Vida y obras de Santa Margarita Mª de Alacoque(XVIII)

SENTIMIENTOS DE SUS EJERCICIOS

Ejercicios de su profesión en 1672

Mi Divino Maestro me hacía fiel compañía durante las carreras, que continuamente me veía obligada a dar1. En este tiempo fue cuando recibí gracias tan grandes, que jamás las he recibido semejantes en todo cuanto me ha dado a conocer, especialmente sobre el misterio de su Pasión. Pero lo suprimo todo porque sería demasiado largo para escrito. Solamente diré que esto fue lo que produjo en mí tanto amor a la cruz, que no puedo vivir sin sufrir: pero sufrir en silencio, sin ningún consuelo ni alivio, y morir con este Soberano de mi alma, abrumada bajo la cruz de toda clase de sufrimientos. Por las tardes, aunque muy fatigada y cansada, gozaba yo de tan grande paz, que mi única inquietud era no amar bastante a mi Dios.

Toda la noche la pasaba agitada con estos pensamientos. Una vez en que por no poder descansar quise mudar de postura, mi Divino Maestro me dijo: Cuando yo llevaba la cruz no la mudaba de un lado a otro para encontrar algún alivio. Con esto me dio a entender que no debía buscar mi comodidad en nada.

Las carreras que tenía que dar durante el día, jamás fueron capaces de interrumpir la unión que tenía con mi Amado. Antes al contrario, aumentaba Él en mí el deseo de amarle para unirme más estrechamente con Él. Estaba tan contenta por las noches, como si hubiera pasado todo el día en oración delante del Santísimo Sacramento.

Resoluciones

He aquí mis resoluciones que deben durar hasta el fin de mi vida, porque están dictadas por mi Amado. Después de haberle recibido en mi corazón, me dijo: «He aquí la llaga de mi costado, para que hagas en ella tu mansión actual y perpetua. Aquí podrás conservar la vestidura de la inocencia con que he revestido tu alma, a fin de que vivas en adelante la vida del Hombre-Dios2: vive como si no vivieras ya, para que viva yo perfectamente en ti; no pienses en tu cuerpo ni en nada de cuanto te suceda, como si no existiera ya; obra como si no obraras, sino yo solo en ti. Es necesario para esto que tus potencias y sentidos queden enterrados en mí y que estés sorda, muda, ciega e insensible a todas las cosas terrenas; querer como si no quisieras, sin juicio (propio), sin deseos, sin afectos y sin otra voluntad que la de mi beneplácito. Éste debe constituir todas tus delicias. Nada busques fuera de mí, si no quieres hacer injuria a mi poder y ofenderme gravemente, puesto que quiero ser tu todo.
Has de estar siempre dispuesta a recibirme, y yo estaré siempre dispuesto a darme a ti, porque te verás a menudo entregada al furor de tus enemigos. Pero nada temas; te rodearé con mi poder y seré el premio de tus victorias. Ten cuidado de no abrir nunca los ojos para mirarte fuera de mí; y sea tu divisa, amar y sufrir a ciegas: un solo corazón, un solo amor, un solo Dios.»

(Lo que sigue está escrito con su sangre)

Yo, ruin y miserable nada, protesto a mi Dios que quiero someterme y sacrificarme a todo lo que Él pida de mí; inmolar mi corazón al cumplimiento de su beneplácito, sin reservarme otro interés que el de su mayor gloria y su puro amor, al cual consagro y abandono todo mi ser y todos los momentos (de mi vida). Yo soy para siempre de mi Amado su esclava, su sierva y su criatura, puesto que Él es todo mío y yo soy su indigna esposa Sor Margarita María, muerta al mundo. Todo de Dios y nada mío; todo a Dios y nada a mí; todo para Dios y nada para mí.

Sentimientos y resoluciones de otros Ejercicios

Quiero tener cuidado en poner por obra todo lo que sigue, por serme necesario para el cumplimiento de los designios de Dios sobre mí, su indigna criatura.

