Vida del Beato P. Bernardo Francisco de Hoyos(XXII)

Padece Bernardo unas molestas y prolijas tercianas, y se insinúan algunos favores
que recibió en este tiempo

Por septiembre de este año de 1730 quiso el Señor que participase su siervo algo de la epidemia general de tercianas[1] con que había afligido a la villa de Medina del Campo y sus contornos. El principio de esta enfermedad fue un acto de más fogosa caridad que el fuego de la calentura más ardiente; porque sabiendo que un jesuita, amigo suyo, se disponía a entrar en Ejercicios, aunque se hallaba con terribles dolores y molestos achaques, pidió a nuestro Señor que aliviase a su espiritual amigo y a él le diese los trabajos y dolores que su Hermano padecía.

Oyó el Señor su oración tan prontamente que

“el mismo día me entraron unas tercianas dobles que me duraron el espacio que pudieran durar sus Ejercicios, y él parece que los tuvo con salud. Cesaron éstas y a pocos días volvieron otras tercianas que me han durado casi hasta hoy; porque aún vienen sus correspondencias”.

Así escribe en una carta de 25 de noviembre de 1730. Fueron muy singulares y continuados los favores que le hizo el Señor en tiempo de sus tercianas[2].

“Si hubiera de referir (dice) todas las visiones, hablas interiores, sentimientos y otros favores del tiempo de mis tercianas, necesitaba mucho tiempo y papel”.

Es de particular enseñanza y doctrina el primer favor, que recibió un día de comunión, en que correspondía la terciana y no le permitieron comulgar. Quedó muy resignado en la voluntad de Dios, no obstante sus ardientes deseos de recibir a su amor Jesús Sacramentado. Empleó su fervor amante en la utilísima devoción de comulgar espiritualmente. En esta comunión espiritual le visitó su amado Jesús; le dijo palabras de grande amor, y le declaró que le había agradado tanto dejando de comulgar por obediencia, como si hubiese comulgado: que estuviese en todo indiferente y resignado con su santísima voluntad y que procurase conmutar siempre con algún acto de virtud interior, el exterior que se le impidiese por la obediencia, o por la divina Providencia. Así lo practicó puntualmente toda su vida este feliz joven.

Caminaban ya por este tiempo[3] a Roma los Reverendísimos Padres electores de toda nuestra Compañía, que habían de concurrir a la Congregación General para elegir General o común Padre. Encomendaba Bernardo a Jesús insistentemente su amada Compañía con grande fervor y cotidiana frecuencia. Pedía el día de San Cosme y San Damián[4], en particular el acierto en la próxima elección, cuando tuvo esta maravillosa visión.

Vio por visión imaginaria a Jesús acompañado de muchos Santos, especialmente de los Patriarcas de las Religiones. Llegó nuestro glorioso P. San Ignacio y, haciendo una profunda reverencia al Señor, le representó el cuidado que desde el cielo tenía de su amada Religión, que le había encomendado en la tierra. Pedía nuestro santo Padre ahora en particular el acierto para la próxima futura elección de suprema cabeza de la Compañía, cuyos progresos tanto dependían del Superior supremo. Se mostró Jesús benignísimo a la súplica de nuestro P. San Ignacio y le puso delante todos sus hijos electores que caminaban a Roma.

Le dio a entender que ya su amorosa providencia tenía señalado General según su Corazón divino, en el cual vio entonces San Ignacio a su Compañía.

“Todo esto entendí, sin saber cómo, vía intelectiva; porque el Señor sólo respondió en voz distinta estas palabras: «Elegiré un vicario fiel, que gobierne mi Compañía según mi Corazón y cumpla, en todo, mi voluntad». Estas palabras contienen una insigne profecía manifiesta a toda nuestra Compañía de Jesús”.

Porque, ¿quién sino el Espíritu Santo pudo decir, dos meses antes que se celebrase la elección, a este iluminado joven, que había de ser electo General nuestro muy reverendo P. Francisco Retz? ¿Quién pudo manifestarle tanto tiempo antes la uniformidad y concordia de tantos hombres de diversas regiones, talentos, genios y dictámenes, sino aquel divino Espíritu que en la primitiva Iglesia hizo de una numerosa congregación, que todos no tuviesen más que un corazón para el acierto?

“Estando en oración, se sintió un sagrado movimiento en el lugar mismo donde estaban congregados, y fueron llenos del Espíritu Santo, que es espíritu de caridad y unión; todos hablaban con gran confianza la palabra de Dios (que puede con propiedad decirse el voto para la elección) porque todos los congregados no tenían más que un corazón y una alma”.

Esta profecía ilustre, clara y manifiesta a toda nuestra Compañía de Jesús congregada, y después esparcida por todo el mundo, es una prueba sólida del buen espíritu del Padre Bernardo.

