Vida del Beato P. Bernardo Francisco de Hoyos(XXXX)

Se aplica el nuevo Sacerdote a los ministerios
de confesar y predicar con amante celo
por las glorias del S. Corazón de Jesús

La amorosa providencia del Sagrado Corazón de Jesús en haber dispensado la edad de Bernardo para que le ofreciese como Sacerdote de su Corazón el Santo Sacrificio de la Misa, se extendía a los ministerios de confesar y predicar. En la difícil práctica de administrar el Santo Sacramento de la Penitencia fue su Maestro el mismo Jesús, cuyas veces hacía en este Santo Tribunal[1].

Es digna de saberse y practicarse esta celestial doctrina del Señor, y por esta causa la copio aquí.

“En administrar el Sacramento de la Penitencia siento gran consuelo por distribuir a las almas la Sangre del Corazón Sagrado, lo cual me enseñó el Señor a hacer con toda la perfección mostrándome una fuente que, saliendo del Corazón Sagrado, destilaba por siete conductos de oro, purísima, la sangre del Cordero Inmaculado que particularmente corría por un hermoso caño cuya llave volvían los sacerdotes. La noche antes imploro la asistencia divina y la de mi Ángel, que envío a convidar a los de los penitentes, lo mismo en la oración de la mañana, y aún en cada confesión según los afectos que el Señor inspira.

Me causan un dolor intenso los pecados que oigo, pero me humillan y compadecen en gran manera. A veces siento una avenida de celestiales afectos que inspirar a los penitentes. La dulzura y suavidad predomina en mi tribunal; aún me ha venido escrúpulo de no reprender bastantemente el pecado por ponderar la grandeza de la Misericordia[2], aunque a veces ésta me inclina a ponderar la gravedad de aquél, dulce pero ardientemente. Las miserias contra la pureza levantan mi corazón a la pureza divina con una abstracción y horror especial. De todo esto había mucho que decir, pero baste ahora”.

Hasta aquí la instrucción que le dio Cristo, Señor nuestro, para ejercitar acertadamente el oficio de confesor. No fue sola la que acabo de referir. Le enseñó el Señor otra, digna de nuestra imitación; la cual recibió con un singular favor en esta forma.

“El primer viernes de octubre[3] recibí del Corazón de mi Amor Jesús el singular favor, aunque tan repetido, de participar una gótica de aquel golfo insondable en que se vio anegado en el Huerto. Las circunstancias fueron las que otras veces, pero siempre parecen nuevas.

Esta particular luz se me comunicó este día delante del Sacratísimo Corazón (a quien tengo patente todos los viernes en este colegio); sin saber por qué, solía yo antes de las confesiones, en que hallaba algunos pobres envueltos en el cieno de la torpeza, darles o por penitencia o por consejo el acudir al Corazón de Jesús al venir los pensamientos, y procurar su protección con algunos obsequios anticipados, y particularmente en las Misas, al levantar la Hostia y Cáliz decir al Eterno Padre, ofreciéndole con el Corazón de su Unigénito el propio: «Oh Eterno Padre, por los purísimos pensamientos del Corazón de vuestro Hijo Jesús, libradme de todo pensamiento o pecado impuro»; y también rezar a este fin cinco Padrenuestros y cinco Avemarías (lo cual practica y aconseja el Padre N[4]. en sus misiones inspirado del Señor).

Esto, como decía, solía yo dar por medio contra la impureza, sin saber por qué; pero este primer viernes de octubre me descubrió una celestial luz que había sido esto especialísima inspiración del cielo, porque entre mil otros provechos que esta devoción viene a traer a los hombres, uno muy particular es influir este purísimo Corazón, como fuente de toda la pureza, esta virtud en los corazones que necesitan tan ardiente y activo influjo para purificarse de un vicio cuyo remedio totalmente ha de venir de lo alto.

También me ordenó el Señor comunicase este secreto a mis Padres y aconsejase a otros confesores, según la oportunidad, lo mismo, remitiendo a la experiencia la prueba de su eficacia. Ya lo puedo contestar (comprobar) en no pocos penitentes que, probados sin especial provecho otros medios, sólo en la devoción al Corazón de Jesús le han hallado total, afirmándome algunos expresamente debían su mejoría al Corazón purísimo del Salvador cuyas imágenes, creo, influyen la misma pureza; por lo cual a algunos envío a visitar la que está expuesta en la Capilla del Salvador en San Ambrosio[5].

Como muchos tienen ya noticia les puedo hablar cómodamente en las confesiones, y a los que no la tienen, en dos palabras se la propongo, según su capacidad. Pues, aunque muchos no la conciban, el acudir sólo al Corazón Sagrado como ex opere operato, obra por sí mismo, les sirve de remedio. Yo deseo ardientemente que Vuestra Reverencia promueva este punto cuanto el Señor le facilitare”.

Hasta aquí este confesor joven enseñado del Sacrosanto Corazón de Jesús.

No tuvo el Divino Maestro menos cuidado y amor para enseñar al Discípulo de su Sagrado Corazón el arte de predicar con fruto. Como nuestros Hermanos Teólogos empiezan a ejercitar el ministerio apostólico de la predicación antes de ordenarse, señalaron los superiores al P. Bernardo para que predicase la Cuaresma del año de 1734. El teatro de los predicadores novicios es alguna iglesia de las más apartadas del centro de la ciudad, o algún sitio de paseo público, donde concurre mucha gente.

Destinaron los superiores a Bernardo para el púlpito más público de nuestra juventud, que es el anchuroso campo que llaman en Valladolid el Campo Grande. Campo tan capaz, llano y desembarazado, que acaso no tiene semejante ciudad alguna en la Europa dentro de sus muros o recinto. Luego que Bernardo se vio señalado por la santa obediencia para publicar la palabra de Dios, empezó a disponer sus sermones y su espíritu con las disposiciones que le inspiró el Señor.

