Vida del Beato P. Bernardo Francisco de Hoyos(IX)

Intenta el demonio engañar a Bernardo
con falsas locuciones y apariciones;
y el Señor le asiste para descubrir sus engaños

Estaba irritado y rabioso el demonio al ver los grandes favores que el Señor hacía a su siervo y con su permisión intentó engañarle. Pero logró sólo verificar dos profecías de Bernardo: una, que nuestro común enemigo había de procurar engañarlo con sus astucias y falsas apariciones; otra, que el Señor le asistiría para que jamás fuese engañado de la astuta serpiente.

Se verificó todo en esta forma. Un día antes de comulgar, estando muy recogido Bernardo, oyó una voz sensible que le decía: “ámame”. Tomó la infernal serpiente esta divina palabra por instrumento de un engaño diabólico, porque fue la primera que el Señor dijo a su siervo, cuando empezó a favorecerle.

“Ámame (le dijo), que todo soy amable”. Al oír la palabra del enemigo: “ámame”, sintió el alma una inquietud y desasosiego, que jamás había sentido en las hablas sobrenaturales. Éstas le aumentaban el dulce sosiego interior y le derretían en suaves y sólidos afectos; aquélla le ocasionó una turbulenta inquietud, que le dio a conocer bastantemente la lengua serpentina que la pronunciaba.

Ya en este tiempo estaba Bernardo bien ilustrado del Señor y fortalecido de su gracia para distinguir lo verdadero de lo falso. Siguió a la diabólica locución el tiempo de recibir la Sagrada Eucaristía. En ella experimentóel ordinario favor de ver muchos ángeles y oyó una voz divina que le enseñó,por los efectos, la gran diferencia entre las hablas del buen espíritu y del malo.

“Mira (le dijo el Señor) la diferencia que hay entre los favores queyo te hago, a los que intenta fingir el demonio; él fue el que antes te habló, escribe la diferencia que hallaste, anda con cuidado, que yo te ayudaré”.

Estando dando gracias, después de comulgar al divino huésped que tenía en su pecho, volvió el demonio a intentar sus aparentes engaños. Le representó a la imaginación una imagen de la sacrosanta Humanidad del Señor, tan artificiosamente representada, que ningún diestro pintor pudiera delinearla semejante; pero tan muerta[ comparada con el original que había visto el joven en otras ocasiones, que luego conoció el engaño. Huyó corrido el demonio y, a poco rato, se le mostró la verdaderísima Humanidad del Salvador y le dijo amorosamente: “Esta es mi verdadera Humanidad”. Pasó en un momento; mas le dejó tan humillado, amoroso y confuso, que no pudo dudar fuese el Señor quien causaba tan sólidos efectos en su alma.

Le mostró grandes secretos del Santísimo Sacramento del Altar y le mandó, según su posibilidad, extender la devoción de este Sacramento admirable en la forma que la prudencia y circunstancias le dictasen en el asunto.

Como el amorosísimo espíritu del Señor cuidaba tanto de que su siervo no fuese engañado, le mandó expresamente que escribiese las señales que le había dado para discernir las verdaderas revelaciones de las falsas: son las siguientes, con las mismas palabras de Bernardo que dice de esta manera:

