Del libro El Reinado del Corazón de Jesús (tomo2), escrito por un P. Oblato de María Inmaculada, Capellán de Montmartre. Publicado en Francia en 1897 y traducida por primera vez al español en 1910.
La Cruz es el regalo más precioso que el Sagrado Corazón puede hacer a sus amigos y que Él puede recibir.
Tal es el tercer motivo que los amigos del Sagrado Corazón tienen para amar a la Cruz. En efecto, el cambio mutuo de presentes es una de las principales señales de la verdadera amistad y el medio mejor de conservarla. Ahora bien, de todos los dones que el Sagrado Corazón puede conceder a aquéllos que se digna llamar amigos suyos, el más precioso es el de admitirlos a participar con Él de su amada Cruz; y si esta cruz es aceptada y llevada con resignación llena de amor, es la ofrenda más agradable que nosotros podemos presentar al Corazón de nuestro divino Salvador. Veamos ahora lo que decía Santa Margarita sobre este asunto:
“El amable Corazón de nuestro soberano Maestro, dice, no tiene otra cosa más preciosa, después de Él, que su amor y su Cruz; nunca nos da mayores pruebas de que nos ama tiernamente que cuando nos da participación en sus crueles amarguras.
De todos los beneficios del Señor, el que más quiero, la gracia que más estimo, después de Él mismo, es el don del inestimable tesoro de la Cruz. Todas las demás gracias no son comparables a la de llevar la Cruz con Jesucristo y de sufrir por su amor.
Las cruces, sobre todo las queridas y preciosas humillaciones, las abyecciones, los dolores, las visitas mortificativas de Dios nuestro Señor, los abandonos, las angustias y las aflicciones, son una de las más sensibles señales de su amor; son las más tiernas caricias de nuestro divino Maestro; son los verdaderos tesoros de los amigos de Jesucristo, y los manjares delicados del puro amor.
Por consiguiente, cuando la bondad infinita de nuestro Padre nos favoreciere con esta suerte de caricias, tan desagradables a la naturaleza, no nos quejemos; antes al contrario, recibiéndolas sin impacientarnos, debemos abrazar todas las ocasiones de sufrimiento, como prendas del amor de Jesús. “
“Siempre he mirado como uno de los mayores favores que mi Dios me ha hecho, este de no quitarme el precioso tesoro de la Cruz, a pesar del mal uso que siempre hecho de él, haciéndome indignísima de tan grande bien y don tan precioso. ¡Qué dichosas son las almas favorecidas de ella que sirven así al Señor!”
¡Oh, sí se conociera bien el precio de la Cruz! No sería tan huida y tan rechazada de todos; sino al contrario, sería deseada y amada de tal manera, que no se podría hallar otro placer que en la cruz ni otro descanso que sobre la cruz; no desearía uno otra cosa que morir entre sus brazos despreciado y abandonado de todo el mundo.”
“Debemos, pues, amar al divino Corazón, aunque nos cueste mucho. Muy dichosos seríamos si se nos juzgará dignos de participar de sus amarguras y de sufrir por su amor.”
La generosa Sierva del Sagrado Corazón estaba lejos de imitar a aquéllos que no saben desear para las personas que aman más que placer, alegría y felicidad. Al contrario, la vemos preguntar si, aquéllos que están unidos a ella por los lazos de la amistad, tienen algo que sufrir.
Escribía a la Madre de Saumaise: “Decidme, mi querida Madre, para consuelo mío, si la bondad de nuestro Señor os favorece al presente con este bien.”
Y al saber las pruebas a que estaba sometida esta valiente alma, la contestaba: “Os considero dichosa porque el Sagrado Corazón de nuestro Señor os favorece al presente con su Cruz, así como a vuestra sobrina, que me parece es un alma que le es muy querida. Con eso os da pruebas de su amor; os aseguro que no me olvido de rogar por vuestra sobrina, para que si no es voluntad de Dios liberarla de sus penas, la conceda, al menos, perfecta conformidad con su santísima voluntad . Yo creo que Él se servirá de estos medios para purificarla y santificarla, con tal que haga santo uso de ellos.”
“Amemos, pues a nuestro divino Maestro, decía también; pero amémosle sobre la cruz, ya que tiene sus delicias en encontrar en un corazón amor, sufrimiento y silencio.”
Temiendo la sierva de Dios haberse aprovechado muy poco ella misma en el tiempo pasado del don precioso de la Cruz, añadía: “Pedid al mismo tiempo perdón a nuestro Señor por mí, porque, ¡ay!, si supierais el mal uso que he hecho de tan gran bien. Esto me hace estar siempre pobre en la posesión de este precioso tesoro. Es cierto que tengo un motivo de temer que haya hecho de ella el uso de una réproba. Llevo una vida tan criminal, que me considero una sentina de miserias, lo que me hace temer que sea indigna de llevar bien la cruz para asemejarme a mi Jesús paciente. Pedid para mí que me aproveche mejor de ella en adelante y que no ponga más estorbos a la voluntad de nuestro divino Maestro.
Por la santa caridad que nos une en su amable Corazón, rogadle que no me rechace a causa del mal uso que he hecho hasta ahora del precioso tesoro de la Cruz y no me prive de la dicha de sufrir. Me parece que quisiera tener mil cuerpos para sufrir, y millares de corazones y espíritus para amar al Corazón Sagrado y adorable. ¡Que dicha sería para mi poder sufrir siempre amando, y, por último, morir sobre la cruz, agobiada bajo el peso de toda clase de miserias del cuerpo y del espíritu, en medio del olvido y el desprecio!