Acudió al instante al Sagrado Corazón de Jesús, como dice por estas palabras:

“Encomendé mi predicación al Corazón de Jesús, porque no sé ni quisiera hacer nada sino en él, por él y para él”.

Se aplicó después a componer sus sermones según las luces que el Señor le comunicaba. Su principal intento era mover los corazones de los pecadores por el motivo del infinito amor que debemos al Sagrado Corazón de Jesús, y por la suma ingratitud del pecador contra el Corazón Divino.

Se valió de los eficacísimos discursos contra el pecado mortal (con) que el Venerable Padre Pablo Segneri[6] combate este infernal monstruo. Mas como Bernardo no sabía ni podía formar discurso alguno sin referirle a las glorias del Sagrado Corazón de Jesús, acomodó el del P. Segneri en esta forma: hizo ver a los pecadores la suma ingratitud de su corazón para con el de Jesús, especialmente en el Santísimo Sacramento.

“Por donde se encendió mi espíritu fue el último redoble de maldad del corazón torpe que, muchas veces, en la comunión en pecado recibe el Corazón purísimo de Jesús: al cotejar la junta extraña del Corazón de Jesús y el corazón deshonesto y, al ponderar con exclamaciones tiernas lo que aquel Corazón sentirá verse dentro de un corazón tan inmundo, sentía abrasárseme las entrañas de dolor y amor y, al repasar el sermón, se me venían frecuentes las lágrimas a los ojos, y fue menester pedir al Señor las suspendiese al predicarle.

A predicar de este asunto me movió lo que el Señor me daba a entender acerca de las innumerables almas que se pierden por este vicio; pues casi este solo tiene llenos los calabozos infernales, y me atrevo a decir lo que mi San Bernardo, mudándole una letra: «cese el placer y no existirá el infierno»”.

Aunque tan nuevo e inexperto, da sólidos documentos a los más antiguos predicadores en lo que practicaba para mover y hacer fruto en los oyentes. Sería fácil reducir a compendio sus celestiales industrias y prácticas devotas. Mas juzgo que serán más útiles y de mayor enseñanza sus palabras, que dicen así:

“La víspera del primer sermón pedí a mis Santos Ángeles me llamasen y dispusiesen pecadores para el día siguiente, y lo mismo hice a sus Ángeles de la guarda para mí mismo, pidiendo a mis dos Señores los pidiesen lo mismo para mí, o por sí; en especial a mi San Miguel, como a Príncipe; y no lo erré, pues después de comulgar el día siguiente se me mostraron en visión intelectual, y dijeron habían hecho lo que yo deseaba, y me exhortaron a hacerlo así siempre que predicase, declarándome que el no hacer fruto muchos predicadores con sus sermones, nacía en parte de que ponían todo su cuidado en lo que habían de predicar, sin hacerse cargo que por más sólidos, fuertes y bien dispuestos para convencer que llevasen los discursos, no alcanza si el Espíritu Santo no da alma y palabras; para lo cual ayudaba mucho pedírselo antes, y conferir el sermón con Dios, como a un embajador que, antes de partirse, confiere una y muchas veces con su Príncipe los puntos que ha de tratar en la legacía o embajada a favor de la causa de aquel en cuyo nombre la hace.

Y que, como los Ángeles de la guarda tienen más eficacia muchas veces en sus oraciones, es muy útil pedirlos que pidan al Señor alumbre los corazones, y que ellos por sí mismos los dispongan con inspiraciones, y de apartarlos de las espinas con que el demonio pretende sofocar la eficacia de la divina palabra, y desviarlos de los lazos que tiende o para que no vayan al sermón, o se diviertan en él, o le oigan sin intención y disposición necesaria.

Que si los predicadores se valiesen de los Santos Ángeles harían más fruto: que así lo hace el Padre Calatayud, y agrada mucho al Señor, a sus Ángeles, y al Príncipe de ellos San Miguel, que le confirmase y asegurase de la utilidad de esta práctica. Heme dilatado en esto por ser cosa de enseñanza[7].

Experimenté en el numeroso auditorio la conmoción de los buenos oficios de los Santos Ángeles. Mientras iba por las calles con el crucifijo[8] se atropellaban en mi corazón mil dulcísimos afectos tratando con los Ángeles, con su Príncipe y con el Buen Jesús la causa de los pecadores.

En subiendo a predicar, empezaba diciendo al Señor: «en tu nombre echaré las redes»; en lo exterior sin el menor rastro de miedo, antes parece me hallaba revestido del mismo Cristo en la serenidad y confianza con que trataba su causa: el Señor me daba fuerzas y bastante voz. En lo interior me hallaba como transformado en otro, y miraba en mí mismo desmentía la edad con la razón de la causa que trataba, en la gravedad en reprender el vicio, siendo mi genio bastante encogido para tratar en público, y sentía mi corazón encendido en los afectos que pronunciaba la lengua.

Finalmente acababa dándome el Buen Jesús mil consuelos en cooperar de algún modo a la salvación de las almas, encendiéndose más y más al mismo tiempo los deseos de seguir mirando por la causa de mi Dios: «hasta el derramamiento de mi sangre», como se lo protestaba una y mil veces”.

Esta es la devotísima práctica que observaba Bernardo para hacer fruto en sus sermones, y podrá servir para otros predicadores celosos. Las luces que le comunicaba frecuentemente el Sagrado Corazón de Jesús de las injurias e ingratitudes con que le correspondían los pecadores, avivaba el celo de Bernardo.

