Audiencia del Santo Padre, San Juan Pablo II, sobre el Triduo Pascual 2002
1. Comienza mañana el Triduo Pascual, que nos hará revivir el aconecimiento central de nuestra salvación. Serán días de oración y meditación más intensas, en los que reflexionaremos, ayudados por los sugerentes ritos de la Semana Santa, en la pasión, en la muerte, y en la resurrección de Cristo.
En el Misterio pascual está el sentido y el culmen de la historia humana. «Por ello –subraya el Catecismo de la Iglesia Católica–, la Pascua no es simplemente una fiesta entre otras: es la «Fiesta de las fiestas», «Solemnidad de las solemnidades», como la Eucaristía es el Sacramento de los sacramentos (el gran sacramento). San Atanasio la llama «el gran domingo» (Ep. fest. 329) así como la Semana Santa es llamada en oriente «la gran semana». El Misterio de la Resurrección, en el cual Cristo ha aplastado la muerte, penetra en nuestro viejo tiempo con su poderosa energía hasta que todo le esté sometido» (n. 1169).
2. Mañana, Jueves Santo, contemplaremos a Cristo, que en el Cenáculo, en la vigilia de su pasión, hizo a la Iglesia el don de sí mismo, instituyó el sacerdocio ministerial y dejó a sus discípulos un mandamiento nuevo, el mandamiento del amor. En el sacramento de la Eucaristía ha querido quedarse con nosotros, haciéndose nuestro alimento de salvación. Tras la sugerente santa misa de la Cena del Señor, velaremos en adoración con él, obedeciendo al deseo que manifestó a los apóstoles en el Huerto de los Olivos: «Quedaos aquí y velad conmigo» (Mateo 26, 38).
El Viernes Santo reviviremos los trágicos pasos de la pasión del Redentor hasta la crucifixión en el Gólgota. La adoración de la Cruz nos permitirá comprender más profundamente la infinita misericordia de Dios. Al pasar conscientemente por aquel dolor inmenso, el Hijo unigénito del Padre se convirtió en anuncio definitivo de salvación para la humanidad. ¡Ciertamente la cruz es un camino difícil! Y, sin embargo, sólo en ella se nos entrega el Misterio de la muerte que da la vida.
El clima de recogimiento y silencio del Sábado Santo nos ofrecerá después la ocasión de esperar, rezando con María, el acontecimiento glorioso de la Resurrección, comenzando a experimentar ya la íntima alegría.
En la Vigilia Pascual, al entonar el canto del «Gloria» se desvelará el esplendor de nuestro destino: formar una humanidad nueva, redimida por Cristo, muerto y resucitado por nosotros. Cuando se cante en el día de Pascua en las Iglesias de todos los rincones de la tierra «Dux vitae mortuus regnat vivus», «el Señor de la vida había muerto; pero ahora, vivo, triunfa» («Secuencia»), podremos comprender y amar hasta el fondo la Cruz de Cristo: ¡en ella, Cristo derrotó para siempre al pecado y a la muerte!
3. En el Triduo Pascual concentraremos la mirada de manera más intensa en el rostro de Cristo. Rostro de sufrimiento y agonía, que nos permite comprender mejor el carácter dramático de los acontecimientos y de las situaciones que también en estos días afligen a la humanidad; Rostro resplandeciente de luz, que abre a nuestra existencia una nueva esperanza.
En la carta apostólica «Novo millennio ineunte», escribía: «Después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. En el rostro de Cristo ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. «Dulcis Iesu memoria, dans vera cordis gaudia»: ¡cuán dulce es el recuerdo de Jesús, fuente de verdadera alegría del corazón!» (n. 28).
En el Getsemaní nos sentiremos en singular sintonía con quienes yacen bajo el peso de la angustia y de la soledad. Meditando el proceso al que fue sometido Jesús, recordaremos a cuantos son perseguidos por su fe y a causa de la justicia.
Acompañando a Cristo hacia el Gólgota, a través de la calle de la amargura, se elevará con confianza nuestra oración por quien se encuentra bajo el peso en el cuerpo y en el espíritu del mal y del pecado. En la hora suprema del sacrificio del Hijo de Dios, pondremos con confianza a los pies de la cruz el anhelo que albergan todos los corazones: ¡el deseo de la paz!
María Santísima, que siguió fielmente a su Hijo hasta la Cruz, nos llevará, tras haber contemplado con ella el rostro doliente de Cristo, a gozar de la luz y de la alegría que emanan del rostro resplandeciente del Resucitado.
Este es mi auspicio: ¡que sea un Triduo verdaderamente santo para vivir una Pascua feliz y consoladora!