrina cordis, obra de origen español del siglo XII, nos conduce al intercambio de corazones que se encuentra en muchas vidas de Santas. “ Da tu corazón a aquél que, ofreciendo te su Corazón, quiere realizar un intercambio maravilloso contigo … Dalo a aquél que ha sido el primero en darte su Corazón … Reciprocidad feliz del amor que pone a tu disposición ambas cosas: tu continuas poseyendo tu propio corazón y al mismo tiempo entras en posesión del Corazón de Cristo”.
Lutgarda, monja “ruda y sin letras” ha dicho al Señor que ella quería su Corazón. Su propio amor le parece que está siempre amenazado e incierto.” Entonces tuvo lugar el intercambio de corazones” y el comentador añade como buen teólogo: “o más bien la unión del espíritu in creado y del espíritu creado, por la excelencia de su gracia”.
Es esto lo que dice el Apóstol cuando afirma que “aquél que está unido al Señor no forma sino un solo espíritu con Él”. La gran Gertrudis d’Hefta, agradece al Señor que ha añadido a su inestimable y familiar ternura el dar el tesoro de su divinidad “quiero decir tu corazón, para hacer las delicias de mi alma. Tú me lo vas a veces, como puro Don, a veces Tomás el mío en cambio para hacer ver que yo era toda tuya y que tú eras todo mío”.
Matilde de Magdeburgo, Beatriz de Nazaret y Catalina de Siena vivieron este intercambio pidan de esta experiencia una expresión muy significativa. A Catalina de Siena le acontece aún el no tener ya corazón, no sentir más su corazón y Jesús le dice: “en este momento, es mi Corazón el que te doy para que vivas siempre con El”.
Estas expresiones pueden parecer muy líricas y muy metafóricas. Hay que convenir en que pertenecen al vocabulario del amor. ¿Y qué otra cosa dice el Señor por boca de Ezequiel profeta cuando promete dar a su pueblo renovado “un corazón nuevo” cuando cambie y sustituya su corazón de piedra por un corazón de carne?(Ez.11,19).
Pero se puede frecuentar el Corazón de Cristo sin necesidad de entrar en estos sentimientos, sin compartir sus pensamientos. Hay una cosa curiosa y es que la piedad medieval, tan devota de la pasión del Señor, tan atenta a las cinco llagas, insiste mucho menos de lo que insistirá Santa Margarita María sobre el amor que Jesús siente hacia los pecadores. Santo Tomás de Aquino había ya había dicho: “Cristo ha venido a socorrer aquellos cuya fe es fría, a aquellos que están muertos a causa de sus pecados, por la sangre de su Corazón.”
Matilde preguntaba a Jesús: “¿Por qué, Señor, has querido sufrir esos tormentos atroces, cuando en tu oración tan pura en Getsemaní las gotas preciosas de tu sangre cayendo en la tierra bastaban para rescatar al mundo entero?” Jesús responde: “No bastaba eso a mi Padre. La pobreza, el trabajo, la Pasión, el desprecio, golpeaban a la puerta del cielo, hasta que la sangre de mi Corazón esparcida por la lanzada no bañase toda la tierra. Entonces la puerta del Reino se abrió y la entrada se ha abierto grande para que todos los peregrinos que allí desean entrar”.
Esa sangre ha sido derramada por los pecadores. Eso es lo que fue revelado a Margarita de Cortona a quien Jesús muestra una nueva herida sobre la parte anterior de su pecho que acaban de infligirle aquellos que él había rescatado con la herida de su costado. Ángela de Foligno oye que se le dice: “Por los pecados de tu corazón que tú has cometido, la cólera, la envidia, la tristeza, el amor torcido, las malas concupiscencias y los malos deseos, mi Corazón y mi Costado han sido atravesados por la lanzada aguda; sea ha vuelto así remedio excelente para curar adecuadamente todas las pasiones del corazón y los pecados, es el agua que refresca los amores torcidos y los malos deseos, la sangre que las colegas, las tristezas y los rencores”.
