Del libro El Reinado del Corazón de Jesús (tomo1), escrito por un P. Oblato de María Inmaculada, Capellán de Montmartre. Publicado en Francia en 1897 y traducido por primera vez al Español en 1910.
Explicaba Santa Margarita María de Alacoque:
“Otra vez, en tiempo de Carnaval, es decir, cerca de cinco semanas, antes del miércoles de ceniza, (en ciertas comarcas, en aquel tiempo, el Carnaval comenzaba por reyes y se terminaba al con los tres días de carnaval propiamente dichos antes del miércoles de ceniza), nuestro Señor se presentó a mi después de la santa Comunión, bajo la figura de un Ecce Homo cargado con su Cruz, todo cubierto de llagas y cardenales (*). Su sangre adorable manaba por todas partes, y decía con voz dolorosamente triste:
“¿No habrá nadie que tenga compasión de mí y que quiere acompañarme y tomar parte de mi dolor, en este lastimoso estado en que me han puesto los pecadores, sobre todo durante estos días?”
“Me ofrecí a Él y me postre a sus sagrados pies con lágrimas y gemidos. Cargó sobre mis hombros aquella pesada Cruz toda erizada de puntas de clavos. Sintiéndome o agobiada bajo su peso, comencé a comprender mejor la gravedad y malicia del pecado, el cual detestaba tan firmemente en mi corazón, que hubiera querido precipitar mí en el infierno mil veces antes que cometer uno solo voluntariamente. ¡Oh, maldito pecado, decía; qué detestable eres por la injuria que haces a mi Soberano Bien!
*(Es de notar que en la Hostia es donde nuestro Señor apareció bajo esta forma sangrienta. Esta visión y otras muchas semejantes, como hemos dicho, muestran que en el Santísimo Sacramento es donde el Sagrado Corazón quiere ser honrado, cualquiera que sea el estado en que se le considere.
Dos cuestiones se presentan aquí:
¿Qué hay que pensar de esas apariciones en las cuales nuestro Señor aparece bajo la forma de víctimas sangrienta?
La fe nos enseña que nuestro Señor, desde su entrada en la gloria, es impasible. Se engañarían, pues, grandemente los que tomarán estas manifestaciones al pie de la letra. Por otra parte, no sería menor ilusión no ver en ellas más que pura ficción; pues tienen profunda significación. Indican, por de pronto, que los pecados cometidos actualmente por cada uno de los hombres hicieron sufrir a nuestro Señor en el Calvario más que el odio y la crueldad de los verdugos. En segundo lugar, estas visiones demuestran la aversión que actualmente tiene el Corazón de Jesús al pecado, y la aflicción que le causaría las culpas de los hombres todavía, si la aflicción pudiera llegar hasta Él. (P.Terrien)
¿Podemos nosotros por nuestras reparaciones consolar verdaderamente al Corazón de Jesús?
Los consuelos que nosotros ofrecemos a nuestro Señor no son cosa imaginaria o puramente simbólica, sino que tuvieron y tienen al presente influencia real en el Corazón de Jesús. Si actualmente no pueden hacer que desaparezca del Corazón de Jesús la tristeza, puesto que es impasible, por lo menos han consolado realmente por adelantado a este divino Corazón en su vida mortal. Así como nuestros pecados que Él conocía le hicieron sufrir realmente, así también nuestras futuras reparaciones que preveía realmente le consolaron. Además, si la malicia de los hombres no puede hacer sufrir de un modo sensible al Corazón de Jesús, este divino Corazón es actualmente susceptible de gozo. Podemos, pues, con toda verdad, regocijar a nuestro divino Maestro y causar dulces emociones a su Corazón humano con el espectáculo de nuestras reparaciones. (P.Terrien) )
Mi buen Maestro me hizo ver:
Que no era bastante llevar esta cruz, sino que era preciso clavarme en ella con Él para hacerle fiel compañía, participando de sus dolores, desprecios, oprobios y otras ofensas que sufría. Me dijo que por las crueles amarguras que me hacía gustar, podría en algún modo endulzar las que los pecadores derraman sobre su Sagrado Corazón con sus diversiones; que debía gemir sin cesar con Él para obtener misericordia, a fin de que los pecados no llegasen a su colmo y que Dios perdonara a los pecadores en atención al amor que tiene a este amable Corazón.
Me abandone prontamente a todo lo que Él quisiera hacer de mí y en mí, dejándome clavar a su gusto en esta Cruz, por medio de una enfermedad, que me hizo en breve sentir con dolores las agudas puntas de los clavos de que estaba erizada aquella cruz, y estos dolores no encontraban más compasión y alivio que desprecios, humillaciones y otras muchas consecuencias penosísimas a la naturaleza.
El estado de tormento, de que he hablado más arriba, me duraba ordinariamente todo el tiempo de Carnaval, hasta el miércoles de Ceniza. Muy difícil sería decir todo lo que sufría durante esos tres días. Me parecía estar reducida al extremo, sin poder encontrar ningún consuelo y alivio que no aumentará todavía más mis trabajos. Me abandonaba entonces a la voluntad de mi Salvador, que quería que le acompañase en la Cruz, donde permanecía sólo todo este tiempo de diversiones. Después, de repente, me encontraba con suficiente fuerza y vigor para ayunar la Cuaresma; gracias que siempre me concedió mi Soberano.
En 1687, la Santa escribía a la Madre de Saumaise: “Vuestra última carta me ha sido muy útil en el estado lamentable a que me encuentro reducida desde cerca de Reyes. Me parecía que me clavaban a una cruz muy dolorosa, en que he pasado lo que me sería bien difícil declarar, pues no me conocía a mí misma, sobre todo los tres últimos días de carnaval, que me parecía estar próxima a perecer. Pero como siempre me venía el pensamiento que mis penas se aliviarían en cuaresma, me abandonaba a la voluntad de mi Salvador.”
“El 15 de Febrero de 1689, decía a la misma religiosa como por un gran privilegio de la obediencia, estuve en nuestra capilla del Sagrado Corazón, desde las diez de la mañana hasta cerca de las cuatro de la tarde, puesto que me veían agobiada de tormentos, que no han cesado hace ya cerca de seis semanas, pero de una manera tal, que creía a cada instante sucumbir, bien que estaba de antemano prevenida.”
Este caritativo Corazón me había hecho la petición siguiente:
“Si quería acompañarle en la cruz en este tiempo de Carnaval, en que era tan abandonado de los hombres, por el afán que tienen por los placeres.”
Hablando del último año de su vida, decía la Santa al Padre Croiset: “En este tiempo de Carnaval (1690), durante el cual tantos pecados ofenden y abandonan, mi divino Maestro me ha puesto en un estado tan doloroso, y de tal modo me parece un tiempo de dolor y amargura para mí, que no puedo ver ni gustar sino a mi Jesús paciente abandonado. Participó de sus dolores, y su Corazón adorable me penetra tan vivamente, que no me conozco a mí misma. Todo sirve a su divina Justicia de instrumento para atormentar a esta víctima criminal, de tal suerte que no puedo menos de santificarme, como hostia de inmolación, a su Santidad de Justicia. Me contento con ajustarme a la divina voluntad; porque con tal que Él esté contento me basta… No creí poder responderos; pienso, sin embargo, que mi Soberano lo ha querido así. Me ha dado medios de hacerlo de la manera que le plugo, pues en cuanto a mí al presente no podría decir otra cosa sino: “Mi alma está triste hasta la muerte”, o bien las palabras de mi Salvador en la cruz: “Dios mío, ¿por qué me habéis abandonado?” y estas otras: “¡Padre mío, perdónalos!”.