Vida del Beato P. Bernardo Francisco de Hoyos(XVI)

Continúa la misma materia y doctrina

 “Desde que el Señor me puso en este paso, anda mi alma continuamente comoun hidrópico: esta es su presencia de Dios, un ¡ay! lastimeramente amorosocon que aspira, busca y desea y quiere a su Amado.

Y como el hidrópico, aunque más beba, no se satisface, antes cuanto más bebe, desea más el agua; así el alma, por más que ame, no se satisface, antes cuanto más ama, más desea. Y es este deseo tal que la aniquila y, a modo de decir, la consume las entrañas, andando como aquel que aun la respiración parece que le falta y anda siempre con la boca abierta para atraer el aire, resonando como el sonido de una penetrante trompeta: “¿Dónde está tu Dios?” “¡Desgraciado de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo mortal?”; y otras quejas, tan suavemente amorosas y tan excesivamente dolorosas, que muchas veces muriera al día si el Señor no me asistiera entre un conjunto de amor y de dolor, siendo capaz uno y otro afecto para darme la muerte por sí solo.

De aquí nace un desamparo y una soledad espantosa; pues está como en el aire sin hallar socorro, ni de arriba de lo que ama, ni de debajo de lo que aborrece. Excede esta aflicción, y es ordinaria a lo más extraordinario del desamparo más horrible.

No es creíble; no me pueden creer, no pueden formar un bosquejo tosco de lo que es los que no lo han experimentado. Al mismo tiempo se comunica Dios al alma de un modo el más raro, extraño y singular que se pueda pensar sin experiencia, como lo testifica Santa Teresa. Pero todo es de un modo tan dulce, tan suave, tan amoroso y de tanto favor, que parece imposible en lo natural se puedan juntar dos extremos tan opuestos, como ya diré.

Mas porque no parezca encarecimiento o exageración, es de saber que aún no he dicho cosa de sustancia, y esto es lo ordinario. Apuntaré algo de lo extraordinario; no extraordinario porque sea pocas veces, que no hay día que no venga más de ochenta veces, sino porque es de otro modo que lo dicho, y es con interrupción, que, si no fuera así, no sé cómo lo pasara.

Muchas veces, así en oración como fuera de ella, viene de improviso al alma sobre lo que dejo dicho, un ímpetu muy diferente de los otros que van explicados, que causa una herida muy superior a las que insinué en la segunda especie. He procurado andar con cuidado, por observar así en los libros como en mi experiencia, cuál es el origen y cuál es la esencia de estos ímpetus, y en los libros no lo hallo, y si no es Santa Teresa no he encontrado quien expresamente trate de ellos con el nombre de ímpetus; y de aquí temo yo que, quien vea esto, lo mida por lo que ha leído de los ímpetus inferiores, aplicando la doctrina de la segunda especie a esta cuarta.

En la experiencia propia no he podido perfectamente averiguarlo, porque no es tan fácil; mas me parece por ahora que es un toque sustancial[1] infuso de la divina gracia, al modo de los ímpetus de la segunda especie, pero de más subidos quilates. Suponiendo, pues, esto (que no lo aseguro, pues el Señor no me lo ha enseñado) pongo una pintura de estos ímpetus.

Sin pensarlo el alma, se deja sentir Dios, que habita en ella por la unión del esposo, y se acerca tanto a la sustancia del alma que le palpa el sentido interior espiritual del tacto, al modo que con las manos se toca a un cuerpo, proportione servata; y de este toque, Dios, que es fuego de amor, enciende el espíritu al modo que, si de repente se me llegase a las carnes una brasa encendida, las quemaría. Este, este es dolor: tiene o prepara el Señor aquel toque de modo que sea como un fuego voraz, o como una saeta penetrante que divide el espíritu de parte a parte, y ya se ve la eficacia que tendrá su corte, como afilado del mismo Dios. Parece un rayo, que convierte en polvo cuanto se le opone; parece reduce a su nada al espíritu consumiéndole y resucitándole, para que sienta la muerte otra vez. Es cosa muy del espíritu.

Los otros ímpetus, parece, como dije arriba, vienen de fuera y que hieren el cuerpo, y pasan de allí al alma; este otro parece sale ab intrínseco spiritus, de lo interior del espíritu, y cuando el Señor deja se comunique al cuerpo, le deja como sin sentido (y no es éxtasis o rapto, que es más que eso) y como yerto, y con unos acerbísimos dolores encajados entre los huesos[2]; pero rara vez lo permite el Señor porque pueda asistir a mis obligaciones.