Es conocida la importancia de la sangre en el Diálogo y las cartas de Catalina de Siena. Se puede afirmar que ella sigue “Las huellas de su sangre y sube hasta su fuente”, hasta el secreto de Jesús: “Por lo que era limitado y finito, no podía yo mostrar todo el amor que tenía, ya que mi amor era infinito. Por consiguiente, he querido que pudierais ver el secreto del corazón mostrándolo abierto. Así veréis que yo amaba más de lo que podía demostrar os por medio de un sufrimiento que era limitado y finito”.
San Buenaventura, autor de la Vita Mystica, dice por su parte, al contemplar la herida: “¿Por qué herido aún? Para que la herida invisible del amor nos fuese revelado por la herida visible … A la herida impresa en la carne nos indica la que ha dejado allí el amor … Amemos, pues, con todas nuestras fuerzas, queramos, habrá hacemos a nuestro herido, cuyos pies han atravesado los impíos, al igual que lo han hecho con las manos y el corazón”.
El corazón de carne, el corazón metafórico, la respuesta del amor, son otros tantos elementos que se volverán a encontrar más tarde cuando la devoción al Sagrado Corazón haya llegado a su apogeo.
Acaece también que ciertas almas se detienen en el sufrimiento de Cristo en su Agonía. “Y las angustias de tu Corazón, oh Jesús, se traicionaban de manera ciertísima por medio de ese sudor de sangre que, en el momento de tu oración, comenzó a correr gota a gota de tu santísima carne hasta la tierra. Oh Señor y Maestro, ¿de dónde esa violenta tristeza en tu alma, ese sudor de ansiedad, esa ansiosa súplica?”, así se puede leer en un sermón sobre la pasión del abad benedictino Egberto de Schönau. Mas tarde en el siglo XVI se encuentra en un libro de devoción en alemán antiguo una oración que pide a Cristo o que consuele al fiel: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, por medio de la angustia que invadió tu Corazón sagrado mientras entregabas tus miembros a los tormentos de la Pasión y por el amor y la fidelidad que has demostrado a los hombres, te suplico que consueles mi corazón en sus penas, así como el día de tu resurrección consolaste a los apóstoles entristecidos”.
Estas contemplaciones, estas oraciones que parecen tan personales, se comunican a otros. Hemos dicho ya que los manuscritos circulan. Con la imprenta, dichas oraciones se volverán populares y contribuirán a la difusión de la devoción.
Santa Gertrudis había huido que se le decía que estaba reservado a esos últimos tiempos(su época) el hacer conocerlo misterios del corazón “para que el mundo, como paralizado por la edad, re adquiriese algún vigor al oír estos misterios” Margarita de Cortona había huido que se le recomendaba: “Di a mis Hermanos los frailes menores, que sus almas se apresuran a entraré en mí por medio del amor, así podrían tras yo en ellos por medio de la gracia. En todos mis sufrimientos, que consideren el ardiente amor de mi corazón”.
Y eso era como el principio de una misión. Pero estos descubrimientos del Corazón de Cristo vividos en el claustro, se ven ahora extendidos a los laicos y al pueblo de Dios. De los manuscritos a los libros de las Horas, pasando por los libros de devoción y las colecciones de oraciones, que se multiplicaron sobre todo en las regiones germánicas del siglo XIII al siglo XV, una literatura abundante propaga el ardor espiritual que anima a los cristianos.
Libros que poco a poco incluirán ilustraciones e imágenes del Corazón, no abren nuevas perspectivas. Las contemplaciones que en ellos se hayan y las oraciones que presentan, las invocaciones que sugieren están centradas sobre los sufrimientos de Jesús, sobre su Corazón traspasado, sobre sus Heridas, sobre la agonía y la angustia de Getsemaní. Vulgarizan lo que otros han vivido y conducen a su surco aquellos que los leen: hacia Jesús cuyo Corazón glorifican, hacia el Corazón mismo que a veces es personificado.
