Vida del Beato P. Bernardo Francisco de Hoyos(XXI)

Previene el Señor a Bernardo para el Desposorio prometido, y se efectúa el día de la gloriosa Asunción de María Santísima a los cielos

Había pasado ya más de año y medio después que se dignó Jesús prometer a Bernardo se desposaría con su alma. Todos los favores de este tiempo habían sido como las arras de este celestial desposorio, y los muchos trabajos que padeció el joven, servían de crisol a su espíritu para purificarle.

Fueron los trabajos de Bernardo por este tiempo más de los que correspondían a su edad, estado y experiencias. Pero como el Señor quería purificarle y disponerle para el divino desposorio, era preciso que las fuentes del padecer y de su purificación fuesen muchas y diversas. “Fuentes” las llama Bernardo y las reduce a once, previniendo antes que parecerá increíble lo que había padecido en su espíritu.

“Ha sido tanto, que no lo pudiera llevar si Dios no hiciera la costa; que me lo tenía bien avisado un año ha; y poco ha, nuevamente”[1].

En algunos lugares quedan insinuados estos avisos y prevenciones del Señor; ahora muy brevemente referiré las fuentes de sus trabajos; pero muy en confuso; porque no se pueden descubrir del todo[2]. Yo admiro, no sólo la modestia, sino también la prudencia de nuestro joven en referir sus trabajos, aun escribiendo a persona de su mayor confianza, que no los ignoraba, y a quien también, aunque indirectamente, le tocaban.

“Digo pues, amado Padre (escribe a uno de sus Directores), que actualmente (para preparación al desposorio) me ha regalado mi Amor con once fuentes, orígenes y raíces de tribulaciones; de que manaban continuos ríos de aflicción a la pobre porción inferior.

Cuatro por medio de seglares y parientes, y no por eso son poco aflictivas, pues vienen espiritualizadas, quiero decir, que tocan al bien de sus espíritus[3]. La quinta fuente son las cartas del Padre Provincial; a que tengo que responder que, aunque nacidas de un fino afecto (como me lo ha protestado delante de Dios), Dios mueve a veces la pluma de su Reverendísima, de suerte que me hieran. La sexta, la respuesta de la persona a quien consultó el Padre Provincial, a quien también responderé. La séptima, el negocio de aquel Siervo de Dios acerca de quien se me ponen varias dificultades[4]. La octava este “Ay” de la misión, que no es el menor. La novena, este nuevo suceso, que sirve de redoble y torcedor. La décima, los ímpetus. La undécima, la continua fatiga de los pecadores y las asechanzas del demonio, y se pueden añadir por duodécima el horror que toda esta junta infunde; pues de ella manan muchas aflicciones; de varias participan todas V. Reverendísimas, y los que más cerca, más.

Esto digo, no por consolarme, desahogándome; que no quiero consuelo; sino por dar parte a V. Reverendísima y rogarle que dé infinitas gracias a nuestro divino Dueño”.

En estas penosas fuentes purificaba el divino esposo Jesús a Bernardo mucho más de lo que se puede decir; cuando se dignó revelarle (que) estaba cerca el futuro y deseado desposorio. El día de la gloriosa Transfiguración del Señor[5] se dignó visitarle el divino Esposo, más bello y resplandeciente que muchos soles. Venía acompañado de Ntro. P. San Ignacio y de San Francisco de Sales, con quienes, al parecer, trataba Jesús del desposorio de Bernardo.

Conoció este con la visita del Señor que no estaba lejos la inefable dicha de desposarse con su Amado. Porque desde el día de San Pedro no le había visitado, y en este día le previno el Señor que no volvería a verle hasta que viniese a señalarle el día fijo para los desposorios. En esta admirable visita volvió Jesús sus divinos ojos a Bernardo; le mostró su Sagrado Corazón llagado de amor, y le reveló que se celebraría el Desposorio el día de la gloriosa Asunción de su Santísima Madre a los cielos.