Se quejaba un día amorosamente al Eterno Padre de las muchas injurias con que los pecadores herían el Corazón Sagrado de su Divino Hijo y del abuso que hacían de sus grandezas. Entonces tuvo una maravillosa visión del Corazón de Jesús herido con las espinas de los pecados que formaban la corona con que estaba cercado. Entendió que las espinas herían el corazón Divino; mas que al mismo tiempo salían por las heridas los tesoros de la preciosa Sangre divinizada que el Corazón de Jesús vertía amoroso por la salvación de los mismos que le herían, y por la mayor perfección de las almas que le amaban con todo su corazón.

Aquí le descubrió el Señor un secreto o misterio que le consoló en medio de ver tan herido el Sacrosanto Corazón de su amado Jesús; conoció que de las mismas injurias de los ingratos pecadores se valía el amorosísimo Corazón de Jesús para derramar más copiosas gracias sobre sus devotos. Declaró Bernardo este sentimiento que le comunicó la Divina Luz con las palabras del Apóstol a los Romanos: “Los delitos de aquéllos son las riquezas del mundo, y la disminución las riquezas de los gentiles: su perdición es la reconciliación del mundo; no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, que la ceguedad de ellos en parte sucedió en Israel hasta que entrase la plenitud de los gentiles: habéis conseguido ahora misericordia por su incredulidad”. Estas palabras que el Apóstol explica en favor de los gentiles en contraposición de los judíos, explicó la Divina luz a Bernardo de los amantes del S. Corazón de Jesús en contraposición de los pecadores que con sus pecados le coronaban de espinas y le ensangrentaban con tan inhumana crueldad.

Algunos de los regalados favores con que el S. Corazón de María Santísima, Dulcísima Madre
de Bernardo, regaló a su amado y amante hijo

En muchos lugares de esta historia quedan ya referidos o insinuados algunos de los singulares favores con que el amabilísimo Corazón de María regaló a su querido hijo, porque son tan inseparables el Corazón Divino de Jesús y el celestial Corazón de María, que ha sido imposible hablar del uno sin hacer dulce memoria del otro, y ambos amabilísimos Corazones se unieron en favorecer a nuestro dichoso joven, de suerte que en mil ocasiones formaban juntos el dulce objeto de sus cariños.

He reservado, no obstante, algunos del delicioso Corazón de María Santísima, N. Señora y dulce Madre, para colocarlos en este capítulo. Muy a los principios de las primeras noticias que Bernardo tuvo del S. Corazón de Jesús, se le mostró el Corazón purísimo de María en forma de sol brillante:

“El Corazón de Jesús enviaba todos sus benéficos rayos hasta recibirse toda su actividad en el Corazón amabilísimo de N. Madre María Santísima, que miraba en forma de sol brillante y hermoso, el cual inmediatamente comunicaba a los hombres y a toda la tierra multitud de rayos que había recibido”.

Hasta aquí Bernardo, quien vio muchas veces el Corazón Santísimo de María pendiente de una cadena de oro que le colocaba sobre su amorosísimo pecho, como vimos y luego insinuaré.

Con ocasión de haberle pedido uno de sus amigos que le encomendase a N. Señor especialmente en una tribulación o trabajo que padecía[9], tuvo el favor siguiente: Instaba fervoroso al S. Corazón de Jesús fortaleciese a su amigo en la tribulación que padecía, cuando entendió que “conviene entrar en el reino del Corazón de Jesús por muchas tribulaciones”, dice Bernardo; estas palabras consolaron y fortalecieron al joven de suerte que, a imitación del Apóstol, exclamaba: “¿Quién nos apartará de la caridad de Cristo? ¿Por ventura la tribulación? ¿La angustia? Aunque se levanten contra nosotros ejércitos de tribulaciones, no temerá nuestro corazón, porque el Corazón de Jesús está con nosotros”. Así se consolaba y alentaba Bernardo.

Pero como deseaba el consuelo y fortaleza del corazón de su amigo, se valió del Corazón de la benignísima Madre de piedad N. Señora. Rogaba insistentemente a esta Dulce Madre de clemencia una tarde en la oración, cuando oyó estas distintas voces de la amabilísima Reina aludiendo a la persona atribulada: “Con este amigo estoy en la tribulación, yo le sacaré de ella, y con honor y gloria”. El consuelo que Bernardo tuvo con estas regaladas palabras de María Santísima explica de esta suerte:

“Mucho me consoló este sentimiento, y esforzó infinitamente mi corazón a que, en nombre de N., y(o) desafiase todas las tribulaciones y aflicciones, persecuciones, injurias, calumnias, deshonras, desamparos con valor; y en fin a todos los hombres y demonios; pues, protegido su corazón de Nuestra Dulcísima Madre y refugiado en el inexpugnable alcázar del Corazón de Jesús, nuestro capitán y guía en todo género de trabajos, dirá (vivirá) animosamente”.

Mucho mayor consuelo recibió en este particular cuando el día de la gloriosa Asunción de María[10], el Corazón de esta amabilísima Señora le favoreció de esta forma que refiere así:

“Entre los otros regalos y favores que, después de comulgar el día de la Asunción, recibí de mi Dulcísima Madre, se me mostró el corazón de N. en su ser, quiero decir, según sus fuerzas naturales, y con las asistencias regulares de la Divina gracia en medio de la tempestad presente, y en lo encogido y como sofocado conocí la fuerza con que naturalmente era combatido de las olas; pero luego vi que Nuestra Dulcísima Madre le acogía dentro de su purísimo Corazón, y que abrigado, protegido, esforzado, y como animado de nuevo espíritu, se dilataba y ensanchaba, y se revestía de un esfuerzo y latitud mayor que el mundo y que todos los trabajos que en él pueden acaecer.

