Vida del Beato P. Bernardo Francisco de Hoyos(XXVIII)

Visita San Francisco de Sales
a su espiritual hijo Bernardo muchas veces
y le da el Santo solidísimas doctrinas.

Cumplía el dulcísimo San Francisco de Sales perfectamente el oficio de Director que su benignidad había ofrecido a Bernardo. Le visitó muy glorioso el día de su fiesta[1] y le dijo que, en adelante, vendría con más frecuencia a tomarle cuenta de conciencia como solícito Padre espiritual. Le pareció que, con sólo mirarle el Santo, descubría todo cuanto pasaba en su alma y le mostraba el camino de la perfección a que le destinaba el Señor.

Le dijo el Santo que en su Práctica del amor de Dios tenía una guía visible desde el libro quinto hasta el octavo[2]; y hasta el fin estaba delineada la alta perfección a que debía aspirar. Le recomendó sus dulces escritos y ofreció asistir a sus Directores para que le gobernasen acertadamente. Otras cosas declaró a su espiritual hijo este celestial Padre, cuya amabilidad y dulzura arrebataba el espíritu de Bernardo.

“Sola la dulzura majestuosa y la afabilidad divina que resplandecían en su rostro, arrebató toda mi alma, que miraba traslúcida en el rostro toda la grandeza suavísima del espíritu dulcísimo de este nuestro Padre”.

El día de la Purificación de nuestra Señora[3] había de renovar Bernardo, según su costumbre, la carta de filiación a su amante Madre María Santísima. A esta renovación asistió también San Francisco de Sales para que se hiciese con más devota y ferviente solemnidad. Con las luces que Jesús Sacramentado le comunicó el Jueves Santo, se hallaba absorto y asombrado; mirando por una parte el infinito amor del Señor y, por otra, su inmensa ingratitud.

Temía el joven que estos excesos de confusión y asombro declinasen a alguna imperfección. Pero su Director dulcísimo le visitó y enseñó cómo había de mezclar los afectos de confusión y amor para llegar a recibir este día el Santísimo Sacramento. Con su doctrina quedó enseñado, sereno y amoroso; y comulgó con los amantes ardores que deseaba.

Al tiempo de comulgar vio a Jesucristo Señor nuestro en la forma que celebró la Cena, y que a Sí mismo se comulgaba, despidiendo llamas de amor su divino rostro hermosamente encendido. Cuando reservaron al Señor en el Sagrario para la devotísima función del Monumento, sintió Bernardo que su corazón era arrebatado hacia el Sagrario con dulce simpatía[4]. Vio también los afectos divinos que en aquel trono de amor pasaban en el soberano Corazón de Jesús acerca de los hombres.

Había recibido los años precedentes dos particulares favores el día de San Felipe y Santiago[5], y ahora su Santo Director le hizo memoria de ellos. Le ordenó que diese muy humildes gracias a nuestro Señor, pues habían sido de gran provecho para su espíritu. El primero fue la excelente y sólida doctrina que le dio nuestro Señor acerca de los expulsos de nuestra Compañía de Jesús. El segundo era haber purificado su corazón con su preciosa y purísima Sangre.

No obstante tan celestiales favores, permitió el Señor, para humillación de Bernardo, que el día antecedente le hubiese acometido el demonio con algunas imaginaciones feas que asustaban y afligían su espíritu. Había resistido con toda la prontitud y esfuerzo que debía a quien tanto le amaba y favorecía. Se confesó de estas imaginaciones, siempre humildemente receloso, de que hubiese alguna negligencia o culpa que él no conocía. Le aseguró su santo Director que no había tenido la más ligera falta en este punto. Le consoló haciéndole memoria de los terribles asaltos con que el impuro espíritu había acometido a Santa Catalina de Siena[6]. Le recordó también la promesa que el Señor le había hecho por medio de San Miguel, que jamás sería vencido con semejantes tentaciones.

“Quedé consolado y alentado con la doctrina de tan dulce Director”.