Le mandó se preparase con muchos afectos de amor y humildad. Los de amor fueron tan inflamados, que le excitaron una calentura ardiente que le duró hasta el día del invicto mártir San Lorenzo[6] después de haber comulgado. Los extáticos ardores de Bernardo por los ocho días que precedieron al Desposorio son inexplicables: sólo podemos conocer algo de estos finísimos afectos, éxtasis y deliquios, si los miramos como disposición próxima para el Desposorio.

Este singularísimo favor es inexplicable, si la pluma del joven favorecido no le describe. Lo describió con estas inflamadas y admirables palabras:

“Habiendo comulgado el día de la Asunción, oí cantar a los ángeles: «Que viene el desposorio, salid al encuentro». Se recogió el alma, y por visión imaginaria vio todo lo siguiente: Vi que me ponían una vestidura blanca, recamada de hermosa pedrería, símbolo de la pureza, que es la vestidura nupcial, y de las otras virtudes: no vi a quien me la vestía. Inmediatamente se me mostraron patentes San Miguel, Santa Teresa, Ntro. P. San Ignacio, San Francisco de Sales, vestidos aquél de sacerdotal y éste de pontifical a un lado; al otro el Santo Ángel, Santa Magdalena de Pazzi y el V. P. Padial y San Javier también de sacerdotal.

Con la visión imaginaria se veía por término de las dos filas de Santos tres hermosos tronos, uno desocupado de menor grandeza, otro ocupado de María Santísima a mano derecha de Cristo, que ocupaba el tercero, todo de oro y con tres gradas: y con la intelectual miraba a toda la Santísima Trinidad, cuyo misterio se me dio a entender aún con más claridad que otras veces, como también el de aquel Dios-Hombre que luego, como un divino imán, arrebataría hacia sí los afectos de mi alma.

Este era el hermosísimo teatro en que se celebró el Desposorio de este modo: Vestido yo de la ropa dicha, llegué a las gradas del solio de Jesús, a quien me presentó María Santísima; di un ósculo suavísimo a las sagradas Llagas de sus pies; y luego me preguntó si quería ser su esposa[7]; que él quería ser mi esposo. Aniquilada el alma en su nada y en su amor, respondió lo que no sé; pero se cifró en ecce ancilla Domini. Luego levantándose del solio, me levantó a la última grada y tomándome mi mano derecha con su divina diestra, dijo: «Yo en nombre de mi Divinidad y Humanidad, te desposo, oh alma querida, eternamente en Desposorio de amor, como sacerdote sumo, con mi naturaleza divina y humana. Siéntate ahora en el trono de mis esposas y gusta lo que has de poseer eternamente».

Me senté en el trono que estaba desocupado, teniendo el Señor todavía mi diestra en que puso un anillo de oro con una piedra encendida, que no sé qué era, y dijo: «Sea este anillo prenda de nuestro amor: ya eres mía, y yo soy tuyo. Ahora puedes decir y firmarte: Bernardo de Jesús; pues como dije a mi esposa Santa Teresa: tú eres Bernardo de Jesús y Yo soy Jesús de Bernardo; mi honra es tuya, y la tuya mía; mira ya mi gloria como de tu esposo; pues Yo miraré la tuya como de mi esposa: Todas mis cosas son tuyas, todas tus cosas son mías. Lo que yo soy por naturaleza, participas tú por gracia: Tú y yo somos uno».

Estas y otras amorosísimas palabras dijo el divino Jesús a mi alma. Yo entregué el anillo que tenía en el dedo de en medio a María Santísima, como a depositaria de tal prenda. Después pedí a los Santos diesen por mí las gracias por tal favor y me alcanzasen gracia para corresponder. Y para confirmación del Desposorio, toda la Santísima Trinidad le echó la bendición, hablando cada una de las divinas Personas palabras de inefable amor.

Yo sentía hacerse y obrarse en el alma todo lo que estas visibles ceremonias significaban. Al vestir aquella ropa, sentí como aniquilarse el hombre viejo, y al tiempo de tomarme el Señor la mano, parece me revestía del hombre nuevo, recibiendo el alma grandes aumentos de gracia; al sentarme en el trono, parece entraba en la gloria; porque sólo faltó la visión beatífica. Al decirme el Señor aquellas palabras: Jesús de Bernardo, etc. parecía hacerse de cierto modo uno de los dos, según la estrechísima unión que experimenté. En fin, se colocó mi alma en un estado muy superior. Y después volví en mí después de tres cuartos de hora, aunque toda la octava más parece viví en el cielo que en la tierra”.

