Luis Fernando de Prada
Veíamos en el artículo anterior la riqueza de la espiritualidad del Corazón de Jesús, cuyo contenido esencial hace referencia al amor misericordioso y redentor de la Trinidad, revelado en la humanidad de Cristo, que ama al hombre con corazón humano y le invita a corresponder con su propio amor a Dios y a los hombres.
Lógicamente, verdades tan centrales en el Cristianismo están muy presentes en toda la Escritura. Intentaremos sintetizar brevemente los trabajos de quienes han estudiado ese fundamento bíblico.
Dios Amor
Toda la Biblia, observa S. Agustín, no hace otra cosa que «narrar el amor de Dios».
«Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí: a los Baales sacrificaban, y a los ídolos ofrecían incienso. Yo enseñé a Efraím a caminar, tomándole por los brazos, pero ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer. […] Mi pueblo tiene querencia a su infidelidad; cuando a lo alto se les llama, ni uno hay que se levante.
)Cómo voy a dejarte, Efraím, cómo entregarte, Israel? )Voy a dejarte como a Admá, y hacerte semejante a Seboyim? Mi corazón está en mí trastornado, y a la vez se estremecen mis entrañas. No daré curso al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraím, porque soy Dios, no hombre…» (Os 11,1‑9) |
En el AT Yahweh se define así: «Dios misericordioso y compasivo, lento a la ira, de mucha fidelidad y lealtad, que guarda fidelidad hasta la milésima generación, que perdona…» (Ex 32,6s). Dios se revela como pastor, padre, esposo fiel de una esposa infiel…; ama más que una madre (Is 49,15), es misericordioso con los pecadores… Son constantes las expresiones del amor apasionado del Dios de la Alianza a su pueblo.
En el NT llegamos a la definición: «Dios es amor» (1Jn 4,8). Manifestación asombrosa de ese amor es la Encarnación redentora del «Hijo de su amor» (Col 1,13): «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1Jn 4,10), haciéndonos hijos suyos, y dándonos en Cristo todos los bienes (Rm 8,32).
Por otra parte, ese amor de Dios es presentado frecuentemente como un amor no correspondido y ofendido por los hombres: «Hijos he criado y educado, pero se han rebelado contra mí» (Is 1,1); hasta el punto de preguntar el Señor: «Pueblo mío, )qué te he hecho o en qué te he ofendido? Respóndeme» (Miq 6,3).
Jesucristo, Hombre-Dios que nos ama
Jesús es la encarnación del amor de Dios. Un antiguo escrito cristiano -el Evangelium veritatis-, parafraseando a Jn 1,14, dice que «el amor [del Padre] se ha hecho carne en él».
Toda la vida de Jesús revela su amor. La tradición cristiana no ha cesado de contemplar la ternura y misericordia que manifiesta la humanidad de Jesucristo en tantas escenas evangélicas, su amor especial por los pecadores, pobres, enfermos, niños… Son frecuentes las alusiones evangélicas a los sentimientos del corazón humano de Cristo: «conmovido, extendiendo su mano, lo tocó» (Mc 1,41); «fijando en él la mirada, le amó» (Mc 10,21); «vio mucha gente y se conmovió por ellos» (Mc 6,34); «al ver la ciudad, lloró por ella» (Lc 19,41); «Jesús, cuando la vio llorar … lanzó un suspiro profundo, se alteró… lloró…» (Jn 11,33-35). Cristo amó al Padre y a los hombres «hasta el extremo» (Jn 13,1), pues «no hay mayor amor que dar la vida por los amigos» (Jn 15,13), y lo hizo de manera personalizada: «Me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gal 2,20).
La autodonación de Jesús continúa: Él, que no nos llama siervos, sino amigos (Jn 15,15), quiere vivir en nuestra alma: «Si alguno me ama … mi Padre lo amará, e iremos a él, y haremos morada en él». Más aún, se nos da como alimento en la Eucaristía, nos da la vida eterna y nos asegura la resurrección corporal (Jn 6,54).
Ante tanto amor, el cristiano, lleno de estupor, exclama con Juan: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues (lo somos!» (1Jn 3,1); desea -como el propio discípulo amado- reclinar la cabeza en el pecho de Jesús (Jn 13,25; 21,20), contemplar y tocar -con Tomás- la herida del costado del Resucitado (Jn 20,20.25.27)-, y se siente llamado a amar a todos desde su corazón, como Pablo: «Dios me es testigo de cómo os añoro a todos en las entrañas de Cristo Jesús» (Flp 1,8).
Con la alegría de sabernos amados inexplicablemente, podremos cantar siempre con el mismo Apóstol: «)Quién nos separará del amor de Cristo?» (Rm 8,35).
