Vida y obras de Santa Margarita Mª de Alacoque(XX)

Corazón de Jesús

CARTAS (II)

CARTA XI

A LA M. DE SAUMAISE, MOULINS

La felicita el nuevo año.—Vivir solamente para tener la dicha de sufrir por amor.—Las únicas noticias que sabe la Santa.

Mi querida Madre:

¡Viva Jesús!

16 de febrero de 1681

Después de desearos en este nuevo año la plenitud del puro amor divino, el cual ¡ojalá por sus santos ardores nos transforme en sí mismo!, os diré que muy contra mi voluntad tuve que privarme tan largo tiempo del consuelo que Nuestro Señor me da en escribiros, aunque me haga sentir igualmente pena en ello. Pero mis dolores de cabeza no me permiten escribir mucho. No deja de complacerme el pensamiento de que Vuestra Caridad será siempre para mí la misma en afecto y bondad. Me parece que, por lo que a mí toca, no podría, aunque quisiese, perder el recuerdo de mi amadísima Madre delante de Nuestro Señor, quien me hace la misericordia de favorecerme con su Cruz. ¡Ay!, es verdad que es la herencia de los elegidos en esta vida, pero tengo muchos motivos para temer no sea para mí la de una réproba por el mal uso que hago de ella. Sé sin embargo que es éste el mayor bien que deberíamos desear; conformarnos con Jesús en sus padecimientos, puesto que no debemos desear vivir sino para tener la dicha de sufrir por amor; pero nunca según nuestra elección.

¡Dios mío!, mi querida Madre, qué necesidad tengo de que me ayudéis con vuestras oraciones, para entregarme enteramente a su santa voluntad, para todo lo que quiera hacer de mí, ya que la vida me es un martirio; aunque os puedo asegurar que tengo al presente todo lo que me la pueda hacer dulce, que es habitar en nuestra querida celda en la que encuentro tantas delicias, que razón tengo de temer no me reserve el Señor más que suplicios para la eternidad donde no temo otro que el de estar privada de amarle; pero es menester amarle tanto en esta vida que nos hagamos una misma cosa con Él, a fin de que nunca nos podamos separar. Esto es lo que le pido con todo mi corazón; y para vos, que desempeñéis bien el cargo que Él os ha dado.

Mucho me hubiera agradado responder satisfactoriamente a lo que me preguntabais en vuestra última carta, pero, ¡ay!, ¿qué podéis esperar de tan vil y miserable pecadora como yo, que os causaría horror y compasión juntamente si me conocieseis al presente? Diríais que Dios es excesivo en misericordia conmigo y os suplico, mi querida Madre, que le deis gracias por ello y le pidáis perdón de mis infidelidades. Yo espero que su bondad no os rehusará lo que deseáis para su gloria, con tal que con confianza le busquéis y lo esperéis todo de Él solo.

Tengo que deciros para vuestro consuelo, porque creo que me amáis, que Dios me ha dado una verdadera Madre, toda bondad y caridad para conmigo (la M. Greyfié). Si tuviera tiempo, sería para mí muy dulce satisfacción manifestaros lo que pienso acerca de ello, y sobre la gracia que Dios me hace de sumirme en las humillaciones que tanto contentan a mi espíritu, hasta tal punto, que tendría por muy duro castigo verme privada de ellas, y estar un momento sin sufrir, pues me parece que todas las horas pasadas sin sufrimiento son perdidas para mí; y así os puedo asegurar que no deseo vivir sino para tener la dicha de padecer. Eso es lo único que puede contentar mi corazón y mi espíritu: hablar de estas cosas con aquellos a quienes amo. No tengo otras noticias que contar; porque todos los otros discursos son para mí horrible suplicio y todas las demás gracias no pueden compararse con la de llevar la cruz por amor con Jesucristo. Decidme para mi consuelo, si su bondad os favorece al presente con este bien. Pero no creáis que, aunque hablo así del sufrimiento, sufro yo mucho. ¡Ay!, me parece no he sufrido nada, y por consiguiente que no he hecho nada por mi Dios. En su santo amor soy y seré siempre con respeto vuestra muy…, etc.