Hasta aquí la iluminada pluma de Bernardo. Pero si hemos de concluir los amorosos y divinos lances de este espiritual y celeste Desposorio, es preciso que vuelva a hablar el desposado y enamorado joven.

“El día de mi dulcísimo San Bernardo[8], después de haber comulgado vi al divino esposo de mi alma en forma de un hermosísimo joven, sentado en un campo hermoso que, hablando con mi alma, la decía: Ven, amada mía, esposa mía, paloma mía; ven y reclínate sobre mi Corazón. Y luego me vi sentado a su lado izquierdo y mi cabeza reclinada sobre su Sagrado Corazón, y dijo: A la sombra del que deseaba mi alma me senté; y tratándola el Señor con un amor inexplicable, la dijo: Descansa, amada, mientras yo te canto el epitalamio de nuestro Desposorio.

Quedé durmiendo, como el Discípulo amado, a todo lo creado; pero amando y percibiendo divinos secretos. Todos los sentidos del alma se deleitaban soberanamente: La vista con la presencia del Amado, el oído con lo suave de su voz, el gusto con un sabor espiritual indecible, el olfato con unas divinas cualidades incorpóreas que percibía; y más que todos el tacto espiritual, que tocaba y sentía en el Corazón del Señor moverse dos pulsos, porque del corazón nace el movimiento de ellos, que se percibe en la arteria: significaban, con su continuo movimiento, el amor que el Señor tiene a las criaturas; con el uno ama a todas, y con el otro a sus escogidos. ¡Oh quién pudiera insinuar algo de lo que entendí del infinito amor del buen Jesús! Gozando, pues, toda el alma de uno como destello de la gloria, durmió un dulce sueño, mientras su esposo la compuso el epitalamio.

Empezó a declararme el amor especial, con que ab aeterno me había amado y escogido entre millares, sólo movido de su bondad. Cómo antes de nacer me había preparado la Redención, cómo luego que fue formado mi cuerpo en el seno materno y se le infundió el alma, se complació su amor en mí; cómo su amor me asistió al nacer, porque en la vía natural hubiera nacido muerto (muchas veces mi madre me dijo atribuía mi vida a milagro, pues no conoció estaba encinta casi hasta parirme, y así la hicieron sangrías y otros remedios, que me debían a mí quitar la vida), y añadió: Yo soy quien te sacó del vientre, te tenía confiado en los pechos de tu madre; desde el seno pasaste a mis manos, desde el vientre materno Yo soy tu Dios (Salmo 21, v.10). Cómo me había librado de ofenderle muchas veces; y, en fin, fue discurriendo por toda mi vida, y me puso delante todos los favores y mercedes que me había hecho, y concluyó engrandeciendo el amor que me tenía, el cual le había movido a desposarse en desposorio de amor con mi alma.

Me faltan palabras para decir la confusión de mi ingratitud y el amor a la bondad de mi Jesús, que su epitalamio causó en mí; pero en otras cartas[9] iré diciendo algo de esto. Quisiera aquí mi alma corresponder a mi esposo con otro epitalamio; mas se halló sin saber qué articular, y el Señor la dijo que él la enseñaría para otro día”.

“Día de San Bartolomé[10], se sentó a mi lado, sobre un campo de blancas azucenas el divino esposo, en forma de un hermosísimo infante, y reclinó su sagrada cabeza sobre mi corazón en correspondencia al favor antecedente; y alborozada toda el alma con un divino gozo, dijo: «Mi amado ha bajado a su huerto, a las eras de balsameras, a apacentar en los huertos y recoger lirios» y al añadir: ‘Yo para mi amado’, le estreché entre mis brazos, y al proseguir ‘yo soy para mi amado y mi amado es para mí; él pastorea entre los lirios’ (Cant 6 v. 3), me echó los suyos al cuello y me miró rostro a rostro, asestando, del suyo risueño y amoroso, activos rayos en el mío, y dejándome como fuera de mí de pasmo y de un sagrado horror, animó mi pequeñez y me hizo volver en mí respondiendo: “Eres hermosa, amada mía, qué bella y suave eres; suene tu voz en mis oídos, porque tu voz es dulce” con que la movió a componerle el epitalamio de su parte, ilustrándola e infundiéndola lo que había de decir, no con palabras, sino con otro lenguaje que no se usa por acá.

