Del libro:”En el Corazón de Cristo”, de Luis María Mendizábal, S. J.
Sí Jesucristo no sufriese ahora en manera alguna, ¿Qué significaría entonces las espinas que rodean su corazón? ¿Serían quizás un puro símbolo las palabras del Señor: “Yo soy aquel Jesús a quien tú persigues”? Hemos dicho que Jesús nos sufre en su Cuerpo físico Aunque siente compasión en su alma; pero sufre en su Cuerpo Místico.
Nuestros pecados son un mal ejemplo. Si no nos portamos cómo debemos, somos causa de la falta de reconocimiento de Jesús en su Iglesia e impedimos que la verdadera Iglesia aparezca en toda la santidad en que está constituida.
“Señor, te pido perdón de haber sido, con Mi mal ejemplo, la causa por la cual muchos no han reconocido a tu iglesia”. Así rogaba setenta mil personas del Katholiketan de Berlín.
Pero hay más todavía: Los pecados de los católicos, aun los más ocultos, causan una verdadera herida en el Cuerpo Místico. Jesucristo viene a ser como un leproso en su Cuerpo Místico. De nosotros depende ayudarle o continuar flagelándolo.
Jesucristo sufre, pues, actualmente, porque el Cuerpo Místico es una realidad. Por eso mis pecados no destruyen solamente la gracia en mí, sino que amenazan también la de otras almas. Están en realidad privadas de la mutua ayuda que nuestra generosidad aporta a todo miembro del Cuerpo Místico. Esta privación constituye ya en sí una herida y puede ser más ocasión de la falta de generosidad en otros. Así aparece claramente, de cuantas herida del Cuerpo Místico nos hemos hecho responsables, en cierto sentido, con nuestros pecados.
Los pecados de los otros católicos no deben dejarnos indiferentes. Son heridas al Cuerpo Místico, y nosotros, como miembros vivos, no podemos dejar de sentirlas, así como sucede con los miembros diferentes de nuestro cuerpo físico.
Deben interesarnos los pecados de los católicos y deben herirnos de cerca, así como se sentía herida a la Madre de un joven tísico, la cual, al médico que buscaba la causa de su progresivo agotamiento, respondía: “¿Qué me duele? … ¡los pulmones de mi hijo!”
La grandeza de una realidad sobrenatural. “La Pasión expiadora de Cristo se renueva y en cierta manera se complementa y continúa en el Cuerpo Místico que es la iglesia” (Pio XII).
“Cristo sufrió, cuando debía sufrir; no falta nada la medida de su Pasión, en la cabeza; faltaban aún los dolores de Cristo en el Cuerpo” (San Agustín).
Ya había Jesús manifestado esto, cuando apareciendo a Saulo, que respiraba odio a muerte contra los cristianos, dijo otros puntos “¡Yo soy aquel Jesús que tú persigues!” Así nos indicó que perseguir a la Iglesia es impugnar a su misma Cabeza. Por esto es justo que Jesucristo, mientras continúa sufriendo en su Cuerpo Místico, nos tenga como socios en la expiación.
Debemos sentir profundamente está íntima unidad. Sentir como cosa propia lo que se relaciona con la salud de todo el Cuerpo, es señal de salud espiritual.
San Agustín, comentando las palabras del Señor: “Permaneced en Mi y Yo en vosotros” (Jn 15,4). Dice:” permaneced en Él, si somos sus templos, permanecerá Él en nosotros si somos sus miembros vivos”; miembros, esto es, sensibles a las heridas y a las enfermedades del Cuerpo Místico. Esta sensibilidad presupone una vida interior suficientemente desarrollada. Debemos pedir la gracia para poder olvidar nuestras dificultades y penas y para poder al mismo tiempo, sentir profundamente el dolor con Cristo doloroso; el abatimiento con Cristo que sufre; íntimo dolor por el terrible sufrimiento que Cristo soporta por mí en su Cuerpo Místico.
En fin, debemos sufrir no sólo por los dolores que Cristo padeció por nosotros hace dos mil años, sino también por aquellos que Él soporta en el presente. El sufrimiento de Cristo sea también el nuestro, y nuestro deseo sea el de aligerar su pena, curar sus heridas, consolarle lo más posible, por todo lo que sufre.