Hablaré siempre de Dios, con respeto y humildad; de lo que toca al prójimo, con estima y caridad, y de mí misma, jamás. Quiero que el ver a los otros bien tratados, ensalzados y estimados, se me convierta en un verdadero placer, pensando que todo les es debido a ellos, pero no a mí. Porque yo debo hacer consistir toda mi gloria en llevar bien mi cruz y en vivir sobre ella pobre y abatida, desconocida, despreciada y olvidada. Éste es mi deseo; y no quiero aparecer más que para ser humillada, acusada y contrariada.

A pesar de las repugnancias de la naturaleza inmortificada, procuraré permanecer escondida bajo la ceniza de las humillaciones y en el amor de mi abyección. Quiero aprender en el Sagrado Corazón de Jesús a sufrirlo todo en silencio, sin quejarme de ninguna cosa que se me haga, puesto que el polvo no tiene derecho más que a ser pisoteado; el purgatorio mismo debe ser muy dulce para quien ha merecido mil veces el infierno.

Procuraré no hacer nada por gusto, renunciando a él de todo corazón y desviando mi atención, por medio de algunos santos pensamientos, de todos los placeres que los sentidos inmortificados pudieran encontrar en las cosas necesarias, como beber, comer, dormir y calentarme. Procuraré hacer mis acciones con la pureza, de intención del Sagrado Corazón de mi Jesús, al cual me uniré en todo cuanto haga. En Él es donde quiero vivir, sufrir y trabajar, según sus designios, y por Él quiero amar y aprender a sufrir bien.

Le entrego todas mis acciones para que disponga de ellas a su gusto y repare las faltas que yo cometa. No me informaré curiosamente de las faltas del prójimo; y cuando me vea obligada a hablar de ellas, lo haré con la caridad del Sagrado Corazón, poniéndome en su lugar, y mirando si me gustaría a mí que hiciesen o que dijesen aquello de mí. Si acaso veo que se comete alguna falta contra la caridad, la humildad o cualquiera otra virtud, ofreceré al eterno Padre una virtud del Sagrado Corazón de Jesús opuesta a dicha falta, para repararla, y por la enmienda de la delincuente. Jamás repararé en las acciones del prójimo para juzgar mal de ellas. Dios nos conceda esta gracia.

Ejercicios de 1678

 

He aquí lo que mi Divino Maestro me dio a conocer en mi Retiro del año 1678. Como me quejara yo de que me prodigaba sus consuelos con demasiada abundancia, no habiendo en mí capacidad para tanto gozar, me dijo que lo hacía para fortalecerme, pues tendría mucho que sufrir: «Bebe y come –añadió– en la mesa de mis delicias; refocílate, a fin de que camines animosamente con la fuerza de este pan; porque aún tienes que recorrer un camino muy largo, penoso y áspero. Muchas veces necesitarás tomar, para recorrerlo, aliento y reposo en mi Sagrado Corazón, el cual estará a este fin abierto siempre para ti mientras que tú camines por sus sendas. Quiero que tu corazón sea para mí un asilo al cual pueda retirarme para encontrar en él mi descanso cuando los pecadores me persigan y me arrojen de los suyos.

Cuando te dé yo a conocer que la divina justicia está irritada contra ellos, me recibirás en la sagrada Comunión; y colocándome en el trono de tu corazón, me adorarás postrándote a mis pies. Me ofrecerás además a mi eterno Padre, como yo te enseñaré, para aplacar su justa cólera y mover su misericordia a perdonarles. No opongas ninguna resistencia a mi voluntad cuando te la manifieste, como tampoco a nada de lo que disponga de ti, por medio de la obediencia; porque quiero que me sirvas de instrumento para atraer los corazones a mi amor.»