Pudo consolarse más y alentarse con la celestial doctrina y suaves reprensiones que le dio el dulcísimo San Francisco de Sales por la renovación de San Pedro[7]. Estaba nuestro joven deseoso de conocer las faltas que había cometido y los medios eficaces para renovar lo que se había envejecido en su espíritu. Hallándose en estos deseos, vio todo su interior con todas las faltas e imperfecciones. San Francisco de Sales le dio a conocer lo mucho que tenía que renovar y le instruyó en el modo de renovarse. Sólo con mirarle le reprendía amorosamente todas sus faltas; en especial, la que cometía en la cuenta de conciencia que le daba por las noches.

Vio que, unas veces, practicaba este devotísimo acto con tibieza; otras, se olvidaba; otras, daba la cuenta muy por mayor. Le dio el Santo varias advertencias para su enmienda;

“las cuales no quedan en lo especulativo; sino que prácticamente hacen lo que avisan”.

Mas, para que Bernardo conociese su fragilidad, la misma noche que el Santo le había advertido sus faltas, cometió una que le dio a conocer su miseria. Esta fue olvidarse del todo de dar la cuenta de conciencia a su amabilísimo Director. Se confundía de su olvido y recurrió con lágrimas de arrepentimiento a su santo Padre pidiéndole perdón. Sintió en lo más íntimo del alma que le perdonaba la falta, y se alegraba de los buenos efectos que había causado, y del propósito de hacer alguna penitencia por su descuido.

El último día de los Ejercicios de Renovación[8] oyó que su santo Director le decía aquellas palabras de los Proverbios: “Yo te mostraré el camino de la sabiduría y te guiaré por las sendas de la equidad”. Cumplió el Santo esta promesa haciendo a su discípulo una exhortación celestial. Para tenerle más atento, le dijo con mucho amor: “oye, hijo mío, la doctrina de tu padre”.

Empezó este Director del cielo poniendo delante de los ojos del alma de Bernardo todas sus faltas e imperfecciones. Le enseñó los medios prácticos y eficaces para renovar su espíritu. No sólo debía examinar, según la dirección del Santo, lo imperfecto que mezclaba en sus obras, mas también la sublime perfección, que en ellas omitía, a que le llamaba el Señor. Le intimó la sentencia de Jeremías: “Procura arrancar y destruir lo imperfecto de tus obras; y edifica y planta la perfección a que estás obligado”.

Dirigía e ilustraba el Santo a Bernardo para que renovase su espíritu, y le pareció que su amado Director le acompañaba en el examen de sus faltas y en aplicar los remedios. Le explicó la importancia y práctica de la renovación del espíritu con aquel ingenioso símil que pone el Santo en el capítulo primero de la quinta parte de su Introducción[9]. “No hay reloj por bueno que sea (dice San Francisco de Sales) que no sea menester visitarle y darle cuerda dos veces al día, por mañana y tarde: y después de todo esto, es menester que, por lo menos una vez al año, se desarme de todas sus piezas para limpiarlas del moho que hubieren contraído, reparar las usadas y enderezar las torcidas.

Así aquel que tiene verdadero cuidado de su corazón, debe levantarle a Dios por (la) mañana y (por la) tarde, por medio de los ejercicios señalados arriba; demás de esto, debe considerar muchas veces su estado, reparándole y acomodándole; y, en fin, una vez al año a lo menos, debe desarmarle y mirar por menor todas sus piezas; esto es, todas sus aficiones y pasiones, para reparar todos los defectos que pudiere haber.

Y como el relojero unta con algún aceite delicado todas las ruedas, traveses y muelles de su reloj para que los movimientos sean más suaves y esté menos sujeto al orín, así la persona devota, después de la práctica de este desarmamiento de su corazón para renovarle mejor, le debe untar con los sacramentos de la confesión y comunión: este ejercicio reparará tus fuerzas gastadas del tiempo. Calentará tu corazón, reverdecerá tus buenos propósitos y hará florecer las virtudes de tu espíritu”. Hasta aquí la dulzura del santo Director, de quien dice Bernardo:

“iba conmigo registrando prácticamente todas las piezas de este espiritual reloj de mi alma”.