 

Hermana M. M. Alacoque

  

CARTA XII

A LA H. MARÍA BERNARDA PAYELLE, CHAROLLES

Qué es amor de conformidad.—«Donde hay menos de nosotros, hay más de Dios».— Sentimientos de afectuosa amistad en el Sagrado Corazón.

¡Viva Jesús!

Mi respetable y amadísima Hermana:

De nuestro Monasterio de Paray

22 de julio de 1681

Como el amor es el único que produce en nosotras el deseo de conformidad con nuestro soberano Maestro, no podremos conseguirlo si no es amándole sobre todas las cosas y despreciando todo lo demás, como hizo su verdadera y perfecta amante Magdalena. A ella le suplico quiera inflamar nuestros corazones en el mismo fuego en que se consumía el suyo a los pies de su Salvador, a fin de que no encuentre Él ya en nosotros resistencia ninguna a su adorabilísima voluntad, cualquiera que sea la disposición en que a Él le plazca ponernos.

Porque para un corazón que ama, lo mismo es la aflicción que el consuelo, la salud que la enfermedad. Con tal de que nuestro buen Dios esté contento, esto nos debe bastar, pues no queremos sino agradarle; y sabéis mejor que yo, carísima, que como Él no puede encontrar nada grande fuera de sí mismo, se complace en abajar su grandeza hasta nuestra pequeñez, para glorificarse en nuestras enfermedades.

Os confieso que cuando ruego a Dios por Vuestra Caridad, lo que hago ordinariamente en la Santa Misa, no podría pedir que os libre de la cruz, porque me parece que esto sería querer privaros del mayor bien que podemos tener en esta vida, que es la conformidad con Jesucristo en sus padecimientos. Ni tampoco sería capaz de pedirle que os quite esta repugnancia que sentís a la enfermedad, pues creo que en esto consiste nuestro mérito, en cuanto que allí en donde hay menos de nosotras mismas, hay más de Dios. Pero tengo que deciros con sencillez, mi querida Hermana, como a íntima mía, el pensamiento que me viene cuando os ofrezco a su Corazón adorable: sumisión ciega a todas las cosas en que Él os ponga y a todo lo que le agradare hacer de vos; y si no me engaño, en esto está comprendido todo lo que Él quiere de vos.

Me confunde mucho tener que hablar de este modo a Vuestra Caridad; sólo me es posible hacerlo así cuando se trata de un alma a quien su bondad hiciera que quiera tanto como quiero a la vuestra, por lo que me intereso más de lo que pensáis. Haced lo mismo por mí en la presencia de nuestro buen Maestro, el cual sabe la necesidad que tengo de vuestras santas oraciones, pues me hallo tan desprovista de todo bien.

Por lo demás, estoy muy lejos de ofenderme porque nuestra querida H. María Teresa (de Thélis) os enseña nuestras cartas; tengo en eso mucho gusto, así como también en guardar para con Vuestra Caridad particular respeto y singular reconocimiento por tantas bondades como tuvisteis siempre con ella. Yo os ruego que continuéis tratándola del mismo modo, pues con ello me obligaréis mucho.

Respecto al deseo que manifestáis de obtener de Nuestro Señor una verdadera sumisión y entrega a las órdenes de su Divina Providencia, os prometo, con el consentimiento de nuestra amadísima Madre, decir por vuestra intención durante un mes las letanías del amorosísimo sacramento del Altar y comenzaré el primer día de agosto por la Santa Comunión. Os ruego, pues, que os unáis a mí, porque no obtendremos nada sino por nuestra confianza; y creed, mi amadísima Hermana, que en esta ocasión y en cualquiera otra, tendré sumo placer en poderos probar cuán verdaderamente os amo en el Sagrado Corazón del adorable Jesús, el cual por su santo amor, nos una a Él en el tiempo y en la eternidad.

Vuestra muy humilde e indigna Hermana y sierva en Nuestro Señor, Hermana Margarita María

De la Visitación de Santa María.