«Pero, Dios mío, no alcanzo a comprender cómo podrá ser esto. — Por mi omnipotencia –me respondió–, que lo ha hecho todo de la nada. No te olvides jamás de tu nada, ni de que eres la víctima de mi Corazón, que debe estar siempre dispuesta a ser inmolada por la caridad. Por esto no quedará mi amor ocioso en ti; te impulsará siempre a hacer algo o a sufrir algo sin que pretendas que se tenga para nada en cuenta tu propio interés, porque no pertenece la obra al instrumento del cual se sirve su dueño para hacerla.

Mas poseerás en cambio, como te prometí, los tesoros de mi Corazón, y te permito que dispongas de ellos a tu gusto en favor de las personas que estén bien dispuestas. No seas escasa en repartirlos, porque son infinitos. Con nada podrías agradarme más, que con la constante fidelidad en caminar sin desviaciones por el camino de tu Regla; las menores infracciones contra ella son grandes delante de mí. ¡Cómo se engaña a sí mismo y se aleja de mí el religioso que pretenda encontrarme por otro camino que el de la exacta observancia de sus Reglas!

Conserva el templo del Señor; porque dondequiera que encuentre semejante pureza habitará Él también con especial presencia de protección y de amor. Yo soy tu director, a quien debes estar completamente abandonada, sin cuidarte ni preocuparte de ti misma, puesto que no quedarás falta de socorro sino cuando quede mi Corazón falto de poder. Yo, por mi parte, cuidaré de recompensar o de vengar lo que por ti o contra ti se hiciere. También atenderé a los que se encomienden a tus oraciones, para que tú te ocupes y emplees toda en mi amor.

Todavía tengo que poner sobre tus débiles espaldas una áspera y pesada Cruz; pero soy bastante poderoso para sostenerla. Nada temas y déjame hacer de ti y en ti cuanto quiera, sin que hagas tú nada por tu parte ni para esconderte en el desprecio, ni para presentarte en la estima. No permitiré a Satanás que te tiente más que en las tres tentaciones en que tuvo la osadía de atacarme a mí. Pero nada temas, confía en mí; yo soy tu protector y fiador. He establecido en tu alma mi reino de paz, la cual nadie podrá turbar; y en tu corazón el de mi amor, el cual te dará una alegría que nadie podrá arrebatarte.»

Mi soberano Dueño me ha hecho oír, si no me engaño, varias veces esta lección y estas promesas.

Ejercicios de 1684

En mi Retiro del año 1684 mi soberano Maestro me hizo la misericordia de concederme sus gracias con tanta profusión, que me sería difícil expresarlas. Sólo diré algunas palabras por obediencia.

Varios días antes de entrar en ejercicios, imprimió Dios en mí tal deseo de practicarlos, y el espíritu propio de este tiempo (de retiro), que todo mi ser espiritual y corporal no suspiraba más que por esta felicidad, y con tal fuerza recogió todas mis potencias dentro de sí mismo, que no me quedaba libertad sino para abandonarme a aquel poder soberano que me tenía completamente sepultada dentro de sí.

El primer día me presentó su Sagrado Corazón como un horno encendido, en donde sentí que me arrojaban y en el acto quedé penetrada y abrasada con tan vivos ardores, que me parecía iba a quedar reducida a cenizas. Me dijo estas palabras: «Este es el divino purgatorio de mi amor, en el cual te purificarás durante el tiempo de esta vía purgativa: después hará que encuentres en él una mansión de luz, y finalmente de unión y transformación».

Tan eficazmente me hizo sentir esto durante todo mi retiro, que a veces no sabía si estaba en el cielo o en la tierra, porque me sentía llena de mi Dios y toda abismada en Él. Mucho tuve que sufrir por esto el día primero, pues no podía pensar en mis pecados. Pero durante la noche precedente al día en que había de confesarme, sentí que me despertaban y súbitamente se me representaron todos como si los tuviera delante escritos, de modo que no tuve que hacer más que leerlos para confesarme. Lo hice con tantas lágrimas y tanta contrición, que me parecía que mi miserable corazón iba a partirse de pesar, por haber ofendido a esa misericordia infinita, que no dejaba de estar presente de un modo sensible a mi alma. Durante todo este tiempo, iba aumentando mi dolor más de lo que yo pudiera decir. No hay ninguna clase de penitencia ni de suplicio a los cuales no me hubiera condenado (yo misma) de buen grado. Mi más cruel tormento fue verme privada de la sagrada Comunión.