Señales del Buen espírituSeñales del Mal espíritu
  1ªLa visión de la Sacratísima Humanidad me causó un santo pavor al principio que revolvió todas las potencias.La visión del demonio empezó con suavidad y procurando aumentar aquel sosiego.  1ª
    2ª  La del Señor me causó gran reverencia.La del demonio no infundía tal reverencia, antes causaba no sé qué género de irreverencia, no a la cosa representada, sino que parece conocía el alma al representador.    2ª
  3ªLa del Señor encendió o aumentó aquel amor, que antes había en el alma con mucho exceso.La del demonio le quitó, y parece que apartaba la voluntad de aquel objeto, que antes estaba amando.  3ª
    4ª  La del Señor me representó aquel cuerpo glorificado con gloria muy sobrenatural.La del demonio representaba un cuerpo de carne, que parecía no glorificada, aunque vestida de rayos, pero de un modo muy diferente y grosero.    4ª
  5ªLa del Señor parece infundió en el alma luego quién era aquel Señor de tanta hermosura.La del demonio, por el contrario, parece que mostraba el sobrescrito del autor.  5ª
    6ª  La del Señor dejó el alma sin poder dudar de que era Jesucristo Hijo de la Virgen, y no creería otra cosa si me despedazasen entonces.La del demonio luego, por el contrario, parece no dejaba duda era el demonio, a lo menos no infundió en el alma ser Cristo, ni lo creería si me amenazasen con la muerte.    6ª
  7ªLa del Señor mostraba la Humanidad, y por visión intelectual conocía el alma ser Dios y Hombre.La del demonio, ya se ve no podía hallarse en ella esta visión intelectual.  7ª
    8ªLa del Señor se representó en ella con tanta majestad, sin embargo del amor que mostró, que aunque no se infundiese en el alma quién es con tanta certeza, se deja ver claro es el Señor de la majestad.  La del demonio, aquí yo no vi cosa que me representase esta majestad, antes parece que el alma lo despide de sí.    8ª
  9ª  La del Señor me pareció que esta se me mostraba allá en lo muy íntimo.La del demonio, esta parece en lo exterior y que salía el alma de aquel retrete hacia fuera para ver lo que se le representó.  9ª
  10ªLa del Señor dejó mi alma como confusa delante de tanta grandeza como vio.La del demonio no: antes parece que ayudada del Señor el alma, tuvo un gran valor para procurar desecharla de sí.  10ª
  11ª  La del Señor parece traía todos los bienes a mi alma.La del demonio parece los quitaba, digo aquellos que luego experimenta el alma después de algún favor.  11ª
          12ª  La del Señor, luego que pasó aquel pavor primero (con que el Señor quiere hacer alarde de su grandeza) dejó al alma muy recogida, con mucha suavidad, con grandes dulzuras y arrebato, aunque no con rapto o éxtasis hacia sí toda el alma, y dejó después efectos dignos de la benignidad divina.La del demonio, aunque al principio comenzó con suavidad (señal manifiesta de quién es) y una suavidad grosera, muy material y sensible, y no aquella tan recóndita en el fondo del alma y es la que causa el buen espíritu; pero luego el alma se alborotó, y parece que no podía sosegar (hasta que el Señor la sosegó) y la dejó en sequedad.          12ª

Estas son algunas de las señales  que tienen estas visiones, que ya se ve cuán contrapuestas son. Así que dudo que el demonio pueda engañar a quien tiene experiencia. Y si a muchos con experiencia de muchos años de verdaderas visiones les ha engañado y precipitado en un abismo de errores, juzgo que es porque por una secreta y sutil soberbia se han engreído, como Lucifer, y el Señor permitió que aun la misma razón se les cegase, porque de otro modo no sé cómo pueda ser.

Aún no se dio por vencido el demonio en la empresa de engañar a nuestro ilustrado joven. Intentó un imposible a su infernal poder y contrahacer y remedar las visiones intelectuales, las cuales, siendo verdaderas, están sobre la esfera de los engaños y sutiles astucias del enemigo, porque pasan en lo íntimo y en el fondo del alma, sin que los sentidos materiales tengan parte alguna en esta obra divina.

Intenta, no obstante, la engañosa serpiente remedar una visión intelectual en esta forma: al tiempo que Bernardo comulgaba un día, le representó dos ángeles con tan diabólica sutileza que no podía discurrir bien si eran figuras materiales o no; pero los efectos que esta visión causó en su espíritu, quitaron la máscara a los fingidos ángeles y verdaderos demonios. Sintió que se turbaba y alborotaba, inquieto todo su interior, y no experimentaba los humildes y amorosos afectos que causaba siempre en su espíritu la Sagrada Comunión.

