Vida del Beato P. Bernardo Francisco de Hoyos(XV)

Trata de los ímpetus supremos del amor
y se distinguen de los ímpetus inferiores

“Habla San Agustín de la visión intelectual y dice que, en comparación de este favor, callen los cielos, la tierra, las criaturas, las visiones y locuciones externas e imaginarias. Con harta razón, por cierto; pero en el paso y elevado grado de contemplación que he de tratar ahora, aún se puede decir más que callen las dulces violencias de los raptos, las suavidades de los éxtasis y aun las mismas visiones intelectuales (no hablo de la suprema especie, que es de la divina esencia), pues con este favor me parece no hacen comparación.

Quien no las ha experimentado y no ha estado en este paso de los ímpetus supremos (que así los llamo, para contradistinguirlos de otros géneros de ímpetus inferiores) juzgo no me creerá, mas quien lo sabe por experiencia verá no es más ni menos de lo que yo digo[1]; y que sea mayor favor, se ve en lo más inexplicable, sin embargo de no ser muy fáciles de explicar las visiones intelectuales.

Para tratar y explicar este paso lo posible a mi entender, me ha parecido hablar primero de otras tres especies de ímpetus que hay, porque juntos, y puestos unos junto a otros, se verá mejor la diferencia, imperceptible casi en los términos porque faltan palabras adecuadas en este término.

Este nombre ímpetu significa violencia, y porque el amor violento o que causa violencia se halla en muchos pasos, a todos ellos se podía aplicar; pero yo sólo trataré, como dije ya, de cuatro especies que participan el género de ímpetu: la última es el fin de este cartapacio, las otras tres son para mejor explicación y más fácil inteligencia de la cuarta especie, y así no haré más que tocarlas.

La 1ª especie de ímpetus o de amor violento fue por donde el Señor empezó a llevar tras sí mi corazón y a disponerle para lo que en él quería hacer. De estos ímpetus trata la seráfica Doctora Santa Teresa de Jesús en su Vida al capítulo 29. Es, pues, esta especie de ímpetus una devoción sensible que alboroza toda el alma, y (de) esa redundancia se comunica al cuerpo alguna cosa de lo que allá pasa; el rostro se enciende, el cuerpo parece que está entre fuego, el corazón da saltos violentos, ya prorrumpe el afecto en suspiros, ya en lágrimas no muy suaves, ya quisiera estar en un desierto para dar voces y desfogar su pecho.

Me venían a veces en tanta abundancia estos afectos y con tanta fuerza, que me solían quitar la respiración, y padecía el cuerpo tanta violencia que quedaba molido; y del ardor material que ardía en el corazón, se me originó en él por la parte exterior una ampolla como una avellana, que se aumentaba al paso de los afectos, y cuando el Señor me quitó esta devoción, esta devoción sensible, se me quitó también.

No es todo espiritual, sino la mayor parte es material, que se aumentaba con dejarme llevar a veces demasiado, y atizando el fuego de mi parte, aunque otras veces no estaba en mi mano, y si se quiere resistir, puede causar harto daño al cuerpo y pasar aquel gozo a sensual, que como era a los principios no sabía yo cómo haberme, aunque no me faltaba la dirección de doctos Padres espirituales[2], pero hace mucho la experiencia. Como yo estaba tan bozal[3] para estas cosas, me atraía el Señor por este camino más material y sensible que espiritual, pues parece obraba en aquellos afectos más la parte inferior que la superior.

Por revelación divina he entendido después está cifrado este paso al principio de los Cantares; pues luego que el Señor y divino Esposo, condescendiendo a la petición de la esposa: trahe me post te, la empezó a llevar tras sí, la dio estos ímpetus, y por eso luego exclama: “exultaremos y nos gloriaremos en ti” el intento del Señor sólo es llevar tras sí el alma (trahe me) como ella lo desea, y dándola estos ímpetus, no sólo el alma según su parte superior, sino según la parte inferior, le sigue, como lo significaba ella en el “¡corramos!” en plural, y lo dice más expresamente en lo que añadió: exultabimus, et laetabimur in te: como si dijera: no sólo yo, que supongo por la parte superior, sino aun la inferior sentimos el efecto del divino ímpetu.

Exultabimus, esto se entiende de la parte inferior; dice en plural para indicar que no está un gozo sin otro, esto es, que si goza aquí la parte inferior, es porque goza la superior. Pero quiere la esposa ponerlo patente lo que en este paso hay, diciendo que saltará de alegría y se alegrará.

