SAN CLAUDIO DE LA COLOMBIÈRE. Escritos espirituales (VIII)

Retiros y notas espirituales

SEGUNDA SEMANA

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A.- Hacia la elección

1.- Reino de Cristo

En la primera meditación he estado agitado con algunos pensamientos, a propósito de una flaqueza en que había caído el día anterior. Pero habiendo descubierto la causa porque Dios había permitido las faltas que había cometido, es, a saber, para curarme de cierta vana estima de mí mismo que empezaba a concebir; este conocimiento me ha causado paz y alegría muy sensible.

Me he dado cuenta con un placer, que no es ciertamente natural, que no era yo lo que pensaba; y no recuerdo haber descubierto jamás ninguna verdad con tanta satisfacción, como he descubierto mi miseria en esta ocasión.

2.- Encarnación

No encuentro aquí sino anonadamiento y humildad. El Ángel se abaja a los pies de una doncella, María toma la cualidad de sierva, el Verbo se hace esclavo y Jesucristo, concebido en el seno de su Madre, se anonada delante de Dios de la manera más sincera y profunda que es posible imaginar.

Dios mío, ¡qué hermoso espectáculo para Vos ver seres tan excelentes humillarse delante de Vos de un modo tan perfecto, cuando Vos los honráis con los más raros favores! ¡Cuánto placer he experimentado considerando los interiores sentimientos de estas divinas personas; pero sobre todo, este profundo anonadamiento, por el cual Jesucristo empieza a glorificar a su Padre y a reparar el agravio que el orgullo de los hombres ha hecho a Su Majestad!

En cuanto a mí, no puedo humillarme ante esta vista, porque ¿dónde podré meterme, pues veo al mismo Jesucristo en la nada? He aquí cómo rebajar mi orgullo: ¡el Hijo de Dios anonadado delante de su Padre!

Hasta ahora no había comprendido las palabras de San Bernardo: ¡Qué insolencia que un gusano se infle de orgullo y el Hijo único del Padre se humille y anonade![1]

3.- Circuncisión

Se me ha ofrecido que la vida del Apóstol pide una gran mortificación:

1º. Sin ella Dios no se comunica, y

2º. No se edifica al prójimo.

Un hombre que se priva de los placeres y trabaja sin cesar en reprimir sus pasiones, habla con más autoridad y hace mucha mayor impresión. Como naturalmente siento atractivo al placer, he resuelto vigilar esta mala inclinación.

4.- Huida a Egipto

De no consultar más que la prudencia humana parece muy dura y poco razonable. ¿Qué hacer en un pueblo desconocido e idólatra?

Pero Dios es quien lo quiere, es necesario que esto sea conveniente; el razonar sobre la obediencia, por extravagante que parezca, es desconfiar de la prudencia de Dios y creer que con toda su sabiduría hay órdenes que no sabría Él hacer redundar en gloria suya y provecho nuestro. Cuando nos llegan mandatos en que la razón humana no ve nada, debe alegrarse el hombre de fe con el pensamiento de que sólo Dios obra allí y que nos prepara bienes, tanto mayores cuanto debe enviarlos por vías ocultas que nosotros no podemos prever. Gracias a Dios, no tengo ninguna pena en eso; pues la experiencia me ha instruido.

5.- Presentación

¡Qué ofrenda! ¡Qué bien hecha de parte de Jesús y de María! ¡Qué honor dado a Dios en esta ocasión! Yo hago la misma ofrenda en la Misa; ¡si la hiciese yo con los mismos sentimientos, los mismos deseos de agradar a Dios!

Me gusta considerar en el cántico de Simeón la profecía clara y neta de la conversión de los Gentiles: «Tu Salud, que preparaste en presencia de los pueblos, Luz para iluminación de las gentes» (Lc 2).

Este santo hombre estaba bien iluminado; menester es que tuviese gran santidad para merecer tan señalados favores. Hay pocos verdaderos santos; pero los hay, sin embargo, y los ha habido en todo tiempo.

6.- Navidad

Omitía la Navidad; recuerdo que pedí a Dios con gran fervor, durante cerca de media hora, el perfecto desprendimiento de que Jesús nos dio ejemplo; lo pedía por intercesión de San José, de la Santísima Virgen y del mismo Jesucristo. Entre mis devociones a la Santísima Virgen, he resuelto no pedir nada a Dios, en ninguna ocasión, que no sea por intercesión de María.

