Vida del Beato P. Bernardo Francisco de Hoyos(XXXIV)

Intenta Bernardo y consigue empeñar algunos jesuitas autorizados en la devoción al Corazón de Jesús, y le alientan nuestro Padre San Ignacio
y San Francisco de Sales a proseguir su empresa

No podía Bernardo contener el gozo que inundaba su corazón, si veía el menor indicio de propagar la devoción que el Sagrado Corazón le había inspirado. Luego derramaba su consuelo por los labios y por la pluma. Eran bien remotas las esperanzas que le daba cierta noticia, y se explica así:

“Indecible consuelo me dan las favorables esperanzas de conseguir nuestros deseos para gloria de aquel amantísimo y dulcísimo Corazón de Jesús, cuyo nombre no puede formar la pluma sin teñirse en suaves lágrimas. Ahora ha de ser la batería de los corazones amantes al pecho del Padre Eterno, para que mire al Corazón de su Divino Hijo, y acabe ya de publicar a su Iglesia las inmensas riquezas escondidas en este oculto tesoro”.

Hasta aquí el joven inflamado, que solo respiraba por las glorias del Corazón Divino, a quien dirigía todas sus oraciones, ejercicios y penitencias.

Pero como tenía un entendimiento perspicaz y sólido, conocía que el Señor, para las empresas de su gloria, quiere también nuestra prudente cooperación. Juzgó que nada podía conducir en lo humano más eficazmente para sus santas ideas, como empeñar en lo mismo a los jesuitas más autorizados de la Provincia. Puso los ojos en el M. Rvdo. P. Juan de Villafañe[1], que acababa de ser Provincial, y actualmente era Rector del colegio de N. P. San Ignacio de Valladolid.

La piedad, celo y autoridad de este jesuita parecieron al joven estudiante muy propias para apoyo de sus intentos, y para escudo con que rebatir las dificultades que se opondrían. Y así un día que el P. Villafañe fue al colegio de San Ambrosio, le habló Bernardo en su asunto con aquella santa eficacia irresistible con que movía los corazones. Desde luego se inclinó la piedad del Rvdo. P. Villafañe a contribuir y proteger sus piadosos intentos.

La suave providencia del Corazón de Jesús tenía prevenido e inclinado al del P. Rector con las noticias que había adquirido de este culto en Roma, al tiempo que asistió a la última Congregación General como Provincial de Castilla. Dio algunas noticias a Bernardo de lo que había oído en Roma sobre este culto y devoción. Le dijo había conocido en aquella santa ciudad al M. Rvdo. P. José Gallifet[2], defensor celoso e infatigable promotor de este culto. Que había leído en Roma un sólido y erudito papel en que el P. Gallifet proponía a la Sagrada Congregación de Ritos disueltos (rebatidos) los argumentos que se le proponían contra el oficio y Misa que pedía para la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Otras muchas cosas del mismo asunto, dijo el Rvdo. P. Villafañe a Bernardo para alentarlo a la empresa. Concluyó, en fin, con que era necesario encomendarlo mucho a Nuestro Señor y que su Revª le sería fiel protector en aquella causa.

Muy consolado dejó a nuestro joven la benigna conversación del P. Rector y movido a continuar su empresa. También lo consoló el Señor con una casualidad nacida de la conversación antecedente; porque mirando y leyendo el título de algunos libros en un aposento del colegio, encontró entre los que suelen estar sin uso, el papel del Rvdo. P. Gallifet impreso en folio, presentado a la Sacra Congregación de Ritos, de que le había hablado el Rvdo. P. Villafañe:

“Ya V. Ra. conocerá los efectos que este encuentro excitaría en mi corazón”.

Otro jesuita, a quien ahora empeñó Bernardo por las glorias del Corazón de Jesús fue el M. Rvdo. P. Francisco Ignacio de Eguiluz, cuya piedad se encendió al instante en amor al Corazón Divino, y para desahogarle con un pronto y visible efecto, se ofreció al Sagrado Corazón de Jesús el día solemne de N. P. San Ignacio con la fórmula del P. Colombière que le dio Bernardo. Había sido el P. Eguiluz Rector y Maestro de Novicios de nuestro joven, a quien amaba tiernamente y cuyo espíritu había aprobado y dirigido entonces; le ofreció sus buenos oficios en cuanto pudiese contribuir a tan celestial culto. Con sus inflamadas palabras le llenó de nuevos alientos y le dirigió con muy prudentes consejos en el modo que se podría observar para adelantar este sagrado culto.