Por lo primero muestra la violencia que causa este amor, y como dije, causa en el cuerpo alteraciones corpóreas, encendiéndose y saltando el corazón. Por lo segundo, esto es, por el laetabimur, da a entender cómo la parte superior se ha más prudentemente, sin que se deje llevar tanto que dé saltos como loca. Pone en primer lugar el exultabimus; porque como digo, en este paso lo más es sensible y material, pues es tan poco espiritual. A esto aludió el Profeta, que dijo: “mi corazón y mi carne gritan de alegría”.

La 2ª especie de ímpetus explica la seráfica Doctora en las Moradas 6ª al capítulo 29 y en su Vida en el cap. 29 ya citado, y me la comunicó el Señor después de la oración de quietud y de un terrible desamparo: ésta coincide mucho con la cuarta especie, pero es tan diferente como una cosa muy material de otra muy espiritual; y cuanto dista la primera especie de ésta, tanto ésta es inferior a la cuarta.

Se llama este paso amor vulnerante, o herida del amor, o saetas del amor, o cadenas del amor, etc. Me sucedía muchas veces ya en oración, ya fuera de ella, ya estando recogido, ya divertido, ya en ejercicios espirituales, ya en los materiales, venir de improviso un ímpetu que traspasaba el alma de parte a parte, causando un escozor sabroso, una pena regalada, un regalo penoso y un injerto de gozo y de dolor. Gustaba el alma mucho de este dolor, aunque la escocía, y no querría que jamás cesase, y por otra parte no se puede sufrir cuando se aumenta.

Consiste este grado o especie de ímpetu vulnerante en un acto amoroso que el Señor infunde en el alma y hiere de muy varios modos, y aunque de aquí cuentan diversas heridas de amor, como lo hace la dulzura de mi amantísimo Director San Francisco de Sales en la Práctica del amor de Dios, siempre se reducen a una misma cosa.

Viene una vez un deseo de desatarse del cuerpo, y como se ve atada la pobre alma, siente una dulce pena, otra vez, al dividir el amor la parte inferior y superior, esto es, al apartarla de lo deleitable, causa el dolor, pues no se pierde sin dolor lo que se posee con amor, y como el amor es sensible, así el dolor que la aparta, es penetrante.

Otras veces ilustraba mi entendimiento una clara luz, iba luego la voluntad a arrebatarse tras el objeto conocido, y como la luz le muestra infinitamente amable, cáusala un suave dolor ver no se dilata a tanto su pequeñez. Otras (dejando otros muchos modos de heridas, que cada día experimentaba) hería el Señor inmediatamente la sustancia del alma por un toque sustancial, tan divino y suave que sólo quien lo ha experimentado lo entenderá.

Es de advertir que me dejaba este favor unos efectos maravillosos[4], particularmente un gran despego y tedio a lo creado, y unión y deseos de Dios viendo en mí lo que pasó a David, cuando dijo: “Como el ciervo desea las fuentes de las aguas, así mi alma te desea a Ti, Dios mío”.

Me ha dado a entender una divina luz y me ha hecho ver, como por vista de ojos, este paso en lo que él mismo dice de su esposa: “heriste mi corazón, hermana mía, esposa, heriste mi corazón…” Parecerá que aquí no trata el Señor de las heridas que hace en el alma, sino las que el alma hace en él; es así, pero unas y otras insinúa maravillosamente. El sentido de las palabras es este: Dos heridas participan aquí el esposo y la esposa: una directa y otra refleja. Se dispone un alma para ser objeto de los ojos del Señor, y siéntese herido de esta alma; y ¿qué hace? La hiere dulcemente, pagando amor con amor por uno de los modos dichos. Ya quedan directa (directamente) heridos el esposo y la esposa.

Vuelve el esposo, y reflejamente ve herida a su esposa, y se hiere nuevamente sólo de verla herida. Ella, que no deja de conocer la herida que tiene el esposo, participa por reflexión otra nueva herida, reverberando como de un espejo las heridas de los dos amantes. Por eso dijo: vulnerasti, vulnerasti; como si dijera: he herido ese mi corazón; mío porque el amor le hace mío y, por consiguiente, me hiere; y se mira mejor este sentido en añadir in uno oculorum tuorum. Si dijera cum uno mejor se percibiera, pero in uno no se percibe tan claramente; porque si el corazón del esposo es el herido, ¿cómo la herida se recibe en uno de los ojos de la esposa?

Es como he dicho: tiene la esposa herido el ojo amoroso de la voluntad, y recibiéndose en su voluntad la saeta, abre la herida en el corazón del esposo. No parezca esto fruslería o sutilidad, que pasa así, y entre otros sentidos tienen éste las palabras dichas; y así lo vi un día, que unos rayos de luz en forma de cordones de oro hermoso abrían tres heridas en mi corazón, y mirándolos por el otro extremo abrían tres llagas en el Corazón de Jesús mi amor, siendo uno mismo el instrumento de unas y otras[5].