El día en que se celebraba la solemne fiesta de nuestra Señora del Rosario[5], le favoreció su amada Madre con este favor gloriosísimo para los devotos del santo rosario. Vio a esta celestial Reina adornada con un rosario de rica y brillante pedrería. Acompañaban a esta amabilísima Señora el glorioso Padre Santo Domingo y nuestro P. San Ignacio. Miró a su siervo María Santísima y le declaró que eran predestinados todos cuantos rezaren el rosario a nuestra Señora con un verdadero afecto y devoción; mas no aquellos que sólo le rezan con la boca y con el corazón están muy lejos de lo que rezan y de la Reina del cielo. A estos dirá María Santísima lo que su Hijo dijo a los judíos hipócritas: “este pueblo hipócrita parece que me honra con los labios, pero su corazón está muy lejos de mí”.

Las palabras que en esta ocasión dijo a Bernardo la Santísima Virgen pueden dar singular consuelo a todos los verdaderos devotos del santo rosario: “Hasta ahora ninguno se ha condenado, ni se condenará en adelante, que haya sido devoto de mi Rosario”. San Francisco de Borja, que jamás le había visitado hasta el día de su festividad[6] de este año, le favoreció con su vista y mucho más con los admirables documentos que le dio, particularmente acerca de la humildad.

Se hallaba postrado en la cama Bernardo por la festividad de Todos los Santos, en cuya vigilia le comunicó el Señor inefables luces de la gloria de los Santos. Quedó su alma inundada con celestiales dulzuras. Éstas se aumentaban con la sagrada Comunión que recibió el día solemnísimo de Todos los Santos. Se abrasaba en ardientes ansias de recibir a su esposo, a quien esperaba en mi pobre camilla (dice Bernardo) por estar con las tercianas. Al tiempo de llegar Jesús Sacramentado a su aposento y descubrirle el sacerdote, vio muchos ángeles que se acercaron a su cama, y se vistió la alcoba de un clarísimo resplandor que excedía los rayos del sol.

Tuvo algo de pavor cuando se llegaron los Santos sus devotos, asombrándole tanta gloria; pero se sosegó luego el alma y, al recibir a su amantísimo Jesús en la Eucaristía, venía tan glorioso el Señor, que ya le parecía un negro carbón cuanta gloria había visto antes, comparada con la que le mostró Jesús en el Santísimo Sacramento. Da Bernardo una razón muy sólida en la teología mística, por qué no le ocasionó pavor la gloria de Jesús, incomparablemente excesiva a la de todos los Santos.

“No me causó pavor porque se mostró al alma intelectualmente, y este modo de visión no toca a los sentidos externos[7]”.

La visión que había tenido de los ángeles y Santos había sido imaginaria, que conmueve y toca a los sentidos internos.

Este día le mostró el Señor toda la celestial Jerusalén y oyó los cánticos que todos los Bienaventurados cantan en honor de la Santísima Trinidad y del Verbo humanado, que los redimió y salvó. Estos cánticos eran semejantes a los que San Juan refiere en su Apocalipsis. No pudo comulgar el día del serafín novicio de nuestra Compañía, San Estanislao[8], por sus tercianas. Comulgó espiritualmente con ardores amantes en honor del Santo, que le agradeció este pequeño obsequio visitándole la primera vez acompañado de San Luis Gonzaga. Desde este día quedó mucho más devoto de estos dos jóvenes serafines, aunque antes los amaba tiernamente.

Le consolaron mucho con palabras llenas de celestiales finezas y le imprimieron en el alma grande estima de la comunión espiritual, que explicó con estas palabras:

“Es cosa muy útil esto de la comunión espiritual, como he entendido muchas veces, y deja grandes efectos en el alma”.

No es maravilla que Bernardo tuviese tan ardientes deseos de comulgar, aunque estaba enfermo en la cama; porque el mismo Señor le había inflamado estos días con la ocasión que refiere Bernardo.

“Se ofreció una vez por este tiempo hablar acerca de la comunión de los enfermos, y algunos siervos de Dios (y entiendo sienten lo mismo, errados, otros muchos) sentían que debía ser de tarde en tarde por la reverencia al Señor Sacramentado[9]. Yo sentí que ellos sintiesen de ese modo, según lo que en esta parte se me ha significado muchas veces.

Acabé de comulgar un día y me habló el Señor sobre este punto; y me declaró erraban aquellos sus siervos, y que hacían agravio a su liberalidad: que la frecuencia de este Sacramento era a todos utilísima, particularmente a los religiosos, y que, aunque parece no se ve el fruto de tantas comuniones, se pasmaran los hombres si viesen cuán grande es el que hacen en las almas que están en gracia, aunque sean imperfectas.

Que estos que así sienten le agravian, queriéndole honrar; porque deseando su reverencia con buena intención, le quitan el gusto y complacencia que tiene de estar con los hombres, según la Escritura dice: «Mis delicias son estar con los hijos de los hombres». Entendí son los que con este celo impiden a alguno la comunión, como un ayo de un príncipe, que, viendo a éste estar divertido y muy gozoso con los de su edad, se lo impide porque todos no son príncipes; y así como el príncipe sentiría dejar su diversión con los otros niños, aunque el ayo dijese lo hacía por la reverencia que se le debía, así el Señor se desagrada de semejante celo”.

