¿Sufre Cristo ahora? Ciertamente no en su Cuerpo glorificado. “Cristo, una vez resucitado de la muerte, no morirá más, no teniendo la muerte ya algún dominio sobre Él” (Rom 6,9). El cuerpo glorioso de Cristo no puede morir, y sufrimiento físico, herida, enfermedad, son el lenguaje de la escritura, muerte inicial; por lo tanto, Él no puede ni siquiera ser herido ni probar el dolor.
En su alma, posee Jesús la visión beatífica y por ella alcanza la plenitud de la felicidad. Pero esto no resuelve aún la cuestión.
También cuando aún estaba Jesús en el mundo, poseía su alma la visión beatífica y consecuentemente también la felicidad. Pero la visión beatífica no impedía que Jesús sufriste físicamente en su Cuerpo, y que moralmente sintiese compasión en su Alma, a la vista de las ofensas que recibía el Padre y de los males morales que afligían a los hombres: “Tengo piedad esta multitud” (Mc 8,2). “Viendo a la multitud tuvo piedad, porque estaban cansados y abatidos como ovejas sin pastor” (Mt 9,36).
Este sentimiento positivo de compasión expresado en estos textos, no estaba exclusivamente condicionado a la pasividad del cuerpo, procedía directamente en su alma de la intuitiva visión de la realidad dolorosa.
En su actual estado glorioso, Cristo no sufre; pero podemos admitir que siente compasión en su Alma. No es indiferente a las ofensas hechas al Padre, ni al mal moral de sus miembros sobre la tierra, ni aun a sus dolores físicos. La carta a los hebreos se refiere al estado actual de Cristo cuando dijo: “No es tal nuestro Pontífice que sea incapaz de compadecerse de nuestras miserias” (Heb. 4,15).
Podríamos con un ejemplo humano tratar de explicar el sentimiento de compasión en Jesús.
Una Madre que es feliz y está en perfecta salud, al tener noticia de que su hijo ha sido trasladado a una clínica, gravemente enfermo, no puede menos que sentir compasión por la enfermedad y sufrimiento del hijo: aunque en este caso la comparación va unida al dolor. En Jesús, por el contrario, no.
Esta afirmación no parece contraria ninguna definición eclesiástica, ni incompatible con la actual felicidad de los bienaventurados del cielo. Se puede decir lo contrario. En cierto sentido, supuesta la actual existencia de las ofensas al Padre y los sufrimientos de sus miembros en la tierra, podemos decir que este sentimiento de compasión es un elemento de su felicidad.
Igualmente sucede con una Madre: supuesta la enfermedad del hijo, la mayor pena sería no poder comparecerle. Ciertamente sería más feliz si el hijo no estuviera gravemente enfermo (como Jesús lo será cuando no haya más pecado); pero, supuesta la enfermedad, es más feliz en poder comparecer lo. Porque, en último análisis, en la compasión hay una fruición del amor.
Y es verdad que la compasión se ejercita de modo perfecto, cuando no tiene mezcla alguna de imperfección o de dolor que turbe la serenidad del espíritu bienaventurado, aunque se trate de un sentimiento más profundo que el más ardiente celo de los Santos; más profundo que el que ardía en San Pablo, cuando exclamaba “¿Quién se escandaliza que yo no me abrase?” Acerca del misterio de está honda compasión junto con una paz profunda y sin dolor, nos dan algunas ilustraciones las doctrinas de los autores místicos.
Del libro:”En el Corazón de Cristo”, de Luis María Mendizábal, S. J.