Le advirtió el Santo por fin de esta admirable instrucción, que sus faltas positivas o de comisión tenían su origen del extremo de condescendencia. Que se debía observar el medio de hacerse todo a todos, para ganarlos a todos con el Apóstol, pero sin declinar a lo imperfecto. Pongamos fin a los muchos documentos, que dio el suavísimo Director a su espiritual hijo, con las ilustraciones que le comunicó al darle cuenta de conciencia.

“Este mismo día por la noche, al darle cuenta de conciencia antes de acostarme, se me infundió una luminosa luz con que miré y registré todas las obras de este día, y quedé confuso y corrido, bañado todo en lágrimas de dolor, porque, hablando con vuestra Reverencia como Padre mío, no encontré ni una siquiera que yo mismo no me avergonzase de ver con cuán poca perfección estaba hecha; y aun a mis ojos no aparecían dignas de alma tan favorecida de su Dios, siendo el amor propio quien abulta en esta materia aun los átomos.

Y así, amado Padre, sin embargo de saber yo la suavidad y dulzura de mi santo Director, no me atrevía a levantar los ojos a darle cuenta de ellas. Y más me corría de esta falta de perfección en las obras que de las imperfecciones y faltas positivas que había hecho; que éstas eran pocas. La razón de esta poca perfección que yo veía en mis obras, era que miraba como a otro lado la perfección y el ejemplar con que debían ser, y la perfección elevada a que el Señor me llama; y así, aunque yo entendía las hacía con pureza de intención, no les daba aquel realce que yo entendía les faltaba.

Con esta confusión di la cuenta de conciencia a mi señor San Sales: con aquel amor y con aquella suavidad que dirigía a sus hijos espirituales, entendía yo me escuchaba (aunque no le veía) y por respuesta entendí del Santo aquellas palabras del Apocalipsis, cap. 3 v.2, al ángel obispo sardicense: “no he hallado tus obras perfectas”, los sentimientos que esta amorosísima respuesta causó en mi espíritu y los deseos y alientos de la perfección, no son explicables. Por un gran rato quedó el corazón bañado en una inundación suavísima de divinas delicias: que parece me pagaba el Señor las imperfecciones con favores.

Este medio de dar mi espíritu cuenta de conciencia todas las noches al Santo, es un medio e incentivo divino; porque lo que es imperfecto no se lo puede uno presentar como perfecto, y así conoce y distingue lo uno de lo otro y recibe el corazón la doctrina más proporcionada”[10].

Hasta aquí nuestro joven, a quien en la última hora de oración del día tercero de los Ejercicios exhortó San Francisco de Sales al continuo ejercicio de actos de humildad y amor para renovar el día siguiente. De esta renovación será preciso hablar después, por concluir lo que pasó a Bernardo con su santo Director en otra ocasión.

Un día de la festividad de San Francisco de Sales vio al Santo con visión intelectual, como otras veces. Le pidió su santa bendición, y el benignísimo Santo se la dio muy gustoso, renovó a su discípulo los documentos que le había dado en otras ocasiones, y le aseguró del camino por donde le llevaba el Señor. Por este tiempo se hallaba Bernardo muy temeroso y afligido con los recelos de si serían engaños de su imaginación lo que pasaba en su alma. Le aumentaba estos temores una carta de su dulcísimo Director en que el Santo dice ser sospechosos los caminos extraordinarios en que hay, al parecer, muchas visiones y revelaciones.

Es tan instructiva en este punto la carta del Santo, que parece digna de copiarse aquí. El título dice: “que las frecuentes revelaciones son sospechosas; y cómo se han de gobernar las personas que las tuvieren”. Después empieza el Santo con su magisterio divino de esta suerte. “Pues no he podido antes, mi muy querida hija, responderé ahora a los dos puntos principales sobre que me habéis escrito. En todo lo que he visto de esa doncella, no hallo cosa que me embarace a pensar que no sea muy buena, y que por esta razón debe ser amada y querida de muy buena voluntad.

