Simbología del «Corazón» en la Biblia y en la tradición Cristiana (IV)

Corazón de Jesús

P.Cándido Pozo. S.J.

La antropología patrística

A pesar de la tradición bíblica, sintetizada en las páginas anteriores, que privilegiaba el término «corazón» como centro de vida anímica, el tema del Corazón de Cristo tuvo que abrirse camino lentamente en la vida de la Iglesia. Ello se debió probablemente a la difícil situación en que se encontraron los Padres en este tema. Las ideas filosóficas de antropología que utilizaron prevalentemente no les ayudaron para empalmar con las ideas antropológicas bíblicas.

Tales ideas de filosofía antropológica eran, muchas veces, de origen platónico y representaban una concepción muy diferente de la concepción antropológica de la Biblia. San Jerónimo tuvo conciencia de ello: «Se pregunta dónde está lo principal del alma: Platón muestra que está en el cerebro, Cristo en el corazón». La divergencia no podía ser más palmaria.

El Cardenal J. Ratzinger, siguiendo a E. von Ivánka, ha demostrado el papel de puente que frente a estas dos líneas tan contrapuestas ofrecieron históricamente las ideas antropológicas estoicas. «Según la antropología platónica se pueden distinguir las potencias concretas del alma entre sí, las cuales a la vez están ligadas en una relación de orden jerárquico: inteligencia, voluntad, sensibilidad. La Estoa que piensa al hombre como microcosmos en exacta correspondencia con el macrocosmos, rechaza esta concep-ción». De la misma manera que el cosmos ha sido formado por un fuego primordial, el cuerpo humano es formado por una centella de ese fuego que es el pneuma. Al fuego primordial lo llamaron Logos, y así el pneuma es el logos en nosotros. El centro del cosmos, el sol, fue llamado por los estoicos «corazón del cosmos». El pneuma tiene su sede en el corazón del hombre que es el sol del cuerpo.

Es curioso e incluso paradójico, por citar dos ejemplos, que sean precisamente dos autores de la época patrística fuertemente influenciados, en muchos aspectos, por ideas platónicas, en quienes más nítida aparece la marca de la antropología estoica. Orígenes pone el corazón como centro del hombre y en él sitúa el hêgemonikón que lo rige. En cuanto a San Agustín, es conocida la monografía de A. Maxsein quien estudia la esencia de la personalidad según San Agustín como una filosofía del corazón.

 

Conclusión

Con respecto a Cristo tendremos que reconocer un centro en cl que reside su hêgemonikèn, que es su Corazón. Sólo ese centro explica los episodios todos de su vida, la cual gracias a él se convierte en «pro-existencia».

El Cristiano no será auténtico por la mera justicia externa de los fariseos, sino por la conversión del corazón. No podemos olvidar la importancia del tema del corazón en la polémica de Jesús con los fariseos: «del corazón provienen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias» (Mt 15, 19). Pero la conversión del propio corazón sólo se conseguirá si nos ponemos ante Cristo intentando imitar su Corazón según la invitación de Mt 11, 29, es decir, sus actitudes internas y permanentes. A ellas aludimos, cuando décimos de alguien que tiene buen corazón o mal corazón. No hablamos de un hombre de buen corazón simplemente ante una buena obra aislada, aunque sea generosa, como tampoco calificamos de mal corazón al que ha cometido una mala acción separada. El corazón designa lo interno, cuando es permanente. Ulteriormente no olvidaremos que el Corazón que hemos de imitar es fuente de gracia y de fuerza (Jn 7, 38). Llegarse a él y beber de él ofrecen la única posibilidad de que nuestra transformación interior permanente — la transformación del corazón — se realice. «Cor ad cor loquitur». El Corazón habla al corazón y en ese diálogo se concentra la esencia de la vida Cristiana.