Mas después de estos tres días de vida purgativa, me encontré en una mansión de gloria y de luz, en donde yo, miserable nada, me vi colmada de tantos favores, que una hora de este gozo es suficiente para compensar los tormentos de todos los mártires.

Primeramente, se desposó con mi alma en el exceso de su caridad, pero de un modo y con una unión inexplicables, trocando mi corazón en una llama de fuego devorador de su puro amor, a fin de que consuma todos los amores terrenos que pudieran llegarse a él.

Me dio además a entender que, como me había destinado a rendir continuo homenaje a su estado de hostia y de víctima en el Santísimo Sacramento, yo también, en calidad de hostia y de víctima, debía inmolarle continuamente todo mi ser con amor de adoración, de anonadamiento y de conformidad con la vida de muerte que Él lleva en la sagrada Eucaristía. Que debía, además, cumplir mis votos según este sagrado modelo, el cual vive en tal desnudez de todo, que se ha reducido al estado de tener que recibir de sus criaturas lo que ellas quieran darle y ofrecerle.

De igual modo, por mi voto de pobreza debo estar despojada no solamente de los bienes y comodidades de la vida, sino también de todos los placeres, consuelos, deseos y afectos, y de todo propio interés, dejándome despojar y entregándome como si estuviera muerta o insensible a todo.

¿Qué mayor obediencia puede haber que la de mi Jesús en la santa Eucaristía? En ella se presenta en el instante mismo en que el sacerdote, sea bueno o sea malo, y cualquiera que sea el uso que de Él quiera hacer, pronuncia las palabras sacramentales y tolera que le lleven a los corazones manchados con pecados, que tanto horror le causan. Quiere además que yo me abandone a imitación suya en las manos de mis superioras, cualesquiera que sean, para que dispongan de mí a su gusto sin demostrar ni la menor repugnancia, por contrario que sea a mis inclinaciones lo que de mí dispongan. Quiero ir toda mi vida en contra de ellas, diciendo en lo más vivo de mi repugnancia: Mi Jesús fue obediente hasta la muerte de cruz.

Quiero, pues, obedecer hasta el último suspiro de mi vida, para rendir homenaje a la obediencia de Jesús en la hostia. Su blancura me enseña que es preciso ser víctima pura para serle inmolada sin mancha; pura de cuerpo, de corazón, de intención y de afecto para poseerle. Para transformarme toda en Él es preciso llevar una vida sin curiosidad, de amor y de privación, regocijándome de verme despreciada y olvidada, para reparar el olvido y desprecio que mi Jesús recibe en la hostia.

Mi silencio interior y exterior será para honrar el suyo. Cuando sea necesario hablaré para rendir homenaje a la Palabra del Padre, a ese Verbo divino que está escondido en la hostia.

Cuando vaya a tomar mi refección, la uniré a este alimento divino con que sustenta Él nuestras almas en la sagrada Eucaristía, y le pediré que todos los bocados sean otras tantas comuniones espirituales, que me unan a Él transformándome toda en sí mismo.

Mi descanso será para honrar el que tiene Él en la hostia; mis penas y mortificaciones, para reparar los ultrajes que en la misma sagrada hostia recibe.

Uniré todas mis oraciones a las que formula el Sagrado Corazón de Jesús por nosotros en la hostia; y asimismo en el Oficio divino, lo uniré a las alabanzas que este adorable Corazón da allí a su eterno Padre.