Mas, cuanto a sus visiones, revelaciones y profecías, ellas me son infinitamente sospechosas como inútiles, vanas e indignas de consideración; porque, por una parte, son tan frecuentes que la mucha frecuencia y multitud las hace dignas de sospecha; por otra parte, ellas contienen la manifestación de ciertas cosas que Dios declara muy rara vez: como la seguridad de la salud eterna, la confirmación en gracia, el grado de la santidad de muchas personas y otras cien cosas semejantes que, de hecho, no sirven de nada.

De suerte que San Gregorio, habiéndole preguntado por el estado de su salvación una señora de honor de la Emperatriz que se llamaba Gregoria, la respondió: «Vuestra benignidad, hija mía, me pide una cosa que igualmente es difícil e inútil; decir que a su tiempo se conocerá por qué se hacen estas revelaciones, es un pretexto que el que las tiene toma para evitar la reprensión de las inutilidades de tales cosas».

Hay más: que cuando Dios se quiere servir de las revelaciones que hace a las criaturas, ordinariamente dispone que precedan o milagros verdaderos, o una santidad particularísima en las personas que las reciben: Así el maligno espíritu, cuando quiere engañar notablemente (a) alguna persona, antes de darle estas revelaciones falsas la induce a hacer presagios falsos y a seguir un modo de vida falsamente santa.

Hubo en tiempo de la bienaventurada Sor María de la Encarnación[11] una doncella de bajo suelo que fue engañada con la ilusión más extraordinaria que se puede imaginar. El enemigo, en forma de Cristo nuestro Señor, dijo muy largo tiempo las horas con ella, con un canto de melodía que continuamente la arrobaba; él la daba la comunión muy de ordinario debajo de la apariencia de una nube plateada y resplandeciente, dentro de la cual hacía venir una falsa hostia que ponía en su boca; hizo que viviese sin comer cosa alguna; cuando llevaba limosna a los pobres multiplicaba el pan en su regazo de suerte que, si no llevaba más que tres panes y había treinta, tenía que dar a todos largamente y de un pan muy delicioso, del cual su confesor mismo, que era de un orden muy reformado, envió a muchas partes por medio de sus amigos espirituales, por devoción.

Esta moza tenía tantas revelaciones que, en fin, ellas causaron sospecha a la gente de espíritu. Tuvo una en extremo peligrosa, por la cual pareció conveniente hacer examen de su santidad, y para esto la pusieron con la bienaventurada Sor María de la Encarnación, aunque entonces era casada; donde, estando por criada y tratándola ásperamente Monsieur Acario, se descubrió que la tal moza de ninguna manera era santa, y que su afabilidad y humildad exterior no era otra cosa que un sobredorado que por de fuera echó el enemigo para que pasasen las píldoras de su ilusión; y, en fin, se conoció que no había otra cosa en su espíritu que un montón de visiones falsas; y en cuanto a ella, se descubrió bien que no sólo no había engañado al mundo de malicia, pero que ella era la primera engañada, no habiendo de su parte otra falta sino la complacencia que tenía en pensar que era santa y el cooperar con algunas simulaciones y dobleces por mantener la reputación de su vana santidad, y todo esto me contó la Bienaventurada Sor María de la Encarnación[12].

Mirad, os ruego, amada hija, la astucia y engaño del enemigo, y cuánto estas cosas extraordinarias son dignas de recelos. Sin embargo, como os he dicho, no conviene maltratar a esta pobre doncella, la cual, según creo, no tiene otra culpa en el caso que la del vano embebecimiento que toma en sus vanas imaginaciones; solamente, mi muy cara Hermana, es necesario dar a entender un total menosprecio y una perfecta desestimación de todas sus revelaciones y visiones, de la misma suerte que si contara sueños o desvaríos de una calentura ardiente, sin detenerse a refutárselas o argüírselas, antes al contrario: cuando ella quiere hablar de ellas, darle la vuelta; quiero decir, mudar de conversación y tratarle de las virtudes sólidas y perfecciones de la vida religiosa; y particularmente de la simplicidad de la fe, por la cual los Santos caminaron sin visiones ni revelaciones algunas particulares, contentándose de creer firmemente en la revelación de la Escritura Santa y de la doctrina apostólica y eclesiástica, repitiendo muy a menudo la doctrina de Nuestro Señor, que habrá muchos obradores de milagros y muchos profetas, a los cuales dirá al fin del mundo: «Apartaos de mí, obradores de mi iniquidad, que no os conozco».