Quieren ayudar al cristiano a orar al corazón de Jesús, según las diversas formas. Hay oraciones de la mañana y de la tarde. A invocaciones más breves, saludos: “Te saludo, Dios amadísimo, Jesús, mi querido amor. Yo te saludo venerable Corazón, verdadero refugio de nuestro amor, apoyo firme de los que sufren, tranquilidad y paz de quienes están fatigados, mesa para los humildes, oh dulce Jesús, dulcísimo Hijo de Dios. Lava nuestras impurezas en la fuente de tu amor. Te saludo, templo de Dios en tu misericordia, derrama tus dones sobre los que sacan de tu un tesoro. Os dulcísimo Corazón de Jesucristo, te suplico, cubre me con tu gracia, liberarme de mis pecados para que yo arda en el fuego de tu amor y te dé gracias eternamente”.
Los libros recomiendan y proponer ejercicios más prolongados: la Hora Santa, la víspera de cada viernes, el rosario en el cual se invoca al Sagrado Corazón, el retiro mensual, los doce viernes del Corazón. Se reconoce una meditación en la que las peticiones del Padre nuestro son comentadas por medio de la mediación y la oración al Corazón de Cristo: “ Venga tu reino—Padre, por el Corazón de Jesús en pena, que el espíritu Santo encienda el fuego del amor en el corazón de los fieles; hágase tu voluntad—, por el Corazón dulcísimo, queremos hacer y dejar que se haga todo según la Santa Voluntad de Dios alabándolo y celebrándolo; no nos dejes caer en tentación—oh Señor, por los inmensos sufrimientos que ha padecido tu Santísimo Corazón, protégenos y concede nos la gracia de satisfacer por nuestros pecados”.
A veces es la ofrenda a Jesús: “Señor Jesucristo, en unión con las alabanzas que le vas a Dios desde toda la eternidad, deseo dirigirte ahora estas alabanzas y peticiones, orando al mismo tiempo para que tu infinita misericordia me conceda un corazón contrito y piadoso, un corazón humilde y puro, lleno de celo y de fidelidad, un corazón según tu Corazón, un corazón que tú santifica a las en tu Corazón, que unirá al tuyo que recibirás en el tuyo …”.
María, asociada ya en los textos de la Edad Media a la pasión de su hijo, también es invocada: “Piensa, María, en toda la pena, en todos los sufrimientos que tu hijo ha querido soportar por nosotros en su humanidad. Ha causado mucho más pena a tu corazón que si los hubiese soportado tu misma en tu propio cuerpo. Piensa en su indecible sufrimiento cuando oíste los martillazos y el grito de su quejido sobre la cruz, siete veces repetido, cuando tú veías su Corazón abierto y su cabeza torturada de inclinada hacia ti”.
Todas las situaciones interiores del cristiano son ocasión de recurrir al Corazón de Jesús: la turbación, la desolación, la angustia, la tentación, las pruebas, el deseo de misericordia, el valor para vivir. Un sacerdote y de ser siempre digno de su sacerdocio.
Descubrimiento del Corazón de Jesús a los Padres, descubrimiento en los místicos y las monjas de la Edad Media, descubrimiento o extensivo y prolongado en el pueblo cristiano. El mismo pueblo de Dios quien también, en la intimidad de su oración, llamar, invoca y bendice al Corazón de Jesús. Por lo demás, todo no está aún dicho. Queda todavía camino por recorrer, el cual conducirá a nuevos descubrimientos del misterio del Corazón, después de periodos de languidez y enfriamiento, después de épocas de fervor y de renacimiento, después de diversos tiempos de aprobación oficial y de propagación universal. Yo diría, para concluir, que es también tarea nuestra la de descubrir en nuestro tiempo, profundizando, de redescubrir enriqueciéndolo, el Corazón de Jesús.