Al hacer la genuflexión pensaré en las que le hacían por burla durante su Pasión, y diré: Que todo se doblegue ante Vos, ¡oh grandeza, de mi Dios soberanamente abatida en la hostia! ¡Que todos los corazones os amen, que todos los espíritus os adoren y que todas las voluntades se os sometan!

Al besar el suelo diré: Para rendir homenaje a vuestra grandeza infinita, confesando que Vos sois todo y que yo no soy nada, beso la tierra.

En todo lo que haga o sufra, entraré en este Sagrado Corazón para hacer mías sus intenciones, para unirme a Él y pedirle su asistencia. Después de cada obra la ofreceré a este Divino Corazón, para reparar los d efectos que pueda haber en ellas, sobre todo en mis oraciones.

Cuando cometa alguna falta, después de haberla castigado en mí misma con penitencias, ofreceré al Padre eterno una de las virtudes de este Divino Corazón, para satisfacer el ultraje que le haya hecho, y pagar así poco a poco mi deuda. Por la noche depositaré en este adorable Corazón cuanto haya hecho durante el día, para que Él purifique todo lo impuro e imperfecto de mis acciones, y las haga dignas de apropiárselas como suyas y colocarlas en su divino tesoro. Él tendrá cuidado de disponer de todo según su deseo; yo sólo me reservo el de amarle y contentarle, porque me ha dado a conocer que éste debe ser mi único anhelo en todo cuanto haga o sufra: ¿no lo tengo todo sacrificado por el bien y en favor de la Comunidad?

Temblaba yo después de todo lo que acabo de decir, por temor de no poder ponerlo en práctica; cuando he aquí que al ir a comulgar me dio a entender que venía Él mismo a imprimir en mi corazón la santa vida que vive en la Eucaristía; vida toda escondida y anonadada a los ojos de los hombres; vida de muerte y de sacrificio; y que me daría fuerzas para hacer lo que deseaba de mí.

Voto de perfección (31 de octubre de 1686)

He aquí la fórmula del voto que hace tanto tiempo me siento impulsada a hacer y que no he querido llevar a efecto sino por consejo de mi director y de mi Superiora. Después de haberlo examinado, me han permitido emitirlo con estas condiciones: que cuando alguno de sus puntos, cualquiera que sea, me cause turbación o escrúpulo, me exoneran de él y cesa mi compromiso, pues si hago este voto es sólo para unirme más íntimamente al Sagrado Corazón de Jesús y para comprometerme indisolublemente a hacer lo que desea de mí.

Pero, ¡ay!, tanta inconstancia y debilidad siento en mí, que no me atrevería a hacer promesa alguna, sino apoyándome en la misericordia y caridad infinita de este amable Corazón. Por amor suyo hago este voto; no precisamente para tenerme más sujeta y más forzada, sino para ser más fiel a mi Soberano Maestro. Me hace esperar por otra parte que Él mismo me llamará la atención para que vuelva a practicarlo con fidelidad, si llego a faltar en algo por olvido. Cierto que no pretendo cosa que pueda ser alguna ofensa de mi Dios, sino procurar únicamente amarle más ardorosa y puramente, crucificando la carne y los sentidos. ¡Su bondad me conceda esta gracia!

«Voto que hice la víspera de Todos los Santos para unirme, consagrarme e inmolarme, más estrecha, absoluta y perfectamente al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo.

» 1. Procuraré, ¡oh único Amor mío!, estaros sometida y sujetaros todo cuanto hay en mí, haciendo en todo lo que juzgare más perfecto o más glorioso a vuestro Sagrado Corazón. Y le prometo no perdonar cosa alguna de cuanto estuviere en mi poder, ni rehusar hacer o padecer cosa alguna para darle a conocer, amar, honrar y glorificar.

» 2. No despreciaré ni omitiré ninguno de mis ejercicios y observancias de mis Reglas, sino por caridad o verdadera necesidad, o por obediencia, a la cual someto todos mis propósitos.

