Primera parte de la conferencia impartida por el Cardenal Joseph Ratzinger y que lleva por título «El misterio Pascual, raíz y objeto más hondo de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús», en el congreso internacional del Corazón de Jesús celebrado en Tolouse en 1981.
I.La crisis de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús en la época de la reforma litúrgica
La encíclica Haurietis Aquas se escribió en un momento en que la devoción al Corazón de Jesús se mantenía todavía viva en las formas de piedad del siglo XIX, aunque se vislumbraba ya con claridad una crisis de dichas formas. La espiritualidad del movimiento litúrgico iba dominando más y más el clima de la devoción al Corazón de Jesús de la Iglesia en Europa central .
Esta espiritualidad se nutría del tipo clásico de la liturgia romana, pero implicaba un alejamiento resultó de la devoción decimonónica, impregnada del sentimentalismo, y de su simbolismo. Tomaba su pauta de la parsimonia de las oraciones romanas, en las que el sentimiento se controlaba, y se impone la expresión de la más estricta austeridad y disciplina, eliminando todo subjetivismo.
A esta espiritualidad respondía un tipo de teología, orientada por entero a la sagrada escritura y a la patrística y deseosa de entenderse estrictamente a los principios básicos y objetivos del cristianismo, de suerte que los centros gravitatorios de mas carga emocional aportados por la Edad Moderna tenían que retroceder o ser reabsorbidos en formas más objetivas.
Ello suponía, ante todo, un cuestionamiento tanto de la devoción mariana como de otras devociones cristológicas de impronta moderna, por ejemplo, el Vía Crucis o la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que habrían de retroceder o buscar nuevos cauces .
Desde la penetración del movimiento bíblico y litúrgico se desplegaron notables esfuerzos para fundamentar bíblica y patrística y la devoción mariana, profundizando las , poniéndolas en consonancia con los orígenes cristianos y salvando así el legado de la iglesia de la edad moderna. En el ámbito germano merecer mente especial mención al respecto Hugo Rahner, que puso de relieve las relaciones María –Iglesia en la teología patrística y fue de los primeros que abrieron camino a la Mariología del Concilio Vaticano II.
Hugo buscó nuevo fundamentos a la devoción al corazón de Jesús, conectando la con la exégesis que los Padres hacían de Jn 7,37-39 y Jn19,34. son dos las perícopas que hablan del costado abierto de Jesús, de la sangre y del agua que de él brotaron. Ambos textos expresan evidentemente el misterio pascual: del Corazón traspasado del Señor Brota la fuente de vida, que son los sacramentos; el grano de trigo que muere dar la espiga y su fruto es la Iglesia viva a través de los siglos.
Estos dos textos son también una expresión de las relaciones entre la cristología y la pneumatología. El Agua de la Vida que brota del costado del Señor Es el Espíritu Santo; el Espíritu Santo es fuente de vida que transforma el desierto un floreciente oasis. En Consecuentemente, saltan también a la vista las relaciones entre la cristología, la pneumatología y la cristología, porque Cristo se comunica en el Espíritu Santo, y el Espíritu Santo es quien hace del polvo un cuerpo viviente, es decir, y funde en un organismo el amor de Jesucristo a los hombres dispersos y separados. Al Espíritu Santo se debe que la sentencia Adán: “los dos formarán una sola carne”, adquiera un nuevo significado en el segundo Adán: ”en el que se une al Señor es un solo espíritu con El” (un 1cor 6,17).
El movimiento litúrgico encontró el centro de la devoción cristiana en el misterio pascual, y Hugo Rahner trató de probar con Sus estudios que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús no es tampoco otra cosa que fijación en el misterio de pascual, lógicamente, se refiere por entero al núcleo de la fe cristiana.
En la encíclica Haurietis aquas comienza con la sentencia profética de Is 12,3, cuyo cumplimiento pregona el Señor en Jn7,37-39,aplicando la da su misterio pascual. Y así, desde las palabras iniciales, asume los empeños de hombres como Hugo Rahner, interesándose por superar el dualismo peligroso a que se había llegado entre la devoción litúrgica y la piedad del siglo XIX: ambas deben fecundar se recíprocamente, relacionarse fructuosamente y no desgajarse cada una por su lado.