El corazón en la Sgda. Escritura
Si la *fe en el amor es «el alma» del culto al Corazón de Jesús, «el cuerpo» de esta devoción es el elemento sensible del corazón, como símbolo principalmente de aquel amor+ (P. Jesús Solano). Por ello, después de recordar cómo la Biblia nos habla del amor de Dios y de Jesús, tenemos que ver la expresión de ese amor en el Corazón de Jesús, comenzando por precisar el significado antropológico del corazón.
Por influjo de la filosofía platónica, que localizó la vida cognitiva en la cabeza y la afectiva en el corazón, la amplia gama de sentidos de esta palabra se fue reduciendo al asiento de la vida afectiva. Posteriormente, como consecuencia de la literatura romántica de los últimos siglos, esa vida afectiva se limitó a los sentimientos más superficiales, con lo que, para muchos, corazón es sinónimo de sentimentalismo, y la devoción al Corazón de Jesús, una devoción meliflua y sentimental.
Sin embargo, corazón, el término antropológico más frecuente en la Escritura, tiene en ésta una riqueza mucho mayor. La Biblia le atribuye toda la vida del hombre en sus múltiples manifestaciones: físicas, afectivas, volitivas, cognoscitivas, morales y religiosas. Viene a ser equivalente a persona, el núcleo último e irreductible de nuestro ser, resaltando su interioridad. Por ello, Juan Pablo II pudo escribir que *el misterio interior del hombre, en el lenguaje bíblico, y no bíblico también, se expresa con la palabra «corazón»+ (Juan Pablo II, Redemptor hominis, 8).
*El corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito (según la expresión semítica o bíblica: donde yo «me adentro»). Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza+ (Catecismo de la Igl. Cat., 2563). |
En el AT el gran mandamiento será «amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma…» (Dt 6,5); Dios se queja de que «este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí» (Is 29,13); asegura a los israelitas que les quitará «el corazón de piedra» y les dará «un corazón de carne» (Ez 36,26).
En el NT Jesús pide la conversión del corazón. Y es que *la raíz del pecado está en el corazón del hombre, en su libre voluntad, según la enseñanza del Señor: «De dentro del corazón salen las intenciones malas…» (Mt 15,19‑20)+ (Cat. 1853). Por lo mismo, *la perfección moral consiste en que el hombre no sea movido al bien sólo por su voluntad, sino también por su apetito sensible según estas palabras del salmo: «Mi corazón y mi carne gritan de alegría hacia el Dios vivo» (Sal 84,3) (Cat. 1770).
Análogamente, aunque ora todo el hombre, *para designar el lugar de donde brota la oración, las Escrituras hablan a veces del alma o del espíritu, y con más frecuencia del corazón (más de mil veces). Es el corazón el que ora+ (Cat. 2562). Así lo hacía María, que «meditaba en su corazón» (Lc 2,19).
Por otra parte, más de 25 veces habla el AT del corazón de Dios, expresando con este antropomorfismo una gama de realidades que se dan en Él: Dios pone su corazón en el hombre (Jb 7,17); los proyectos del corazón del Señor subsisten de edad en edad (Sal 33,11); promete pastores según su corazón (Jer 3,15); su corazón se conmueve ante su pueblo: «Mi corazón ha dado un vuelco en mí…» (Os 11,8)…
Especial resonancia han tenido en la tradición cristiana algunas frases del Cantar de los Cantares que la exégesis aplicó al amor entre Cristo y su Iglesia: «Me has robado el corazón, hermana mía, esposa» (4,9), que dice el esposo, o la petición de la esposa: «Ponme como sello sobre tu corazón…, pues fuerte como la muerte es el amor» (8,6). Otros textos del AT nos hablan del corazón del Mesías. Así, p.ej.: Porque Yavé está a mi diestra, «se alegra mi corazón» (Sal 16,8-9); «mi corazón como cera se derrite en mis entrañas» (Sal 22,15); «el oprobio me destroza el corazón y desfallezco, esperé compasión, y no la hubo, consoladores, y no los hallé» (Sal 69,21).
El Corazón de Jesús en los Evangelios
Para concluir esta breve fundamentación bíblica de la devoción al Corazón de Jesús, veamos los tres textos evangélicos que han resultado más sugerentes en la historia de la misma.
Invitación de Jesús a descansar en Él (Mt 11,25-30)
*En el AT se prometía el don de un «corazón nuevo», con lo que se aseguraba la unión entre Dios y su pueblo; la promesa se ha cumplido en Jesucristo, Corazón verdaderamente nuevo (Mt 11,28-30) y creador de corazones nuevos+. (Nota de la Biblia Cantera-Iglesias a Mc 7,21). |
El llamado himno de exultación concluye con una invitación de Jesús a los «fatigados y sobrecargados»: «Venid a mí», a los que hace una promesa: «y yo os aliviaré». Se trata de ir a un Jesús que es «manso y humilde de corazón», de aprender de Él y cargar con su yugo; para quien sabe descansar en su Corazón, «mi yugo es suave y mi carga, ligera».