Entendí aquí solo con esta visión, y con mirar con los benéficos ojos con que en él se complacía María Santísima, la especial protección que de N. tiene Nuestra Señora, y que esta especialidad nace particularmente del afecto de N.[11] al Corazón Sagrado de su Santísimo Hijo; pues por la conexión y correspondencia de estos dos soberanos Corazones, abrigaba el de la purísima Madre al que tanto desea el culto del Hijo Santísimo, el cual influía en el de N. por medio del de María Santísima la beneficencia sagrada de su amor”.

Hasta aquí Bernardo, regaladísimo Hijo del S. Corazón de María Santísima, a quien debió otros innumerables favores.

Aún antes que el SSº. Corazón de Jesús se hubiese manifestado con tan copiosas luces al joven de su Corazón para que promoviese su culto, le había favorecido el purísimo Corazón de María muchas veces. Vio a este celeste y maternal Corazón en diversas ocasiones sobre el amabilísimo pecho de María Santísima, “grande, hermoso, resplandeciente, todo de fuego, y que me parecía era su capacidad inmensa”. Le vio en una ocasión, que se abría para encerrar y como engastar el corazón de su fiel siervo y devoto hijo.

En aquel regaladísimo favor en que le favoreció o le apareció Jesús con su Divino Corazón herido con las tres saetas que le había flechado Bernardo, vino también la soberana Reina para recibir en su Sagrado Corazón una saeta con que le hirió el tierno amor de su amado joven.

Mil otros favores semejantes esparcidos por la historia admirable de este amante siervo de María son prueba indefectible de lo mucho que el Corazón maternal de María le favoreció siempre. Desde la mitad del año de 1733 en que se le descubrió el Sagrado Corazón de Jesús, mandándole procurase su culto y devoción en todo el mundo, entendió lo mismo con proporción del purísimo corazón de María. Así lo procuró Bernardo y en premio recibió de este amabilísimo Corazón muchos y regalados favores.

Pasa Bernardo del Colegio de San Ambrosio, al de
N. P. San Ignacio a tener la tercera Probación

La tercera Probación, a que vuelven después de sus estudios nuestros jóvenes estudiantes, ya Teólogos y Sacerdotes, es un segundo más estrecho y más provechoso Noviciado. Instituyó nuestro glorioso Padre y Patriarca San Ignacio, inspirado altamente del cielo, este medio eficacísimo para muchos favores de sus hijos, porque es indudable, que la experiencia lo enseña en todas las sagradas Religiones ser muy difícil en lo humano, que los jóvenes religiosos conserven en los estudios aquellos ardores de espíritu que lograron con los continuados ejercicios de novicios.

El motivo que tuvo nuestro santo Padre para establecer otro como Noviciado para su juventud estudiosa, le declaran las palabras de nuestro Santo Fundador; son las siguientes: «Convendrá, antes de ser admitidos a la profesión, que nuestros estudiantes, concluidos ya sus estudios con el cuidado y diligencia que se debe poner en el cultivo del entendimiento, se ejerciten en la escuela de los afectos con mucha diligencia en tiempo de su última probación, y en los ejercicios espirituales y corporales que conducen al aprovechamiento en la humildad y abnegación de todo amor sensible de la voluntad y propio juicio, y al mayor conocimiento y amor de Dios para que, estando muy aprovechados en espíritu, puedan aprovechar mejor a los otros para gloria de Dios y Señor nuestro».

En estas celestiales palabras declaró nuestro Padre San Ignacio los fines que le había inspirado el Señor para ordenar a sus hijos en la tercera probación. La palabra Probación nos enseña que este tercer año es para probar la Compañía a los jóvenes estudiantes jesuitas, y experimentar si su voluntad es tan sólida como se necesita para ser admitidos a la profesión de cuatro votos, o al grado de los coadjutores espirituales.

Muchos en la primera y segunda Probación[12] que se hace en algunos días que preceden al Noviciado, y en el Noviciado mismo, se portan con singular fervor y edificación, porque todos sus cuidados en este tiempo se emplean en ejercicios espirituales de oración, lección, frecuencia de santos sacramentos, exhortaciones místicas, ejercicios de humildad, penitencia, mortificación, obediencia, etc. Pero, como después del Noviciado es preciso que la juventud pase a los colegios de estudios para cultivar sus entendimientos con las ciencias y habilitarse para los ministerios de nuestra Compañía, suelen resfriarse los fervores. Verdad es que nuestros Hermanos estudiantes continúan en los estudios todos los ejercicios espirituales del Noviciado, y algunos con el mismo, o más ardiente fervor. No obstante, la aplicación a las ciencias especulativas por su naturaleza disminuye los fervores que concibe el alma, atenta sólo a la perfección religiosa.

Conoció esto el iluminado y prudentísimo espíritu de nuestro Padre San Ignacio. Y procuró oponer este reparo del año de la tercera probación a la fragilidad humana. Sirve también esta especie de Noviciado a los jóvenes fervorosos y capaces para que, si acaso en alguna cosa se ha entibiado el fervor de las virtudes con la continua aplicación al estudio de las letras, se vuelva a encender en el año de la tercera probación. Así hablan nuestras Constituciones: Ut si qua fortasse in re harum virtutum fervor per literarum aplicationem intepuerit recalescat. Conduce también este medio divino para disponer con sosiego y prudencia santa el orden y perfección que deben observar en adelante en los colegios y empleos de su estado.