Los Desposorios de nuestra Señora[10] acordaron a Bernardo la amorosísima fineza de los que Jesús había celebrado con su alma. Después de comulgar este día, vio a la Santísima Virgen depositaria, como dijimos antes, del celestial anillo con que se celebraron los desposorios de Jesús y el alma de este dichoso joven. Llegó la divina Madre a su siervo y con sus benditísimas manos se le puso en el dedo, y al mismo tiempo renovó Jesús el Desposorio con los afectos y amores que no sabe explicar el que los recibió.

Como no cedía a los remedios la enfermedad de Bernardo y otros condiscípulos suyos, determinó la caridad de los Superiores enviarlos a algún lugar cercano de aires más puros y más sanos. Sentía algo el joven salir del colegio y encomendaba al Señor esta disposición de la obediencia, quien le dijo que siguiese sus providencias, dejándose llevar a cualquiera parte, y añadió amoroso: “Yo te seguiré a cualquier lugar donde fueres”. Experimentó Bernardo cumplida la amorosa promesa de su divino esposo, porque recibió especiales favores en la villa de Alaejos, a donde le envió a convalecer la santa obediencia con otros condiscípulos.

Uno muy singular y de grande aprecio de este animoso joven fue mostrarle Jesús, con un símbolo misterioso, los trabajos que había de padecer. Refiérele por estas palabras:

“El día 17 de este mes de diciembre, acabando de comulgar y engolfándose mi espíritu en el abismo de las divinas delicias, empecé a ponerme en las amorosas manos de la providencia de nuestro amor Jesús con una total indiferencia, así para padecer como para gozar favores, así para la salud como para la enfermedad, contrayendo en especial este afecto (que fue grande) a la indiferencia tocante a las tercianas que me daban; cuando me vi por visión imaginaria (aunque varias inteligencias que tuve fueron por la intelectual) en un espacioso campo, en que no había dónde poner el pie que no fuese con peligro de lastimarse y herirse; porque en una parte había abrojos; en otra instrumentos horribles de penitencia; en otras, sendas estrechísimas, escabrosas y precipitadas; en otra hombres que me perseguían; en otra, demonios que me querían despedazar; y a este modo me vi entre innumerables aflicciones, entendiendo y concibiendo bien el género de aflicciones y trabajos que cada cosa simbolizaba.

Y esto fue quererme mostrar el Señor los trabajos que su amabilísima providencia me ha señalado por su amor; pero me dio también a entender los singulares y deliciosísimos favores con que mezclaba el agrio de los trabajos; porque en medio de la pena y desconsuelo que me dio al verme en medio de tanto contrario, me alentaba y esforzaba maravillosamente la dulcísima vista de mi Dueño, el divino amor Jesús, que en forma de Niño hermoso me iba guiando, y con sus amorosos ojos como exhortando a que le siguiese por entre aquellos trabajos; y era tanto lo que mi espíritu se confortaba con la divina virtud que con su mirar le infundía el amoroso dueño Jesús, que le hacía olvidar del peligroso campo o camino en que me hallaba, y seguirle animosamente.

Esta era representación de lo que hasta aquí ha pasado por mi alma, lo que actualmente pasa y en adelante ha de pasar. Y mi espíritu lo abrazó todo con grande indiferencia y alegría, con la cual le previno el divino Dueño Jesús, provocándole amoroso con aquellas palabras: «Estoy metido en trabajos y fatigas desde mi juventud»[11]  que era lo que voceaba a mi espíritu sin hablar”.



[1] Esta epidemia de gripe durará en Bernardo unos dos meses; y como la mayoría de los estudiantes fueron atacados por ella, tendrán que marchar a curarse y reponerse a la finca que el colegio poseía en el pueblo de Alaejos. Actualmente se conserva una placa conmemorativa de su estancia en Alaejos.

[2] El Señor no se deja vencer por nosotros y paga con creces el acto de caridad que tuvo Hoyos con su compañero jesuita.

[3] Sabemos que el 30 de noviembre fue elegido el nuevo General, P. Retz.

[4] El 26 de septiembre.

[5] Una fiesta muy querida para Bernardo, y en cuya devoción pesó probablemente su larga estancia en Villagarcía. La Virgen del Rosario es muy celebrada en este pueblo.

[6] Se celebraba su fiesta el día 10 de octubre.

[7] Preciosa observación por parte de Bernardo. La visión intelectual es más profunda y honda que la imaginativa y de sentidos, por lo cual se asienta con más serenidad y placidez en el alma.

[8] El 13 de noviembre.

[9] En este párrafo de Bernardo podemos ver el trasfondo del influjo jansenista que se había infiltrado aun en gente buena. No olvidemos que el jansenismo fue el enemigo número uno de la devoción al Corazón de Jesús y al trato amoroso y frecuente de la Eucaristía.

[10] Esta fiesta no se celebra ya en la nueva liturgia.

[11] “Desde niño fui desgraciado y enfermo (Salmo 87, 16) – traduce el actual Salterio del Oficio de las Horas.