Desde el Sagrario de mis abandonos veo pasar todos los días junto a mis Iglesias a tantos y tantos hijos …
No me miran, pero Yo sí los miro y lo sigo con mi mirada a todas partes, por si alguna vez se les ocurre mirar, que se encuentren con mi mirada …
¡Pobrecillos! Veo sus caras retratada la fatiga de un peso grande, largo, abrumador; aún en las caras de los que pasan riendo a divino la misma fatiga.
¡Claro! ¡Les pesa tanto la cruz! La enfermedad incurable, la escasez de recursos, el agobio de las deudas, los padecimientos de los seres queridos, las torturas de la maledicencia y del ardor calumnia, las convenciones de la ambición, las fiebres de las pasiones, los remordimientos de los pecados, nos mil contratiempo de la vida humana …¡Pobrecillos!
¡Cuánto peso sobre hombros tan débiles!
Lo que nosotros veríamos
Y me digo cuando los veo pasar tan agobiados: ¡si me miraran! ¡sí me miraran! ¡que bien nos entenderíamos!
Yo cogería la angustia de sus miradas como una oración y la oración por mi conducto el Padre celestial se ha comprometido decir siempre que si, y ellos ¡qué bien pagados quedarían con lo que mi mirada les daría!
¡Cuidado! Yo no les quitaría siempre la cruz que llevan.
¡Hace tanta falta un la cruz a esa carne pecadora y es espíritu soberbio para ganar el reino mío, que es reino de purificados y humildes!
Pero sin quitarles la cruz, ¡cómo se la haría llevadera, alegre, fecunda y satisfactoria!
¡Ah! ¡Sí mis hijos los fatigados, los abrumados, se decidieran a volver sus ojos hacia mi Sagrario cada mañana al tomar de nuevo sobre sus hombros la carga del día!
¡Cómo cobrarían a vientos al oír sin ruidos de palabras, pero con acento que les llegaría al alma, mi pregunta del Evangelio:¿Podéis?!
Y ¡cómo fortalecidos con mi mirada y mi palabra, me responderían cada mañana: Podemos…!
Y ¡vaya si podrían!