Y como en aquel tacto de la Divina esencia, se comunica al alma nueva luz y amor, pues este es el modo de comunicarse el Señor, infundiendo estos actos, ve claramente la infinita bondad de Dios o, como dije, no ve, sino a todo Dios sin ver cosa particular, y así se lanza a amarle todo; y este lanzamiento, que es un deseo sutilísimo y penetrantísimo, parece no tiene cumplimiento, y ya se ve que no le puede tener, y cada uno puede considerar qué tormento será para la pobre alma este deseo, mirando imposible su consecución, pues ha bastado un deseo terreno y de cosas creadas a quitar la vida al que le tiene.

Ama mucho aquí, gózate, embriágate, y abrázate con la infinidad del centro de tu deseo, pero “Los que me comen, dice el Amor, quedarán con hambre, los que me beben quedarán con sed”. Échate a pechos con todo un Dios, que es amor infinito, y infinito amor comido ¿qué puede engendrar sino hambre y sed de otro amor infinito?

Queda, pues, con ver su deseo frustrado, si bien herida, no satisfecha. Mira y registra con la luz que se le infunde, todo lo creado; en un instante ve que nada le sirve para su deseo, antes le impide, y aquí es el martirio terribilísimo ver que de la tierra no halla socorro, y así cáusala un tedioso fastidio todo lo creado; conoce que las cadenas del cuerpo, ya que no la ayudan, la impiden engolfarse más y más en aquella Divina esencia, viéndola cara a cara, y sin enigmas, y se le ofrece que esta insaciabilidad, si no se satisfara, se refrigerara, y al prorrumpir: “me saciaré cuando apareciere tu gloria”, exclama como reventando en tan estrecho conflicto: “Deseo morir y estar con Cristo”, bien sabe que su vida es Cristo: “Para mí el vivir es Cristo; mi “vividura” es Cristo.

Pero ve que la carne no puede menos de estorbar goce a sus anchuras de esta vida, y así la muerte, a que aspira, es a desatarse de la mortalidad. Yo mismo me compadezco de la pobre alma; pues luego que se ve en este paso, luego, luego: “se oyó la voz de la tórtola”, gime esta pobrecita tortolilla: “¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Las lágrimas son mi pan noche y día”.

Me horrorizo y tiemblo verme en este estado, pues es un retrato de la muerte más lastimera, es un infierno, que infierno es amar y juzgar que está privada del Amor; pues parece está cien leguas de ella, ni que jamás conoció qué era amor[3].

La muestra también aquella luz, al mismo paso, las grandezas de su Dios, pero sin reflexión; y esto no es alivio, sino el mayor torcedor de mi espíritu, y así ni del cielo ni de tierra le viene socorro. Ve esta pobre alma que está como expirando en una cruz, levantada de todo lo creado y apartada, a su parecer, del Creador.

El alivio de las criaturas ya dije cuál es: el conocer son impedimento a sus deseos; el del Señor también, es darla una luz muy clara que parece la columna de los Israelitas, que alumbra para una cosa y ciega para otra. De aquí nace un desamparo, un espanto, una soledad y un martirio estupendo, en el cual me veo muchas veces al día, y si Dios no obrara milagrosamente, muriera cuantas veces me vienen estos ímpetus.

Aún no he dicho cosa, ni su remedo, y casi me pesa de haberlo escrito; porque no explico palabra, mas dejo este extremo y paso a otro, que servirá para que se entienda que este no es un paso de los inferiores, sino de los más supremos y elevados[4].

¡Oh Sabiduría divina! En medio de lo que dejo dicho, se comunica Dios al alma de un modo el más extraño que es imaginable, ni yo le entiendo. ¿Quién dirá que no está el alma violenta en tanto tormento? No es así: antes de empezar me horroriza; en estando en él, sólo siento que se acabe y me deje con la vida; le ama el alma más que otros favores muy regalados; siente un gozo, un consuelo y júbilo, no sé cómo, al mismo tiempo que padece tanto[5]; si la dieran a escoger, no escogiera otra cosa con el Santo Job: “Preferiría mi alma el estrangulamiento, la muerte más que mis dolores”.

Es un prodigio esta junta de extremos tan opuestos. Cuando reflejamente contemplo esta invención soberana, me liquido (derrito) en un amor indecible; es este un favor, de que digo con Santa Teresa: No trocara esta merced por todas las que dije, no digo juntas, sino tomada cada una por sí. ¿Quién no pensará que ando turbado con esto? Pero no; que sucede con una suavidad y dulzura casi imperceptible; es todo espiritual, es diferentísimo de todo lo inferior, es estado más elevado: sin embargo (a pesar de) que la expresión de mis cláusulas indican violencia, inquietud, etc., no hay nada de esto; ni el cuerpo o sentidos externos lo perciben, ni causa inmutación corpórea, ni prorrumpe en suspiros, etc.; sino es tan suave y dulcemente, como si pasara en un sueño muy sosegado.