Consta pues, que hay entre el alma y Dios muchas heridas de amor. Y esta es la segunda especie de ímpetus, porque vienen de súbito y con violencia que, aunque principalmente se termina en el espíritu (al contrario de los ímpetus antecedentes), parece entrar ab extrínseco participando bastantemente el cuerpo, aunque con suavidad.

La tercera especie de ímpetus, en que suele parar esta segunda, son los instrumentos de los raptos o arrobamientos, de que habla la seráfica Santa Teresa en su Vida, cap. 20 y 21, y en las Moradas 6 (sextas), no me acuerdo en qué capítulo. Yo, aunque experimenté con los ímpetus pasados algunos raptos, pero duraban poco más de media hora, y a lo más una; y en algunos perdía el sentido en fuerza de la luz interior.

Mas ahora no intento tratar de los raptos, sino del principio de ellos, que es una repentina luz, que por ser su claridad demasiada y grande, ofusca la potencia intelectual, como el sol a los ojos flacos; o es tal su operación, que causa lesión material en el cerebro, y luego acuden volando los espíritus animales a socorrerle; y aquí está el ímpetu, que juzgo no es otra cosa que la celeridad con que se abstraen al cerebro los espíritus animales.

Es un vuelo semejante al que dio Habacuc desde Judea a Babilonia, a refrigerar a Daniel, y muy parecido al de Ezequiel, similitudo manus aprehendit me in cincinno capitis mei, et elevavit me spiritus inter terram et coelum, et adduxit me in Jerusalem. Ni más ni menos: estaba yo descuidado, viene la luz, causa lesión, o operación vehemente en el cerebro, y al punto, como por un cabello, arrebatan los espíritus animales a socorrerle, y quedaba yo como entre el cielo y la tierra, como en el aire, y aun a veces quería llevar tras sí el cuerpo, y ¿a dónde sube y es arrebatada esta alma? In Jerusalem: a la visión de paz, porque luego queda en una paz suma.

Hay, a mi parecer, diferencia grande[6]  entre estos ímpetus o vuelos de espíritu a los antecedentes. Los otros causan éxtasis; estos raptos; estos consisten en la inteligencia, los otros en el amor. Unos apenas los sentía, cuando perdía los sentidos; otros se dejaban sentir muy bien.

Me declaró el Señor esta especie de ímpetus con aquellas palabras: “Me introdujo en la bodega de sus vinos y ordenó en mí la caridad”. Entendió en el sentido mismo que las explica mi seráfica Madre en los Conceptos de amor de Dios, y así allí se pueden ver. Esto añado: que en el introduxit se ve cómo viene de otro esto; y nosotros estamos mere pasive, sin hacer más que recibirlo; aunque a veces solía resistir yo, por estar en público.

En el ordinavit in me charitatem, muestra las señales del verdadero rapto: que si el alma no sale con más virtudes, o con todas en su proporción, pues ordenando el Señor la caridad, muestra ordena las demás virtudes; porque, según San Pablo, la caridad est vinculum perfectionis, y no hay perfección donde no hay virtudes, no será pues rapto o arrobamiento, sino abobamiento, embuste, o ilusión diabólica. Dice muy bien el texto hebreo: en lugar de ordinavit in me charitatem, vexil lum eius super me dillectio[7]. Y aquí campea y se extiende en el alma la bandera con las armas de su Amado, que no son otras que su amor, porque es singular en este paso, y a lo creado le da en rostro y sólo se contenta con ver es la voluntad del Señor esté en este mundo, habiendo visto algo del otro.

Entro en la 4ª especie de ímpetus, que llamo supremos. Pido al Señor lo diga él; porque yo confieso, tiemblo empezar por no hallar palabras adecuadas. He padecido grandes desamparos, tristezas, tedios, congojas, tentaciones, penas resultantes en el cuerpo, penas causadas de los demonios en el alma y dolores de infierno; pero todo es nada en comparación de lo que aquí padezco, y lo que gozo es más que todas las dulzuras y favores tomados seorsim (por separado) antes de este favor; ya va para seis o siete meses que continuamente le gozo, desde el día después de mi Santa Teresa; mas la experiencia me dificulta más el hablar, por hallar tantos prodigios en este paso, que muestran bien la infinita sabiduría de Dios, que tal invención trazó, para probar a sus amigos y favorecerlos juntamente, juntando un sumo padecer con un sumo gozar.

