La bendición del Cielo en la portada.
Relatadas ya las incidencias diversas por que hubo de pasar el H. Bernardo hasta ver lograda la impresión del Tesoro Escondido, fáltanos conocer el episodio principal y más oculto de cuantos se dieron en este asunto, y que explica, a nuestro juicio, más que ninguna otra razón, los motivos del éxito extraordinario que obtuvo el libro en toda España. Ello es una prueba más de que en la vida del P. Hoyos, como apóstol de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús en nuestra Patria, todo está marcado con el sello de una especialísima intervención divina. O se admite y se rechaza esta a nuestro arbitrio, exponiéndonos a una temeridad, o no hay más remedio que aceptarla en toda la extensión con que el H. Bernardo la proclama. No tenemos nosotros derecho a tacharle ahora de fantástico e imaginario, y a calificarle después de exacto y fiel instrumento de la Providencia.
El libro se imprimió en octubre. Faltaba obtener la bendición del Cielo y ésta llegó de manera clarísima y esperanzadora. Oigámosle a él mismo en carta al P. Loyola.
“El día 21 de octubre -escribe- al tiempo de recibir el Corazón adorable de Jesús Sacramentado, llevaba en mi pecho un librito impreso para ofrecerle y pedirle su bendición y habiendo pasado el tiempo de la Misa en aquellos efectos que mejor que yo sabe el buen Jesús, llegué a hacer mi oferta.
Empezase a recoger el alma hacia lo profundo de si misma, y sin palabras ni voces, sino con aquel lenguaje que Dios sólo y ella entienden, presentó al Santísimo Corazón el librito con todos nuestros corazones, afectos, deseos e ideas, y con todos los trabajos que se han padecido hasta haberlo puesto en estos términos. Sintiese luego inundada de un gozo imponderable; y cuando se halló toda abrasada en las llamas ardientes del amor divino, quiso el Señor repitiese la oferta con mayos solemnidad.
Porque al punto se me manifestó por una maravillosa visión, con su Corazón Sacrosanto abierto y convertido todo en un soberano incendio…
Con indecible amor me dijo entonces qué pedía a su Corazón en recompensa. Yo, todo anegado en confusión y abrasado en amor del mismo Corazón Divino, respondí que no pedía más que la extensión de su celestial culto y sus progresos en España y en toda la Iglesia; y sintiendo que deseaba el Señor le pidiese alguna especial gracia para el librito, le supliqué que se sirviera confirmar las gracias e indulgencias que sus cristos (es decir, los Ilmos. Prelados) habían concedido a los que con devoción lo leyesen. Respondió que su Corazón las confirmaba, y los que leyesen este librito con buena intención, serían aprobados en su Corazón, el cual a todos concedía, entre otros, un don especial: a los pecadores, inspiraciones por medio de su lección para salir de su mal estado; a los justos, mayores gracias y deseos de caminar a la perfección; a los perfectos, un amor purísimo y ardentísimo a su Corazón en el cual sentirían sus deliciosísimas dulzuras”.
El P. Loyola, al dar cuenta de estos escritos del H. Bernardo, dice piadosamente: “con fervor tan grande y aprobación tan divina, no es de admirar que se propusiera el H. Bernardo felicísimos sucesos en la repartición de su librito”.
De hecho los obtuvo, añadimos nosotros; muy pronto el libro, leve y casi insignificante en su volumen y formato externo, se introdujo en el Palacio Real, las mansiones Episcopales, en los Conventos y Parroquias, en los hogares de muchas familias españolas. Su marcha triunfal hacía pensar en que, efectivamente, llevaba impresa en su portada la bendición del Cielo. El H. Bernardo desde su colegio de San Ambrosio, sonreía lleno de un gozo sereno. Corrían los últimos días de octubre de 1734. Había empezado a estudiar el cuarto curso de Teología, último año de su carrera. Muy pronto sería Sacerdote.