Mi amadísima Hermana:

Os estoy doblemente obligada por la estima y afecto que manifestáis tener a nuestra amadísima Madre, y más aún que si fuera a mí misma. No me atrevo a declararme acerca de esto sino con mi silencio, que creo os lo hará conocer mejor que pudieran hacerlo mis palabras. Ella os saluda con sincero amor y os suplico que tengáis la bondad de presentar a la vuestra, muy respetable, mis más afectuosos y respetuosos saludos, y decidle que la amo con verdadera y sincera caridad.

 

CARTA XIII

A LA M. DE SAUMAISE, MOULINS

«Déjame hacer a mí».—Sus terribles perseguidores.—Horribles repugnancias en la parte inferior.—Cómo la trata su Soberano.—Últimas noticias del P. de La Colombière.

¡Viva Jesús!

 

1682

Mi queridísima Madre:

Satisfacción dulcísima sería para mí poder contaros mis miserias, que os harían comprender mejor las grandes misericordias de nuestro Soberano Maestro conmigo. Entre ellas pongo mi enfermedad como una de las más preciosas y provechosas para mí. Sí, os aseguro que la cruz de las enfermedades y humillaciones me es tan necesaria, que mi Soberano Dueño me ha dado a conocer que sin ella no habría podido evitar otra muy peligrosa para mí, según entiendo. Ya no tengo que andarme mirando a mí misma, ni a lo que a mi Soberano Dueño le plazca hacer de mí; porque Él me ha dicho que jamás me negará sus cuidados, sino cuando yo me preocupe de mí misma; lo cual experimenté con frecuencia por mi infidelidad, que tantas veces echó por tierra mis deseos. Pero ya no tengo otro más que el de cumplir lo que me ha dicho tantas veces: Déjame hacer a mí.

Además, ha puesto dentro de mí tres perseguidores que me atormentan continuamente. El primero, que produce los otros dos, es un deseo tan grande de amarle, que me parece que todo lo que veo debería trocarse en llamas de su puro amor, a fin de que Él fuese amado en su divino Sacramento. Y es un martirio para mí ver que le aman tan poco y que haya tantos corazones que rehúsen ese puro amor, dejándole en el olvido y desprecio; si al menos yo le amase, mi corazón tendría algún alivio en su dolor; pero soy la más ingrata e infiel de todas las criaturas, llevando una vida sensual por el amor que me tengo a mí misma.

Me siento continuamente obligada a sufrir con repugnancias horribles en la parte inferior, que hacen mis cruces tan pesadas, que sucumbiría mil veces si el Corazón de mi adorable Jesús no me sostuviese y asistiese en todas mis necesidades. Y mi corazón queda siempre sediento de sufrir en medio de mis continuos padecimientos, experimentando mi alma agonías grandísimas por no poder separarse todavía del cuerpo. No hay para mí más duro sacrificio que el de la vida; sin embargo, lo acepto hasta el día del juicio si mi Dios así lo quiere, bien que el recuerdo de la separación de mi Soberano sea para mí más duro que mil muertes. Todo me aflige y atormenta por no poder amar únicamente a mi divino amor, el cual me favorece siempre con su santa presencia, y Él mismo me enseña a expresároslo así.

Es como si un poderoso monarca, deseoso de ejercitar la caridad, echase una mirada sobre sus súbditos para escoger al más pobre, miserable y destituido de todo bien; y habiéndole encontrado, le enriqueciese con la profusión de sus liberalidades, de las cuales la mayor sería quererse abatir hasta caminar siempre al lado de este pobre miserable, llevando una antorcha resplandeciente con su púrpura real; y después de haberse dejado ver, ocultase esta luz en la oscuridad de la noche para dar más confianza a este pobre miserable de acercarse a Él para oírle y hablarle confiadamente, recibir sus caricias y hacérselas a Él, proveyendo a todas sus necesidades y teniendo cuidado de todo lo suyo.

Y como si después de esto viniese esta criatura a separarse de su bienhechor y a serle infiel, y Él no se sirviese de otro medio para castigarla, que sacar otra vez la luz que había ocultado para hacerle ver quién es Él y quién es ella. Él todo resplandeciente de hermosura y ella cubierta toda de fango, llagas y de toda suerte de inmundicias; y que viese al mismo tiempo la grandeza de su malicia e integridad opuesta a las bondades de este Soberano. No sé si me explico bastante para hacerme comprender lo que os digo.