7.- Niño perdido

«¿Por qué me buscabais…?» (Lc 2, 49). En esta meditación me ha movido mucho el dolor que sintió la Virgen durante los tres días que estuvo privada de la presencia de su Hijo; pero aún más, la tranquilidad de su Corazón, que no se turbó en esta ocasión en que, al buscar a Jesús, se ejercitaba en actos de la más heroica y sumisa resignación que hubo jamás.

«Conviene que yo me ocupe en las cosas de mi Padre». He encontrado en estas palabras grandes lecciones para mí. Aunque el mundo entero se sublevase contra mí, se burlase de mí, se quejase, me censurase, es necesario que yo haga todo lo que Dios me pida, todo lo que me inspire para su mayor gloria. Se lo he prometido y espero observarlo con la gracia de Dios. Esto pide una gran vigilancia; sin ella, fácilmente se deja uno sorprender por respeto humano, sobre todo cuando es uno tan débil como soy yo.

8.- Vida oculta

«Y estaba sujeto a ellos… Y Jesús crecía en sabiduría y en edad» (Lc 2, 51-52). He reflexionado que en vez de crecer en virtud a medida que se avanza en edad, más bien se decrece, y sobre todo, en sencillez y en fervor, respecto de las humillaciones exteriores y de la dependencia de nuestra conducta espiritual.

Me ha conmovido el reconocer que a medida que el número de los beneficios de Dios aumenta, nuestro amor y agradecimiento se enfrían. ¿Por qué deshacerse de las virtudes de los novicios? Confieso que no bastan y que es necesario añadir otras; pero hay mucha diferencia entre adquirir nuevas virtudes y deshacerse de las antiguas; es preciso fortalecer las primeras, pero no renunciar a ellas.

En segundo lugar, este amor de la soledad me parece muy conforme con el espíritu de Dios. El espíritu del mundo hace que uno se apresure, procure exhibirse y se persuada que no llegará bastante pronto. El espíritu de Dios tiene sentimientos enteramente contrarios: treinta años oscuro, desconocido, a pesar de todos los pretextos de la gloria de Dios que podría sugerir un celo menos esclarecido. En cuanto a mí, permaneceré en la soledad todo el tiempo que la obediencia me lo permita.

Ninguna visita de pura cortesía, ¡sobre todo a mujeres! Ninguna amistad particular con ningún seglar; al menos no buscaré ninguna y nada haré por cultivarla, a no ser que vea claramente que el interés de la gloria de Dios pide que proceda de otra manera. He aquí uno de mis propósitos.

En tercer lugar, este interior de Jesucristo que sublimaba tanto la bajeza de sus acciones, me ha hecho descubrir, a mi parecer, el verdadero camino de la santidad.

En el género de vida que he abrazado este es el único medio de distinguirse delante de Dios, porque todo es común en lo exterior. También me siento fuertemente atraído a aplicarme a hacer las cosas más pequeñas con grandes intenciones a practicar a menudo en el secreto del corazón actos de las más perfectas virtudes, de anonadamiento ante Dios, de deseo de procurar su gloria, de confianza, de amor, de resignación y de perfecto sacrificio. Esto se puede hacer en todas partes y aun cuando no se haga nada.

Aunque todo lo que nosotros hacemos para procurar la gloria de Dios sea bien poca cosa, y que esta gloria, aun la exterior, sea un pequeño bien respecto de Él, no es, sin embargo, tan pequeño cuando el Verbo Eterno ha querido encarnarse para eso.

Es maravilloso que, pudiendo por sí mismo convertir toda la tierra, haya preferido hacerlo por sus discípulos. Empleó toda su vida en formarlos. Parece que, de todas las cosas necesarias para la conversión del mundo, sólo escogió para sí las más espinosas, como la muerte, y dejó a los hombres las de mayor brillo. ¡Qué amor hacia algunos hombres, querer servirse de ellos para santificar a otros, aunque pudiese fácilmente hacerlo sin ellos!

9.- Bautismo

He pensado que el hombre llamado a convertir a otros, tiene necesidad de grandes virtudes, y sobre todo, de una gran humildad y de una obediencia admirable.

Hay ocasiones en que se puede imitar esta conducta; no hay que dejarlas escapar. Arreglar las cosas de manera que parezca que se sigue el consejo que se da, y no ser más que el instrumento cuando se es el agente, facilita la ejecución y ayuda a la humildad. Ningún trabajo me cuesta el atribuirlo todo a Dios. ¿Cómo podría yo nacer nada por mí mismo en la santificación del prójimo, cuando tan fuertemente siento la impotencia en que me encuentro de curarme de las menores imperfecciones, aunque las conozca, aunque tenga, por decirlo así, entre las manos mil clases de armas para combatirlas?

