Extraído del libro: En el Corazón de Cristo.
Escrito por Luis Mª Mendizábal, s.j.
La revelación que se nos hace del Corazón de Cristo y su significado, se puede resumir en dos principios.
Primer principio: Cristo me ama ahora.
Devoción al Corazón de Jesús, significa dar a Cristo el puesto que le corresponde en el mundo y en nuestra vida. Porque Jesús no puede ser sustituido ni con la figura del mayor Santo ni con la misma Virgen Santísima. Cristo continúa reclamando personalmente de nosotros un amor absoluto como lo exigía en su vida.
El catolicismo, tal como nos lo presenta la devoción al corazón de Jesús, consiste en un diálogo continuo con una persona viva: Jesucristo, que está muy cerca de nosotros, más cerca de lo que podamos imaginar.
Este concepto de la vida nos muestra que todo proviene de Jesús que nos ama, en el momento presente. No nos amó solamente en su vida mortal hasta derramar su sangre por nosotros; hoy y ahora piensa continuamente en nosotros, en ti.
La realidad de la gracia es una realidad de hoy y es Jesucristo quien, en cada momento, escoge y envía gracias que cada uno de nosotros recibe.
Segundo principio: Jesucristo goza y sufre ahora.
Nuestras acciones son o un gozo o una verdadera herida para el Corazón de Cristo. No solo porque en su vida mortal El las vio todas y fueron para el causa de alegría o dolor, sino porque también actualmente Jesucristo las siente.
Ahora Jesús no puede sufrir más en Su cuerpo físico, puede en cambio alegrarse y gozar. Toda buena acción le proporciona un placer. Se alegra al verme entrar en una iglesia como haría un amigo a quien fuera a visitar.
Por el contrario nuestros pecados, aunque no pueden causar en El dolor alguno, dado que por su glorificación es impasible, son con todo, objeto de su íntima compasión; es una verdadera herida y, por eso, causa de sufrimiento para su Cuerpo Místico.
Nosotros, que pertenecemos a la iglesia católica somos una sola cosa, y las acciones de cada uno influyen en todo el Cuerpo Místico. Dios ha querido que de nuestra perfección dependiese la salvación de muchas almas.
Dios no envía a su iglesia muchas gracias porque nuestros pecados realmente se lo impiden. El Cuerpo Místico sufre realmente por los pecados de cada uno de nosotros.
Nuestra respuesta a estos principios
Iluminadas por el Corazón de Cristo todas las cosas, sean más o menos agradables, se nos muestran en último análisis como procedentes siempre del amor de Cristo. Toda acción humana se nos muestra cómo índice del estado de nuestras relaciones con Cristo: respuesta negativa o positiva en nuestro coloquio con el Hijo de Dios.
Debemos conservar esta convicción en cada uno de nuestros días y vivir esta visión. Así las cosas que pasan en el mundo nos aparecerán bajo luz bien distinta ¡Cuánto sufrimiento en el Cuerpo Místico!
Cuando hayamos encontrado el Valor de todas las cosas de este mundo, habremos comprendido sobre todo el Valor de nuestra existencia. Entonces nos parecerá, como es en realidad, que el motivo de nuestras acciones es dar una respuesta positiva a Jesucristo, proporcionándole así una alegría nueva.
Consagración y reparación.
Pertenecemos al Señor: » Sea que vivamos, sea que muramos, somos del Señor ” (R o M 14,8).
Convencidos de esto, debemos ofrecernos al Señor: “Toma y recibe mis acciones y mi persona; dispón de todo mi ser para tu gloria ”. Realizaremos así nuestra consagración como la cosa más natural. Nos será más fácil, psicológicamente, evitar el pecado que puede ofenderle, llegando así a vivir la reparación negativa.
Nos sentiremos movidos a amar a Cristo y a servirle de modo que compensemos el olvido de tantos hombres, realizando así la reparación afectiva. Sabremos dar un sentido a nuestras dificultades y sufrimientos ofreciéndolos a Cristo en reparación de nuestros pecados y de los de todos los hombres, actuando el espíritu de reparación aflictiva, en unión al sacrificio de Cristo en la Cruz que se renueva cotidianamente sobre los altares.
La consagración asume así un aspecto de reparación y la reparación, compenetrándonos cada vez más con Jesucristo, completa y perfecciona nuestra misma consagración.
Por nuestra unión con Cristo, El vive en nosotros y nosotros somos sus imágenes en el mundo, el testimonio de su presencia en la Iglesia. Después de habernos ofrecido con Cristo en la Misa, y habernos unidos a su Sacrificio, viene a nosotros en la Comunión, para transformarnos en El.
Este es el fin de nuestra íntima relación con Cristo: transformarnos en El para ser siempre más y siempre mejor su representas visibles. Nuestra transformación en Jesucristo debe, en efecto, reflejarse en nuestras acciones exteriores. Nuestra vida debe ser una revelación visible que indique a los hombres el valor de las cosas y del mundo entero.
Los hombres deben finalmente darse cuenta de que Jesucristo vive aún, y más exactamente, de que nosotros estamos en verdad muertos a nosotros mismos y al mundo de la corrupción, a fin de que Cristo viva en nosotros.
Hemos expuesto brevemente la devoción al Corazón de Jesús .Está compuesta de varios grados y entre ellos los últimos, y más perfectos, pueden ser para los grandes místicos.
Admiremos la riqueza de esta devoción para saber luego distinguir entre los ejercicios piadosos y usuales plegarias, cuya necesidad y utilidad no se puede negar, pero que no son, evidentemente, la devoción al Corazón de Cristo.
Rogamos con fervor a Diós, Padre nuestro y Padre de Cristo, que se digne concedernos la gracia de tener una revelación personal del Corazón de Jesús, de modo que sepamos realizar en nuestra vida una devoción real, como es querida por el Padre y amada por el corazón del Hijo.
“Nadie conoce al hijo fuera del Padre ”(Mt 11,27).
Pidámosle que nos comunique este conocimiento, con las palabras del Espíritu Santo inspiradas en San Pablo:” Doblo las rodillas ante el Padre del Señor nuestro Jesucristo … a fin de que permanezca en vuestros corazones por medio de la fe … radicados y fundamentados en el amor ”(Ef 3,14).