Así es, poco más o menos, cómo este Soberano Dueño trata con su indigna esclava. Es verdad que esta divina presencia produce en mí diversos efectos, porque algunas veces me elevo al colmo de todo bien, cuyo goce sobrepuja toda ponderación, y entonces no puedo decir otras palabras que éstas: «¡Oh vida mía, mi amor y mi todo! ¡Vos sois todo para mí y yo soy toda para Vos!» Otras veces me abate hasta el fondo de mi nada, en donde sufro muy grande confusión al ver este abismo de toda miseria tan cercano al abismo de toda perfección, y otras se imprime en mí de un modo que me parece que no me queda más ser y vida que Él, lo cual hace de una manera dolorosísima que me obliga a decir incesantemente:

Quiero sufrir sin queja en mi dolor; No me deja tener su puro amor.

Pero sería molestaros el contaros todas estas cosas por menudo, puesto que Dios es un abismo incomprensible de todo bien, y mi gloria debe estar como Él me lo ha enseñado, en no mirarme sino como el juguete del beneplácito de su Corazón adorable, que es todo mi tesoro. Yo os confieso que no tengo otro que a mi Salvador Jesucristo. También me dice Él con frecuencia: ¿Qué harías tú sin mí?

¡Qué pobre serías!

Respecto de las otras gracias y dones que recibo de su bondad, es preciso deciros que son muy grandes, pero el Dador vale más que todos sus dones. Mi corazón no puede amar, ni aficionarse sino a Él todo. Todo lo demás es nada, y no pocas veces no sirve más que para impedir la pureza del amor y para meter la separación entre el alma y su Amado, que quiere ser amado sin mezcla y sin interés. Os ruego que deis gracias al Señor por sus grandes misericordias, etc.

[He aquí una palabrita que os digo para satisfacer el deseo de vuestro corazón maternal que quiere tomar parte en los intereses de vuestra primera hija (había profesado en sus manos). Os ruego que deis gracias por mí a Nuestro Señor por la grandeza de sus misericordias. Réstame deciros que he (cumplido) el (encargo) que me disteis en vuestra última para el R. P. de La Colombière, de lo que ha manifestado mucho contento, sobre todo de saber noticias vuestras, asegurándome que no os olvidaba. Está muy mal8; cuando esté un poco mejor os escribirá. Yo le he visto dos veces; le cuesta mucho trabajo hablar, y puede ser que lo disponga Dios así a fin de tener más gusto y sosiego para hablar a su corazón. El mío es todo vuestro en el del amable Jesús.]

CARTA XIV

A LA M. LUISA ENRIQUETA DE SOUDEILLES, MOULINS9

La inspira confianza en Dios para llevar la cruz de su nuevo cargo.—Qué significa el de Superiora.—Sentimientos de espiritual amistad.

¡Viva Jesús!

De nuestro Monasterio de Paray

1 de julio de 1682

Es verdad, mi muy respetable Madre, que si yo fuera delante de Dios lo que la caridad os hace creer, tendría gusto en probaros, según toda la extensión de mi afecto, la estima que tengo de Vuestra Caridad, a quien quiero muy particularmente. Pero no valgo más que para detener el curso de las misericordias del Señor. No os engañéis más, porque para deciros todo en una palabra de verdad, no soy más que una mezcla de toda miseria, impotente para todo bien e indignísima de las gracias de Dios, aunque espero que su bondad no nos rehusará las que nos son necesarias para cumplir con nuestra obligación.

Cierto es, mi querida Madre, que la vuestra es mayor ahora y que su peso nadie puede aliviarlo, sino Aquél que ha prometido hacernos la carga ligera; pero esto se entiende cuando Él nos la impone por su elección. Él lleva lo más pesado de ella, haciéndose nuestra fuerza y nuestro sostén, y hasta como Padre benignísimo, escucha nuestra fragilidad, de suerte que abandonadas en sus brazos no tenemos nada que temer, con tal de que, desconfiando de nosotras mismas, lo esperemos todo de Él. Todo lo que viene de la criatura es mucho de temer y no debemos fiarnos de ello.

