Vida del Beato P. Bernardo Francisco de Hoyos(XXVI)

Se insinúan los últimos favores que recibió Bernardo en Medina y los primeros que tuvo
en el Colegio de San Ambrosio de Valladolid,
donde estudió Teología

Gozaba por este tiempo Bernardo el estado preciosísimo de los ímpetus que le ponían en el estrecho, que tanto deseaba, de separarse el alma del cuerpo. Le comunicaba el Señor muchos favores: uno de los más singulares y de gran consuelo fue mostrarle la elevadísima santidad de nuestro Padre San Ignacio. Vio el fogosísimo corazón de nuestro santo Padre como una esfera de divino fuego, cuyos fulgores y ardores sagrados inundaban el suyo.

“A vista de este Vesubio de amor divino reverberaban en mi pobre alma sus fulgores, inundándola con el mismo divino fuego”.

El día de la fiesta del Santo[1] vio por visión intelectual a su amado Padre muy cerca del trono de la Santísima Trinidad. Le parecía que los ángeles celebraban, a su modo, allá en el cielo la fiesta de nuestro santo Patriarca. Miró Ignacio a Bernardo, y éste se deshacía en lágrimas, mirándose indigno hijo de tan gran Padre y la inmensa distancia que había de la virtud del hijo imperfecto a la incomprensible santidad del Padre, elevadísimo en gloria. Le preguntó benigno nuestro Padre San Ignacio por qué lloraba Y el joven jesuita respondió con un silencio humilde que lloraba por verse tan imperfecto y distante de las grandes obligaciones de hijo suyo.

Entonces el Santo le dijo con afectuosísima benignidad “que para ser verdadero hijo suyo no necesitaba más que observar puntualmente todas sus reglas y para ser del número de sus más amados hijos, observarlas con los realces de perfección que la divina luz le proponía”. Entendió el joven que la santidad de nuestro santo Padre había sido un milagro de la divina omnipotencia, que ningún hijo suyo le había igualado ni igualaría en la santidad, perfección y gloria. Este día de su fiesta (concluye Bernardo) repartió el santo Padre desde el cielo muchos favores y beneficios a los de la Compañía y a sus devotos.

Al favor da su amado Padre se siguieron otros muy particulares de su dulcísima Madre María Santísima. El día da nuestra Señora de las Nieves[2] era para Bernardo de singular consuelo y devoción por una visión simbólica, que había llegado a su noticia, comunicada años antes a otra persona[3]. Era de cuatro corazones que, unidos entra sí, se convertían en un corazón solo. Vio ahora a nuestra Señora, su dulce Madre gloriosísima, que traía pendiente de su sagrado pecho una cadena de oro, y de ella pendía un corazón sobre su maternal pecho. Le significó la soberana Reina que lo que veía era símbolo de su amorosísima maternidad para con los corazones de quienes le hizo memoria.

Se acercaba la solemnidad de la Asunción gloriosa de María Santísima a los cielos y Bernardo se disponía a celebrar, con todo el amor posible, esta solemne fiesta, el aniversario[4] de su felicísimo desposorio y su filiación[5] de hijo de María. Recompensaba el Señor las pequeñas disposiciones del joven con ilustraciones divinas, seráficos ardores y afectos sagrados que se explicaban en los ímpetus de su abrasado espíritu.

Llegó el día de la Asunción gloriosa y, arrebatada el alma de Bernardo con uno de sus amorosísimos ímpetus, vio al celestial esposo Cristo Jesús acompañado de su santísima Madre. Traía esta celestial Reina el anillo del desposorio, del cual quedó Depositaria divina, como dijimos. Le dio a su Hijo santísimo, y Jesús le puso a Bernardo en su dedo con inefable amor, renovando el desposorio del año antecedente. El joven desposado volvió a depositar su anillo en manos de María santísima para que le guardase. Concluyó la soberana Reina este favor exhortando a su amado hijo a dar gracias a Dios por los grandes y continuados favores que le había hecho en los tres años de su Filosofía.

Le dio a entender que el Señor se comunicaría con gracias extraordinarias y santidad eminente a los jóvenes jesuitas, si continuasen en los estudios los fervores del Noviciado. El mayor favor que había recibido estos tres años era asistirle con particular gracia para no faltar en la correspondencia que debía a tan amoroso Dios. Le mandó la soberana Virgen, como celestial Directora, que visitase y se despidiese en particular de todos los lugares del colegio de Medina en que había recibido favores del Señor. Así lo hizo con especial consuelo de su agradecido espíritu[6].

También quiso expresar en una carta su humilde agradecimiento a uno de sus directores[7], que le había asistido estos tres años. Las palabras de este humilde y agradecido joven dicen de esta suerte:

“Acabo ésta despidiéndome de este Colegio hasta estar en Valladolid, y dando a vuestra Reverencia con la confianza de hijo amantísimo las gracias de lo que se ha dignado servir a este pobre espíritu con sus cartas, avisos, doctrinas y oraciones; y así humildemente suplico a vuestra Reverencia lo prosiga a mayor gloria de nuestro Dios, que así lo ha querido y quiere, con especialísima providencia, para sus altos y ocultos fines.