Tuvo esta santísima disposición de nuestro Padre San Ignacio, como mil otras de nuestro sagrado Instituto, obstinadas oposiciones en los principios. Pero el Oráculo Pontificio hizo enmudecer a los que con buen celo o prudente según el mundo, censuraban esta tercera probación. El Santo Padre Gregorio XIII aprobó lo que no podían entender o aprobar en la Bula Ascendente Domino, en la cual dice:

«Los escolares, acabados los estudios en la Compañía, antes de ser admitidos al grado de Profesos[13] y Coadjutores espirituales formados, no sólo tengan otro año de probación en ejercicios de devoción y humildad para que, si acaso el fervor de las virtudes se hubiere resfriado de alguna cosa por el estudio de las letras, vuelva a encenderse con el ejercicio más frecuente de las mismas virtudes y con la invocación más fervorosa del auxilio divino; pero también, etc.»

Hasta aquí la aprobación de Su Santidad, que descubre los fines que se propuso nuestro Padre San Ignacio y tiene nuestra Compañía de Jesús en este año de tercera probación. Esta dispersión no me ha parecido inoportuna por las circunstancias de escribir esto en tiempo que la obediencia me tiene empleado en el oficio de Instructor de los Padres de la tercera Probación[14].

Llegó a ésta nuestro joven a principios de septiembre del año de 1735 muy deseoso de aprovecharse de este año, el más feliz de la vida de un verdadero jesuita. Venía Bernardo con luces anticipadas del cielo y muy instruido en las obligaciones de los fervores a que le obligaba su nuevo estado. Y si le faltaban algunas noticias, presto se las intimó la Divina Luz en un día de sus primeros Ejercicios.

Se halló los primeros días sin aquellas soberanas luces que de ordinario ilustraban su entendimiento y abrasaban su voluntad; pero con los alientos de un espíritu fuerte, acostumbrado a caminar a fuerza de remos cuando calmaba el viento del Espíritu Santo para probar a su siervo.

“Todos los afectos que regularmente hacía en tiempo de oración eran gordos como puños, o como decía nuestro San Francisco de Sales, como afectos de un cavador que, si bien poco sabrosos, eran sustanciales (sustanciosos) y con su solidez no dejaban de causar algún efecto en el alma”.

Eran solidísimos los efectos porque en todas las distribuciones de lo restante del día hallaba su corazón muy dispuesto y animoso a servir, en todo, la voluntad de su Amado.

Así caminaba Bernardo en sus Ejercicios primeros de la tercera probación[15], cuando el día en que meditaba el Juicio particular, oyó en lo interior de su alma esta temerosa voz: “Por ahora no te reprenderé, pero te pondré delante de ti mismo”. A este tiempo le puso el Señor delante de su espíritu, como en un lienzo, los beneficios infinitos que le había hecho desde que tuvo uso de razón. Pero en especial vio los singularísimos favores con que se le había comunicado estos últimos años. Al otro lado se le descubrieron sus faltas e imperfecciones, y las pequeñas obras con que había procurado corresponder al Señor. Al mirar estas dos imágenes o lienzos tan diversos el ejercitante joven sintió tal confusión y saludable empacho, que sólo sus palabras pueden declararlo.

“Aseguro a vuestra Reverencia (dice dando cuenta de estos Ejercicios) que fue tal la confusión que cayó sobre mi corazón, que (sin que el Señor me reprendiese, siendo yo el mismo juez) bastara a quitarme la vida si no naciese de ella una confianza especial, y como enseña nuestro Santo una como complacencia en cierto modo de verme tal, para que con la contraposición campease más la bondad de aquel generosísimo Corazón del Salvador que ha querido hacer trono de su misericordia mi misma miseria.

No obstante, me paró tal esta ilustración repentina que me hizo más que arrojarme, deshecho en lágrimas, a los pies de mi Amor Jesús sin atreverme a hablar más palabra que mirar como señas al Corazón Sagrado, en el cual hallé algún consuelo el día siguiente cuando le tuve presente en el Altar, porque me dio a entender con un amor imponderable que tomase de aquel tesoro lo que me faltaba, y que desconfiando de mí, fijase en su Corazón toda mi confianza y correspondencia.

Y aunque el cariño y amor con que este amable Salvador se insinuó a mi pequeñez, templó en gran parte la vehemencia de los sentimientos que el día antecedente causó en mi corazón la contraposición de mis ingratitudes y las finezas del Corazón Sagrado, no por esto faltó en dos o más días un no sé qué en mi corazón, como de congoja, sin acertar yo lo que era aquella opresión, hasta que la memoria de lo que había entendido, renovando la llaga, me declaró de dónde tenía su origen aquella oculta pena”.

Hasta aquí nuestro joven, que pasó los primeros ocho días de Ejercicios de su tercera probación con la sequedad, oscuridad y trabajo que hemos insinuado.

“Aunque es verdad que los dos últimos días la sequedad se convirtió en dulzuras, y la oscuridad en resplandores de gloria por medio del Corazón Sagrado de mi Amor Jesús, en el cual se me dio a entender tenían los Bienaventurados, después de la visión Beatífica, su mayor gloria conociendo y amando aquellas inestimables riquezas depositadas en los afectos y movimientos de este Deífico Corazón, el cual descubría a su Iglesia para que sus fieles formasen sus corazones a esta semejanza; y por esto más semejantes a la perfección de los Bienaventurados por haber de aprender muchas almas de este Divino Corazón una perfección más alta en el amar y padecer”.

Como no sabía pensar en otra cosa que en las glorias del Sagrado Corazón de Jesús, ya estuviese divinamente inspirado en la oración, ya se hallase con la disposición regular de una alma fervorosa, se quejó amorosamente al Señor en los Ejercicios de lo mucho que se dilataba el culto público de su Sagrado Corazón, pero son quejas que descubren bien la soberana indiferencia de su espíritu.