» 3. Procuraré complacerme en ver a las otras elevadas, tratadas bien, amadas y estimadas, juzgando que todo esto les es debido a ellas y no a mí, porque yo, por el contrario, debo estar del todo anonadada en el Sagrado Corazón de Jesucristo, cifrando toda mi gloria en llevar bien mi cruz y vivir en ella, pobre, desconocida y despreciada, y no desear aparecer en público sino para ser humillada y contrariada, por más repugnancia que la naturaleza orgullosa pueda sentir en esto.

» 4. Quiero sufrir en silencio, sin quejarme, cualquiera que sea el modo como me traten.

» 5. No huir de ningún sufrimiento, ni de cuerpo, ni de espíritu, ni humillaciones, desprecios o contradicciones.

» 6. No buscar ni procurarme otro consuelo, placer, o contento, que el de no tener ninguno mientras viva; y cuando la Providencia me presente algunos, los tomaré con sencillez y no precisamente por el deleite, al cual renunciaré interiormente, cuando la naturaleza halle alguno, ya sea al remediar sus necesidades, ya de otro modo. Así que no me detendré jamás en pensar si estoy satisfecha o no lo estoy, sino más bien en amar a mi Soberano que me da aquel gusto.

» 7. No procuraré otros alivios que los que la necesidad me hiciese creer que son precisos; y los pediré con sencillez propia de nuestras Constituciones para librarme de la pena continua que siento en conceder demasiado a mi cuerpo y halagar a este cruel enemigo.

» 8. Dejaré plena libertad a mi Superiora para que disponga de mí como mejor le parezca, aceptando humilde e indiferentemente las ocupaciones en que me empleare la obediencia. A pesar de la terrible aversión que siento a todos los cargos, procuraré no manifestar la repugnancia que me causan ni la que siento al ir al locutorio o al escribir cartas, procediendo en todo esto como si encontrara mucho gusto en ello.

» 9. Me entrego por completo al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, para que me consuele o me aflija según su beneplácito, sin ocuparme ya para nada de mí misma, contentándome con adherirme a todas sus santas operaciones y disposiciones, considerándome como víctima suya que debe estar siempre en un acto continuo de inmolación y de sacrificio, según su beneplácito, sin más afición que amarle y contentarle, haciendo y sufriendo en silencio.

» 10. Jamás me informaré de las faltas del prójimo; y cuando me vea obligada a hablar de ellas, lo haré dentro de la caridad del Sagrado Corazón de Nuestro Señor y pensando si me gustaría a mí que otros hiciesen o dijesen aquello de mí. Cuando viere cometer alguna falta, ofreceré para repararla al eterno Padre una virtud contraria del Sagrado Corazón de Nuestro Señor.

» 11. Tendré por mis mejores amigos a cuantos me aflijan o hablen mal de mí y procuraré hacerles todo el bien y prestarles todos los servicios que pueda.

» 12. Tendré mucho cuidado en no hablar de mí o hacerlo brevemente; y jamás, si puedo, para alabarme o justificarme.

» 13. No buscaré la amistad de criatura alguna sino cuando el Sagrado Corazón de Jesucristo me mueva a ello para atraerla a su amor.

» 14. Tendré continua atención a conformar y someter, en todo, mi voluntad a la de mi Soberano.

» 15. No me detendré voluntariamente en pensamiento alguno, no sólo malo, pero ni aun inútil. Me miraré como una pobre en la casa de Dios, que debe estar sometida a todas, y a quien se hace y se da todo por caridad. Pensaré siempre que tengo demasiado.

» 16. En cuanto pueda, ni haré ni dejaré de hacer cosa alguna por respeto humano o vana complacencia de las criaturas.

