Su alma se prepara más y más
Pronto vamos a llegar al año 1733, cuando el Sagrado Corazón de Jesús distingue al H. Bernardo con la más grata de sus revelaciones, la de la Gran Promesa. Es interesante conocer algunos antecedentes con el fin de que podamos formar certero y cabal juicio, en cuanto ello es posible, sobre las garantías de la misma.
La primera de todas debe sernos ofrecida por el mismo sujeto, mediante un examen atento a lo que era su vida. ¿Va aumentando su fervor? ¿Goza su alma de una auténtica paz? ¿Podemos estar seguros de que ha desaparecido todo peligro de ilusión vana? ¿Qué nos dicen sus Directores espirituales, hombres llenos de madurez y rigurosamente opuestos a fomentar ensueños? Afortunadamente tenemos datos sobrados para contestar a estas preguntas.
1.- Sus temores se han disipado por completo. En la fiesta de San Juan Bautista, como hemos visto en el artículo anterior, y sobre todo el 29 de junio de aquel año de 1732, fecha solemne en que el H. Bernardo renovaba sus votos, vuelve a su alma una dulcísima y serena paz que ya no le abandonará nunca. Tan fuerte era ésta, que al reiterar también en este día sus promesas de filiación a María Santísima, “espantábase y parecíale imposible haber sido él quien temiera ir engañado por el camino que llevaba”. Esto nos hace pensar que Dios había permitido todos los sufrimientos anteriores sencillamente para preparar su alma a todo lo que había de venir. Convenía sin duda, dada la excelencia y grandeza de los próximos favores, que en aquel espíritu habitase la humildad con tranquilo dominio, como una reina en su trono. Bien se había logrado.
2.- Conseguido lo cual, los meses que quedan del año 1732 y los que preceden a la fecha de la Promesa -mayo del 33- son para el H. Bernardo una serie ininterrumpida de gracias y favores divinos. Así como antes se habían sucedido una tras otra las horas de amargura, así ahora se producen sin cesar inenarrables demostraciones de que Dios mira a su alma con ojos de singularísima complacencia. “Bastará para no ser molestos anotar que los favores se repitieron en los días de Santa Teresa, Solemnidad de Todos los Santos, San Estanislao de Kostka, Patrocinio de Nuestra Señora, San Francisco Javier, todo el Adviento y Fiestas de Natividad con tal abundancia y como inundación de celestiales bendiciones que, al entenderlas su amigo el P. Agustín (Cardaveraz) no pudo menos de explayarse con él en estos términos: “Mi amantísimo hijo y Hermano Bernardo: de sus cosas y de las amorosísimas providencias tan adorables de nuestro amor Jesús ¿qué diré, sino que las admiro y adoro y rindo afectuosísimas gracias a tan liberal Señor por las misericordias tan copiosas que se digna derramar sobre ese corazón? Toda la vida las tendré presentes, y daré continuamente gracias a Su Majestad por ellas”. (P. Loyola, Vida, p. 241).
No parece sino que este alarde de favores y regalos por parte de Dios Nuestro Señor era como una gradual preparación para aquel día feliz y ya próximo en que la Gran Promesa iba a resonar en el Templo de San Ambrosio.
3.- Pero ¿qué nos dicen sus Directores espirituales? ¿Nos dan igualmente testimonio de progresos espirituales del H. Bernardo en esta época? Precisamente pocos días antes del mes de Mayo de 1733, el humilde estudiante de Teología entregó al P. Juan de Loyola una relación escrita de más de cuarenta páginas en las que da detalladísima cuenta de conciencia.
Aquel varón prudentísimo no solamente la admitió y aprobó, sino que años más tarde la hizo pública, al menos parcialmente, al escribir la Vida de su hijo espiritual, arreglada y aumentada por el P. Uriarte. En esta cuenta de conciencia escribe el H. Bernardo:
“Cuando hago reflexión, amado Padre mío, sobre mi espíritu, me pasmo y me asombro de verme desemejante al que algún tiempo era. Veo mi corazón que todo se mueve hacia su Dios, como el hierro atraído del imán: a Dios sólo quiere, a Dios sólo busca, por Dios sólo aspira.
Siente en sí una como innata inclinación a lo bueno y virtuoso, y en lo virtuoso a lo más perfecto; aspira a una santidad elevada, pero oculta a los ojos de los hombres; no se satisface con una perfección regular; quiere la extraordinaria, correspondiente a los medios por los cuales es conducido a ella. En lo mínimo busca lo sumo en cuanto a la intención, y nada desea hacer por ceremonia, por poco momento que sea, sino con la seriedad, realidad y alma que la divina luz le muestra. No es nada austero, pero desea la perfección que intenta la austeridad, aunque sin ésta; una perfección amable, dulce, pero sólida, no aniñada. Es llevado por amor; y en una palabra, por no gastar muchas, siéntese mi corazón llevar por las sendas que el dulcísimo San Francisco de Sales conduce a su Teótimo a lo más elevado de la perfección”. (P. Loyola , Vida, p. 242).
Así se encontraba su alma. Maravillosamente dispuesta por la mano de Dios. Los días siguen corriendo y muy pronto va a aparecer en el horizonte el mes de mayo. Mayo de 1733.