Del libro»El Corazón de Jesús y la divinización del cristiano», de Enrique Ramiére, S.I.
El Verbo Encarnado, mediador entre Dios y los hombres en orden a la realización de los planes del Eterno sobre la humanidad.
El principio fundamental de toda la legislación de la divina Providencia es, que todas las criaturas tienen esencialmente por fin la gloria de Dios, reproduciendo en un grado finito sus infinitas perfecciones. Por ser belleza absoluta, no puede dar a las obras de sus manos otro modelo que a sí mismo; su infinito amor no puede crear las voluntades irracionales. Y a Él corresponde necesariamente como a Primer principio de todas las cosas, ser su último fin, a cuya adquisición ha de llegar el hombre no como quiera sino, conforme al decreto de Dios, por medio de su divinización.
Tenemos ya, pues, dos verdades, pero en realidad no son más que las primeras líneas del plan que se propuso Dios en la creación del hombre. Para admirar a nuestro sabor su magnífica concepción, intentaremos presentarlo de conjunto.
Podía Dios, sin intermediario alguno, comunicar al hombre su gracia, elevarle al orden sobrenatural y reportar la gloria que de él tiene derecho a esperar. Más como hábil obrero que es, dio a su obra una belleza y perfección que ningún entendimiento creado habría podido barruntar. Para salvar la distancia que le separaba del hombre puso un mediador, EL VERBO ENCARNADO, JESUCRISTO NUESTRO SEÑOR, en el cual están reunidas, sin confundirse, todas las perfecciones de la naturaleza humana y divina.
Según una opinión teológica, muy bella en sí, y para Jesucristo sobremanera gloriosa, defendida por graves teólogos y cuyos sólidos fundamentos se encuentran en las epístolas de San Pablo, la Encarnación del Verbo fue decretada aún antes de la caída de Adán (hablamos no de la prioridad temporis sed signi) como suprema y extraordinaria manifestación de la divina gloria.
Si así es, se nos presenta Jesucristo naturalmente ante los ojos como último fin y Señor de todo lo creado, y, por tanto, como el objeto principal y eterno en la mente del Creador.
La otra doctrina que enseña que, no solamente la Redención, sino también la Encarnación fue decretada como consecuencia de la previsión del pecado original, pone de relieve mucho menos esta verdad; pues tal vez da pie a pensar que la obra más grande de Dios fue un remedio, y casi un expediente, del que, sin esta falta, no había echado mano.
También los defensores de esta última opinión pretenden, y lo prueban, aunque más difícilmente, que el Verbo Encarnado es realmente el fin de todas las criaturas.