Me alegro de que nuestro buen Salvador os haga ver estas circunstancias que agravan el peso de vuestro cargo, porque quiere que sean para vos ocasión de recurrir con más frecuencia a su bondad. Él convertirá todas estas cosas en gloria suya y bien de vuestra alma si secundáis sus designios, como creo yo que lo hacéis; y tanto más cuanto que este empleo impone, como Vuestra Caridad sabe, una obligación más estrecha, y me parece que esta palabra, Superiora, no significa otra cosa que una imagen viva de Jesucristo, a quien debe representar en todo. Cuando Él levanta a uno a esta dignidad quiere de él un entero desprendimiento de todo interés propio, dejándole a Él el cuidado de nosotros mismos, para no pensar más que en desempeñar bien su obra, no mirar en todo sino a su mayor gloria, no amar más que por el amor del Sagrado Corazón de Jesucristo, y no obrar sino según su espíritu, dejándole vivir, reinar y obrar a Él tanto cuanto nos sea posible. Me parece que no hay cosa que tanto se deba temer, ni nada más difícil que dar cuenta de otro.

Pero, ¡Dios mío!, mi querida Madre, yo no sé por qué pone vuestra humildad a mi orgullo en esta contingencia de manifestarse como es. ¡Ay!, pero ¿en qué voy a poder serviros de provecho ni yo ni mi carta, si no hago más que decir, por ignorancia e inconsideración, todo lo que me viene al pensamiento sin poderlo hacer de otro modo? El Señor sabe cuánto os amo, y el deseo que tengo de que Él llene vuestro corazón con la abundancia de sus gracias y de su puro amor, que seguramente os dará con toda liberalidad, después que, correspondiendo a las luces que os diere, hubiereis dulcificado la amargura que su Corazón adorable ha recibido. Por su cuenta corre dároslo a conocer; haced con toda paz lo que os inspire.

Perdonad, mi amadísima Madre, la mucha libertad que me he tomado, la cual hace que nunca quisiera yo escribir. Asistidme con el auxilio de vuestras santas oraciones, que de mí os aseguro que jamás me olvidaré de vos delante de Aquél a quien suplico quiera unir nuestros corazones para siempre en su amabilísimo Corazón.

Vuestra muy humilde e indignísima Hija y Sierva,

Hermana M. M.

De la Visitación de Santa María.

CARTA XV

A LA M. LUISA ENRIQUETA DE SOUDEILLES, MOULINS

Le promete sus oraciones.—Le aconseja sobre las nuevas vocaciones.—Alegría de ver de paso en Paray a la Madre de Saumaise.

¡Viva Jesús!

De nuestro Monasterio de Paray

7 de julio de 1688

No acierto, respetable Madre mía, a salir de la confusión en que me pone el honor que me hacéis del que soy tan indigna, pues confieso que se necesita tener toda la bondad y humildad que Vuestra Caridad tiene para favorecerme con su amistad, a la cual querría yo corresponder tanto como merecéis.

Pero si es tanto como querría, será tanto como Nuestro Señor Jesucristo me diere el poder de hacerlo, puesto que vuestra amistad no aspira otra cosa que a unirnos a su Corazón adorable, al cual os presento con frecuencia, para que cumpla en vos todos sus designios y sea Él mismo vuestra fortaleza y sostén, para ayudaros a llevar animosamente el peso de vuestro cargo. Para esto haré por vos, con permiso de la obediencia, una novena de letanías al Santísimo Sacramento; pero tenéis que unir vuestras oraciones, porque las mías pueden muy poco por mi poco amor a Dios. Pedidle para mí, mi querida Madre, que me enseñe a amarle olvidándome de mí misma, siguiendo el ardiente deseo que de eso me da; aunque por desgracia no correspondo a él.

