Empiézase a tratar de los celestiales favores que hizo el Sagrado Corazón de Jesús al P. Bernardo
y se describe el origen de esta devoción
en nuestra España
Todos los favores que Jesucristo Señor nuestro había hecho hasta ahora a Bernardo se dirigían, a mi parecer, al culto de su sagrado y amabilísimo Corazón. Había ya llegado el tiempo de la amorosa providencia de Dios para descubrir a España[1] la fuente divina e inagotable de sus gracias y celestiales favores. Quería Jesús por instrumento para este fin una persona oculta y desconocida e inhábil por las circunstancias de su estado. Escogió al P. Bernardo Francisco de Hoyos, de nuestra Compañía de Jesús, teólogo estudiante en nuestro colegio de San Ambrosio de Valladolid, antigua corte de nuestros Reyes[2].
El modo maravilloso y como casual de que se valió Jesús para su amoroso designio, lo refiere Bernardo en la primera de las muchas cartas que escribió a su Director ausente en este asunto. Será preciso hablar en todo este libro casi siempre con las palabras del P. Bernardo; porque la novedad y grandeza del asunto en la pequeñez del instrumento den a conocer visiblemente la oculta y amorosa providencia del Señor en esta obra verdaderamente grande, tan santa, y tan bien recibida en nuestra España. Empieza Bernardo este portentoso asunto en esta forma:
“El P. N[3]., en carta que recibí el miércoles pasado, me pedía le trasladase la institución de la fiesta del Corpus, la revelación y dificultades que para ella hubo, como lo refiere el P. Gallifet en el tomo De Cultu Cordis Dei lesu, para lo cual saqué de la librería este tomo el Domingo[4]. Yo que no había oído jamás tal cosa, empecé a leer el origen del culto del Corazón de nuestro amor Jesús, y sentí en mi espíritu un extraordinario movimiento fuerte, suave y nada arrebatado ni impetuoso, con el cual me fui luego al punto delante del Señor sacramentado a ofrecerme a su Corazón para cooperar cuanto pudiese a lo menos con oraciones a la extensión de su culto[5].
No pude echar de mí este pensamiento hasta que, adorando la mañana siguiente al Señor en la Hostia consagrada, me dijo clara y distintamente que quería por mi medio extender el culto de su Corazón Sacrosanto para comunicar a muchos sus dones por su Corazón adorado y reverenciado, y entendí que había sido disposición suya especial que mi Hermano el P. N[6]. me hubiese hecho el encargo para arrojar con esta ocasión en mi corazón estas inteligencias. Yo, envuelto en confusión, renové la oferta del día antes, aunque quedé algo turbado, viendo la improporción del instrumento y no ver medio para ello. Este efecto fue de la naturaleza; de la gracia fue sola la confusión y resignación.
Todo el día anduve en notables afectos al Corazón de Jesús, y ayer estando en oración, me hizo el Señor un favor muy semejante al que hizo a la primera fundadora de este culto, que fue una Hija de Nuestro Santo Director[7] la V. M. Margarita Alacoque, y lo trae el mismo autor en su vida al núm. 32. Me mostró su Corazón todo abrasado en amor, y condolido de lo poco que se le estima. Me repitió la elección que había hecho de este su indigno siervo para adelantar su culto, y sosegó aquel generillo de turbación que dije, dándome a entender que yo dejase obrar a su providencia, que ella me guiaría, que todo lo tratase con V. R.[8], que sería de singular agrado suyo, que esta Provincia de su Compañía tuviese el oficio y celebrase la fiesta de su Corazón, como se celebra en tan innumerables partes”[9].
Hasta aquí el primer favor que recibió Bernardo en orden a la devoción y culto del Sacrosanto Corazón de Jesús.
Se siguieron tantos y tan singulares a este primero, que será necesario omitir muchos, por no dilatarnos con demasía. El Príncipe San Miguel, protector tan especial de nuestro angelical joven, no podía dejar de ser quien le alentase a la ardua empresa para la que le había escogido Jesús. Y así, la víspera de la festividad de su Aparición[10], visitó a Bernardo y le habló en el asunto de la devoción del Corazón Sagrado en la forma que él mismo refiere:
“El domingo pasado inmediato a la fiesta de nuestro San Miguel, después de comulgar, sentí a mi lado a este Santo Arcángel que me dijo cómo en el extender el culto del Corazón de Jesús por toda España, y más universalmente por toda la Iglesia, aunque llegará día en que suceda, ha de tener gravísimas dificultades[11], pero que se vencerán; que él, como príncipe de la Iglesia, asistirá a esta empresa; que en lo que el Señor quiere se extienda por nuestro medio, también ocurrirán dificultades, pero que experimentaremos su asistencia.