“He dado mis quejas al Salvador Amante, y deseoso del culto de su Corazón, porque permite la siniestra impresión que hacia este punto ha hecho su Vicario[16] aquella vulgar objeción; es verdad que me he quejado de mala gana por dos razones: una, porque a nosotros no nos ha encargado que lo consigamos, sino que lo procuremos, y aquello queda a su cuenta, y excede nuestro poder, y aunque el amor propio se complaciera un poquito de que nuestros medios tuviesen efecto, y más efecto que en sí es santo y bueno; pero la razón impide el sentimiento racional, bien que no el sensible; la otra porque, desde los principios de esta empresa, estamos prevenidos de que ha de haber dificultades que, cuanto mayores, han de ceder en mayor gloria del Corazón Sagrado.

Y esto mismo me dio a entender nuestro Amor Jesús pocos días ha sobre esta determinada dificultad, quitándome las dudas de que se conseguirá presto, pues ya llega el plazo (aunque no tan presto) (de que) llegue a la altura que tendrá este culto con el tiempo. Así, amado Padre, nosotros trabajemos no omitiendo cosa que ceda en gloria del Corazón Sagrado para facilitar esta dificultad; pues no será en vano cuando ha de ceder en mayor honor del Corazón; y cuando (aunque) el Pontífice reinante no esté escogido para este glorioso asunto, creo que no estará muy distante el que lo será; no obstante, pidamos y oremos con empeño por el Papa presente”.

En estas ansias, afectos y deseos de las glorias del Sagrado Corazón de nuestro amantísimo Salvador andaba absorto Bernardo hasta el día aniversario de la muerte de la Venerable Margarita María de Alacoque, que fue el 17 de octubre de 1690. Celebró este día el Santo Sacrificio de la Misa con fervores seráficos y recibió en el alma una celestial visita de su Santo Director San Francisco de Sales. Venía el Santo acompañado de la extática Santa Teresa de Jesús y la Venerable Margarita María de Alacoque.

Entre los consejos y documentos que le dio su celestial maestro, uno fue encomendarle fuese muy afecto a la Venerable Margarita, y le dio el Santo la razón:

“Nuestro amable Director me dijo que debía haber un amor y amistad tierna y fina entre la Venerable Margarita y mi alma, habiendo sido escogida por el Corazón Sagrado para un mismo fin; y pues que ella me trataba con familiaridad particular, yo acudiese a ella especialmente en los puntos de esta devoción con particular confianza; luego entendí cómo su muerte, tal día como éste, fue un amoroso designio, fue un recostarse dulcemente en el Corazón de su Amado dando en Él el último aliento y a vista de muerte tan deseable[17], ¡oh buen Dios!, qué asalto de amor tan fuerte sintió este mi pobre corazón, tocado de una santa envidia. Y aquí cesando la visión, empezó el dulce martirio de los ímpetus”.

Hasta aquí el devotísimo joven en la última carta que me escribió en su vida, y acaso la última que escribió. Porque la fecha (es) en 15 de noviembre de 1735 y, a pocos días después, le acometió la enfermedad gravísima que nos le arrebató a 29 del mismo mes y año, teniendo 24 años de edad, tres meses y ocho días.

Temprana y dichosa muerte del Padre Bernardo

La temprana muerte del P. Bernardo es uno de los misterios y secretos más ocultos de su prodigiosa vida: muchos de los que tenían noticia de los singulares favores con que le había prevenido y gobernado Jesús y su Divino Corazón exclamaron al saber su dichosa muerte: “Oh profundidad y alteza de las riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios, cuán incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos”.

Así exclamaban muchos juzgando que la vida precedente de Bernardo tan llena de favores del cielo, la tenía destinada el Señor para que fuese un gran ministro de su mayor gloria. A los ojos humanos parecía también que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que este Señor le había revelado, le quería para ilustre Protector de esta devoción Divina. En fin, otras muchas reflexiones piadosas se hicieron al ver desaparecer de entre nosotros un joven tan favorecido del cielo y un tan eficaz instrumento para las glorias del Sagrado Corazón de Jesús y bien de las almas. Pero todos los discursos humanos se deben humillar; adorar, venerar y amar los ocultos y santísimos juicios del Señor, haciendo la exclamación del Apóstol, pero exclamación llena de humildad, veneración y amor. “Oh profundidad de la riqueza y sabiduría de Dios, etc.”

No debemos nosotros examinar curiosos los motivos que el Señor tuvo en llevar al P. Bernardo en la flor de su edad. Pero podemos asegurar con el Espíritu Santo que, entre otros, fueron los del capítulo 4º de la Sabiduría: “Se había hecho muy agradable a los ojos de Dios, y fue arrebatado de este mundo donde hay tantos pecadores. Le arrebató el Señor, porque la malicia de estos no mudase su entendimiento, y la ficción del siglo o del demonio no engañase su alma, pues el hechizo o embeleso del mundo oscurece las cosas buenas, y la inconstancia de la concupiscencia trastorna el buen juicio, aunque al principio no haya malicia, habiendo consumado en poco tiempo la carrera de su vida, llenó muchos años; su alma era agradable a Dios, y por esta causa se dio prisa a sacarle del medio de la maldad”.

Estos sin duda fueron algunos de los motivos que el Señor tuvo para sacar de este mundo al Padre Bernardo y llevarle consigo a darle el premio de sus virtudes. Se descubrieron éstas al tiempo de la enfermedad de este feliz joven con el esplendor y solidez que correspondía a los favores que del Señor había recibido.