» 17. Como he pedido a Nuestro Señor que no deje descubrir en mí de sus gracias extraordinarias sino lo que me ocasionare mayor desprecio, confusión y humillación delante de las criaturas, tendré también por gran dicha el que sea censurado o criticado todo lo que diga o haga. Procuraré hacerlo y sufrirlo todo por el amor y la gloria del Sagrado Corazón de Jesucristo, y conforme a sus santas intenciones, a las cuales estaré unida en todo.

» 18. Cuidaré de que mis acciones y palabras redunden en gloria de Dios, edifiquen al prójimo y aprovechen a la propia salvación de mi alma. Tendré constante fidelidad en practicar el bien que mi Divino Maestro me dé a entender que desea de mí, no cometiendo, en cuanto pueda, faltas voluntarias. No me perdonaré en este particular sin vengarme de mí misma con alguna penitencia.

» 19. Pondré sumo cuidado en no conceder a la naturaleza sino lo que no pueda legítimamente negarle, sin hacerme singular. Esto quiero evitarlo en todo. En fin, quiero vivir sin elección y sin estar asida a nada y decir en toda ocasión: Fiat voluntas tua

A vista de tan multitud de puntos, se apoderó de mí tan gran temor de faltar en alguno, que no tuviera ánimos para comprometerme, si no hubiera quedado confortada y alentada con estas palabras que el Señor me dijo en lo más íntimo de mi corazón: ¿Por qué temes, si yo respondo por ti y he salido por tu fiador? La unidad de mi puro amor suplirá tu atención en tan múltiples propósitos; y te prometo que Él mismo reparará las faltas que puedas cometer en el cumplimiento de tu voto y se vengará en ti.

Tal confianza y seguridad infundieron en mí estas palabras que, no obstante mi fragilidad, ya no temo nada, porque he puesto mi confianza en Dios que todo lo puede y de quien todo lo espero y nada de mí.

Ejercicios de preparación a la muerte (1690)

Desde el día de Santa Magdalena me sentí extremadamente impulsada a reformar mi vida, para estar dispuesta a presentarme ante la santidad de Dios, cuya justicia es tan temible, y tan impenetrables sus juicios.

Es menester, por lo tanto, que tenga siempre ajustadas mis cuentas, para no verme sorprendida; porque es cosa terrible caer a la hora de la muerte en las manos de un Dios vivo, cuando durante la vida se ha separado un alma por la culpa de los brazos de un Dios moribundo. Me propuse, pues, para llevar a efecto una inspiración tan saludable, hacer un retiro interior en el Sagrado Corazón de Jesucristo.

Aguardo y espero todos los auxilios de gracia y de misericordia que me serán necesarios, porque tengo en Él toda mi confianza. Él es el único apoyo de mi esperanza, puesto que su excesiva bondad no me rechaza nunca cuando a Él me dirijo; antes al contrario, parece gozarse en haber hallado una criatura tan pobre y miserable [y mala y necesitada] como yo, para llenar el abismo de mi indignidad con su abundancia infinita.

Será mi buena Madre la Santísima Virgen, y tendré por Protectores a San José y a mi Santo Fundador. El buen P. de La Colombière será mi director para enseñarme a cumplir los designios del Corazón adorable en conformidad con sus máximas.

El primer día de mis ejercicios, mi ocupación fue el pensar de dónde podría proceder este gran deseo de morir, pues no es ordinario en los criminales, como lo soy yo delante de Dios, desear comparecer en presencia de su juez, y un juez cuya santidad de justicia penetra hasta la médula de los huesos, a quien nada puede ocultarse y que nada dejará impune. ¿Cómo, pues, alma mía, puedes sentir un gozo tan grande en la proximidad de la muerte? No piensas sino en terminar tu destierro, y estás enajenada de gozo con la idea de salir muy pronto de tu prisión. Pero, ¡ay de mí!, mira no sea que después de un gozo temporal, que quizá no proviene sino de ceguedad e ignorancia, te sumerjas en una eterna tristeza, y desde esta prisión mortal y transitoria caigas en los calabozos eternos, donde no tiene ya lugar la esperanza de salir.