Después de esto quedé un poco recogido, cuando por una admirable visión imaginaria, se me mostró aquel Divino Corazón de Jesús todo arrojando llamas de amor, de suerte que parecía un incendio de fuego abrasador de otra especie que este material.
Me agradeció el aliento con que le ofrecí hasta la última gota de mi sangre en gloria de su Corazón, y para que yo experimentase cuán de su agrado es esta oferta, por lo mucho que se complacía en los deseos solos que yo tenía de extender por el mundo, cerró y cubrió mi corazón miserable dentro del suyo, donde por visión intelectual admirable vi los tesoros y riquezas del Padre depositadas en aquel sagrario, el deseo y como ímpetu que padecía su corazón por comunicarlas a los hombres, el agrado en que aprecien aquel Corazón, conducto soberano de las aguas de la Vida, con otras inteligencias maravillosas en que por modo más especial entendí lo que San Miguel me había dicho. Pues las dulzuras, los gozos, suavidades celestiales delicias que allí inundaron mi pobre corazón sumergido en aquel océano de fuego de amor, sólo el mismo Jesús lo sabe, que yo no. Quedó mi corazón como quien ha entrado en un baño, o lejía fuerte, que deja consumida en sus aguas toda la escoria de que antes se miraba cubierto.
Desde este punto he andado absorto y anegado en este Divino Corazón; al comer, al dormir, al hablar, al estudiar y en todas partes no parece palpa mi alma otra cosa que el Corazón de su amado, y cuando estoy delante del Señor Sacramentado, aquí es donde se desatan los raudales de sus deliciosísimos favores, y como este culto mira al Corazón Sacramentado, como a su objeto, aquí logra de lleno sus ansias amorosas”.
El día de la Ascensión del Señor[12] se repitió la misma visión del Corazón Santísimo de Jesús, pero con circunstancias más particulares, que me obligan a referirla con las mismas palabras del joven.
“Después de comulgar tuve la misma visión referida del Corazón, aunque con la circunstancia de verle rodeado de la corona de espinas, y una cruz en la extremidad de arriba, ni más ni menos que la pinta el P. Gallifet; también vi la herida por la cual parece se asomaban los espíritus más puros de aquella Sangre que redimió el mundo. Convidaba el Divino Amor Jesús a mi corazón se metiese en el suyo por aquella herida, que aquel sería mi palacio, mi castillo y muro en todo lance. Y como el mío aceptase, le dijo el Señor: «¿no ves que está rodeado de espinas y te punzarán?», que todo fue irritar más el amor que introduciéndose a lo íntimo, experimentó eran rosas las espinas.
Reparé queademás de la herida grande había otras tres menores en el Corazón deJesús, ypreguntándome si sabía quién se las había hecho, me trajo a la memoriaaquel favor con que nuestro amor le hirió con tres saetas. Recogida toda el alma en este camarín celestial decía: «He aquí mi descanso para siempre: aquí habitaré, pues lo he elegido». Se me dio a entender que no se medaban agustar las riquezas de este Corazón para mí sólo, sino para que, por mí, las gustasen otros. Pedí a toda la Santísima Trinidad la consecución de nuestros deseos, y pidiendo esta fiesta en especialidad para España,en que ni aún memoria parece hay de ella, me dijo Jesús: «Reinaré en España, ycon más veneración que en otras muchas partes»”[13].
Mas como siempre estaba receloso de su extraordinario camino, volvía muchas veces su atención reflexiva hacia los efectos que producían en su espíritu estos favores del Sagrado Corazón. Hallaba el suyo abrasado en ardentísimo amor al Corazón enamorado de Jesús, y en amorosas ansias de que el mundo todo adorase, reverenciase y amase al mismo Divino Corazón. No eran ociosos estos amantes afectos de Bernardo; se encendía su celo por el Corazón de Jesús hasta intentar ideas para propagar este sagrado culto, superiores a sus años, a su estado, y a las circunstancias de su vida de Hermano estudiante, tan oculto a los ojos del mundo.