Yo, siempre hijo y humilde discípulo, estoy, como debo, dispuesto a reconocer a Dios en la persona de mi amado Padre; y fuera o a lo menos yo juzgara falta de amor y confianza, y fuera hacer menor la unión de nuestros corazones[8] si buscase más expresiones para declarar mi afecto, que no puede explicarse, pues es puro en Dios, nuestro divino Amor, en cuyos seráficos ardores deseo abrasado a vuestra Reverencia con muchos años de vida para mayor gloria divina, hasta que sea voluntad de nuestro amante Jesús, perfeccionar la unión de nuestros corazones en la gloria. Medina, y septiembre hoy día 8, día de la Natividad de María Santísima del 1731”.

Llegó al Colegio de San Ambrosio de Valladolid[9] a estudiar la Teología a últimos de septiembre del 1731. Sintió singularísimo consuelo al verse en un colegio donde muchos siervos de Dios recibieron particulares favores de su infinito Amor. La memoria del Venerable Padre Luis de la Puente[10], Doctor místico de toda la santa Iglesia, que vivió lo más precioso y heroico de su santa vida en este dichoso colegio, consolaba a nuestro nuevo teólogo con tiernas y sólidas dulzuras. Pero lo que sin duda le llenaba de celestiales júbilos, aunque entonces acaso no lo conocía, eran los extraordinarios favores que le había de hacer el Señor en este mismo colegio.

La primera vez que visitó la iglesia y puso los ojos en la imagen admirable del Salvador[11], que se venera en uno de los altares, le arrebató el corazón:

“Pues vi era la imagen más propia de su original que yo había visto”.

Le encargó el Señor tuviese mucha devoción con esta santa imagen[12].

Estaban muy inmediatos los Ejercicios que hacen nuestros hermanos estudiantes a principio de octubre; y así empezó a experimentar los deseos de una sólida y elevada perfección, que siempre le comunicaba el Señor, para que los hiciese con fruto. Omito los favores extraordinarios que experimentó en estos días de descanso y gloria para su espíritu. Porque fueron semejantes a los que nuestro Señor le comunicaba en este santo tiempo y dejamos referidos.

Sólo añadiré que, dando gracias después de haber comulgado día de nuestro glorioso Santo San Francisco de Borja[13], en la capilla que sirvió de aposento al Venerable Padre Luis de la Puente, vio a Cristo Señor nuestro sentado en una silla que allí se guarda por reliquia. Es la misma en que Cristo Jesús se sentaba muchas veces cuando visitaba a la regaladísima virgen Venerable Doña Marina de Escobar[14]. Estaba el Señor en la misma forma con que se venera en el altar de nuestra iglesia, vestido de jesuita, con apacible y amabilísimo semblante. Desde la silla, como de celestial cátedra, dio Jesús a Bernardo una breve instrucción para su perfección en la nueva vida que empezaba. Le abrasó el corazón en los sagrados incendios del amor divino.

Le dijo que el día de su santa Teresa volvería el dulce martirio de los ímpetus y que, siendo tan sagrada la materia del estudio presente, la hallaría en él con modo más especial.

“Así lo he empezado a experimentar en el tiempo de escribir: pues al mismo tiempo que el maestro dicta, está el divino Maestro en la cátedra de mi corazón glosando en puntos de amor lo que va escribiendo la pluma”.

Le sucedía lo mismo en el estudio retirado de su aposento. En el estudio halló muy más presente al Señor que en la Filosofía.

“En la materia De Incarnatione, que es la de tercia, me declaró el Señor el divino misterio. Y en la de Concordia gratiae efficacis, que es la de prima, me mostró el secreto de la predestinación: he visto el orden que de ella escribe el Padre Suárez; no es propiamente, como ello es en sí; pero si Dios me diera a mí luz para explicar lo que en esto he entendido, creo no pudiera explicarme de otra suerte que el Padre Suárez, porque no hay palabras. Estas verdades que el Señor me descubre son para llevar a Sí la voluntad, no para el entendimiento como fin, y así no quiere pueda yo explicar lo que he entendido como un bosquejo, el cual es más claro para el alma que toda la explicación de los doctores”.

Se cumplió puntualmente, como sucedía siempre, la promesa del Señor de que empezarían los ímpetus el día de la extática Santa Teresa de Jesús.

Estando oyendo Misa, tuvo una maravillosa visión de Cristo Señor nuestro y de su santísima Madre sentados en tronos celestiales. Acompañaban al Rey soberano del cielo y a la gloriosa Emperatriz del empíreo los Santos, sus devotos, en la misma forma y orden que hemos referido en otras ocasiones. No dice el joven favorecido lo que gozó en esta maravillosa visión, porque se deja entender bastantemente de los excesos de amor que siempre experimentaba en semejantes favores. Dice solas estas palabras:

“Mi alma se llenó de un júbilo indecible y fue, al momento, herida de un dulcísimo ímpetu, que dio principio a que se cumpliese la promesa del Señor”.