Ignoramos si el cielo descubrió a Bernardo la noticia de su muerte, porque el velo de su humildad y santo disimulo ocultaba todo cuanto le era posible y no necesitaba dirección. Uno de sus compañeros en la tercera probación que le asistió de continuo en su enfermedad juzgó, por indicios probables, que Bernardo tuvo noticia cierta de su muerte. Le preguntaba algunas veces si quería morirse: a lo que siempre respondía Bernardo: “Yo solo quiero lo que el Sagrado Corazón de Jesús quiere”. No obstante, dice el Padre que le observaba todas sus palabras: aunque no se me declaró, o quiso declarar en este punto, dio algunos indicios que me persuaden supo ser aquella su última enfermedad. Entre otros fueron que, aconsejándole este Padre tres días después que se sintió enfermo a que se quedase en la cama, le dijo que “quería ir primero a decir Misa y despedirse de su Amado”. Antes de reconocerse grave el peligro de su enfermedad, dijo textualmente al mismo: “si yo me muero, ¿qué tengo que dejar a Vuestra Reverencia en señal de mi amor? Le dejo esta medalla que traigo conmigo al pecho”. No tengo por suficientes indicios estos de haber sabido Bernardo con certidumbre la hora de su muerte. En ésta nos debe consolar, más que cosa alguna, la práctica de virtudes heroicas con que pasó su enfermedad y murió.

Los que de cerca le asistieron y observaron en la gravísima enfermedad del mortal tabardillo[18] que le quitó la vida, fueron testigos de su virtud heroica: muy desde los principios se declaró mortal el accidente que le postró del todo, y sólo le dejó alientos para descubrir el hábito que había adquirido en la resignación a la voluntad de Dios, en la paciencia, en la obediencia, amor tierno al Sagrado Corazón de Jesús, y cuantas virtudes se pueden desear en un justo que está expirando.

Recibió los Santos Sacramentos de la Santa Iglesia con la piedad que correspondía a quien tantas ansias tenía de ver a Dios y gozarle. Después de haber recibido el Santísimo Viático estuvo dando gracias una hora entera; no pudo ocultar, como otras veces, los ardientes ardores en que se abrasaba con su Amor Jesús Sacramentado y se le oían repetir, entre muchos otros inflamados afectos: “¡Oh cuán bueno es habitar en el Sacratísimo Corazón de Jesús!”. Parece que sus ardientes deseos de ver a Dios, que habían sido tan activos por toda su vida, estaban abismados con todas sus cosas en el Sagrado Corazón de Jesús, porque siempre que le preguntaban en el discurso de su enfermedad si quería morir, respondía: “Yo quiero lo que el Corazón de Jesús quisiere”. Esta era su respuesta, sin desear vivir ni morir, si(no) sólo cumplir la santísima voluntad del Corazón de Jesús.

Quiso este Divino Corazón llevarle a gozar el premio de sus fervorosas fatigas por las glorias de su sagrado culto. Pues estando una persona favorecida de Dios[19] encomendando al Señor al P. Bernardo, vio que su alma se separaba del cuerpo y volaba a esconderse en el Corazón sacratísimo de Jesús. Con esta visión conoció la referida persona, santamente afecta al P. Bernardo, que el Corazón de Jesús le quería sacar de este mundo. Desde este punto no dudó que moriría Bernardo y así lo aseguró a su Director.

La singular paciencia que tuvo en los penosos accidentes de la enfermedad y de los remedios, se descubre en no haberle oído la menor queja, tan natural en los enfermos; ni aún se podía saber si padecía mucho, si no supiésemos que las enfermedades de ardiente tabardillo son penosísimas. Jamás había insinuado la sed que le tenía sin uso de la lengua, hasta que al tiempo que se confesó para recibir el santo Viático, pidió licencia al P. Instructor para humedecer las fauces, pues sin esta diligencia, le era imposible pronunciar la menor cláusula.

A poco tiempo después de haber recibido con singular piedad los Santos Sacramentos, se enardeció y agravó el mal de suerte que no sabemos lo que pasaba entre el alma de siervo tan fiel al Señor y de Señor tan benigno amante y todo piedad con sus fieles siervos. Yo he pensado siempre, que recibió en esta hora singularísimos favores del Corazón Sagrado de Jesús, de su Dulcísima Madre María Santísima, y de todos los Ángeles y Santos sus devotos. Porque a los favores de la vida habían de corresponder los de una muerte dichosa. Y que, acaso, en muerte fervorosa de amor Divino sagradamente violento[20], como muchas veces se lo había ofrecido el Señor. Si no se nos descubrieron visibles y ruidosos, como en la muerte de algunos justos favorecidos, Nuestro Señor tuvo en esto sus fines, que nosotros no debemos examinar. Sólo debemos adorarlos, venerarlos y amarlos, volviendo a exclamar con el Apóstol: O altitudo, etc.

Los frutos sólidos de mayor gloria de Dios, perfección de las almas y aumento de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús que se han seguido a la muerte del P. Bernardo, son innegables testimonios de su santa vida y preciosa muerte. En las ruidosas revelaciones y milagros acaecidos en su muerte pudiera mezclarse lo falso con lo verdadero; pero en la gloria que ha seguido y continúa en seguirse al Corazón Sagrado de Jesús y perfección de las almas, nada hay que no sea infinitamente estimable.

Acaso en la temprana muerte de este devotísimo joven, tuvo Jesús por fin que se adelantase más la devoción a su Corazón sacratísimo. Pues haber sacado el Señor de esta vida a la Venerable Margarita de Alacoque los primeros años en que se empezaba a extender esta santa devoción, fue porque se publicase más prontamente por todo el orbe. Así lo repitió muchas veces esta prodigiosa mujer a una de sus religiosas que lloraba inconsolable su muerte. “Mi muerte, la dijo, es necesaria para la gloria del Corazón de Jesucristo, como lo he asegurado otras veces”.

