Vida y obras de Santa Margarita Mª de Alacoque(XXI)

CARTAS (III)

CARTA XXI

A LA M. LUISA ENRIQUETA DE SOUDEILLES, MOULINS

Estupenda humildad de la Santa.—«Ayudadme a convertirme de veras».

¡Viva Jesús!

 

De Paray [28 de marzo de 1683]

En verdad, mi muy respetable Madre, que me dejáis sumamente confundida honrando tanto a una pecadora tan ruin y miserable como yo, que no he salido del mundo sino para sepultarme en un eterno olvido, a fin de hacer penitencia de tantos pecados como he cometido. Porque he llevado una vida tan criminal, que no por seros desconocida me justifica a mí ni careceré de castigo; y el más riguroso que la justicia divina me hace experimentar ahora, es el ver que tantas almas santas, animadas de santa caridad, se imaginan que soy lo que en efecto

debería ser; pero nada menos que eso, porque no soy más que un compuesto de todas las miserias, defectos e imperfecciones, digna de mayor desprecio.

Y como os honro y estimo infinitamente, me disgusta que una persona de vuestro valer se engañe de esa manera y sea del número de aquellas que tan mal me conocen. Ayudadme, mi querida Madre, con vuestras santas oraciones a convertirme de veras. Vuestra Caridad no será la última ni en mi memoria ni en mis oraciones; os lo aseguro, porque sois para mí queridísima en el sagrado Corazón de Jesucristo.

Vuestra, etc.,

 

Hermana Margarita María Alacoque

 

 

CARTA XXII

A LA M. DE SAUMAISE, DIJON

Felicitaciones de Pascuas.—El Señor la cura milagrosamente, en prueba de su buen espíritu.—Sus «amigas pacientes», las almas del Purgatorio.

¡Viva Jesús!

 

[Abril] 1683

Mi queridísima Madre:

¡Jesucristo resucitado triunfe siempre en nuestros corazones!

 

El mío se consuela mucho considerándose obligado a rendir este justo homenaje al vuestro. Por obediencia os diré que el Señor continúa conmigo sus misericordias, con más abundancia que nunca. No se venga de mis perfidias más que con excesos de amor; pero sea todo para su mayor gloria.

El día de Santo Tomás (21 de diciembre de 1682) nuestra respetable Madre me ordenó en virtud de santa, obediencia que pidiese a Nuestro Señor la salud, pues se habían aumentado tanto mis enfermedades, que mucho me hubiera costado vivir largo tiempo como estaba.

[Puesto que el verdadero afecto de mi corazón por mi buena Madre me obliga a hablarle con toda confianza, a pesar de la extrema repugnancia que sabéis tendría en hacerlo a otra persona a quien Nuestro Señor me hubiese dado estimar menos, he aquí el modo cómo me dio este mandato:

Que era preciso pedir a Nuestro Señor que si todo lo que pasaba en mí venía de Él, diese como señal el que todos mi males corporales se suspendiesen durante cinco meses, de suerte que no tuviese necesidad durante este tiempo de ningún remedio ni alivio que me impidiera seguir, por poco que fuese, a la Comunidad; pero al contrario, que si todo esto venía de otro espíritu que no fuese suyo, que me dejara en mis miserias ordinarias que me habían reducido a tal extremo, que yo no sabía ya qué hacer de mí.]

Pero Aquél que quiso morir por obediencia me dio claramente a conocer cuánto le agrada esta virtud; porque estando entonces en la enfermería y habiéndome levantado a fin de ir al coro para hacer mi petición, que mis pecados me hacían indigna de obtener, me hizo ver que el mérito de la obediencia lo puede todo. Desde esta época he tenido siempre tan perfecta salud, que me parece que no hay cosa capaz de alterarla y la cruz de la enfermedad se trocó en otra interior, cuyo peso no hubiera podido soportar largo tiempo, si la misma mano que me aflige no fuese también mi fortaleza. Porque me parece que su santidad de justicia me ha hecho sentir un reflejo del infierno, o más bien del Purgatorio, pues no perdí el deseo de amar a Dios. Estaba como una persona en agonía, a quien fuera menester arrastrar con cuerdas para llevarla al lugar de su empleo, que son nuestros ejercicios. Yo no sentía; ni entendimiento, ni voluntad, ni imaginación, ni memoria: todo se había alejado de mí, dejándome sin fuerzas. Pero las penas se me imprimían tan vivamente en mi alma, que pendraban hasta la, médula de los huesos. Todo mi ser sufría, aunque con sumisión completa a la santísima voluntad de mi Dios, cuyos eternos designios adoraba.

