Vida del beato Bernardo de Hoyos (XII)

Busto de Bernardo de Hoyos

Cuando estaba en Alaejos.

El Santuario Nacional de Valladolid tiene ya un ambiente propio. Allí se reza y se canta  de una manera especial. Allí el alma oye y recibe inspiraciones que no se reciben en otras iglesias. Es que es el Templo del Corazón de Jesús, y algo singular ha de tener esto de que por los cuatro costados de su fábrica esté como abrasado por el fuego de amor de un Corazón que además es divino. Los fieles ya se van dando cuenta. Y es muy frecuente oír en labios vallisoletanos frases que hablan del Santuario, como de nuestra joya, la mejor, la incomparable.

 

¿Quién no se ha conmovido de manera única  al oír cantar ese “Cor Jesu Sacratissimum” que desde arriba lanzan los niños de coro como una  suavísima oleada de paz y de cariño?

 

Los peregrinos de toda España que pasan por aquí, lo oyen una vez y se lo llevan prendido en el alma como el mejor recuerdo del Santuario. Y en iglesias catalanas, gallegas y andaluzas se canta la plegaria con ese espíritu de dulce y atrayente unción que tienen todas las cosas relacionadas con el Corazón de Cristo.

 

Otras veces resuenan en las bóvedas del Santuario un himno que también se ha hecho popular. Es aquél que llaman “del P. Hoyos”. No hablemos de la música. Lo cierto es que los fieles cantan con gozo extraordinario los versos famosos:

 

“Jesús le dice, soy de Bernardo,

Bernardo dice, soy de Jesús”.

 

Pues bien: ¿sabe el lector a qué se hace alusión con estas significativas palabras?

 

Estamos en presencia del fenómeno místico de mayor importancia en la vida espiritual del H. Bernardo: el premio, la coronación definitiva, la aceptación de su persona por parte de Cristo.

 

Con sorprendente claridad, que a cualquiera menos conocedor de los prodigios místicos le parecería engañosa ilusión, habla el H. Bernardo del desposorio en que Cristo se unió con su alma en este mes de agosto de 1730.

 

Diole un anillo y le dijo: “Sea este anillo prenda de nuestro amor; ya eres mío, y yo soy tuyo; ahora puedes decir y firmarte Bernardo de Jesús , como tu H. Agustín. Tú eres Bernardo de Jesús, y yo soy Jesús de Bernardo. Mi honra es tuya y la tuya mía…etc…”

 

Ya está dispuesto para todo lo que va a venir cuando muy pronto se traslade al Colegio de Valladolid para estudiar Sagrada Teología. Místico, arrebatado de fervor, obsesionado cada vez más con el amor de Jesús. A estos hombres no se les puede mirar con ojos de carne humana. Hay que clavarles la vista despojándose de todo lo carnal y pasmándose de asombro y de respeto ante las maravillas que Dios puede obrar en las almas.

 

Desde luego, la realidad de la Gran Promesa gana su certidumbre, si se considera que en el sujeto que la recibió había precedido una vida adornada con tan singularísimos matices. Dios no hace promesas de este género a un espíritu cualquiera.

 

El regalo de una fiebre.

 

Por estos mismos días de intenso gozo espiritual, septiembre de 1730, cayó víctima de las molestias y prolongadas tercianas. Las padecía un condiscípulo suyo que había de entrar en Ejercicios y para que pudiera practicarlos, el P. Hoyos pidió a Dios la gracia, que le fue concedida, de que la enfermedad pasase a él y su hermano en Religión se viese libre. ¡Peregrinas ocurrencias de los santos!

 

El caso es que terminaron los Ejercicios de su condiscípulo, pero la fiebre quedó clavada en el organismo débil de nuestro joven durante varios meses. ¿No la había deseado él? Pues ahora la tenía aquí como un regalo del Señor. Los Superiores decidieron enviarle a Alaejos para que respirase aires más puros.

 

Alaejos era y es todavía uno de estos pueblos castellanos orgullosos de la altura de su torre parroquial, perdidos como náufragos en la infinita llanura de sus tierras de labor, sostenido como una plataforma por los brazos de hierro de sus campesinos de piel seca y arrugada. En otoño, sin flores en las linderas ni espigas en los campos, estos pueblos se muestran orgullosos, no pobres. Orgullo de la fortaleza que sabe esperar. Envueltos los hombres en su silencio y los campos en barbechos, se deciden unos y otros tranquilamente a esperar que pasen muchos meses para que otra vez haya flores y granos de trigo. El P. Hoyos, pronto convaleciente, saldría de paseo algunas tardes a embriagarse de pureza campesina por los términos que los labriegos llaman “de la carretilla”, “sendero del lobo”, ”camino hondo”, etc. La fiebre desapareció totalmente y sólo había servido para unirle más con Jesucristo. Un día, de los últimos que pasó en esta villa, era según el reglamento “día de comunión”. Como alguno de sus condiscípulos replicase, ante el aviso del H. Bernardo, que no le parecía bien comulgar, por no sé qué razones, habló así nuestro joven: “pues yo, estoy tan resuelto a hacerlo, aunque se opongan todos ustedes, que antes caerán todas las estrellas del cielo, que yo falte a la regla”.

 

No olvide el lector que la Eucaristía es la fuente del amor al Corazón de Jesús. Vida Eucarística fue la del H. Bernardo. Y porque hay ambiente eucarístico tiene algo especial el Santuario Nacional de Valladolid que no tienen otras iglesias.

Don Marcelo González Martín.