Mientras los hombres apoyaban con su piedad, celo y prudencia los intentos de Bernardo, el cielo se declaraba más eficazmente en favorecerlos. El día de la Visitación de Nuestra Señora a Santa Isabel[3], tuvo una regalada visita de su dulcísimo director San Francisco de Sales y de la V. Margarita María Alacoque. El Santo le agradeció los deseos y cuidados de la propagación del culto del Sagrado Corazón, exhortándole a que lo pidiese al mismo Corazón de Jesús. La V. Margarita sin hablar palabra le dio a entender la complacencia y accidental gloria que recibía con que procurase el culto, que fue el centro de sus amorosas ansias.

Llegó el día solemnísimo para nosotros de la fiesta de nuestro glorioso P. San Ignacio. En este día esperaba Bernardo un gran favor y grande aliento para proseguir en la santa empresa comenzada de propagar la devoción y culto del Sagrado Corazón de Jesús. Mejor será que el joven nos refiera con sus mismas palabras el favor y visita de nuestro santo Padre. Dice así:

“El día de nuestro Padre San Ignacio, al tiempo de comulgar, no por visión, sentí al Santo a mi lado derecho, y al izquierdo a San Javier, con cuya presencia se inmutó mi espíritu en un sagrado incendio que del fuego de mi Santo Padre se encendía en mi corazón. Cuando tenía al Divino Amor Jesús Sacramentado en mi pecho, me parecía le hacían reverencia los dos santos, y el mismo Señor hizo a nuestro Padre San Ignacio como señal para que me hablase, y a mí para que recibiese la doctrina de mi Padre a quien me remitía.

El Santo, entonces, con algunas palabras formadas e infundiendo otras especies intelectuales, me declaró lo siguiente: Que la Divina Providencia quería para la Compañía la gloria de que sus hijos fuesen los que promoviesen y propagasen el culto del Sacrosanto Corazón de Jesús. Que por ellos se conseguiría de la Iglesia la solemnidad deseada, y por ellos sería extendida[4]. Que el mismo Santo, con mi Director S. Sales (San Francisco de Sales) estaban encargados de este asunto por los Hijos e Hijas de las dos Religiones.

Después me certificó haberme escogido el Señor por instrumento mediato para promover el culto; que yo había de obrar con oraciones y con las obras de V. Ras., que tiempo vendrá en que por mí mismo coopere más, que al presente no haga otra cosa que declarar a V. Ras. lo que sobre esto entendiere y proponer lo que se me ofreciere como conducente al intento, y que todo lo remitiese a la dirección de V. Ras. Y acabó el Santo diciéndome que en su nombre encomendase a mi P. N.[5] el cooperar cuanto pudiese a la mayor gloria del Corazón de Jesús, y como padre escogía a V. Ra. para esto, y que no quería más que lo que V. Ra. pudiese con la asistencia del mismo Sagrado Corazón. Yo, en nombre de mi P. San Ignacio, le encomiendo a ese amado corazón, que mire por la mayor gloria del de Jesús, y le agradezco lo que hace y desea hacer en su obsequio, como es el querer consagrarse todo al mismo Sagrado Corazón de Jesús”.

Tenía ya desde su primera revelación interesado a su Director ausente[6], pero no contento con las seguridades que le daba de asistirle y cooperar a sus santas ideas, le empeñó más con la oferta del P. Colombière, que le rogó hiciese el día de la Asunción de María Santísima a los cielos.

La eficacia y santo esfuerzo con que inspiraba esta devoción, lo descubren las graves palabras que él escribe, más como quien manda que como quien ruega:

“remito la copia de la forma con que el P. Colombière se consagró al Corazón siguiendo a la V. M. Margarita, que lo hizo así por mandato del Señor. El día de la Asunción de Nuestra Madre con este jurídico instrumento protestará V. Ra. a los dos Divinos Corazones (porque lo que se hace por el de Jesús, se hace ex consecuenti (también por el de la Madre) su amor y deseos de su mayor gloria y quedará ese mi corazón nuevamente obligado por esa ley suave de amor al Corazón de Jesús. A la V. Madre declaró el Señor lo agradable que era a su Corazón esa oferta, y a mí me lo ha confirmado con soberanas luces. V. Ra. firmará en el papel su amor y Jesús en su Corazón el suyo para con V. Ra. y con su Sangre Divina rubricará la escritura divina de obligación de su Corazón, que mutuamente otorgará aquel día en favor del de V. Ra. ¡Oh! y ¡qué presente tendré a mi amado Padre y cómo le abrazaré en aquel centro del amor! ¡Cómo me estrecharé con mi amado Padre en el Corazón de Jesús!”.