Os diré que se me representó esta disposición como una reverberación y participación de lo que Nuestro Señor sufrió en el Huerto de los Olivos, [donde dije con mi Divino Salvador: no se cumpla, Dios mío, mi voluntad, sino la vuestra, por mucho que me cueste, estando resuelta a sufrir hasta el fin, con el auxilio de su gracia. Pero si supierais cuán grande es mi malicia y cuántas injurias hace mi vida a su bondad, le pediríais perdón por ello; hacedlo, os lo ruego, y dadle gracias por haberme dado una Madre tan buena que no se cansa de ejercitar la caridad conmigo; es una verdadera Madre, y es decirlo todo]. ¡Oh mi querida Madre, qué grandes son las misericordias del Señor con una pecadora tan miserable! Alabad al Señor, porque no estoy ya sumergida en el fondo del infierno por la multitud de mis pecados.

Cuando hacía la oración que sabéis, en la noche del jueves al viernes, se me representó un alma santa del Purgatorio por quien había sido yo favorecida con estos sufrimientos.

Nuestra Madre me permitió, en favor de las almas del Purgatorio, pasar la noche del Jueves Santo (15 de abril) delante del Santísimo Sacramento, y allí estuve una parte del tiempo toda como rodeada de estas pobres almas con las que he contraído una estrecha amistad. Me dijo Nuestro Señor que Él me ponía a disposición de ellas durante este año, para que les hiciere todo el bien que pudiese. Están frecuentemente conmigo y las llamo mis amigas pacientes. Hay una que me hace sufrir mucho y no la puedo aliviar todo lo que desearía; no puedo deciros su nombre, mas sí pediros socorro para ella, que no será desagradecida. La habéis conocido, al menos de nombre. El socorro que os pido es nueve actos todos los días hasta la Ascensión: cuatro de caridad y cinco de humildad; los cuatro de caridad para honrar la ardiente caridad del Sagrado Corazón de Jesucristo, y los cinco de humildad para reparar las humillaciones que ha sufrido en su Pasión. Os agradeceré que me proporcionéis igual socorro de algunas de vuestra Comunidad.

[Mirad, mi buena Madre, cómo mi corazón no quiere ocultar nada al vuestro, puesto que nuestra respetable Madre no solamente lo permite, sino que me invita a ello, pues tiene en mucha estima a Vuestra Caridad, a quien yo quisiera expresar cuán ardientemente deseo que seáis consumida por el puro amor.

Mirad cómo os hablo sin ceremonias y con toda confianza, por lo que os ruego queméis esta carta, pues sé que me favorecéis con vuestro afecto. Respondedme, si gustáis, una palabrita según lo que Nuestro Señor inspire a vuestro caritativo corazón.]

 

 

CARTA XXIII

A LA M. DE SAUMAISE, DIJON

Acerca de las Santas almas que salieron del Purgatorio el Domingo del Buen Pastor.

¡Viva Jesús!

 

[2 de mayo de 1683]

Mi alma se siente penetrada de un consuelo tan grande, que me cuesta trabajo guardarlo dentro de mí. Permitidme que lo comunique a vuestro corazón para aliviar el mío, que no sale casi de Nuestro Señor Jesucristo. Esta mañana, domingo del Buen Pastor (cayó el 2 de mayo), dos de mis buenas amigas pacientes han venido a decirme adiós en el momento de despertarme, y que éste era el día en que el soberano Pastor las recibía en su redil eterno, con más de un millón de otras almas, en cuya compañía marchaban con cánticos de alegría inexplicables. Una es la buena M. de Monthoux; la otra mi H. Juana Catalina Gacon, que me repetía sin cesar estas palabras:

El amor triunfa, el amor goza, El amor en Dios se regocija.

La otra decía: «¡Qué bienaventurados son los muertos que mueren en el Señor, y las Religiosas que viven y mueren en la exacta observancia de su Regla!» Quieren que yo os diga de su parte que la muerte puede separar a los amigos, pero no desunirlos. Esto es de esta buena Madre; y la otra que será para vos tan buena bija en el cielo, como habéis sido vos buena Madre para ella en la tierra.