La encíclica tenía manifiesta conciencia de que las reflexiones de Hugo Rahner no bastaban por seguir para una nueva fundamentación para la pervivencia de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Porque Hugo Rahner había expuesto con una claridad convincente que la devoción al Corazón de Jesús hace referencia a una realidad bíblica central y constituyente la devoción pascual.
En la gran figura del costado abierto de Jesús, del que fluyen sangre y agua, la presento un cum, por así decirlo, como la nueva imagen de la devoción, como el icono bíblico de la devoción de la cristiandad al Corazón de Jesús, invitando a las almas a contemplarlo y a poner en práctica las palabras del profeta Zacarías (12,20), Citadas por Juan mismo en este contexto : “Volverán sus ojos hacia aquel que ha sido traspasado” (cf, jn 19,37; Apoc 1.7Y ; cf.También Jn 3,14)
Pero quedan dos objeciones, de las que Rahner no se ocupó :
1ª En los dos textos de Jn 1y Jn 9, de Rahner escogió para fundamentar bíblicamente la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, no parece el término “corazón”. Para quienes presuponen la devoción al Corazón de Jesús como realidad de la iglesia, puede servir las dos perícopas para fundamentarla y profundizarla, porque exponen de hecho el misterio del corazón. Pero no bastan por sí para explicar por qué ocupa el Corazón del Señor el centro de la imagen pascual.
2ª Pero cabe todavía otra cuestión más radical. Si la devoción al Corazón de Jesús es un modo de la devoción pascual, ¿Qué le queda de específico ?¿No será esa devota contemplación sentimental, esa “ presencialización” por el sentimiento del misterio pascual, una forma secundaria de piedad cristiana, una mística secundaria frente a la mística primaria del misterio, que es la liturgia ?¿No se basará toda ella simplemente en la ignorancia y desconocimiento de la mística primaria, en que ésta no se comprendía dado el anquilosamiento de la antigua liturgia ?¿Nos resulta caduca en la medida que ésta se renueve reaviva ?
II.Elementos para una nueva fundamentación de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús a base de la encíclica “Haurietis aquas”
Las cuestiones mencionadas han inducido tras el Concilio a pensar que resulta caduco cuanto se dijo antes de la reforma litúrgica. Es una opinión que de hecho ha contribuido ampliamente a menguar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Se trata, sin duda, De una mala interpretación del Vaticano II, porque la encíclica Haurietis aquas había respondido a todas esas cuestiones, y su respuesta no se eliminaba un, sino se presuponía en la reforma litúrgica del Concilio.
Y en Por eso, no sólo la incidencia en externa Del XXV aniversario de la aparición de la encíclica nos invita a una nueva reflexión sobre su doctrina. Nos invita a ella y la requiere imperiosamente la situación de la piedad de la Iglesia actual. En esta conferencia mía me gustaría destacar sencillamente las respuestas esenciales de la encíclica a las cuestiones propuestas en ella y esclarecer y prolongar sus líneas a la luz de la labor teológica posterior.
1-En su fundamentación en una teología de la Encarnación
La encíclica desarrolla a una antropología y una teología de la corporeidad, El donde ve los fundamentos filosóficos Y psicológicos del culto al corazón de Jesús. El cuerpo no es algo puramente exterior, que está junto con el espíritu el alma. El cuerpo es más bien la auto dicción del espíritu, es su “imagen”. Lo que constituye la vida biológica es en el hombre el constitutivo de su personalidad. La persona se realiza en el cuerpo y, por ende, el cuerpo de su expresión, donde se vislumbra lo invisible del alma.
En ahora bien; siendo el cuerpo lo visible de la persona, y la persona la imagen de Dios, el cuerpo resulta en el conjunto de todas sus dimensiones el espacio donde lo divino se configura, se hace afable, se cristaliza en concreto. Desde el principio presenta la Biblia el misterio de Dios en las imágenes del cuerpo y del mundo ordenado al cuerpo. La Biblia no crea convencionalmente, de una manera externa, imágenes de Dios, sino que emplea las cosas corporales como imágenes y habla en comparaciones y parábolas de Dios, porque son constitutivamente imágenes divinas.