Con estas sólidas señales conoció manifiestamente el engaño y con fervoroso espíritu les dijo: “Engañadores, tened reverencia a vuestro Dios”. Desaparecieron a estas voces los ángeles fantásticos y se dejaron ver los dos verdaderos ángeles: San Miguel y el santo Ángel de su guarda; le consoló también el Señor, asegurándole de su perpetua asistencia.

Por más victorias que consiguiese Bernardo del enemigo en sus falsas apariciones, siempre quedaba receloso de sus infernales astucias. Le quitó el Señor la nimiedad (e) imperfección de estos temores el día del serafín estudiante de nuestra Compañía, San Luis Gonzaga, con los favores que le hizo.

En la Sagrada Comunión tuvo el favor ya ordinario de ver a los dos ángeles, que le ponían el riquísimo paño para que comulgase. Entró el Señor Sacramentado en su corazón y, como los movimientos presurosos incitasen algún recelo y temor de los engaños pasados, le dijo amorosamente el Señor: “¿Qué temes? ¿Que este corazón sea expugnado, estando yo en él para defenderle?” Con esta locución amorosa se encendió tal fuego en el corazón de Bernardo que, enajenado de los sentidos, fue necesario que los dos ángeles le subiesen a la capilla donde había de continuar las gracias, con los demás Hermanos, sus condiscípulos.

En esta ocasión le dio el Señor una celestial doctrina, que es dignísima de insertarse aquí con las mismas palabras que se imprimieron en el fervoroso espíritu de Bernardo; y son estas:

“La imagen mía (le dijo el dulcísimo Jesús), que tienes grabada en tu corazón, servirá de escudo para rebatir todo lo que no fuese mío que quiera entrar en él; y así procura de tu parte no desmerecerlo, que yo así lo hare, para que no entren en tu corazón las cosas terrenas, Yo quiero los corazones de mis siervos humildes, pero magnánimos.

En los temores y seguridad evita la nimiedad. La santidad más segura es la que más se asemeja a mí, y Yo siempre traté con los hombres como uno de tantos, haciéndome todo a todos, aunque en las obras era superior infinitamente a todos; y así la santidad más segura es la que en lo exterior no declina a exterioridad y en lo interior es muy rara.

No está el mérito en hacer mucho, sino en amar mucho. A veces se hace, y mucho, y era mejor se hiciera menos y se amara más. El buen ladrón pocas buenas obras hizo, pero tuvo mucho amor. Los que fueron a la viña a la hora de nona, no trabajaron mucho, pero amaron mucho.

Este mi siervo (esto es San Luis Gonzaga, cuyo día era este) no hizo cosas tan grandes como otros, pero amó mucho, tuvo grandes deseos, y así tiene mucha gloria como se lo dije a mi sierva (Santa María Magdalena de Pazzi, a quien el Señor reveló la gloria de este Santo), porque los deseos merecen mucho, si son verdaderos, y en cierto modo más seguros que las obras, pues en estas se suele entrar la vanidad, porque aunque la prueba del amor son las obras, advierte que no es este el amor, sino la señal y prueba de él, y como yo conozco los verdaderos deseos, por eso los premio como obras”.

Hasta aquí la inflamada pluma de Bernardo.

Con estas palabras le dio el Señor a entender la perfección que quería de su siervo. Quería de este joven jesuita una perfección en lo exterior común, como la de todos sus condiscípulos, evitando siempre las menores faltas; mas en lo interior, muy singular como ninguno. Reparando el favorecido joven, que muchos Santos con menos favores, habían sido muy singulares también en lo exterior, le dijo su divino Maestro: “En la casa de mi Padre hay muchas mansiones”, y le dio a entender que la santidad más segura es la más semejante a Cristo Señor nuestro, y que ésta era la que de él quería.