Modo de llevar la cruz.(II)

Hombre cargando con la Cruz

Del libro El Reinado del Corazón de Jesús (tomo2), escrito por un P. Oblato de María Inmaculada, Capellán de Montmartre. Publicado en Francia en 1897 y traducido por primera vez al español en 1910.

Sufrir con amor y con paz

 

Este es el tercer grado de la subida al calvario.

“El Señor quiere que pongamos nuestro trono sobre la Cruz, dice Santa Margarita, y que le glorifiquemos, llevando amorosamente en paz  todas las cruces que Él nos presente. Tengamos cuidado: cuando estamos sometidos a la prueba, el demonio, nuestro enemigo, emplea todo su esfuerzo en inquietarnos, porque en ninguna ocasión es más poderoso este enemigo que cuando un alma estaba turbada e inquieta, ni logra tanto como con esa alma; la convierte en juguete suyo y la hace incapaz de todo bien.

Debemos, pues, amar con paz nuestras penas y sufrimientos; debemos abrazar por amor todas las ocasiones de padecer, unirnos a los designios de Dios sobre nosotros, hacernos continua violencia, mortificarnos y humillarnos por amor y para su amor. ¡Oh, qué dichosos seríamos si supiéramos llevar, amar y acariciar la Cruz por amor de Aquel que tanto la amó por amor nuestro, que quiso morir entre sus brazos! No nos esforcemos, por lo tanto, sino en amar y sufrir con paz en este amor.”

Para apreciar dignamente todo lo que hay de admirable y verdaderamente heroico en el amor de Santa Margarita a la Cruz, es preciso recordar que esta experimentaba las más vivas repugnancias naturales por el sufrimiento; pero lejos de disminuir por eso su ansia por la inmolación y el sacrificio, se servía de aquéllas como de estímulo para portarse con más generosidad y valor.

Sin embargo, una cosa turbaba a veces el entusiasmo de la Sierva de Dios en este camino doloroso: era el temor de que el Señor fuese ofendido por aquéllos que le proporcionaban ocasión de sufrir.

Sufrir con alegría y acción de gracias

            Tal  es el cuarto grado en el camino de la cruz.

“El día de la fiesta del discípulo amado (27 de diciembre de 1624), refiere la santa, mi divino Esposo le concedió una gran gracia:

La de entregarme su Corazón y su amor junto con su luz, para que fuera mi trono de gloria, la cual debo, no solamente gloria, sino también regocijarme, puesto que nada hay más excelente para mí que Jesús, su Corazón, su Amor y su Cruz.”

“Llevemos, pues, la Cruz alegremente y con valor, pues de lo contrario daremos cuenta rigorosísima. Sometámonos con alegría a las órdenes de nuestro soberano, y confesemos, a pesar de que nos parezca rudo y aflictivo, que es bueno y justo en todo lo que hace, y que merece en todo tiempo alabanza, amor y gloria . Estemos muy satisfechos cuando este único amigo de nuestros corazones nos proporcione de alguna ocasión de manifestarle nuestro amor sufriendo, sea por parte de otros, sea por nosotros mismos. ¡Sufrir  y estar contentos!”

Sufrir sin consuelo

 

            La perfección en la aceptación de las cruces, dice la Santa, consiste “en verlas con gozo caer sobre nosotros, de todas partes, y sin recibir ningún consuelo, ni de la tierra ni tampoco del cielo.

Es grato a la naturaleza recibir alivios, porque esta naturaleza no puede resolverse a sufrir sin apoyo en medio de las humillaciones, desprecios y abandonos de las criaturas; consiguiente, esto es lo que el puro amor pide, y fuera de esto, nuestro sufrimientos no merecen este nombre. La pretensión del puro amor debe ser sufrir en la privación de todo consuelo.

Verdad es que nuestro Señor cubre algunas veces la cruz con rosas, por temor de que nos dé miedo; pero no es esto lo que más nos debe alegrar, sino únicamente el sentir las punzadas de las espinas que están ocultas debajo entonces era cuando el Señor se complacerá en nosotros, para hacernos semejantes a Él, y nos descubrirá que no es menos amable en las amarguras del Calvario que en las dulzuras del Tabor”

Aunque sea tan difícil llegar a este grado sublime de amor a las cruces, la Sierva de Dios lo propone a todos los devotos del Sagrado Corazón, no como deber, sino como blanco digno de aspiración. No cabe duda de que se puede ser verdadero amigo del Corazón de Jesús sin tener esta suprema semejanza con él, pues no la exigía a todos los que se dedican a su servicio; pero ¡cuán dichosas deben estimarse las almas a quienes el Sagrado Corazón llame  á entrar por esta senda árida y oscura! Él sólo concede este favor a aquéllas que quiere unir más estrechamente a Si por el amor.