Por consiguiente, la sagrada escritura no aliena con su lenguaje figurado el mundo corpóreo, sino que descubre un elemento peculiar de lo creado, el núcleo de lo que realmente son las cosas. Mientras encuentra en el mundo todo un arsenal de imágenes para escribir la historia de Dios con los hombres, apunta su íntima esencia y hace a Dios visible en donde Dios mismo se expresa realmente.
En este contexto entiende también la Biblia el misterio de la encarnación. La aceptación del mundo humano en el lenguaje bíblico, la aceptación de la persona que corporalmente se expresa, y su transformación en parábola e imagen de Dios mediante el kerigma bíblico, es, por así decirlo, una Encarnación anticipada. En la Encarnación del logos se consuma lo desde el principio está ya en marcha en la historia sagrada.
La palabra asume constantemente como quien dice la carne, nace propia, la convierte en su espacio vital. Por una parte, la Encarnación sólo puede darse por que la carne es ya de por sí y susceptible, por lo mismo, de ser morada de la palabra; y por otra, la encarnación del hijo confiere al hombre y al mundo su significación específica.
Con ésta filosofía y teología de la corporeidad, contempla la encíclica el aspecto pascual, que había dominado ya en Hugo Rahner. Desde luego, la Encarnación no subsiste por sí, porque apunta por esencia la trascendencia y, por ende, la dinámica del misterio Pascual. La Encarnación se basan la paradoja del amor de Dios que trascienden la carne y en la expansión del ser humano, mientras, a la inversa, en este trascender de Dios sale a la luz la trascendencia íntima de toda la creación, la trascendencia que la comunicó en su propia entraña el creador: el cuerpo es movimiento que se sobrepasa a sí mismo en el Espíritu, y del Espíritu en Dios.
En la contemplación de lo invisible en lo visible es un fenómeno Pascual. La encíclica la ve resumida en Jn 20,26-29: en un incrédulo Tomás, que necesita ver y tocar para creer, pone su mano en el costado abierto del Señor, y al palpar, reconocer lo impalpable y lo toca realmente. Tomás mira lo invisible y lo ve realmente:”un Señor mío y Dios mío “. Es lo que la encíclica ilustra con unas bellas palabras de la “ Vid mística” de San Buenaventura. Que constituye uno de los puntos de referencia perenne en la devoción al Sagrado corazón de Jesús : “ la herida del cuerpo muestra, por tanto, la herida espiritual … Contemplemos también nosotros por la llaga visible, la invisible llaga del amor “
2- La importancia de los sentidos y de sentimiento en la devoción la importancia de los sentidos y del sentimiento la devoción al Corazón de Jesús.
Con lo dicho un nos encontramos con la conclusión lógica básica que sacarla encíclica de su teología de la corporeidad y de la encarnación: el hombre necesita contemplar, interioriza los misterios divinos con una contemplación íntima que es como un tocar y palpar la realidad. El hombre tiene que subir por la escala del cuerpo, donde está el camino que lleva la fe. Desde la problemática actual podemos decir por vía de esclarecimiento lo siguiente.
La llamada piedad subjetiva de las solemnes celebraciones litúrgicas no basta. La extraordinaria hondura anímica, que la mística medieval y la gran devoción eclesial de la Edad Moderna han logrado, No puede tacharse de superada descaminada en nombre de un redescubrimiento de la Biblia y de los Padres.
La misma liturgia no puede celebrarse a la altura de sus exigencias específicas sino va preparada y acompañada de una mirada exhorta, con aquel corazón comienza a ver y entender , de suerte que incluso los sentidos están comprometidos en la contemplación cordial, por qué “sólo con el corazón se ve bien”, como le hace decir San-Exupéry al principito, que es toda una figura simbólica de la ingenuidad , de ese “hacerse niños” tan necesario para, desde la sabiondez ilustrada del mundo de los adultos, redescubrir lo peculiarmente humano, que se escapa de las redes de la razón pura.
