Extraído de :
LA DEVOCIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
De Florentino Alcañiz, S. J.
Ante todo, ha de advertirse que el reinar es propio de la persona, no de un miembro de su cuerpo. Por consiguiente, cuando hablamos del reinado del Sagrado Corazón, no consideramos al corazón solitario, sino al objeto de este culto en toda su latitud, es decir, al corazón, al amor, al interior de Jesús: toda su persona amabilísima, pero bajo ese aspecto particular de ternura, misericordia y amor; a Jesús todo entero, pero respirando por todas partes amor; a Jesús todo amor y todo corazón.
Según eso, el reinado del Corazón de Jesús es el reinado de la Persona de Cristo, pero con ese especial carácter que le da esta devoción; es el reinado de Jesús por el amor; por el amor de Jesús que se muestra a los hombres en toda su hermosura arrebatadora, y por el amor sincero, desinteresado, ardiente de los hombres a Jesús.
Esto supuesto, prosigamos en la Encíclica del Papa. Y porque en la edad precedente y en esta misma en que vivimos, se ha llegado por las maquinaciones de hombres impíos hasta rechazar el imperio de Cristo Nuestro Señor y declarar la guerra públicamente a la Iglesia, dando leyes y decretos repugnantes contra el derecho divino y el natural, más aún, clamando en pública asamblea: «Nolumus hunc regnare super nos»,153 de aquella consagración, que dijimos, brotaba, por decirlo así, la voz de todos los servidores del Corazón de Jesús: «Oportet Christum regnare,154 Adveniat regnum tuum». «Es necesario que Cristo reine», «venga a nosotros tu reino», con que se oponían de frente para vindicar su gloria y afirmar sus derechos.
De aquí felizmente resultó que todo el género humano, que por nativo derecho posee como suyo Cristo, que es el único en quien todas las cosas se instauran, a principios de este siglo, por medio de Nuestro predecesor de feliz memoria, León XIII, y aplaudiendo todo el orbe, fue consagrado al mismo Sacratísimo Corazón»155.
Según el Papa aparecen dos campos en el mundo: el de los impíos que rechazan el imperio de Cristo y gritan: «no queremos que éste reine sobre nosotros», y el de los buenos que en contraposición claman: «es necesario que Él reine»: «venga a nosotros tu reino»; pero, el reino ¿de quién? Para el Pontífice el reino del Corazón de Jesús; por eso como un mentís a los malos y como un acto eficaz de protesta, él y con él todos los buenos consagran el mundo al Sagrado Corazón, para con ello reconocer el imperio de Cristo que los impíos le niegan. Donde se ve que para el Vicario de Cristo, el reino del Corazón de Jesús es idéntico al reino de Cristo de que habla San Pablo, al reino que pedimos en la oración dominical y al mismo que los impíos rechazan y que los buenos desean; o sea, que el reinado del Mesías, al menos en su último desarrollo, tendrá el tinte que le da la devoción al Corazón Divino, o lo que es igual, Cristo quiere reinar por su Corazón, por su amor.
Pero sigamos con el documento pontificio, que nos irá aclarando más y más estas ideas. «Nos mismo – continúa el Papa – como ya dijimos en Nuestra Encíclica:
Quas primas, accediendo a los reiterados y ardientes deseos de muchísimos Obispos y fieles, por fin, con la gracia del Señor, completamos y perfeccionamos aquellos tan faustos y gratos comienzos, cuando al finalizar el año jubilar instituimos la fiesta de Cristo, Rey universal, para que solemnemente se celebrase en todo el orbe cristiano». Y un poco más adelante, añade: «Pero a todos estos oficios, sobre todo, a la tan fructífera consagración, que ha sido como confirmada por la sagrada solemnidad de Cristo Rey, esnecesario añadir otro, etc.».
Tenemos, pues, que, según Pío XI, el intento que él mismo tuvo al establecer la fiesta de Cristo Rey, fue completar, llevar a perfección, y como confirmar la consagración del mundo por León XIII al Corazón de Jesús. La fiesta de Cristo Rey es, por tanto, complemento, perfección, confirmación de la consagración al Corazón Divino. La cosa, por otra parte, se explica perfectamente. En efecto, la tendencia de la consagración de León XIII y de la consagración en general al Corazón de Jesús, es la que el mismo Papa expresaba en su Encíclica Annum sacrum por estas palabras:
«Nosotros, consagrándonos a El, no solamente reconocemos y aceptamos su imperio abierta y gustosamente, sino que con la obra testimoniamos que, si eso mismo que ofrecemos como don en realidad fuese nuestro, con suma voluntad se lo daríamos».
Como se ve, al consagrarnos decimos al Corazón Sagrado: Señor, aunque no fueras Rey nuestro, como lo eres por mil títulos, con este acto voluntario te declararíamos por tal, poniéndonos en tus manos para que, como señor y emperador absoluto, hagas y deshagas de nosotros según tu divino agrado. Por la consagración, pues, del mundo, León XIII en nombre de la humanidad declaraba y aceptaba de palabra la realeza del Corazón de Jesús; en la fiesta de Cristo Rey Pío XI sella, con todo ese aparato de culto y solemnidades litúrgicas, lo que entonces se hizo con una fórmula oral; reconoce, acepta, proclama aquella realeza en una de las formas más solemnes que suele emplear la Iglesia.
Es claro, pues, que este acto es complemento de aquél. Pero obsérvese cómo nuevamente aquí va el Papa en el presupuesto en que vimos venía desde el principio, a saber: que el reino de Cristo y el reino del Corazón de Jesús son una misma cosa, o sea, que Cristo quiere reinar por su Corazón y su amor.