Si supierais cuán transportada está mi alma de alegría, porque cuando les hablaba me parecía que las veía poco a poco abismadas y como sumergirse en la Gloria. Os piden que recéis en acción de gracias a la Santísima Trinidad, un Te Deum, un Laudate, y cinco Gloria Patri. Y como yo les rogara que se acordasen de nosotras, me han dicho al despedirse que la ingratitud jamás ha entrado en el cielo.

¡Si supierais el dolor que esta obra me ha causado!; esto no se puede expresar. Dadme algunas gotas de agua para refrigerarla, porque yo me abraso con ella, etc.

 

 

 

CARTA XXIV

A LA M. DE SAUMAISE, DIJON

Acerca de la muerte de la M. Boulier.—«El don del puro amor sobrepuja a todos los demás».—Efusiones de su caridad para con la misma M. de Saumaise.

¡Viva Jesús!

 

[Octubre o noviembre de 1683]

Mi queridísima Madre:

Creo que más bien tengo que regocijarme con vos por la felicidad que os cabe de tener una abogada tan poderosa en el Cielo en la persona de la respetable M. Boulier (Superiora de Dijon, donde murió en olor de santidad el 7 de septiembre de este año 1683), que tomar parte en el dolor que sentís por la separación de tan santa amiga. Yo os confieso que sin haber tenido la dicha de verla, la estimaba y amaba más de lo que puedo decir; no obstante lo cual, no puedo entristecerme, pues la creo gozando de su soberano Bien, que la hace muy poderosa para que nos dé señales de una verdadera amistad.

La que el Señor me da para con Vuestra Caridad me hace encontrar consuelo en derramar mi corazón en el vuestro, a pesar de la repugnancia que no ignoráis tengo en hablar de mí. Os confieso sinceramente que mi vida y mis acciones son tan poco conformes con las gracias que recibo de Dios, que me estremezco de horror cuando pienso en ello, y más aún cuando lo escribo; por tanto no puedo resolverme a hacerlo.

Me parece que lo que digo no es más que una ilusión y que debo sepultarlo todo en el olvido, tanto cuanto pudiera, sin faltar a la santa sencillez y sinceridad de un alma que quiere ser toda de Dios y no aficionarse ni hacer aprecio sino únicamente de Él, que vale más que todos sus dones. El de su puro amor sobrepuja a todos los demás; sólo él debe dominarnos, y hacernos obrar y sufrir, porque nunca está ocioso en un corazón. Entreguémonos, pues, sin reserva a sus ardores, a fin de que le amemos con todo el ser que Él nos ha dado; para esto es menester que todo esté sometido, se doblegue y obedezca a este divino amor.

Este es el mayor deseo que me ha dado en los Ejercicios, en los cuales su bondad me ha obligado con frecuencia decirle que si sus dulzuras y liberalidades son tan grandes con los pobres miserables que no tienen más que un deseo ineficaz de amarle, ¿qué hará con aquellos que con un corazón vacío y desprendido de todo, le aman puramente por amor de Él mismo? ¡Así es como creo yo que vos lo hacéis, y como deseo hacerlo yo misma! Pero por este amor que nos une en su Corazón adorable, pedidle esta gracia para mí y para todos los corazones capaces de amarle.

Yo no os olvido en su santa presencia, en donde hago míos vuestros intereses, por lo que me alegro de que el Señor os haya dejado descansar (sin ser reelegida Superiora) a fin de que tengáis más tiempo para conversar con este Amado de nuestras almas y reposar dulcemente sobre su pecho amoroso. El cual deseo yo que os consuma con sus puras llamas, por las cuales quedemos tan estrechamente juntas y unidas a Él, que jamás nos separemos de su divino amor. Amén.

 

CARTA XXV

A LA SEÑORITA DE CHAMBERLAND, MOULINS

Enérgicos consejos de vida espiritual.—«Debe bastarnos que Él esté contento».—Los votos religiosos son cosa seria.—Claridad de conciencia

¡Viva Jesús!

 

[4 de febrero de 1684]

Ruego a Nuestro Señor que sea vuestra fortaleza para que lleguéis a la perfección de sus verdaderas esposas crucificadas, que para esto se le deben ofrecer sin reserva de corazón y de afecto, a fin de ser siervas enteramente crucificadas. Pero ¡oh mi Dios!, Hermana mía, ¿qué quiero deciros con estas palabras? ¿Tendréis bastante valor para ponerlas en práctica, es decir, para morir continuamente a vuestras inclinaciones, pasiones y satisfacciones; en una palabra, a todo lo que es de la naturaleza inmortificada, para hacer vivir en vos a Jesucristo por su gracia y su amor? Porque, no contento con esta crucifixión que le hagáis de vos misma, se complacerá mucho más en que otros os crucifiquen, reprendiéndoos, mortificándoos y humillándoos, y a menudo tiene gusto en hacerlo por sí mismo, afligiéndonos interior y exteriormente.