Esta expresión y aseveración de Margarita era verdadera en sentido muy diverso que la profería su humildad. Porque juzgaba esta gran sierva del Señor que sus infidelidades eran estorbo a la dilatación del culto del Corazón Divino. Pero en realidad, aunque en otro sentido, su muerte era necesaria para la gloria del Corazón de Jesucristo, pues uno de los medios más eficaces que la providencia de Dios quería emplear para la extensión del culto y devoción del Corazón sacratísimo de su Divino Hijo, era manifestar los singulares favores que el Corazón de Jesús había hecho a Margarita. Estos no se podían publicar viviendo la que los había recibido. En este sentido era muy cierto que su muerte era necesaria para la gloria del Corazón de Jesucristo: Y así el Rvdo. P. Juan Croisset de nuestra Compañía de Jesús, que imprimía su libro de la devoción del Corazón de Jesús, cuando murió Margarita, pudo añadir el compendio de la portentosa vida de esta sierva de Dios. Ésta contribuyó mucho para que se extendiesen las glorias del Corazón Sacrosanto, y se verificó la profecía.

En el mismo sentido se podrá decir que la muerte del P. Hoyos era necesaria para la gloria del Corazón de Jesucristo. Porque viviendo este joven no se podían manifestar los singulares favores que había recibido del Corazón sacratísimo. Éstos, insinuados sólo después de su muerte, han producido maravillosos frutos para gloria del Corazón Divino, aun en las provincias más remotas, donde no llegaría en muchos años el nombre oculto de este jesuita, si viviese. Pero ya difunto, le han conocido con asombro y tierna devoción cuantos aman el Corazón sacratísimo de Jesús, y han podido leer la carta de edificación[21] que se escribió en su dichosa muerte.

Las ansias con que se ha deseado y leído este breve escrito, hacen desear su portentosa Vida. Quiera el Sacratísimo y Divino Corazón que los singulares favores que se dignó hacer a su siervo sean para gloria, culto y especial amor del Corazón de Jesús, tan benigno, amable y abrasado en nuestro amor.


[1] En el siglo XVIII era lo ordinario, para referirse al Sacramento del Perdón, hablar del Santo Tribunal de la Penitencia.

[2] Podemos apreciar cómo el corazón del P. Hoyos, en su trato con los pecadores en este sacramento, está lleno de misericordia. Su devoción al Corazón de Jesús le hizo asimilar la bondad y acogida de Aquel que dijo: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”.

[3] En 1735, a menos de dos meses de la muerte de Bernardo.

[4] Se refiere al P. Pedro de Calatayud.

[5] El P. Hoyos fomentaba así la devoción al Corazón de Jesús, enviando a sus penitentes a visitar la capilla del Salvador donde también estaba el Corazón rodeado de varios ángeles.

[6] (1624-1694), italiano, misionero popular y gran orador.

[7] Esta frase revela la importancia que para el P. Hoyos tiene el mundo angélico en orden a influir en la conversión de los pecadores.

[8] Era típico de la época llevar colgado al pecho un crucifijo en aquellos que predicaban al aire libre, como era el caso de Bernardo.

[9] Se trata del P. Agustín de Cardaveraz con el que Hoyos mantuvo ya correspondencia desde su noviciado, a insinuación del P. Juan de Loyola, que conocía la grandeza de alma de ambos jóvenes. A él le debe Hoyos el haber descubierto la devoción al Corazón de Jesús.

[10] En este 15 de agosto de 1735 tiene la satisfacción de ver cómo su amigo ha salido de aquella tempestad que tanto le hizo sufrir en Pamplona.

[11] N. se refiere a Agustín de Cardaveraz.

[12] San Ignacio instituyó tres probaciones: la 1ª suele durar unos pocos días (al que desea entrar en la Orden se le dan a leer los documentos más importantes para saber lo que es la Compañía de Jesús). La 2ª comienza con el Noviciado, dos años, y la profesión de últimos votos, dura otros 2 años. La 3ª al fin de los estudios y después de ser ordenados sacerdotes.

[13] Profesos: jesuitas que hacen cuatro votos, los tres comunes de pobreza, castidad y obediencia, y uno de especial obediencia al Sumo Pontífice. El P. Bernardo de Hoyos murió sin haber hecho la profesión de últimos votos; murió siendo “escolar aprobado”, ya que murió antes de hacer la profesión solemne.

[14] Cuando el P. Loyola escribe la Vida de Bernardo de Hoyos se encuentra desempeñando el cargo de Instructor de tercera Probación.

[15] En el mes de octubre hicieron lo que se llama la “Primera Semana de Ejercicios, cuyo componente esencial son las verdades eternas.

[16] El Papa Clemente XII, quien no favoreció este culto.

[17] En los días anteriores a su muerte repetía Santa Margarita una y otra vez: “¡Qué dulce es morir después de haber tenido una tierna y constante devoción al Corazón de Aquél que nos ha de juzgar!”; su última palabra fue: ¡Jesús!

[18] El tabardillo no es otra cosa que el tifus: enfermedad infecciosa grave con alta fiebre, delirio o postración, fuerte dolor de cabeza y erupción cutánea.

[19] Se trata de la Madre Ana de la Concepción, que tanto ayudó a Bernardo con sus oraciones y alientos en esta tarea de propagar y fomentar el culto al Corazón de Jesús.

[20] Como una especie de premonición, había escrito Bernardo al hablar de los ímpetus del amor divino: “Yo espero, como la misma Santa (Teresa) que, en siendo voluntad de Dios, he de rendir la vida a manos de tan amorosos matadores”.

[21] Esta la mandaba escribir el P. Provincial en casos de una singular virtud del jesuita fallecido. En el caso del P. Bernardo de Hoyos, cinco meses más tarde, el P. Rector del colegio de San Ignacio (donde había muerto), que era el P. Manuel de Prado, escribe la Carta de edificación o Elogio, a instancias del Provincial, P. Francisco Miranda.