Por este tiempo se hallaba nuestro joven ocupadísimo con los oficios materiales que trae consigo el estado de hermano teólogo jesuita de primer año[15]. Y así, todos los favores que recibió del Señor desde el octubre de este año hasta el fin, compendió en una breve carta. El día de nuestro serafín novicio San Estanislao de Kostka[16] le visitó el Santo acompañado del serafín teólogo San Luis Gonzaga. Le hicieron mil celestiales cariños de hermano, le recomendaron la perfección, imitando la que le mostraban en sí mismos y Dios les había recompensado con inmensa gloria.

Su gran devoto San Francisco Javier le comunicó, el día de su fiesta, una centellita del celo de la gloria de Dios y salvación de las almas que ardía en la fogosísima esfera de su pecho. La dulcísima Madre de sus verdaderos hijos, María Santísima, le visitó el día de su Purísima Concepción y ostentaba sobre su maternal pecho el joyel precioso y tan amable de aquel corazón, símbolo muy gustoso para Bernardo.

En todas las dominicas de este santo Adviento experimentó ardientes y activísimos los ímpetus de amor, que servían de purificar más y más a su corazón para los santos misterios que se acercaban. Le deshacía en ternuras la memoria de los favores que había recibido del Dios Niño.

“Todo este tiempo andaba el alma en medio de no pocas ocupaciones exteriores, toda en su querido pequeñito Infante admirada, humillada y enamorada con la memoria dulcísima de los favores singulares que por estos tiempos había derramado la inexhausta liberalidad de su divino amor en mi alma”.

La feliz noche del Nacimiento del Dios Niño gozó los mismos favores que en los años precedentes. En los Maitines, comunión, gracias, etc., “los cielos destilaron miel dulcísima sobre su corazón”. Refiriendo en compendio lo que había gozado, añade que el día de San Juan Evangelista[17] entendió el gran favor que reciben los hijos de María Santísima en tener por hermano a este amabilísimo Discípulo de Jesús, de quien, como del Benjamín de nuestra dulce Madre, debemos de ser muy devotos.



[1] 31 de julio.

[2] Se celebra esta fiesta el 5 de agosto.

[3] Esa persona era probablemente el P. Agustín de Cardaveraz y los cuatro corazones serían los de Bernardo de Hoyos, Juan de Loyola, Pedro de Calatayud y el mismo Cardaveraz.

[4] Estamos en el año 1731 y sabemos que Bernardo recibió la gracia del “desposorio espiritual” el día de la Asunción de 1730.

[5] La “filiación” mariana, con la consagración especial que hizo Bernardo de su persona a la Santísima Virgen en que se entrega a María por “hijo”.

[6] Esta misma práctica la realizará Hoyos cuando se despida del colegio de San Ambrosio.

[7] P. Juan de Loyola, quien con sus cartas dirigió a Bernardo; también contaba Bernardo con la ayuda del P. Fernando de Morales.

[8] Esta “unión de corazones” que Bernardo hace alusión, es el episodio anterior de aquellos cuatro corazones unidos y especialmente amados por la Virgen nuestra Señora.

[9] En Valladolid había dos colegios: el de San Ambrosio para estudiar teología, y el de San Ignacio, adosado a la actual parroquia.

[10] El P. Lapuente pasó parte de su vida en Valladolid, en el colegio de San Ambrosio. Al morir con fama de santidad, su habitación se transformó en capilla-relicario, que hoy perdura. Y en ella vivió muchas gracias Bernardo.

[11] Este cuadro del Salvador estaba en la primera capilla, entrando en la iglesia, a la izquierda. Representaba a Jesús, vestido de jesuita.

[12] De hecho la tuvo, ya que siendo sacerdote gustaba de decir la Santa Misa en aquella capilla del Salvador con preferencia a cualquier otra.

[13] El 10 de octubre.

[14] Doña Marina de Escobar fue dirigida por el P. Luis de Lapuente, estando este en el colegio de San Ambrosio. Esa silla, en la que Jesús aconsejaba a la venerable virgen, se conservaba en la capilla llamada “del P. Lapuente” por haber sido anteriormente aposento del Padre.

[15] Los teólogos de primer año hacían en el colegio una serie de pequeños servicios o trabajos para bien de la Comunidad, por lo cual no tenían tanto tiempo de estudio como los de cursos posteriores.

[16] El 13 de noviembre.

[17] El 27 de diciembre. Bernardo será muy devoto de San Juan Evangelista. El discípulo que tuvo la suerte de recostarse en el pecho del Señor durante la Última Cena, todo un símbolo para el ardiente corazón de Bernardo.