Pero ¿qué importa esto a un alma que tiene buenos deseos, como vos manifestáis, de ser de Dios de cualquiera manera y por cualquier camino que a Él le plazca conduciros? A nosotros debe bastarnos que Él esté contento; no deberíamos afligirnos por nuestros disgustillos. Éstos no proceden ordinariamente sino de que trabajamos bastante en mortificarnos y simplificarnos, cortando todos los rodeos y reflexiones del amor propio, que hace que no queramos sufrir sino lo que nos place, y que usemos mal de las ocasiones que la divina Providencia nos presenta sin que nosotros las hayamos buscado ni previsto.

Deseáis, mi querida Hermana, que os diga yo lo que opino sobre la elección de vuestra vocación. No os puedo decir otra cosa sino que sigáis el consejo del que dirige vuestras almas. Me decís que no os conoce, lo cual me sorprende no poco, porque debemos manifestarle la verdad de nuestros buenos deseos más por las obras que por las palabras, que son siempre sospechosas, si no las hace verdaderas nuestra conducta.

Pensadlo bien. Cuando se trata de hacer votos va en ello la salvación; porque bien sabéis que los votos dan un nuevo mérito o demérito a nuestras acciones. Pero si he de hablaros con franqueza, no puedo concordar estas dos cosas en un alma que quiere ser toda de Dios: que puede cometer con frecuencia y voluntariamente faltas de sinceridad y verdadera sencillez, y que no caiga en la cuenta, buscando ciertos rodeos y disimulos en sus palabras y acciones, no yendo por el camino derecho de los que no miran más que a Dios en todo lo que hacen y sin otro artificio toman por divisa: «Jamás haré, estando solo, ni más ni menos de lo que haría delante de las criaturas, puesto que Dios me ve en todas partes y conoce los repliegues de mi corazón».

No quiero, sin embargo, creer, mi querida Hermana, que caigáis vos en estas faltas de que acabo de hablaros; porque me parecen tan horribles e incompatibles con el espíritu de Dios y su amor, que no solamente no podrá un alma progresar en la perfección ni adquirir ninguna virtud verdadera, sino que también por esta falta de sencillez dará entero poder al enemigo para hacer de ella un juguete suyo y engañarla como quisiere. Él es muy fuerte cuando le guardamos secreto, pues que nada le confunde tanto ni le hace más impotente respecto de nosotras, como la sincera acusación de nuestras faltas, manifestando ingenuamente lo bueno y lo malo que tenemos a aquellos que nos dirigen, sin exagerar ni disimular, a fin de que nos conozcan y nos hagan llegar a la perfección que Dios pide de nosotros, escuchando con humildad y sumisión sea lo que fuere lo que nos dicen, para cumplirlo con sencillez, si no es clara ofensa de Dios.

He aquí, mi querida amiga, lo que me ocurre deciros al presente. No sé yo por qué Dios ha permitido que casi no os haya hablado más que de esta sencillez, sino porque me parece tengo tanto horror a lo contrario, que aun cuando viera en un alma todas las otras virtudes sin la de la sinceridad, y aunque fuera favorecida de todas las gracias con que Nuestro Señor favorece a sus amigos más queridos, todo esto, digo, no me parecería otra cosa que ilusión y engaño. Pero basta lo dicho sobre esto. Seguid en todo lo que este buen Padre os ordene, pues él desea vuestro verdadero bien para la gloria de Dios.

Toda vuestra en el Sagrado Corazón de Jesús.

Hermana Margarita María de Alacoque

 

 

CARTA XXVI

A LA M. PETRA ROSALÍA GREYFIÉ

Se lamenta ahora de no tener ocasión de sufrir las humillaciones y mortificaciones de antes.—«Qué duro es vivir sin amar al Soberano Bien y sin sufrir por este amor».—«El deseo de morir me apremia más que nunca».

¡Viva Jesús!