Dos fueron las primeras ideas que le inspiró su celo, animado y sagradamente agitado de superior espíritu. La primera que este culto y devoción al Sagrado Corazón de Jesús se comunicase a nuestra Provincia de la Compañía de Jesús de Castilla, y de aquí se derivase a las Provincias de España[14]. Desde luego pensó este inflamado e inspirado joven que se solicitase para nuestra Provincia el oficio y Misa del Sagrado Corazón de Jesús; pues se rezaba del Corazón Divino en tantos reinos de la cristiandad. Efectivamente se empezó a solicitar esta gracia; pero aún no ha llegado la hora de este favor que el Corazón de Jesús ha de hacer al mundo. La segunda idea de Bernardo era que cuanto fuese posible, se promoviese este santísimo culto y devoción en algunas personas particulares[15]. Empezó a hacer prueba de esta amabilísima devoción en sí mismo, como después veremos.
“Yo no salgo del Corazón Sagrado; allí me encontrará V. R.; quiere este Divino Dueño que yo sea discípulo del Corazón Sagrado de Jesús, y discípulo amado: así me lo ha dicho, como a su sierva la V. Margarita, fuente de esta devoción”.
Viendo su corazón tan inflamado en las llamas del Sagrado Corazón de Jesús, quiso encender el mismo fuego de amor divino en otros muchos corazones. Le arrojó en el de sus Directores, conocidos y espirituales amigos jesuitas con feliz suceso. No hubo uno sólo de muchos a quienes inspiró esta devoción y comunicó sus ardores, que no abrazase el culto del Sacrosanto Corazón de Jesús. Yo admiré como prodigio este sagrado ardor con que hombres doctos, prudentes, autorizados y de superiores talentos se dejaron mover de un niño a una devoción nueva y desconocida. Entre estos jesuitas hubo Provinciales, Rectores, Maestros, Predicadores, Misioneros, en fin, los primeros hombres de nuestra Provincia de Castilla. Pero como el Sagrado Corazón respiraba sus llamas y ardores por la boca y pluma de nuestro joven, no podía resistir la prudencia y sabiduría humana.
Luego que vio Bernardo tan bien lograda y recibida su nueva y santa devoción, emprendió por medio de sus confidentes jesuitas inflamar toda España y el Nuevo Mundo en el mismo sagrado incendio de su devoción. Por sí mismo podía hacer muy poco, hallándose Hermano estudiante: no obstante, inspiraba este amable culto a cuantas personas trataba.
Sus extraordinarios favores le habían dado bastante noticia de una grande alma muy favorecida de Dios que vivía en Valladolid[16]. Halló un santo artificio con licencia de los superiores para visitar a esta persona y hablarla sobre el asunto de la devoción al Corazón Sagrado de Jesús, y de las ideas que iba meditando. Era esta persona, aunque singularmente favorecida de Dios, menos oportuna que Bernardo para propagar el culto que se le proponía. Porque era religiosa oculta en la clausura de una rigidísima observancia; fue muy larga y muy santa la conferencia que tuvieron la ferviente religiosa y el joven estudiante jesuita. Convinieron en que el negocio era muy arduo y que pedía muchas y fervorosas oraciones al mismo Sagrado Corazón de Jesús, y que se encontraría muchas oposiciones.
Ofreció la religiosa encomendarlo muy fervorosamente al Señor, que es lo que Bernardo deseaba, y lo que le consoló sobre manera. Lo mismo hacía nuestro joven por sí mismo, y por todos sus confidentes, y las personas que estos dirigían o trataban. En cuanto a las oposiciones, Bernardo las tenía previstas, y en vez de entibiar su celo, le avivaban sagradamente. El mismo Corazón de Jesús se le mostraba y al mismo tiempo alentaba su espíritu, y le mandaba alentase en su nombre a los que empezaban a propagar su culto.
“Di a tu P. N.[17] que prosiga (le dijo el Señor un día). Yo cumpliré mi promesa (ésta es la que hizo a la V. Margarita, de derramar los influjos de su Corazón sobre los que le honraren y procuraren que otros le honren) me serán agradables sus trabajos”.
Después, fortaleciendo el corazón de su siervo y de los que empezaban a declararse por el culto de su Sagrado Corazón, añadió Jesús:
“Mi Corazón será vuestra fortaleza y servirá de castillo en que se estrellen las olas de las contradicciones”.