En efecto, la ley del Señor se hace suave por el amor a Cristo, que forma en nosotros un corazón semejante al suyo al descansar en Él.
Fuente de agua viva (Jn 7,37-39)
Una segunda invitación del Señor a acercarse a su Corazón está implícita en unas palabras pronunciadas en la fiesta de los tabernáculos, cuando Jesús gritó: «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que cree en mí. Como dice la Escritura: De su koilía brotarán torrentes de agua viva».
Esta invitación a beber el agua viva es una llamada a acercarse a la koilía de Jesús: literalmente su vientre, palabra cuyo sustrato hebreo equivale a corazón. Ambos lexemas significan el interior de la persona, sin olvidar que *no sólo se nos invita a acercarnos al Corazón en cuanto interior de Jesús, sino al mismo Corazón físico de Jesús, pues Juan procura dar a sus términos un sentido físico «antidoceta»+ (A. Díez Macho).
La promesa del agua viva que traerá el Mesías es un tema frecuente en el AT (Is 12,3; Ez 47,1-12; Zac 13,1). El mismo Juan nos explica su sentido: «Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que recibirían los que habían de creer en Él» (Jn 7,39). Su cumplimiento se dará en la escena de que nos habla el siguiente texto.
Mirada al Traspasado (Jn 19,31-37)
En el Calvario, después de la muerte de Jesús, un soldado *le traspasó el costado con su lanza, y en seguida salió sangre y agua+. La insistencia posterior de Juan sobre el hecho nos sugiere su trascendencia: *Glorificado Jesús por su muerte, el río de agua viva ha comenzado a brotar de su costado, de su Corazón; los torrentes de gracia ya no se secarán jamás; el Espíritu se dará incesantemente a los que creen en Jesús, vienen a Jesús y beben de su Corazón+ (P. Cándido Pozo).
Cuando experimentamos nuestras almas áridas en el desierto de la vida, debemos acudir a recibir el agua que brota del Corazón de Jesús. Así, el desierto se convertirá en vergel (cf. Ez 47,7ss). Por otra parte, el Catecismo nos dirá que *la oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de El+ (Cat. 2560).
Hay más. Los Sinópticos relatan que, al morir Jesús, se rasgó el velo del Sancta Sanctorum (Mc 15,38); en su lugar, Juan da testimonio de cómo se ha rasgado el pecho de Cristo. Relacionando ambos hechos, y teniendo en cuenta la carta a los Hebreos (6,19; 10,19-20), algunos autores señalan cómo a través del costado abierto de Cristo podemos penetrar en la intimidad divina, oculta en el AT tras el velo del santuario; en esa intimidad descubrimos el Amor redentor de Dios, simbolizado en el Corazón traspasado de Cristo.
El relato de la lanzada se cierra recordándonos otra profecía bíblica: «Mirarán al que traspasaron». Juan alude a Zac 12,10, un texto mesiánico que dice: «Y derramaré … espíritu de gracia y de plegaria, y mirarán hacia mí, a quien traspasaron, y llorarán por él como suele hacerse por el primogénito, y se hará duelo amargo por él…» Juan nos está invitando a contemplar al Mesías con llanto amargo porque lo hemos traspasado. Por tanto, nuestra mirada al Corazón de Jesús debe hacerse con espíritu de reparación por nuestros pecados y los del mundo entero (cf. también Ap 1,7).
La Escritura *es una en razón de la unidad del designio de Dios, del que Cristo Jesús es el centro y el corazón, abierto desde su Pascua (cf. Lc 24,25‑27.44-46). El corazón (cf. Sal 22,15) de Cristo designa la sagrada Escritura, que hace conocer el Corazón de Jesús. Este corazón estaba cerrado antes de la Pasión porque la Escritura era oscura. Pero la Escritura fue abierta después de la Pasión…+ (Cat. 112). |
Todavía más: Como podemos ver en el texto adjunto, el Catecismo nos habla del Corazón de Jesús como clave para entender la Escritura; ésta sólo se comprende desde el Corazón abierto de Cristo en la Pascua.
Corazón de Jesús: lugar de descanso, fuente del Espíritu, intimidad abierta, llamada a la reparación, clave de la Escritura… Después de lo que hemos recordado en estos últimos artículos, se comprende mejor que quien fue un gran biblista, el P. Alejandro Díez Macho, pudiera escribir que *las Escrituras, sin recurso a revelaciones privadas, fundamentan la devoción al Corazón de Jesús y la hacen necesaria+.
Permítaseme terminar hoy con una última reflexión: Muchos que hablan frecuentemente y con gusto del corazón humano, de sus afectos, deseos y anhelos, y a los que en cambio no les gusta hablar del Corazón de Jesús, )se toman en serio la humanidad del Redentor?, o, )será quizás Jesús el único hombre privado de corazón?