Hasta aquí Bernardo cuyas inflamadas cláusulas con que concluye la carta son dignas de leerse.

“Busco a V. Ra. en el Corazón de Jesús, búsqueme V. Ra. en él, que allí me hallará, y yo deseo hallarle a V. Ra. abrasado en esta esfera del fuego del amor. Valladolid, etc.”

Al P. Misionero, Pedro de Calatayud, ganó para su arduo empeño en la primera carta que le escribió. Apenas leyó las inflamadas cláusulas de Bernardo cuando sin el menor recelo empezó a predicar en sus misiones fervorosas la devoción del Corazón de Jesús, y así le dice en respuesta: “que ya va insinuando la devoción al Corazón de Jesús, y desea y espera gran bien y dilatamiento”. Mucho consoló al joven esta resolución y publicación de su devoción en este apostólico misionero; porque preveía lo que ahora gozamos con indecible consuelo y experimentamos cada día, que el apostólico ministerio de las misiones había de llevar por toda España y el Nuevo Mundo la amabilísima devoción y sagrado culto del Corazón de Jesús[7].


Las conferencias que tuvo Bernardo con los jesuitas que le favorecían, le inspiraron nuevas ideas, y él las abraza y promueve con indecible ardor

El ardor con que no sólo Bernardo, mas todos los jesuitas con quienes trataba su nueva devoción, discurrían medios y modos de dilatarla, fue sin duda alguna, milagroso. Todos los abrasaba el joven, primer móvil de los corazones, que ardientemente deseaban el culto del Sagrado Corazón de Jesús. Uno de los jesuitas que hemos nombrado le propuso que sería bien intentar se hablase y se interesase al Rey Nuestro Señor[8] en este glorioso asunto. Parecía asequible este glorioso medio, porque ya Su Majestad católica había escrito al santísimo Benedicto XIII para que su santidad se dignase conceder Misa y rezo del Corazón de Jesús. Esta piadosa carta es augusta fuente del papel teológico que el muy Rvdo. P. José de Gallifet presentó a la Congregación de Ritos, y hoy corona la misma carta el librito que tiene por título El Sagrado Corazón de Jesús, etc…

Me tenía Bernardo a mí cerca de la Corte, que por este tiempo hacía su asiento en el Real Sitio de San Ildefonso. Vivía yo en nuestro colegio de Segovia, y por mi empleo visitaba algunas veces al M. Rvdo. P. Guillermo Clarke de nuestra Compañía de Jesús, confesor de Su Majestad. Por medio de este Rvdo. Padre había solicitado y conseguido el Rvdo. P. Gallifet la carta de nuestro Rey de que acabamos de hacer mención, y así no podían ser más oportunas las circunstancias para renovar la súplica al M. Rvdo. P. Confesor, y poder este sin violencia hablar a nuestro piadosísimo Monarca en el asunto del Sagrado Corazón de Jesús.

Tomé a mi cargo hablar al P. Confesor y suplicarle se dignase interesar el poderoso influjo de Su Majestad en lo mismo que pocos años antes había pedido al Sumo Pontífice. Como el M. Rvdo. P. Clarke estaba mucho más instruido en este asunto que los mismos que lo solicitaban, ofreció benignamente sus poderosos influjos. Luego que Bernardo tuvo noticia de la respuesta favorable que había dado el P. Confesor, no pudo contener su gozo, y le desahogó en estas cláusulas:

“Aquí anda el mismo Corazón de Jesús, amado Padre, él obrará; ya se ha hecho lo último que parece factible en esta idea. Ahora pedir al Corazón de Jesús que pues: «el Señor dirige el corazón del rey adonde quiere», dejemos obrar al Señor; no hay que hacer de nuestra parte más que lo que él inspirare. Altamente se me ha impreso una máxima que refiere el P. Causino de nuestro santo Director[9]: que no apresuremos las horas de la Providencia”.