Idea Bernardo otros medios para propagar el culto del Sagrado Corazón de Jesús, obsequios que hace al Corazón Divino y favores que de él recibe
La llama de divino amor al Corazón Santísimo que se había encendido en el corazón de Bernardo no le dejaba sosegar un instante, sin discurrir medios de abrasar en el mismo amor todos los corazones. Discurrió dos medios que juzgaba conducentes a su intento. Uno era que alguno de sus confidentes escribiese algún pequeño libro en que se diese noticia del Sagrado Corazón de Jesús, su devoción y su culto en casi todas las Provincias de la cristiandad, menos en España; de la esencia y solidez de este culto, de las dificultades y oposiciones de que había triunfado, y de los favores que habían recibido los devotos del Sagrado Corazón de Jesús.
No fue asunto muy difícil contentar la fogosa devoción de Bernardo en este punto. Y así en breve tuvo en su poder un corto manuscrito, de que hablaremos después. Él mismo lo corrigió a su gusto y solicitó su impresión, buscando fondos para que se diese a la luz pública[18]. Se vio impreso el que deseaba Bernardo con este título: “Tesoro escondido en el Sacratísimo Corazón de Jesús descubierto a nuestra España en la breve noticia de su dulcísimo culto propagado en varias Provincias del orbe cristiano”. Parece haber contribuido algo este libro a la devoción del Sagrado Corazón de Jesús, pues en pocos años se ha dado a la estampa en ocho impresiones[19] con alguna variación del título. En las últimas dice así: “El Sagrado Corazón de Jesús descubierto a nuestra España, etc.”. Se añadió también, difunto ya Bernardo, el origen de esta devoción y sagrado culto en nuestra España[20].
Este libro, el que escribió el Rvdo. P. Pedro de Calatayud, misionero apostólico de nuestra Compañía de Jesús con el título: “Incendios sagrados”, y la traducción a nuestro idioma que hizo el Rvdo. P. Pedro de Peñalosa[21], maestro de Teología también de nuestra Compañía, han contribuido no poco a la devoción del Sagrado Corazón de Jesús. La traducción del P. Peñalosa es del libro de la devoción al Corazón de Jesús del M. Rvdo. P. Juan Croisset[22] de nuestra Compañía.
Tiene este libro especial recomendación de haber sido el primero que salió en Francia de este asunto. La V. M. Margarita Alacoque, escogida del Corazón Divino para establecer y propagar su culto, tuvo en orden a este libro la profecía que logramos felizmente cumplida, aún en España. Dijo muchas veces esta sierva de Dios: “Por un libro del P. Croisset de la Compañía de Jesús se esparcirá por todas partes la devoción del Corazón de Jesús”. Después han salido a luz en España y Portugal varios libros, novenas y devocionarios al Corazón Sacrosanto que sirven de avivar esta devoción amabilísima. Quiera el Divino Corazón que cada día se escriban nuevos libros de este digno asunto, y sean como incendios de amor divino que abrasen todos los corazones en el amor de Jesús.
Si este medio de escribir un libro, que discurrió el celo amante de Bernardo, ha contribuido algo a la devoción del Corazón Sagrado, incomparablemente más contribuyó el segundo. Éste fue empeñar al Rvdo. P. Pedro de Calatayud, que a este tiempo santificaba el reino de Murcia con sus apostólicas misiones, a que exhortase en ellas a la devoción del Corazón de Jesús. Este medio pareció a Bernardo tan eficaz como lo es en realidad. Mas como a su actividad, en lo natural fogosa, acompañaba mucha prudencia, lo tenía por arriesgado, pues no sabía cómo recibiría el pueblo una devoción nueva, de que antes no tenía la menor noticia. Por esta causa deseaba que el misionero procediese con mucho tiento, y al principio no más que insinuando esta sagrada devoción, ya en conferencias particulares, ya en los sermones públicos.