Mas, por lo ordinario conviene decir a esa hija: hablemos de nuestra lección, que nuestro Señor nos manda aprender; diciendo: «Aprended de mí, que soy humilde y manso de Corazón». Y, en suma, conviene manifestar un menosprecio absoluto de todas sus revelaciones. Y en cuanto al buen Padre, que parece las quiere aprobar, no es menester contradecirle ni disputar con él sino solamente asegurarle que, para hacer prueba de todo este trato de revelaciones, parece bueno menospreciarlas y no tener cuenta con ellas. Este es mi parecer por ahora en cuanto a este punto”.

Hasta aquí el Santo, cuya celestial doctrina hizo temer a Bernardo que su espíritu acaso iba errado y, por lo menos, se conformaba poco con el de su sólido y santo Director[13]. Consultó al Santo sobre este punto y le dio esta respuesta: que hablaba aquella carta de un espíritu particular, nada sólido en esta materia, y que su intento fue desengañar la imaginación de las mujeres, que suelen ser muy inclinadas a visiones, revelaciones y operaciones sobrenaturales.

Por lo demás, que en muchos de sus hijos espirituales había hallado semejantes favores sólidos y los había aprobado. Que el mismo Santo había sido favorecido del Señor con frecuentes gracias sobrenaturales, como se podía colegir de su Práctica del amor de Dios. Con esta doctrina de San Francisco de Sales quedó Bernardo consolado y confortado en los temores, que le acometían de tiempo en tiempo, tan terribles como ahora veremos.



[1] 24 de enero de 1732, cuando Bernardo cursa su primer año de teología.

[2] La Práctica del Amor de Dios es uno de los libros más famosos y prácticos del Santo. En sus diversos capítulos va guiando con seguridad al alma hacia la cumbre de la perfección.

[3] 2 de febrero de 1732.

[4] Esta atracción que experimenta Bernardo hacia el sagrario en este Jueves Santo de 1732 será frecuente y como cosa ordinaria en su vida espiritual.

[5] Sufiesta se celebra el 3 de mayo.

[6] Sabemos por su vida los combates que tuvo que librar contra el espíritu del mal esta virgen de Toscana, Italia), que vivió –como Cristo, treinta y tres años–, siendo un modelo de contemplación y de aceptación serena de místicos sufrimientos. Vivió de 1347 a 1380.

[7] Se ve que en el año 1732 los teólogos jesuitas de San Ambrosio renovaron sus votos ese día.

[8] El 28 de junio.

[9] Serefiere al libro de San Francisco de Sales: “Introducción a la Vida devota”.

[10] La frase de Santa Teresa de Jesús: “La humildad es la verdad». Reconocer nuestras acciones como buenas o malas o regulares y no pretender engañarnos en su apreciación.

[11] Sor María de la Encarnación era ursulina y es la misma de la que también se habla en el libro El Tesoro escondido. Esta prodigiosa mujer descubre una excelente práctica al Corazón dulcísimo de Jesús, “enseñada por el Padre Eterno”.

[12] Nada tiene de particular que, al leer esta carta, tuviese Bernardo un cierto temor de estar engañado, dadas las muchas visiones y gracias especiales con que era llevado por la senda de la santidad.

[13] Meses más tarde, en otoño de 1732, Bernardo para adquirir seguridad en su vida interior, se decide a escribir la llamada Gran Cuenta de conciencia.