Ezquerra en su Lucerna Mística, en el tratado 5º insinúa algo en los capítulos de ímpetu supernaturali, de languore, de vulnere, y de siti insatiabili. Y el docto y experimentado Godínez[8] en su Práctica de la Teología Mística, lib. 6º cap. 11; pero no hacen más que insinuar, y este último, aunque compendioso, casi penetra lo íntimo de este paso. La querúbica y seráfica Doctora se eleva sobre los dos en sus Moradas (6 cap. 11 y en su Vida al cap. 20) in medio. Pero (como la Santa confiesa) no acierta tampoco a explicarse, sin embargo decir tanto. Y así yo no sé qué decir, si el Señor no lo dice; y si sigo a alguno para explicarme, ha de ser a la Escritura, y a una inteligencia de ella que me dio el Señor sobre unas palabras de los Cantares; también puede ser ponga alguna otra palabra de esta sapientísima idiota, y como ignorantes entraremos los dos en estas maravillas del Señor. Quoniam non cognovi literatturam, introibo in potentias Domini. Para que la humildad alcance lo que no penetra la arrogancia de los sabios soberbios, y más que voy fiado en la obediencia, que me lo manda escribir.

A veces estando bien descuidado, siento en un punto ponerse el alma, o lo más supremo de ella allá, sobre todo lo creado, y aún sobre sí misma; porque esto pasa en el fondo del alma, en la suprema punta del espíritu. Siento, digo, ponerse el alma en una soledad inmensa, como si todo el mundo fuera un desierto, y ella fuera la única persona que le habitara, ni encuentra criatura, ni creador. Ama a su Dios todo todo, ni se para en su bondad, en su misericordia, en su omnipotencia, sino se echa a pechos con todo Dios; sin amar cosa particular en él, y lo que más es, le parece no ama, sino que está muy lejos de amar, y anda como mendigando el principio del amor.

¡Oh traza del Omnipotente! La pone el amor en agonías de muerte, en peligro de reventar de amor, y ella se consume en el deseo de amar, pensando no ama. Muere de una pena que, como cuchillo de dos filos, penetra hasta las íntimas médulas del espíritu. Mira la amabilidad infinita del objeto infinito, y se arrebata con un tan vehemente lanzamiento hacia él, que basta este solo accidente para arrancarla del cuerpo en lo natural. Pero ¡ay Dios! Que va dando de una saeta en otra; porque viéndose detenida de la carne mortal esta águila generosa, que le impide abrazarse con la infinidad de su Dios, recibe un dolor que la consume dulcemente.

Se le muestra el amor de los Ángeles, de los Santos, de los Serafines, y ella se muestra tan amantemente precipitada que no se contenta, y como si ella pudiera amar más, aspira a lo imposible. No se satisface con cuanto ve es amado Dios; sino que hambrienta, sedienta y divinamente hidrópica de más amor, intenta lo imposible.

¡Oh, qué bien dijo San Agustín! “El amor no recibe solaz de lo imposible”. Sin duda estaba herido el Santo de semejante impetuoso amor, cuando dijo: “Si Agustino fuera Dios y Dios fuera Agustino, dejara Agustino de ser Dios porque Dios fuera Agustino”. Sí; así pasa; a semejantes delirios de amor me obliga a mí a veces. Pero desmenucemos esto, que quien no lo hubiere experimentado, no lo entenderá y juzgará ser éste un grado de amor muy inferior, que llaman Ebrietas embriagaos, los muy amados. Porque las palabras así suenan. Diré antes algo de lo continuo y ordinario.


[1] Bernardo no ha estudiado aún la teología; se encuentra cursando la filosofía en el colegio de Medina del Campo, pero habla ya de estos fenómenos con la exactitud de un especialista.

[2] Sabemos que el P. Juan de Loyola le escribía con frecuencia cuando Hoyos estaba en Medina del Campo, ya que nunca dejó de dirigirle espiritualmente.

[3] Tan “poco acostumbrado” …

[4] Uno de los indicios más claros para conocer cuándo una experiencia espiritual proviene de Dios son precisamente los efectos buenos que deja en el alma. La frase de Jesús es una buena guía para esto: “por susfrutoslosconoceréis”. Bernardo de Hoyos no hace aquí sino aplicar las Reglas de discreción de espíritus de San Ignacio.

[5] Alude aquí Bernardo a unas experiencias espirituales que tuvo en enero de 1730 con motivo de la renovación de votos que solían hacer los estudiantes jesuitas en el tiempo de la Epifanía.

[6] Bernardo hace aquí la distinción entre unos y otros ímpetus por los efectos que causan: los primeros y segundos ímpetus causan éxtasis (predominio de amor); los terceros causan raptos (predominio de la inteligencia).

[7] Usando el texto hebreo, Bernardo traduce aquí el versículo.

[8] Cita aquí Bernardo las fuentes que le han ayudado a aclararse sobre estos fenómenos de tipo místico, tan corrientes en su vida: a Santa Teresa, la“mística Doctora” –como se la llama–, y a dos autores ascético-místicos, como eran Ezquerra y el P. Godínez.