Esta prudencia y santa cautela de Bernardo se descubre en las palabras con que propone este medio:
“A un misionero le es más fácil entrarse en los corazones, ya privadamente, remitiendo a los penitentes en la confesión al Corazón de Jesús, como fuente de la gracia; ya públicamente, dejándose caer al principio, como por acaso, en los sermones o actos de contrición en este Sagrado Corazón; después introducirse insensiblemente por la puerta en esta arca del Diluvio; y, en fin, convidar abiertamente a los mortales a entrar por esta puerta en el Paraíso de este Divino Corazón; y si el mismo Jesús atrae al imán de su Corazón, los de los fieles, como no lo dudo si de nuestra parte cooperamos, se podrá enarbolar en España la bandera por las congregaciones del Corazón de Jesús; lo cual, si bien nuevo en España, no causará tanta novedad con el ejemplo de 317 congregaciones fundadas y aprobadas con otros tantos breves pontificios en otras Provincias de la cristiandad”[23].
Hasta aquí las palabras de Bernardo tan llenas de sabiduría y prudencia, que pudieran salir de la pluma de un hombre muy experimentado en empresas de la mayor gloria de Dios.
Estas ideas y otras muchas de que será preciso hablar en el discurso de esta historia, las acaloraba y, por decirlo así, las hacía fáciles Bernardo con sus fervorosas oraciones. Ya en nada pensaba, en nada se detenía, en nada hallaba descanso, sino en el Sagrado Corazón de Jesús. Los obsequios que hacía al Señor habían de ser por medio del Corazón Divino; cuando le favorecía el cielo con sus ordinarios favores, los dirigía a promover el culto del Corazón de su amado Jesús.
El día de la solemnidad grande del Corpus[24] se disponía con los fervores posibles para recibir el Santísimo Sacramento. Deseaba hospedar en su pecho a Jesucristo sacramentado con aquella pureza y amor que debía. Pero asombrado de su indignidad y pequeñez no sabía qué hacerse, cuando sintió en su espíritu un afecto amoroso y muy extraordinario que le llevó al Sagrado Corazón de Jesús. En este tesoro de la Divinidad, pareció a Bernardo que se vestíade las riquezas del Corazón de Jesús para ir a comulgar.
“Sentí por modo altísimo y secretísimo, como que se vestía mi espíritu de las riquezasdel Corazón de Jesús, que se las prestaba para este acto; y así llegué confiado a la Comunión, como iba en hábito interior más decente, aunqueprestado, y el mismo Jesús me lo certificó con admirables sentimientosen tiempo de gracias”.
Iluminó Jesús sacramentado a su siervo en este precioso tiempo con soberanas noticias e inteligencias del Corazón de Jesús, y como trataba Bernardo con tan inflamado afecto de la propagación de su sagrado culto, entendió que la solemnidad del Corazón de Jesús llegaría a ser en la Santa Iglesia la más célebre, después de la del Corpus. Le insinuó el Señor las dificultades que se habían de oponer a este sagrado culto, aunque reinará finalmente, –dice el iluminado joven. Este triunfo y reino del Corazón de Jesús, que profetiza Bernardo, le vemos ya cumplido con asombro y gozo de cuantos se interesan, y debe interesarse todo el mundo en las glorias del Corazón divino.
Desde este día solemnísimo de Corpus Christi empezó a prepararse para la fiesta del Corazón Sagrado de Jesús, que se celebra el viernes inmediato a la octava del Corpus. Hizo una fervorosa novena a Jesús, y otra a sus santas Teresa de Jesús y Magdalena de Pazzi haciendo alguna memoria de la V. Margarita María Alacoque[25], como tan interesada en los cultos del Sagrado Corazón.
En estos nueve días todo el tiempo lo empleó Bernardo en pedir al Eterno Padre el culto del Corazón Santísimo, y en ansias de resarcir las injurias que se le hacen en el Santísimo Sacramento.
“Todo ha sido deseos de resarcir el honor de Jesús, todo súplicas al Eterno Padre y a las demás Personas Divinas, todo clamores al cielo, para que se decrete en el consistorio de la Santísima Trinidad la pronta extensión de este culto”.
