Gabriel María Verd, S.J, Meditaciones sobre la oración rítmica “Corazón de Cristo“
Quiero, Señor, ser yo mismo un memorial eterno de la bondad infinita de tu Corazón. Un memorial de tu generosidad, de tu benignidad y de tu misericordia, pues quiero pregonar eternamente las grandezas de tu amor.
Quiero proclamar que, antes que existiera, ya me amabas (Jr 31,3; 1 Jn 4,19), y me elegiste (Jer 1,5; Is 49,1 –5; Gal 1,15) y me ha atrajiste con tu misericordia (Jer 31,3), enamorando me con la bondad de tu Corazón.
Quiero proclamar que con la sangre de tu pasión y el agua de tu costado la baste mis pecados y blanqueaste mis miserias (Ap 7,14); y que con el vino de la sangre brota de tu pecho -¡oh divina Eucaristía!-me embriagaste con tu amistad divina.
En quiero proclamar que estando extraviado, mes con diste lo profundo de tu Corazón, guardando me del pecado y comunicándome tus misterios. De modo que allí dentro pudieras moldearme y sellarme me con tu imagen, para hacerme ante el Padre otro hijo de misericordia.
Quiero proclamar que iluminaste mi ignorancia con la luz que eres tú mismo, salvándome, sin méritos propios, de unas tinieblas que no te recibieron (Jn 1,5); y que me confortaste en el camino –en el camino estrecho (Mt 7,14) –con tu consuelo y tu fuerza.
Quiero proclamar que inflamaste mi tibieza con las llamas de tu Corazón, y con el calor de una predilección no merecida. Y que con esas mismas llamas tú mismo consumiste mis pecados y mis egoísmos, hasta transformarme en Ti.
Quiero proclamar, oh Dios, que te dignaste imprimirme de tus mismas heridas, llagando este cuerpo de pecado con las marcas de tu Pasión redentora (Col 1,24), y traspasando mi corazón con las flechas de tu amor infinito.
Quiero proclamar, en fin, que, estando condenado, me salvaste con tu sangre, oh inocente Cordero inmaculado (1 Pe 1,19). Y por eso quiero cantar eternamente este digno de alabanza:
“La salvación se debe a nuestro Dios, que está sentado en el trono, y al Cordero. La alabanza y la gloria y la sabiduría y el agradecimiento y el honor y el poder y la fuerza, sean para nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén” ( Ap 7,10. 12).