Hasta aquí la discreta y juiciosa pluma del joven estudiante. Los maravillosos efectos que produjo esta idea en las personas soberanas de la Corte, y en muchos de los cortesanos más ilustres, fueron propias del Sagrado Corazón de Jesús. Será preciso hablar algo de estas maravillas en el progreso de esta historia.

Volvió Bernardo con ardor piadoso a pensar en dar al público algún librito que publicase “La devoción al Sagrado Corazón de Jesús”. Como no tenía noticia de otro alguno que del libro latino “De Cultu Cordis Iesu”, que el M. Rvdo. P. Gallifet había impreso en Roma, deseó que se tradujese a nuestro idioma. Por este tiempo trabajaba el Rvdo. P. Peñalosa en su traducción de La devoción al Sagrado Corazón de Jesús, de que ya hemos hecho mención. Eran tan escasas las noticias que teníamos en España de esta amantísima devoción, que aun los que estaban empeñados en favorecerla, sabían muy poco en este punto.

Decían algunos a Bernardo que la traducción que deseaba, estaba ya al fin de concluirse, o del todo acabada, confundiendo el libro del P. Gallifet, con el del P. Croisset. Tardó en salir a luz la traducción de La devoción al Sagrado Corazón de Jesús, más de lo que se pensaba[10], y así no pudo contenerse el fervor amante de Bernardo sin instar para que se le formase un pequeño librito que ilustrase a España con las noticias de la de que el Señor le había inspirado. Juzgó ser este medio no solo útil, mas necesario; porque el Sagrado Corazón de Jesús había inflamado al P.  Misionero, a quien Bernardo había escrito, de suerte que ya predicaba en sus misiones la devoción del Corazón Divino.

Después de varias conferencias con un jesuita que le inspiraba o fomentaba esta idea, me instó a que yo le formase este libro. Me resistí por mi ineptitud, y porque el tiempo en que lo pedía era para mí sumamente ocupado. Pero el joven me allanó todas las dificultades, y me dirigió enviándome la idea o planta que le parecía más útil[11]. Sus fervorosas oraciones al Sagrado Corazón de Jesús contribuyeron más que nada, a mi parecer, para facilitarme el asunto y empeñarme en escribirle.

Confieso, para gloria del Sagrado Corazón de Jesús, que sin saber cómo, me puse a escribir el librito, y que sentí la facilidad que yo no tengo. Pues a pesar de las ocupaciones y embarazos de mi oficio, que yo oponía, envié a Bernardo por el correo de una o dos semanas el librito que tanto había deseado. Tuvo singular gozo viendo su idea felizmente concluida. Los lances, o fortunas, digamos así, que tuvo este librito para salir al público, corrieron a cuenta de la santa y fogosa actividad de Bernardo.

Como una de sus ideas era que el Rvdo. P. misionero Pedro de Calatayud fundase congregaciones del Sagrado Corazón de Jesús, le pareció muy necesario tener correspondencia con el P. Gallifet. Porque sólo este jesuita extranjero, famoso promotor de la devoción al Corazón de Jesús, podía ministrar noticias y reglas para las congregaciones que se ideaban. Residía ya este Rvdo. Padre en nuestro colegio de León (Lyon) de Francia, a donde se retiró después de haber servido dignamente el empleo de Asistente de nuestra Compañía por las provincias de Francia.

Instó tanto a que yo escribiese al P. Gallifet que, contra mi dictamen, hube de complacerle. Verdad es que, al mismo tiempo, ya el P. Misionero, no menos activo en el asunto que nuestro joven, escribió también al mismo Padre francés, no sabiendo que se le había escrito. Recibió singularísimo consuelo el P. Gallifet viendo lo que el Corazón Divino empezaba a obrar en la piedad española. Pero sirvió poco esta correspondencia para el fin de las congregaciones, porque respondió con gran prudencia: que las reglas debían formarse conforme al país y personas donde se estableciesen.

Se pedían a Francia las reglas para saber el método de formar las congregaciones del Sagrado Corazón de Jesús. Mas este Divino Corazón no quería tantas dilaciones en los cultos que deseaba para comunicar sus celestiales gracias a toda nuestra nación. Encendió el corazón de nuestro misionero con fuego tan activo que, sin esperar noticias, reglas ni dictamen de los que le habían inspirado esta devoción, fundó su primera congregación en la ciudad de Lorca[12].