He resuelto ser obediente como un niño durante toda mi vida, especialmente en las cosas que se refieren en algún modo al adelanto en el servicio de Dios; porque sin esto hay el peligro de buscarse uno a sí mismo. ¡Qué ilusión pensar servir a Dios y glorificarle más de otro modo, de como a Él le agrada! Aun cuando fueseis el mayor hombre del mundo, ¿qué dificultad hay en obedecer en todo a otro hombre? Este hombre representa a Dios: ¡cuánto más que obedecéis a una campana!

Además de honrar a todos los que trabajan en la salvación de las almas, hacer valer sus ministerios tanto cuanto me sea posible, mantener gran unión con ellos, alegrarme de sus triunfos.

Una conducta opuesta a ésta sería la más ridícula, la más imperfecta, la más vana, la más alejada del espíritu de Dios que podría tener un hombre que se emplea en la salvación de las almas.

10.- Desierto

Parece que treinta años de preparación deberían ser suficientes. Pero no; Jesucristo no pone en práctica la misión de su Padre antes de que el Espíritu Santo le conduzca al desierto para practicar allí la mortificación y demás virtudes necesarias al cargo de un Apóstol.

He propuesto huir todo linaje de delicadezas en la comida, en el vestido, etc.; nunca pedir nada para mi sustento al predicar, y no quejarme nunca de nada. «No sólo de pan vive el hombre» (Mt 4, 4). Segundo, no tener nada de particular para mis vestidos, ni aun para el campo, y hacer todos mis viajes siempre a pie, en cuanto me sea posible. Es fácil hacer esto sin mucha incomodidad, y esto, a más de otros buenos efectos, humilla el espíritu[2].

También he hecho el propósito de hacer mis Ejercicios Espirituales y los Retiros con una fidelidad inviolable y con el mayor fervor posible; de meditar mucho la vida de Jesucristo, que es el modelo de la nuestra.

He comprendido la sentencia de San Juan Berchmans: «Mortificatio maxima vita communis» (Sea mi mayor mortificación la vida común). Mortifica el cuerpo y el espíritu.

Todo lo demás no es la más de las veces sino la vanidad que busca distinguirse. En todo caso, antes de hacer algo extraordinario, quiero hacer todas las cosas ordinarias y hacerlas con todas las circunstancias que piden nuestras Reglas: esto lleva lejos a aun a una admirable santidad. Al leer nuestras Reglas he concebido un gran deseo de observarlas todas, con la gracia de Dios. Esto pide, a mi juicio, gran ánimo, gran sencillez, gran recogimiento, gran esfuerzo y gran constancia, y sobre todo, mucha gracia de Dios.

11.- Elección de los Apóstoles

Jesucristo escogió por Apóstoles, primeramente, hombres pobres, idiotas, y juzgando humanamente muy poco a propósito para sus planes. No porque sea preciso ser de nacimiento oscuro y sin letras para trabajar en la salvación de las almas; pero para hacer entender a aquellos que son llamados a este ministerio, lo poco necesarios que son los talentos naturales o adquiridos, y que no deben atribuir a ellos el éxito de sus empleos.

Escogió, lo segundo, pescadores, etc., para enseñarnos que no es este oficio de personas delicadas, sino que es necesario sufrir mil fatigas y prepararse para los más rudos trabajos. Me he sentido dispuesto a todo, gracias a Dios; ningún trabajo me causa miedo, moriría contento trabajando en esto; pero me encuentro tan indigno de esta gracia, que no sé si Dios se querrá servir de mí en alguna cosa.

12.- Bienaventuranzas

«Bienaventurados los pobres de espíritu, los mansos, los limpios de corazón». Estas tres bienaventuranzas tienen entre sí, me parece, alguna relación y no pueden darse la una sin la otra. He comprendido que son verdaderamente dichosos los que están desprendidos de todas las cosas y han arrancado de su corazón hasta las inclinaciones viciosas; pero ciertamente me encuentro muy lejos de este estado.

13.- Tentaciones de vanagloria

He sentido hacia el fin de esta segunda semana que la inclinación a la vanagloria está aún en mi corazón casi tan viva como nunca, aunque no produzca los mismos efectos y reprima sus movimientos con la gracia. Me parece que nunca me he conocido tan bien; pero me reconozco tan miserable, que me avergüenzo de mí mismo, y este conocimiento me causa de vez en cuando accesos de tristeza, que me llevarían a la desesperación, si Dios no me sostuviese.