El día de la octava del Corpus fue Bernardo con sus condiscípulos a una casa de campo del colegio de San Ambrosio no distante del convento de los Rvmos. Padres Carmelitas Descalzos: como tenía toda su recreación en adorar y amar el Santísimo Sacramento de la Eucaristía y andaba por este tiempo todo absorto en las glorias del Corazón de Jesús, tomó por recreación asistir a la devotísima procesión que los Rvdos. Padres Carmelitas hacían por la tarde. Fue acompañado de uno de sus condiscípulos a quien había inflamado en ansias de la perfección y amor a Jesús Sacramentado. Estuvieron cerca de una hora en oración, y acompañaron después al Señor en la procesión. Premió la extática y agradecida Santa Teresa a su devoto aquel pequeño obsequio que le hacía en haberse ido a su casa por recreación; porque le visitó acompañada de Santa María Magdalena de Pazzi y la V. Margarita. Le agradecieron las Santas los deseos de propagar la devoción del Sagrado Corazón, y le alentaron a proseguir sus fervorosos designios.
Este obsequio de Bernardo y los favores de las Santas sirvieron de disposición para la devotísima oferta que a gloria del Corazón de Jesús tenía dispuesta nuestro devoto joven. Desde que empezó a conocer el culto del Corazón Divino deseaba consagrarle todos sus pensamientos, obras, etc., con la fórmula con que se consagró el V. P. Claudio de la Colombière; pero había reservado esta oferta o consagración al Corazón de Jesús para este viernes inmediato a la octava del Corpus solemne por la fiesta del mismo Sacrosanto Corazón.
Se ofreció, pues, este día con la fórmula devotísima del P. Colombière, que empieza: Oh, Corazón de mi amantísimo Jesús, etc., y se pondrá al fin de esta historia con otras devociones de Bernardo. Hizo este afectuosísimo obsequio al tiempo que estaba Jesús Sacramentado en el Santo Sacrificio de la Misa. Firmó después el papel en que estaba escrita su oferta en esta forma: “Dilectus et amantíssimus Discipulus Cordis Sacro Sancti Jesu”.
“A este tiempo sentí la presencia de las tres Santas, y del Discípulo amado San Juan evangelista; entendí recibía el Corazón de Jesús el sacrificio, y al firmar conocí por un modo suavísimo, no tanto de visión, cuanto de tacto o experiencia palpable, que Jesús recibía mi nombre en su Corazón”.
Todo este día pasó Bernardo en fervorosos afectos y largas visitas al Santísimo Sacramento, llorando las injurias que se hacen al Señor Sacramentado, y complaciéndose con la memoria de los solemnísimos cultos que en este día se rinden al Sacratísimo Corazón de Jesús en tantos reinos de la cristiandad, particularmente se complacía con la memoria de que toda la orden de la Visitación, fundada por su Padre y director San Francisco de Sales, solemnizaba este día con los cultos de la fiesta del Corazón Divino.
Se acercaban por este tiempo los ejercicios de la renovación de los votos en la festividad del Apóstol Príncipe San Pedro. Dispuso y previno el Señor el espíritu de su siervo con las luces e inspiraciones que el amor de Jesús le preparaba para que se renovase su espíritu. Conoció sus faltas e imperfecciones, las lloró sentidamente, y procuró hacer alguna penitencia por ellas. Veía, como delante de los ojos del alma, la perfección que le pedía el Señor.
“Toda la perfección me la descubre cierta interior luz, colocada en la santa libertad del espíritu, y en la dulzura y humildad de corazón; en una palabra, en ser perfecta copia de aquella doctrina: “aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”.
Sobre estas palabras que ocultan innumerables misterios del Santísimo Corazón de Jesús tuvo Bernardo la meditación de estos ejercicios. Protestaba continuamente al Corazón divino que quería ser su amado y amante discípulo. Repetía muchas veces las palabras de su oferta: “enseñadme, Señor, el camino que debo tomar”.
A esta súplica oyó que le respondía el Señor: “aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón”. También se le dijeron las palabras antecedentes: “Venid a Mí todos los que trabajáis y estáis cargados, que Yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi cruz”.
Con estas palabras conoció al piadoso joven que el Sagrado Corazón de Jesús debía ser en adelante todo su consuelo y refugio en los trabajos que padecía. Tuvo otras soberanas inteligencias sobre el evangelio que la Santa Iglesia toma de lo último del capítulo 11 de San Mateo, donde están las palabras divinas: discite a Me, etc[26].
Uno de estos tres días de renovación que estaba Bernardo como embarazado con las muchas cosas y personas que tenía que encomendar a Dios, se quejaba a Jesús de que no le quedaba tiempo para sí. Entonces le respondió el amorosísimo Jesús, que descansase sobre su Corazón, que en él pusiese todas sus súplicas como memoriales cerrados, que su amoroso Corazón las despacharía favorablemente; y en fin, concluyó el Señor con el favor que hizo a Santa Catalina de Siena y a Santa Teresa, diciendo al favorecido joven
“que cuidase yo de su honra y de sus cosas, que su Corazón cuidaría de mí y de las mías”.