La teología de la corporeidad, que expone la encíclica, es, por así decirlo, una apología del corazón, de los sentidos y del sentimiento General, y particularmente en el campo de la piedad. Para ello apela la encíclica a Ef,3,18s; “a fin de que os fortalezcáis para comprender con todos los Santos lo ancho, largo, alto y profundo de la caridad de Cristo, que sobrepuja todo entendimiento”.
Ya era patrística y, en particular, en la tradición que remonta al Pseudo-Dionisio , este pasaje de los Efesios indujo a subrayar los límites de la razón. En la tradición dionisiaca surge así la frase “ignote cognoscere”, conocer ignorado, que daría paso a”la docta ignorantia”. Es la mística de las tinieblas, donde sólo el amor tiene ojos.
Muchos textos podrían citarse al respecto, como el de San Gregorio Magno : “ Amor y ipse notitia est”;el de Hugo de San Víctor : “ Intrat dilectio et appropinquat, ubiscientia foris est”; o el de Ricardo de san Víctor; “Amor oculos est et amare videre es”( el amor es ojo y amar es ver ).
Pero la encíclica se detiene en el v.18 del mencionado pasaje de los efesios donde se habla de lo largo, ancho, alto y profundo , y prosigue: “ para interiorizar, preciso es considerar que el amor de Dios no es sólo espiritual”. Las aserciones del Antiguo Testamento, y particularmente de los salmos y del cantar de los cantares, son expresión de un amor completamente espiritual, “mientras el amor que redunda de los evangelios, de los hechos de los apóstoles y del apocalipsis no es meramente espiritual, sino también expresión del amor humano sensiblemente estructurado …, puesto que la palabra de Dios no asumió un cuerpo ficticio ni imponderable”.
Se nos invita, por consiguiente, a una devoción ligada a los sentidos, en consonancia con la corporeidad del amor humano divino Ahora bien, para la encíclica, la piedad ligada los sentimientos es esencialmente la devoción cordial, ya que el corazón es raíz y fondo englobante de los sentidos, el lugar de encuentro y compenetración de la sensibilidad y del espíritu, donde esto se hacen uno.
La piedad sensible bien entendida es la devoción acorde con el lema del cardenal Newman :”Cor ad cor loquitur”(el corazón habla al corazón ) , sentencia que quizá viene a ser la síntesis más bella de lo que podamos llamar la piedad cordial como devoción centrada en el Corazón de Jesús.
Partiendo de la tradición del culto al corazón de Jesús, la encíclica añade a estas reflexiones un abanico más amplio de motivaciones importantes. El corazón es expresión de las “pasiones “del hombre : expresión de sus pasiones y por ende de la pasión de la persona humana . Un frente al ideal estoico de la apatía, frente al Dios aristotélico, que es pensamiento del pensamiento, está el corazón como cifra el resumen de las pasiones, sin las que es inconcebible la pasión del hijo. La encíclica citada Justino, Basilio, Crisóstomo, Ambrosio, jerónimo, Agustín y Juan damasceno, haciendo resonar en diversas variaciones en la melodía común a toda la patrística, en que se resume en una palabra: “… Compartió nuestras “pasiones” ”.
Este punto de síntesis de la herencia griega y de la fe bíblica deparo las mayores dificultades a los Padres que conocieron el ideal moral de la Estoa, el ideal de la impasibilidad del sabio, que pretende dominar y superar con la inteligencia y la voluntad del sentimiento irracional. El Dios del Antiguo Testamento, que se enoja, se compadece, ama parecerá a veces más próximo a los dioses de las religiones superadas que al de la filosofía antigua, envuelto en sublime concepto que facilitó la evolución del monoteísmo en la cuenca mediterránea.
San Agustín no pudo encontrar el camino al habilidades de el Hortensius de Cicerón, y fue violenta la tentación, para todo tipo de gnosis, de separar al Dios del Antiguo Testamento del Dios del Nuevo Testamento. Por otra parte, sin embargo, no se puede pasar por alto que la figura del Jesús que ese a Irán, se alegra, espera y se desalienta, está en la línea de la concepción veterotestamentaria de Dios.