Tenéis mucha razón en temer la elección de las jóvenes llamadas a la vida religiosa, porque en verdad es una cosa tan difícil, que si Nuestro Señor mismo no lo hace, es peligrosísimo engañarse en esto. Pero hay que dejar que Él obre en los espíritus que se presenten, y no contribuir nosotros más que en donde nos haga ver ser necesario a su gloria, y entonces no deben asustarnos las dificultades, porque cuando es verdadero llamamiento de Dios, Él hace que podamos vencer los obstáculos, aunque es menester pedírselo encarecidamente. A mí me parece que cuando no miramos más que a Dios, ni buscamos otra cosa que su divina gloria, no hay nada que temer, puesto que Él sólo mira a la buena voluntad del corazón que le ama. Deseo que el vuestro, al cual quiero infinitamente en su Corazón adorable, mil y mil veces se consuma en los ardores de este puro amor que con suma consideración me hace, mi muy venerada Madre, vuestra muy humilde y obediente hija y sierva en Nuestro Señor,

Hermana Margarita María

De la Visitación de Santa María

He tenido el gusto de hablar a vuestra querida Hermana, que me ha dado mil pruebas de amistad de vuestra parte, y no sé, mi amadísima Madre, cómo manifestaros mi gratitud por eso y también por la parte que Vuestra Caridad toma en mi alegría de volver a ver a nuestra respetable Hermana depuesta. Pero

¡ay!, ¿qué son los goces de esta vida si en ella no hay nada sólido? Todo pasa como un sueño; y no puedo comprender que un corazón que quiere amar a su Dios y que le busca, pueda encontrar algún contento fuera de Él. Es también necesario que este ‘nosotros mismos’ desaparezca del todo; yo por mi parte no veo otra felicidad en la vida que permanecer siempre oculta en su nada, sufriendo y amando en silencio, abrazar nuestras cruces y alabar y bendecir a Aquél que nos las da.

CARTA XVI

A LA M. DE SAUMAISE, DIJON

Afectuosos sentimientos de caridad.—Cuál es el verdadero amigo de nuestros corazones.—«La Cruz es el trono de los verdaderos amantes de Jesucristo».

¡Viva Jesús!

[25 de agosto] de 1682

Con verdadero gusto, mi querida Madre, aprovecho esta ocasión para manifestaros de nuevo el sincero y respetuoso afecto de mi corazón, que más que nunca es ahora vuestro en el Corazón de Jesucristo, cuya voluntad es que Vuestra Caridad continúe conmigo en su afecto y bondades maternales. Puedo aseguraros que jamás me olvido de vos en su santa presencia, donde formo para vos mil votos de bendiciones en el dulce reposo que me figuro poseéis al presente, en el cuál gozaréis tranquilamente de la conversación y caricias de nuestro divino Esposo. ¡Ah!, ¡qué bueno es amarle por amor de Él solamente! Yo os confieso, mi querida Madre, que mi ruin corazón arde sin cesar en este deseo, sin que haya llegado aún a las obras; esto es lo que me hace la vida tan amarga, porque sin este amor, la vida no es sino una dura muerte.

Jesucristo es el verdadero amigo de nuestros corazones, que no están hechos más que para Él solo; y así no pueden encontrar descanso, alegría ni satisfacción sino en Él. Amémosle, pues, con todas nuestras fuerzas, sufriendo todo en silencio por su amor, el cual endulza todas las amarguras de la vida, es nuestra fortaleza en los combates que necesitamos sostener continuamente contra nuestros enemigos, el mayor de los cuales somos nosotros mismos.

¡Ah!, ¡qué dichosas son las almas que se han olvidado perfectamente de sí mismas, que no tienen más amor, mira, ni pensamiento que agradar a este único Amigo de nuestros corazones! Pedid a Jesucristo esta gracia para mí; tengo mucha confianza en vuestras santas oraciones y grandísima necesidad de ellas en el estado de sufrimiento en que su bondad me tiene continuamente. No deseo verme libre de éste, puesto que la Cruz es el trono de los verdaderos amantes de Jesucristo. Es verdad que yo no soy de este número, pues es cruz debida a mis pecados, pero no importa; con tal de que suframos con Jesucristo, por su amor y según sus designios, esto basta.