El día de la renovación pasaron en el espíritu de Bernardo los inefables secretos que hemos visto en semejantes días. Gozó una altísima visión intelectual de los príncipes de los apóstoles San Pedro y San Pablo. Le habló San Pedro sobre las cosas del Corazón de Jesús, y le aseguró que uno de sus sucesores establecería en toda la Santa Iglesia la fiesta que le pedía, del Corazón de Jesús[27]. Al tiempo de renovar (los santos votos) sentía muy presente al Sagrado Corazón de Jesús con los peregrinos afectos que omito por brevedad.
[1] En España solamente algunas almas en contacto con la espiritualidad de las Salesas conocían la devoción al Corazón de Jesús; el pueblo lo ignoraba por completo.
[2] En el tiempo en que escribo el P. Juan de Loyola, reina en España Felipe V, con quien se introdujo la nueva dinastía de los Borbones.
[3] Había editado en Roma, en 1726, un libro en latín: “De cultu Sacratissimi Cordis Iesu”, donde da noticia de esta devoción, que oyó a su Director espiritual, San Claudio de la Colombière, que fue confesor y director de Sta. Margarita Mª de Alacoque.
[4] Era el 3 de mayo de 1733.
[5] Pudo ser en la misma iglesia de San Ambrosio (hoy Santuario nacional) o en la capilla-relicario (antiguo aposento del P. Luis de Lapuente).
[6] P. Agustín de Cardaveraz.
[7] San Francisco de Sales, fundador de la Orden de las Salesas, a la que pertenecía Santa Margarita, que en aquel tiempo solamente era Venerable.
[8] El P. Juan de Loyola.
[9] La provincia jesuítica de Castilla comprendía entonces las regiones de Galicia, Asturias, Castilla la Vieja, León, Vascongadas y Navarra.
[10] 11 de mayo. Fiesta de la Aparición del Arcángel San Miguel, hoy suprimida.
[11] Los jansenistas fomentaban un ambiente religioso de temor ante la majestad de Dios, alejando con ello a los fieles de la comunión y del trato amistoso y frecuente con Jesucristo.
[12] 14 de mayo de 1733.
[13] Esta es la que se ha llamado “la Gran Promesa”. Aparece escrita en la bóveda del Santuario nacional de Valladolid, rodeando la circunferencia de la misma.
[14] Hoyos piensa también en lo que entonces era España (Filipinas y gran parte de América).
[15] Podemos decir que, al principio, la devoción al Corazón de Jesús se extendió, como quien dice: ‘‘boca a boca”.
[16] Ana María de la Concepción, religiosa mayor del Convento de San Joaquín y Santa Ana, muerta después en olor de santidad.
[17] P. Juan de Loyola.
[18] Fue él quien lo escribió, Juan de Loyola.
[19] La 1ª en Valladolid en 1734 y fue pagada por el arzobispo de Burgos; la 2ª en Barcelona en 1735, por el arzobispo de Tarragona; la 3ª en Madrid, en 1736, dedicada al arzobispo de Valencia.
[20] La 3ª sale aumentada en dos capítulos nuevos.
[21] Segovia (1692-1772). Tradujo el libro del P. Croisset, en diciembre de 1734 con el título: La Devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
[22] Fue quien sustituyó a San Claudio de La Colombière en la dirección de Santa Margarita Mª de Alacoque. Mantuvo correspondencia con la Santa hasta la muerte de ésta.
[23] Se refiere a Francia, Polonia… donde ya existían esas congregaciones. Hoyos le pide a Loyola que escriba a Roma al P. Gallifet, para que expliquen cómo funcionan.
[24] El Corpus de 1734.
[25] En tiempo del P. Hoyos, Santa Margarita María de Alacoque era solamente Venerable.
[26] Es cuando Jesús exulta de gozo y dice: Gracias, Padre, porque has revelado estas cosas a los humildes y sencillos…
[27] Fue el Papa Pío IX en 1856 quien extendió a toda la Iglesia la fiesta litúrgica del Corazón de Jesús.