Dejemos, pues, alma mía, este deseo y este gozo de morir para las almas santas y fervorosas, para las cuales están preparadas tan grandes recompensas; pues en cuanto a mí, no me dejan las obras de una criminal (como soy yo) ver otro término que los eternos castigos, si no fuere Dios conmigo más misericordioso que justo. Y pensando cuál será tu suerte, ¡oh alma mía!, dime: ¿podrás tú sufrir durante una eternidad la ausencia de Aquél a cuya posesión aspiras con tan ardientes deseos y cuya privación te hace presentir penas tan crueles?

¡Dios mío, cuán difícil es de arreglar mi cuenta, pues he perdido tanto tiempo, y no sé cómo poderlo reparar! En la perplejidad en que me hallo de ordenar todas mis partidas y tenerlas siempre en disposición de ajustar cuentas, no he sabido a quién dirigirme sino a mi adorable Maestro, que, por su grande [e incomprensible] bondad ha querido encargarse de hacerlo. Así, pues, le he remitido todos los capítulos por los que he de ser juzgada y recibir mi sentencia, que no son otros que nuestras Reglas, Constituciones y Directorio, según los cuales seré justificada o condenada. Una vez puestos ya en sus manos todos sus intereses, he sentido una paz admirable a sus pies, donde me ha tenido largo tiempo como enteramente perdida en el abismo de mi nada, esperando su sentencia acerca de esta miserable criminal.

El segundo día me fue presentado durante la oración [de la mañana], como en un cuadro, lo que había sido antes y lo que entonces era. Pero, Dios mío, ¡qué monstruo más deforme y más horrible a la vista! No veía bien alguno, sino tanto mal, que era para mí un tormento [insoportable] el solo pensarlo. Todo parecía condenarme a un eterno suplicio, por el grande abuso de tantas gracias, a las cuales no he correspondido sino con infidelidades, ingratitudes y perfidias. ¡Oh Salvador mío!, ¿quién soy yo para haberme esperado Vos a penitencia tanto tiempo?, ¿yo, que mil veces me expuse a ser arrojada en el abismo infernal por el exceso de mi malicia, y otras tantas lo habéis impedido Vos por vuestra infinita bondad? Seguid, pues, amable Salvador mío, ejerciéndola con tan miserable criatura.

Ya lo veis: acepto de buena voluntad todas las penas y suplicios que os plazca hacerme sufrir en esta vida y en la otra. Y tan grande es mi dolor de haberos ofendido, que querría haber pagado todas las penas merecidas por los pecados cometidos y por todos aquellos que hubiera llegado a cometer, a no haberme socorrido vuestra gracia. Sí, quisiera haber sido sumergida en todos esos tormentos rigurosos desde el instante en que comencé a pecar, y que me hubiesen servido de preservativo antes que haberos ofendido tanto sin recibir otro castigo que obtener (gratuitamente) el perdón que os pido por amor de Vos mismo. No, nada excluyo en la venganza que a vuestra divina justicia pluguiere ejercer sobre esta criminal, sino el que me abandonéis a mí misma, permitiendo mis nuevas recaídas en el pecado en castigo de los pecados precedentes.

No me privéis. Dios mío, de amaros en la eternidad, por no haberos amado bastante en el tiempo. Por lo demás, haced de mí todo cuanto os agrade: os debo todo cuanto tengo y cuanto soy. Todo lo bueno que pudiera hacer no serviría, a no ser por vuestra gracia, para reparar la más pequeña de mis culpas. Soy insolvente, bien lo veis, mi Divino Dueño; arrojadme en una prisión, consiento en ello, con tal que sea en la de vuestro Corazón Sagrado. Y cuando allí estuviere, tenedme bien cautiva y sujeta con las cadenas de vuestro amor, hasta que os haya pagado todo cuanto os debo; y como no podré pagároslo nunca, tampoco deseo salir de ella jamás.