Con ser tan activa la llama del corazón de Bernardo por las glorias del Sagrado Corazón de Jesús, quería que se procediese con madura consideración en el punto de las congregaciones. Temió lo acelerase demasiado el ardiente celo del Padre Calatayud, y para entretenerle, le escribió una especie, al parecer lustrosa y de gloria del Corazón Divino. Me ha parecido copiar aquí la especie, como la escribe a su Director, porque en ella resplandece singularmente su magnanimidad, prudencia y celo, todo superior a sus años, y por consiguiente inspirado del Corazón Divino.

“Se me ha ofrecido que si al buen P. Calatayud se le dispone para Cuaresma la misión de Madrid, como se espera, sería esta la ocasión más propia para sacar a luz la congregación primera del Corazón de Jesús en España, pues naciendo en la Corte, y entre la primera nobleza, tendría este extrínseco lustre y recomendación apud homines (junto a los hombres). Fuera de esto hallo algunas congruencias que me esfuerzan esta idea. Como son: que si este asunto ha de tener contradicciones ha de ser al principio, y en ninguna parte al parecer, más que en una Corte; pero allí con los créditos y deseos que hay del P. Calatayud, como me consta en especial en el Colegio Imperial y en personas de la primera distinción, habrá también más escudos con que resistir, y vencida en la corte la dificultad, se allanará para otras partes[13].

También se me ofrece que esta ocasión podía ofrecerla para que el Rey amparase más expresamente esta causa, y el P. Confesor pudiese lograr la oportunidad que desea, y siendo forzoso acudir a Roma por la Bula para la erección, o para la confirmación de la erección, que se pueden erigir antes que haya Bula, parece se descubrían resquicios por donde en aquella curia se adelantasen nuestros intentos por parte de España.

Sobre todo, como ya dije, esta especie serviría para entretener al P. Calatayud, pues no creo conviene empiece ahora a fundar, pues sin las reglas y noticias que podemos esperar del P. Gallifet, parece es proceder a ciegas y sin la solidez necesaria. Yo bien veo que el Corazón Divino no se coarta a las reglas de la prudencia humana, y que él prevendrá los inconvenientes, o los vencerá si se siguiesen de la práctica de las ideas del P. Calatayud que le aprueba el P. Rector; pero quisiera que V. Ra. las insinuase lo mismo que yo, dándole esperanzas de más luz, y animándole, entretanto, a mover los fieles a la devoción, que más vale hacerles desear las congregaciones.

Otro ofrecimiento me ha venido, que nos puede favorecer al salir el librito. Yo no sé, amado Padre, cómo vienen estos pensamientos, porque yo discurro muy poco en la materia, y sin discurso me lo hallo hecho; acaso lo inspira el Señor para que V. Ras. (vuestras Reverencias) lo examinen, y yo me quede en paz y sosiego del corazón aplicado a mi estudio, el cual está tan lejos de disminuirse por estas cosas, que desde San Lucas acá, creo he estudiado más que otras veces en tres meses. El Corazón de Jesús lo hace todo y da, para todo, fuerzas”.

Hasta aquí la carta de Bernardo, cuya fecha es de 28 de octubre: de donde se infiere cuánto le favorecía el Sagrado Corazón de Jesús para su aprovechamiento en el estudio, que era su primera obligación, pues dice: desde San Lucas acá creo he estudiado más que otras veces en tres meses.

Si las luces del Corazón de Jesús ilustraban el entendimiento del joven estudiante para el estudio, las llamas le inflamaban con ardores seráficos.

“Lo que el Divino Corazón hace conmigo (dice en la misma carta) es indecible e inexplicable; me asalta con su amor, y me deja absorto entre un incendio abrasador del fuego seráfico. El domingo en especial, al recibirle Sacramentado, me dio un sentimiento tan vivo de que tenía en mí Aquél, que es centro de mis ansias, que pensé reventar en fuerza de la vehemencia del amor y de la inundación suavísima de gozo, y si en tiempo de gracias no me dilatara el corazón apretado con ardores y llamas de amor, hubiera muerto sin duda. Se desahogó el pecho prorrumpiendo en gemidos íntimos con que en voces del alma convocaba todas las criaturas a amar al Corazón amantísimo de mi Jesús, y con una vehemencia más que humana clamaba con San Agustín: «corred justos, corred pecadores, corred gentes, corred, venid al Corazón de Jesús».