Tenéis pleno derecho sobre mi pobre persona, por lo que os diré sencillamente lo que Dios quiere de esta alma de quien me escribís. Quiere de ella una perfección más elevada que la ordinaria y los que la dirigen no deben temer poner obstáculos en esto a los designios de Dios, sino dirigirse a Él para darle conveniente consejo. Después, con toda sencillez debe someterse al dictamen de los que la dirigen, dando de mano a sus particulares luces que ella confunde muchas veces con las de la gracia. Pero el discernirlas debe dejarlo a los que la guían; porque estas falsas luces traen mucho perjuicio y retraso en la perfección y ponen obstáculos a los designios de Dios, que pide entera sumisión y rendimiento en esta alma. Con toda la mía soy vuestra.

[Creo que os habrán dicho que Él nos ha visitado con la enfermedad de nuestra muy respetable Madre, que no está restablecida todavía, aunque se encuentra un poco mejor, a Dios gracias. Rogad a Nuestro Señor por el completo restablecimiento de su salud y que nos la conserve, porque sabéis cuánto la queremos todas y yo en particular. No puedo expresaros cuán tiernamente os amo en el amable Corazón de Jesús, en cuyo amor soy toda vuestra con el más sincero afecto de mi corazón.]

 

CARTA XVII

A LA M. DE SAUMAISE, DIJON

Una partecita de la corona de espinas.—Elogio de su actual Superiora.

¡Viva Jesús!

1682

Tengo que quejarme de que por amarme demasiado no me amáis bien. Me decís que estáis apenada por uno de los más preciosos dones que he recibido de la mano liberal de nuestro buen Dios. Él se ha dignado darme una partecita de su corona de espinas, que es para mí tanto más estimable cuanto es continua y me impide no pocas veces apoyarme en la almohada, y así me hace pasar noches muy deliciosas en compañía de mi Jesús, atormentado por amor10.

Os digo esto a fin de que, tomando Vuestra Caridad parte en mi lucha, me ayudéis a dar gracias por ella a Nuestro Señor, que continúa favoreciéndome siempre con sus misericordias y liberalidades.

[Creo que sería inútil querer expresaros los pensamientos de mi Corazón para con Vuestra Caridad y me parece que no dudáis de ellos como tampoco yo de los vuestros; pero todo en Dios y para Dios, que me ha dado una Madre tan buena (la M. Greyfié), que no podría encontrarla mejor y como yo la necesitaba, ni que tuviese más caridad y tolerancia con mis defectos; en fin, tal como me convenía para dulcificar la pérdida que tuve de mi buena Madre de Dijon.]

 

 

CARTA XVIII

A LA M. LUISA ENRIQUETA DE SOUDEILLES, MOULINS

Le pide oraciones para sus Ejercicios.—Cuidad vos de cumplir la voluntad del adorable Corazón, y Él tendrá particular cuidado de vos.

¡Viva Jesús!

[Fecha probable, octubre de 1682]

No he querido entrar en retiro sin responder a vuestra atenta carta y al mismo tiempo, mi respetable Madre, pediros el auxilio de vuestras oraciones. Os aseguro que tengo suma necesidad de ellas, y desearía que Nuestro Señor os lo hiciese conocer, o que, al menos, Él me hiciera tal como la caridad os hace creer que soy, que no es nada de lo que pensáis. Quisiera yo, sin embargo, poderos expresar cuán verdaderamente os quiero y honro en el Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, al cual suplico derrame más y más sus bendiciones sobre vuestro gobierno, a fin de que sea según su espíritu y sus designios.

Yo sé que Él no os rehúsa sus luces, porque quiere que caminéis sin desviaros de ellas; y si queréis obligar a su bondad a que tenga particular cuidado de vos, entregaos enteramente a su Corazón adorable, dejando a un lado vuestros propios intereses para emplearos toda con el corazón y afecto en la obra que Él os ha cometido. Ojalá podáis decir que habéis cumplido su santísima voluntad en ella, por lo menos en todo aquello en que os la ha dado a conocer. Esto es lo que yo le pido con todo mi corazón, mi amadísima Madre, y que nos dé la pureza de su santo amor, el cual nos una en el tiempo y en la eternidad.

Mi única amada Madre, no dudéis jamás de la sinceridad de mi afecto, ni de la parte que tenéis en mis indignas oraciones.

Hermana M. M.

De la V. de Santa M.