Más todavía, porque en Jesús, el Logos hecho hombre, llegan a su punto extremo y radical los antropófagomorfismos del Antiguo Testamento. La tentativa de oferta de reducir la pasión de Jesús a mera apariencia andaba muy cerca de la Estoa, aunque a todo lector de la Biblia sin prejuicios resulte claro que con semejante procedimiento exegético se volatilizaba el meollo del testimonio Bíblico sobre Cristo, el misterio pascual . No se podía dar vueltas a la pasión de Cristo, y es claro que no podía darse la pasión sin las “pasiones”. El sufrimiento supone capacidad de sufrir, y la capacidad en sufrir, la sensibilidad, la afección, la emotividad, el sentimiento.
En la época de los Padres fue sin duda Orígenes quien más hondamente comprendió la temática del Dios paciente y quien con más soltura la expresó también, hasta el punto de que resulte imposible reducir dicha temática a la humanidad paciente de Jesús, pues que afecta a la idea misma cristiana de Dios. Ver sufrir al Hijo es también “pasión” del Padre, y con ellos compadece el Espíritu, que, según dice Pablo, gime en nosotros y soporta en nosotros y por nosotros la “pasión” de la añoranza y de la expectación de la redención consumada (Rom 8,26).
Ahora bien, Orígenes fue al mismo tiempo quien dio la pauta hermenéutica al tema del Dios paciente: “ cuando oigas hablar de las pasiones de Dios, acuérdate siempre del amor” . Dios es un “paciente” porque es un amante, y la temática del Dios paciente brota de la temática del Dios amante, a la que nos remite siempre. El avance específico del concepto cristiano de Dios respecto a la antigüedad está en la profesión de que Dios es caridad.
El tema del Dios paciente se ha convertido hoy en argumento de moda, no sin razón en reacción contra una teología tarada de un racionalismo unilateral y contra él El empobrecimiento de la figura de Jesús rebajada a una imagen de Dios, en la que el amor de Dios degenera en un amor de pacotilla del buen Dios. En este panorama, el cristianismo se rebaja una mejora filantrópica de este mundo, y la Eucaristía a una, comensalidad fraterna. Sin embargo, la temática de Dios paciente, requiere, para mantenerse sana, echar anclas en el amor de Dios y arraigarse en el en El por la oración.
Desde el punto de vista de la encíclica Haurietis aquas, las “pasiones” de Jesús, concentradas en su Corazón y sintéticamente representadas por el corazón, constituyen la razón y la justificación de que también en las relaciones del hombre con Dios debe entrar el corazón, es decir, la facultad del sentimiento, la emotividad del amor . Una vez devoción encarnada tiene que ser una devoción “apasionada”, una piedad de corazón a corazón, como lo es precisamente la devoción Pascual, puesto que el misterio de Pascua es por su esencia, como misterio de sufrimiento, un misterio del Corazón.
La evolución posconciliar confirma este punto de vista de la encíclica. Desde luego, la teología no se enfrenta hoy con ningún Ethos estoico de apatía, pero se encuentra con una racionalidad técnica que reprime lo emocional del hombre en lo irracional y acaba por hacer del cuerpo mero instrumento. Lógicamente observamos cierto menosprecio de lo emotivo en la devoción, al que a veces ha seguido una ola de lo emocional, pero sin orden ni concierto. Puede decirse que la proposición del Pathos induce una patología, con detrimento de su integración en el conjunto del existir Humano y de nuestro estar delante de Dios.
Del mismo modo, la renuncia una devoción contemplativa, arrobada, en favor de una actividad exclusivamente comunitaria, ha provocado una ola de meditación, que con frecuencia anda desconectada de lo centralmente cristiano y hasta lo encuentra molesto y perturbador. Y estos balanceos muestran precisamente cuanto se desperdiciaba en la vida de la Iglesia el momento en que se pretendía dejar de lado, por baladí , la piedad del segundo milenio cristiano y con tentarse con lo que se consideraba pura piedad bíblica y piedad de los primeros siglos cristianos.