Aquí oí interiormente una voz suavísima que me dijo ahora lo que en otro tiempo a aquella gran sierva del Señor, que refiere el libro De cultu cordis: «pídeme lo que quieras por medio del Corazón santísimo de mi Hijo y te lo concederé», y sin libertad pedí la extensión del reino del mismo Corazón Sagrado en España, y entendí se me otorgaba; y con el gozo dulcísimo que me causó esta noticia, quedó el alma como sepultada en el Corazón Divino, en aquel paso que llaman sepultura. Muchas y repetidas veces he sentido estos asaltos de amor en estos días; dilatándose tanto en deseos mi pobre corazón, que piensa extender en el nuevo Mundo el amor de su amado Corazón de Jesús, y todo el universo se le hace poco. Esto suele suceder más frecuentemente delante del Señor Sacramentado”.

Deseaba Bernardo que se procediese con prudencia y espera en la fundación de las congregaciones del Corazón de Jesús; pero cuando el Señor quiere absolutamente algún negocio de su mayor gloria, confunde toda la humana prudencia. Así sucedió en el asunto de las fundaciones de su Corazón Divino, de las cuales tanta gloria se ha seguido, y se ha de seguir al mismo Corazón Santísimo. Al tiempo que las ideas de nuestro joven dirigían a entretener el ardiente celo del misionero, recibió una carta en que le dice así: “Ya comencé en Lorca a promover su devoción del Corazón de Jesús, y se ha erigido la primera Congregación en nuestro colegio compuesta de 36 caballeros y 36 señoras; les he dispuesto unas reglas y se procura enviar a Roma por indulgencias. Las gracias al Señor, que lo ha dispuesto. La ciudad de Lorca ha ofrecido asistir a la fiesta una vez cada año”. Hasta aquí el P. Calatayud al P. Hoyos, su fecha 25 de octubre de 1733.

Quedó asombrado el joven con esta noticia, y en lo natural no muy gustoso, por parecerle que aún no era tiempo de declararse tan abiertamente. Presto cesó su recelo y cuidado con las luces que le comunicó el Corazón Divino.

“En lo del P. Calatayud veo que el Espíritu Santo «desconoce la tardanza». El Señor echa su bendición a estos arrojos de santo celo: si el corazón adelanta su causa con pasos más veloces que la prudencia alcanza, ¿qué hemos de hacer sino correr en pos de sus amabilísimas disposiciones? A modo de quien se queja me admiraba yo de esta apresuración, cuando se me respondió: ¿Piensas que esta es obra de hombres? No, sino de mi Eterno Padre, que se complace en mi Corazón. Aquí se cifra la respuesta a que no sabe qué responder la prudencia”.

Estas son las expresiones de Bernardo cuando vio fundada la primera congregación al Corazón de Jesús. Por los maravillosos frutos que produjo este ardiente celo, se conoce que el Corazón Divino quería reinar abiertamente en los corazones de nuestra ínclita nación.


[1] Es uno de los jesuitas más ilustres de esta época.

[2] Estuvo varios años en Roma como Asistente del General de la Compañía.

[3] Se celebraba entonces el 2 de julio.

[4] Una buena parte de sus templos están dedicados al Corazón de Jesús y el movimiento del Apostolado la Oración ha contribuido a la propagación de la devoción al Corazón de Jesús.

[5] Se trata seguramente del P. Juan de Loyola.

[6] El P. Juan de Loyola, que estaba en Segovia cuando Bernardo estudiaba en San Ambrosio de Valladolid.

[7] El P. Calatayud a lo largo de su extensa vida como misionero popular, tuvo la ocasión de hablar a muchos miles de personas de la devoción al Corazón de Jesús en España.

[8] Felipe V de Borbón.

[9] Se refiere a San Francisco de Sales.

[10] La traducción salió en diciembre de 1734, en Pamplona; mientras que el “Tesoro escondido” lo haría en octubre en Valladolid.

[11] El “Tesoro escondido” fue preparado por el P. Hoyos; fue Juan de Loyola quien lo redactó.

[12] Siempre fue el P. Calatayud muy fogoso y emprendedor. Se adelantó a formar las Congregaciones del Corazón de Jesús.

[13] Se fundó en el Colegio Imperial, en 1736, una Congregación del Corazón de Jesús, a la que pertenecían el rey Felipe V, su hijo Fernando VI con su esposa Dña. Bárbara de Braganza, así como condes y marquesas y otros personajes de la Corte madrileña.