En este estado nada me consuela tanto como la reflexión que me hago de que esta misma tristeza es efecto de una gran vanidad, y que este conocimiento y este sentimiento de mis miserias es una gran gracia de Dios, y que con tal que yo espere en Dios y le sea fiel, no permitirá que perezca.

Me someto en todo a su voluntad y estoy dispuesto, si así lo quiere, a pasar mi vida en este importuno combate, con tal que Él me sostenga con su gracia para no sucumbir. Creo, sin embargo, que se puede ahogar este apetito de vanagloria a fuerza de reprimir sus movimientos; como también al fin y al cabo se ahogan los remordimientos de la conciencia, aunque militen en su favor la gracia, la naturaleza y la educación.

14.- Tres maneras de humildad

En la meditación de los tres grados de humildad[3], además de que he sentido con mucha dulzura, confusión y temor que Dios me llama al tercero, que consiste en quitar hasta las malas inclinaciones y amar todo lo que el mundo aborrece; además de que veo que sería el más desgraciado de los hombres si me contentase con algo menos, mil razones me persuaden que tengo que procurarlo con todas mis fuerzas.

1º. Dios me ha amado demasiado para que yo trate de escatimarle nada; sólo este pensamiento me horroriza. Qué, ¿no ser todo de Dios cuando Él ha sido tan misericordioso para conmigo? ¿Reservarme alguna cosa, después de tantas como he recibido de Él? Jamás consentiría tan cosa mi corazón.

2º. Cuando veo lo poco que soy y qué es lo que yo puedo hacer para gloria de Dios, empleándome enteramente en su servicio, me avergüenzo sólo de pensar reservarme algo.

3º. No tendría yo seguridad ninguna, tomando un término medio; me conozco y sé que caería bien pronto en una extrema maldad.

4º. Sólo los que sirven a Dios, sin reserva, deben esperar morir dulcemente.

5º. Sólo los tales llevan una vida dulce y tranquila.

6º. Para hacer mucho por Dios es necesario ser completamente suyo; por poco que le quitéis, os hacéis poco a propósito para hacer grandes cosas por el prójimo.

7º. En este estado es donde se conserva viva fe y esperanza firme; se pide a Dios con confianza y se obtiene infaliblemente lo que se pide.

15.- Tres binarios[4]

En la meditación de los tres estados o de las tres clases de hombres, he resuelto, y me parece que de buena fe, gracias a Dios, ser de aquellos que quieren curarse a toda costa. En suma, he conocido muy bien que mi pasión dominante es el deseo de la vanagloria, y he hecho un firme propósito de no omitir ninguna humillación de todas las que me pueda procurar sin faltar a la Regla y no huir nunca de las que se me presenten.

He notado que este continuo cuidado de humillarse y mortificarse en todo, causa a veces tristeza a la naturaleza, que la hace floja y menos dispuesta a servir a Dios. Es una tentación que podemos, me parece, vencer pensando que Dios no exige esto de nosotros sino por amistad, y que nosotros nos entregamos a esta práctica como un amigo se aplica en todo momento a agradar a su amigo, o un buen hijo a servir y alegrar a su buen padre, sin que tenga para esto necesidad de andar cohibido, conservando cierta libertad de espíritu en medio de los menores y más asiduos cuidados, la cual libertad es una de las manifestaciones más sensibles del verdadero amor. Se hace con gusto lo que se cree que agrada a la persona a quien amamos de veras.

B.- La elección y el Voto. Repetición de las precedentes

En la repetición de las dos últimas meditaciones, habiendo empezado primero con un gran sentimiento a la vista del orgullo que encierra un pecado cometido con propósito deliberado y de la ceguedad de los hombres que se ponen a deliberar si deben limitarse a huir del pecado mortal, etc., como si un bien grande no debiera siempre preferirse, sin ponerlo en parangón con uno pequeño; este dulce sentimiento se ha como extinguido por un pensamiento de vana complacencia que me ha sobrevenido y que he tenido que combatir. No acertaría a decir cuánto me ha humillado esto.

He pasado el resto de la oración pensando sobre mi nada y mi indignidad respecto a todas las gracias y consuelos de Dios. He aceptado con completa sumisión la privación de esta clase de bienes durante toda mi vida, y ser hasta la muerte como el juguete de los demonios y de toda clase de tentaciones. Me parece he reconocido con los sentimientos de la Cananea que no debo tener ninguna parte en el pan de los hijos.