Empecé, pues, con Abraham: ‘Hablaré a mi Señor yo que soy polvo y ceniza’ (Génesis 18 v. 27), y le hice un antítesis o contraposición al epitalamio del Señor, empezando a ponderar mi ingratitud por los mismos pasos que el Señor había ponderado su amor, diciéndole cómo ab aeterno, desde la eternidad, vio mi ingratitud, cómo fui concebido en pecado: ‘Mira en la culpa nací, pecador me concibió mi madre’. Y finalmente vino a concluir la grandeza del amor de su esposo; pues a vista de tanta infidelidad y mala correspondencia no se dignó de hacerme tan raros favores”.

Hasta aquí el joven inflamado en sagrados ardores. Estos se conservaron ardientes muchos días después, en especial el día de la prodigiosa virgen Santa Rosa de Lima[11]. Como esta favorecida virgen había logrado la dicha de desposarse con Jesús, como se refiere en su Vida, la memoria de este desposorio, que oyó leer Bernardo en la mesa, le inflamó de nuevo en las llamas del amor divino a su esposo. Apenas pudo ocultar el sagrado fuego.

Llegó, fuera de sí, a dar gracias a su esposo Jesús Sacramentado cuando este Señor, para abrasarle más en su amor, se le mostró amorosamente disfrazado. Pero le conoció al momento porque le descubrió, amante, no sólo el cielo de su rostro, mas también el paraíso de su Corazón, donde le mostró escritos los nombres de algunas personas[12] que Bernardo conocía y deseaba viviesen en aquel santuario de la Divinidad.


[1] Se refiere al aviso que recibió durante la Semana Santa de 1730, de que habla en el capítulo anterior.

[2] Por prudencia habla cosas que aún no se podían descubrir por vivir las personas que participaron en ellas. El P. Villafañe que había mandado examinar el espíritu de Bernardo, en el que habían participado algunos jesuitas y otros ajenos a la Orden; los sufrimientos ocasionados por temas familiares de personas que aún estaban vivas, etc.

[3] Las cuatro primeras, de índole familiar, se refieren: a la muerte de su madre, ocurrida el 9 de marzo de 1730. Los litigios, surgidos por motivos de herencia, entre el abuelo, Francisco de Seña, y el yerno, Gaspar de Melena. La conducta moral del abuelo.

[4] Hace alusión a la causa del siervo de Dios, Palafox, que dio origen a todo el conflicto.

[5] El 6 de agosto de 1730. Es en este día cuando el Señor le anuncia la fecha de sus desposorios.

[6] Nació en el año 258. Su fiesta se celebraba el día 10 de agosto. Abogado contra la fiebre y patrono de los cocineros.

[7] Se trata del desposorio del alma humana con Cristo.

[8] El 20 de agosto de 1730.

[9] Cartas que a lo largo de su vida escribió al P. Loyola y con las que luego escribiría la vida de Bernardo. ¡Qué lástima que, a día de hoy no las tengamos!

[10] El 24 de agosto.

[11] Su fiesta es el 23 de agosto. Vivió en el Perú (1586-1617) y perteneció a la orden dominicana. Se distinguió por la penitencia y la contemplación mística.

[12] El P. Loyola y Agustín de Cardaveraz, y tal vez algún compañero, podría ser el Hermano Osorio o el Hermano Jiménez, para quienes más adelante escribiría alguna instrucción; probablemente también el P. Calatayud, a quien Bernardo conoció siendo novicio en Villagarcía, y el P. Fernando Morales.