Parece contradicción: el Señor me dijo indicaba esto, diciendo de su esposa: “Pozo de aguas vivas, corrientes que del Líbano fluyen” ímpetu del Líbano. Está en esto todo cifrado: quien tuviere luz del cielo lo entenderá: Yo sólo digo, porque ya no hay lugar. Esposo: Puteus; porque pasa allá en lo secreto y profundo del alma. Tiene aguas vivas, que son estos efectos dichos, vivas por su actividad, pero aguas, que indica(n) la suavidad, la quietud y sosiego: fluunt ímpetu; parecen contradictorias. Fluunt; porque bullen en el alma con la dulzura y quietud dicha; ímpetu: ya por la dulce violencia, ya por mostrar que, sin embargo de tanta quietud y sosiego, viene bien el nombre de ímpetu por venir de improviso, o ya para mostrar en lo que añade de Líbano, que significa pureza, y aquí la divina, simplicísima, purísima esencia de quien vienen, y que sólo corren por el alma por ser contemplación pasiva.

De todo lo dicho o, por mejor decir, de todo lo insinuado se saca:

  • lo 1º, que este paso sirve, equivale y excede a muchos trabajos; y en él se purifica el alma, como en un crisol.
  • Lo 2º que es un gran favor y de esfera superior, y que no se mezcla en él la imperfección de los otros ímpetus, que indican en la violencia ser en parte materiales.
  • Lo 3º la bondad y sabiduría de Dios, que tales artificios divinos traza, y su misericordia para conmigo, tan indigno; pues en menos de cuatro años que empezó a favorecerme y siendo yo tan imperfecto, me ha puesto en este paso propio de los perfectos[6], y que dice Santa Teresa: no se deje de tener acuerdo, que estos ímpetus son después de las mercedes, que aquí van (en su vida, y son bien grandes) que me ha hecho el Señor, y después de todo lo que va escrito en este libro. Su Vida cap. 20 in medio, y en las 6 (sextas) Moradas cap. 11, dice que los da Dios después de las séptimas moradas, y entran muy pocos en él, como dije en una visión que escribí tiempo ha.

Y sobre todo mi Madre María Santísima me aseguró era un estado que, si los Serafines pudieran ser viadores, no escogieran otro, por padecer tanto y padecer de amor[7]. Véase, pues, cuán digno soy de compasión; pues me veo en tan altas obligaciones y en tanta ingratitud, pido que pida al Señor por mí quien leyere esto que, cierto, no va bien explicado. Yo lo conozco, pero no se puede declarar más. El Señor ha estado aquí conmigo al escribirlo, y así, si va algo bien dicho, es suyo. Sea todo a mayor gloria de Dios.
Capítulo 5


[1] Aquí describe Bernardo lo que es el cuarto ímpetu: “un toque sustancial infuso de la gracia divina, al modo de los ímpetus de la segunda especie, pero de más subidos quilates”.

[2] Sigue describiendo el cuarto ímpetu, fijándose en el origen del mismo y en los efectos sensibles que causa:ycuando el Señor deja se comunique al cuerpo, le deja como sin sentido (y no es éxtasis o rapto, que es más que eso) y como yerto, y con unos acerbísimos dolores encajados entre los huesos…”

[3] Continúa la descripción del cuarto ímpetu por lo que siente el alma: “…es un retrato de la muerte más lastimera; es un infierno, que infierno es amar y juzgar que está privado del Amor; pues parece está cien leguas de ella, ni que jamás conoció qué era amor”.

[4] Insiste aquí Bernardo en la dificultad que siente en explicar estas experiencias místicas con palabras que no pueden expresarlas adecuadamente.

[5] Continúa la descripción del cuarto ímpetu por la paradoja que se da en él: sufrir y gozar a un tiempo: “…se comunica Dios al alma de un modo el más extraño que es imaginable más que a otros favores muy regalados; siente un gozo, un consuelo y júbilo, no sé cómo, al mismo tiempo que padece tanto”.

[6] Recapitula Bernardo lo que para él ha supuesto el que el Señor le haya elevado al estado de este cuarto ímpetu de amor, y se apoya en el testimonio de Santa Teresa de Jesús, cuyas obras leía y conocía perfectamente Bernardo.

[7] Por esta frase de Bernardo tomamos conciencia de la enorme gracia que supuso para él ser elevado a ese estado, fruto –como él mismo dice– “de la misericordia que (Dios) tuvo conmigo, tan indigno”. Pasó esto en Medina del Campo en el año 1729. El colegio no se conserva, pero sí la iglesia (hoy parroquia de Santiago).