El Verbo Encarnado fin de toda la Creación

María y el niño Jesús en Nazaret

Del libro»El Corazón de Jesús y la divinización del cristiano», de Enrique Ramiére, S.I.

El Verbo Encarnado fin de toda la Creación

Los teólogos de las dos partes están acordes, como hemos dicho, en afirmar que el Verbo Encarnado es el fin de todo lo que existe, y esto basta para la cuestión presente.

“Dios, dice el doctor Rupert, húbose con su muy amado Hijo, como se portaría un grande y poderoso monarca con el heredero de su corona. El edifico un magnífico palacio, ricamente amueblado, y lo rodeó de una corte que dijera relación a su dignidad. Pues para Él creó la tierra, para Él encendió millares de centelleantes antorchas, para su servicio sacó de la nada un número sinnúmero de ángeles, y no hemos de ser tan cándidos, añade el piadoso Doctor, que pensemos no tuvo intento alguno de crear al hombre antes de la caída de los ángeles.

La verdad es que no fueron los hombres creados para los ángeles, sino tanto los ángeles como todas las criaturas recibieron el ser en previsión de un hombre, que es nuestro Señor. Creamos, pues, y confesemos con la boca y el corazón que todo ha sido creado para formar como una corona de gloria al Verbo Encarnado”.

En este sentido interpretar varios Padres de la iglesia las palabras del libro de los proverbios: Hame poseído el Señor, esto es, según los Setenta, Hame hecho al principio de sus caminos antes que todo. Sus vías son las criaturas que guían a Dios, como un camino lleva al término del viaje; mas, antes que a todas esas criaturas, Dios vio y me destinó ya entonces a ser el fin de toda la creación.

De la misma manera se explican las palabras de Nuestro Señor en el Apocalipsis: Yo soy un principio, porque doy el será todas las cosas de la naturaleza, de la gracia y de la gloria a título de la causa primera, ejemplar y meritoria; yo soy un fin, porque todo se hace para mi gloria, de suerte que todo sale de Mí como de su primer Principio, y todo vuelve a Mí como su último fin.

“Todo el universo, advierte San Bernardino de Siena, es como una esfera  inteligible, cuyo centro es el hijo de Dios, Jesucristo. En efecto, este amable Maestro es, en orden al mundo, lo que el centro para la circunferencia. Todos los radios, conviene a saber, todas las criaturas parten de ese punto y a él convergen al mismo tiempo.”

San Francisco de sales, después de haber expuesto en su tratado del amor de Dios las consecuencias de los decretos eternos relacionados con la encarnación, añade estas hermosas palabras: “siendo, pues, así que toda voluntad bien dispuesta determinada a amar varios objetos igualmente presentes, prefiere ante todo almas amable, siguesé que la Soberana Providencia al hacer el proyecto y diseños de todo lo que produciría, quiso ante todas las cosas y amó con extraordinaria predilección al objeto más amable de su amor, que es nuestro Salvador; luego, por su orden, a las otras criaturas conforme al grado de servicio, honor y gloria que estén llamadas a prestarle.

De la manera que la viña se planta principalmente por el fruto, y eso es lo primero que se desea y pretende, bien que las hojas y flores perecerán en la da producción, así el gran Salvador fue el primero en la intención de Dios, y en el proyecto eterno de la divina providencia hizo de comunicar el ser a las criaturas, si bien con la mira puesta en este deseable fruto, fue plantada la viña del universo y establecida la sucesión de varias generaciones que, a modo de hojas y flores, le debían proceder como precursores y preparativos acomodados a la producción de ese racimo, cuyo licor regocija a Dios y a los hombres.”

En el plan que tenía Dios, dice Santo Tomás, de elevar las cosas creadas a su más alto grado de perfección, nada más sabio y atinado podía ocurrírsele que unir el Verbo de Dios, principio de todo, a la naturaleza humana, última criatura en la obra de los seis días, y a fin de componer un hombre-Dios en quien y a quién todo se reduce.

Por eso, en efecto, Jesucristo, encerrando en sí el complemento de nuestra naturaleza, viene a ser con nuevo título nuestro fin, y, por tanto, el principio de nuestra felicidad, pues la felicidad está en la posesión del fin. En Jesucristo, y sólo en Jesucristo, se llenan los inmensos vacíos de esta naturaleza a la vez tan rica y tan pobre. Fuera de Jesucristo, el espíritu del hombre está en necesaria oposición con sus sentidos; la actividad de la inteligencia disminuye la fuerza de la voluntad, el interés y el deber están irreconciliable mentes divididos; las pasiones conspiran naturalmente contra la virtud. Las virtudes mismas luchan entre sí: la grandeza del alma no puede avenirse con la humildad; la fuerza excluye la dulzura; la sensibilidad de un corazón amante empaña muy pronto el brillo de su pureza; el arrojo de la inteligencia no se compara si no a costa de la simplicidad de la fe.