 

 

CARTA XIX

A LA M. LUISA ENRIQUETA DE SOUDEILLES, MOULINS

La tranquiliza en sus temores.—Sentimientos del más sincere afecto.

¡Viva Jesús!

[Noviembre de 1682]

La paz del adorable Corazón de Jesucristo llene para siempre los nuestros, mi muy respetable Madre, a fin de que nada pueda turbar su tranquilidad. Contesto a aquello con que Vuestra Caridad nos ha honrado, donde he visto la pena en que os ha puesto la que tuvo la honra de escribiros. ¡Oh!, os ruego en nombre de Nuestro Señor Jesucristo que quedéis en paz por todo esto y que no deis importancia a lo que yo os escribo; pues pongo, sin prudencia ni consideración, todo lo que me viene a la cabeza. No os turbéis, pues, más, mi querida Madre, ni deseéis de mi parte otra explicación; baste que os diga que el Señor se contenta con la buena voluntad de nuestro corazón. Yo espero que el suyo nunca os rehusará las gracias necesarias para cumplir perfectamente todo lo que os ha impuesto.

Esto es lo que yo le pido para Vuestra Caridad, mi amada Madre, para quien formulo mil votos de bendición en su divina presencia. En ella me sois queridísima, y vuestros intereses están en lo más íntimo de mi pobre corazón, que conservará siempre para Vuestra Caridad toda la estimación y respeto de que puede ser capaz el más sincero afecto. Quedad persuadida de esta verdad, y no olvidéis mis miserias en la presencia de Nuestro Señor, en cuyo Corazón deseo que los nuestros queden unidos en el tiempo y en la eternidad por su divino amor que me hace toda vuestra con respeto.

Vuestra muy humilde, obediente e indigna hija en Nuestro Señor,

Hermana Margarita María

De la Visitación de Santa María.

 

CARTA XX

A LA M. LUISA ENRIQUETA DE SOUDEILLES, MOULINS

Felicitaciones de año nuevo.—¿Cuál es la felicidad del alma?—Por qué escribe cartas.

¡Viva Jesús!

Mi queridísima y respetable Madre:

De nuestro Monasterio de Paray

6 de enero de 1683

El deber y juntamente la amistad, llena de estima y respeto, que Nuestro Señor me da para con Vuestra Caridad, me obliga a no pasar más adelante en este nuevo año, sin deciros que os lo deseo lleno de las gracias y bendiciones que necesitáis para cumplir perfectamente la santísima voluntad de Dios en todo lo que Él quiere de Vuestra Caridad; pues en verdad me parece que toda la felicidad de un alma consiste en conformarse con esta adorabilísima voluntad, porque en ella encuentra su paz nuestro corazón y el alma su alegría y descanso, puesto que aquel que se une a Dios se hace un mismo espíritu con Él.

Yo creo que éste es el verdadero medio de hacer nuestra voluntad; porque su amorosa bondad se complace en contentar a aquellos que no le oponen ninguna resistencia. Y, por el contrario, a los que le resisten, todas las cosas se las torna adversas; cierra los oídos a sus peticiones, los mira sin compasión, y su Sagrado Corazón se hace insensible a sus necesidades. Pero no sé por qué os digo todo esto, sino porque el Señor quiere que tengamos todo nuestro contento en Él solo, a fin de darnos todo lo que nuestro corazón desea.

¡Dios mío, mi querida Madre, qué confusión me produce el hablar así a Vuestra Caridad! Mas lo hace un corazón que os estima y que quisiera podéroslo demostrar y corresponder a tantas delicadas bondades que me dejan sumamente confundida; sobre todo lo que Vuestra Caridad me dice, de que encuentra consuelo en mis cartas. ¡El Señor es quien os lo da, porque puedo asegurar a Vuestra Caridad, que con frecuencia no me atrevería a escribir si no tuviera segura esperanza de que, con mis cartas, llegarán a conocerme y a hastiarse de una pecadora ruin y mala como yo; pero el Señor haga su voluntad y no la mía! En su santo amor, y con suma veneración, soy, mi muy respetable Madre, vuestra humildísima y obediente hija en Nuestro Señor,

Hermana Margarita María

De la Visitación de Santa María.