He pedido a Dios me dé sólo lo que me es precisamente necesario para sostenerme de manera que no le ofenda jamás. No pierdo, sin embargo, la esperanza de llegar al grado de santidad que pide mi vocación, y lo espero; pero preveo que tendré que pedir esta gracia durante mucho tiempo. Bien está; estoy resuelto, gracias a Dios, a la perseverancia cuanto fuere preciso; es una cosa tan grande y tan preciosa la santidad, que nunca se comprará demasiado cara.

1.- La entrega del Voto

Encontrándome en esta situación extraordinariamente instado a cumplir el proyecto de vida que desde hace tres o cuatro años medito, con el consentimiento de mi Director, me he entregado enteramente a Vos, ¡oh Dios mío!

¡Cuán grandes son vuestras misericordias para conmigo, Dios de la Majestad! ¿Quién soy yo para que Vos os dignéis aceptar el sacrificio de mi corazón? Será, pues, todo para Vos; las criaturas no tendrán parte alguna, no valen la pena. Sed, pues, amable Jesús, mi padre, mi amigo, mi maestro, mi todo; pues si estáis contento con mi corazón, ¿sería posible ni razonable que el mío no estuviese contento con el vuestro? Sólo quiero vivir en adelante para Vos y vivir mucho tiempo, si así lo queréis, para sufrir más. No pido la muerte, que abreviaría mis miserias. Si no es vuestra voluntad que muera a la misma edad que Vos, sed por ello bendito; pero me parece al menos que es de justicia que yo empiece a vivir por Vos y para Vos a la misma edad que Vos moristeis por todos los hombres, y por mí en particular, que tantas veces me he hecho indigno de tan grande gracia. Recibid, pues, amable Salvador de los hombres, este sacrificio que el más ingrato de todos ellos os hace para reparar el daño que hasta este punto no he dejado de haceros al ofenderos[5].


[1] Recordamos aquí la hermosa palabra del Abbé Huvelin: «Jesucristo se ha apoderado de tal manera del último lugar que no es posible arrebatárselo». Llama la atención que no haga mención del Nacimiento en las meditaciones, véase el n. 6. El tema se puede hallar luego, en las «Notas espirituales», 1675, n. 5.

[2] Los viajes antiguos tenían como comodidad el caballo o mula, sobre todo el coche de caballos. S. Pedro Fabro recorrió Europa a pie. S. Estanislao de Kostka fue a pie de Viena a Roma.

[3] En los ejercicios ignacianos se llaman tres maneras o grados de humildad a tres disposiciones del ejercitante, para que se examine y aspire a la tercera. La primera es no cometer pecado mortal, ni dudar en ello. La segunda lo mismo del pecado venial, y con indiferencia a todo sino a la voluntad de Dios. La tercera es desear, imitar a Cristo en humillaciones y desprecios, aunque fuese igual gloria de Dios tenerlos que no tenerlos, por amor.

[4] Llama san Ignacio en sus ejercicios «tres binarios» a tres clases de hombres, que sirven como de espejo para la actitud del ejercitante: primera clase, de los que quieren renunciar a todo por Cristo, pero a la hora de la muerte; segunda, de los que dicen que lo quieren, pero no ponen medios eficaces para lograrlo; tercera, de los profundamente sinceros en este querer.

[5] Tenía el P. La Colombière en este momento treinta y tres años de edad (1641-1674), la edad que la tradición asignó a Jesús al morir. Es la edad de plenitud viril en la que el hombre de Dios va a entregar su vida a Dios con el extraordinario «Voto de guardar sus Reglas», que constituirá su camino de entrega a Dios. Se puede decir que la vida del P. La Colombière da un cambio profundo a partir de este instante, y aparece un hombre nuevo de espíritu. No nos parece necesario detallar las diversas Reglas de la Compañía de Jesús, que él incorpora a su voto. Van suficientemente indicadas en el «Proyecto de Voto», que describe. Sí diremos que estas Reglas y Constituciones, por voluntad expresada del propio Fundador de la Compañía en las mismas Constituciones, por sí mismas no obligan a pecado alguno, son motivo del espíritu generoso de la mayor gloria de Dios. El Santo va a añadir con su voto la condición de pecado en su inobservancia, y dará sus motivos para hacerlo en las Consideraciones que acompañan al fin del Voto. Sin que sea necesario imitar su conducta, es indudable que a él le llevó a una gran perfección, y constituye un gran ejemplo para los religiosos de amor a sus Reglas, como camino seguro hacia Dios.