 

[Julio 1684]

¿Cómo es posible que con tantos defectos y miserias se sienta mi alma tan hambrienta, mi respetable Madre, de sufrimientos y mortificaciones? Y cuando pienso que le hacíais la caridad de mantenerla con este pan delicioso, aunque amargo a la naturaleza, y que ahora me veo privada de él a causa sin duda del mal uso que he hecho, esto me colma de dolor. Nada me ha unido tanto a Vuestra Caridad como esa dirección en la que no puedo pensar sin sentir un tierno reconocimiento hacia vos, que no podíais darme pruebas más efectivas de una perfecta amistad que humillándome y mortificándome. Aun cuando fue muy poco lo que me mortificasteis en comparación de los muchos motivos que yo os daba, sin embargo, eso poco me consolaba y me endulzaba las amarguras de la vida y esta privación me la hace insoportable.

Yo no sabría vivir sin sufrir; y después del tiempo que llevo sufriendo y que el Señor me regala con tan grande bien, aun no sé hacer buen uso de él. No hay nada que más desee hacer bien y que haga peor, porque carezco de amor hacia Dios, por el demasiado amor que me tengo a mí misma. Ah, mi querida Madre,

¡qué duro es vivir sin amar al Soberano Bien y sin sufrir por este amor! El amor quiere obras y yo sólo tengo palabras para el bien y obras para el mal. Me parecía que vivía segura bajo vuestra dirección, porque me hacía caminar siempre contra mis inclinaciones naturales, y esto es lo que agradaba a ese Espíritu, por el que creo ser guiada, el cual me quisiera ver siempre abismada en todo género de humillaciones, sufrimientos y contradicciones; de otro modo no me deja descanso alguno. A la naturaleza no contenta nada de esto; pero este Espíritu que me gobierna, no puede sufrir que yo tenga otro placer que el de no tener ninguno.

Algunas veces todo sirve de motivo para afligirme, sin turbarme, sin embargo. El deseo de morir me apremia más que nunca; no podría resolverme a pedir a Dios los años de vida que me habíais dicho, a menos que no fuera con esta condición: que todos se emplearan en amar al Sagrado Corazón de mi Jesús en el silencio y en la penitencia, sin ofenderle más, permaneciendo día y noche delante del Santísimo Sacramento, en donde ese divino Corazón constituye todo mi consuelo aquí abajo…

 

 

CARTA XXVII

A LA M. DE SAUMAISE, DIJON

«Que el puro amor sea el santificador y consumador de nuestros corazones».— Consagraos plenamente al Divino Corazón.—Ardiente celo por su gloria.—Pésame por una defunción.

  10 de agosto 1684

¡Viva Jesús!

Mi querida Madre:

Dios me insta más que nunca a que le ame y sufra, entregándome enteramente a Él; pero, ¡ay!, mi corazón parece insensible a todos los movimientos de su gracia. La que yo más estimo después de Él mismo, es el don de su preciosa Cruz.

¡Ah!, mi querida Madre, si se conociera su valor no se huiría de ella ni se la rechazaría; antes al contrario, se la querría y amaría de tal modo, que no sería posible hallar contento sino en la Cruz, ni descanso sino sobre la Cruz, ni se tendría otro deseo que el de morir en sus brazos, despreciada y abandonada de todo el mundo. Mas para esto es necesario que el puro amor sea el sacrificador y consumador de nuestros corazones, como lo ha sido del de nuestro buen Maestro.

[Pidamos esta gracia la una para la otra, mi querida Madre, pues tengo siempre mucho interés por todo lo que a vos se refiere, y me parece que no hay nada que yo no quiera hacer y sufrir para daros pruebas de mi afecto, de que os amo de lo íntimo de mi corazón, y de que soy toda vuestra, en el de nuestro adorable Maestro. Os pido un recuerdo ante Él por un asunto que, según todo lo que se puede entender, es para su gloria.

Pero para consolarme un poco con mi buena Madre de la prolongación de este destierro, le diré] que la vida para mí es un continuo martirio; deseo morir y no he vivido aún un solo momento para Dios; pero es preciso comenzar de veras a no vivir sino para Él y en Él.

[Por esto me parece, mi amadísima Madre, que haríais una cosa muy agradable al Sagrado Corazón de Nuestro Señor en hacerle entero sacrificio del vuestro un Primer Viernes, después de la Sagrada Comunión, para no emplearlo en otra cosa que en su puro amor, procurándole todo el honor y la gloria que esté a vuestro alcance. No os digo ya más, porque me parece que habéis hecho todo esto; pero me parece que encontrará singular placer en que lo renovéis a menudo y lo practiquéis con fidelidad para labrar vuestra corona.]

¡Si pudierais comprender cuánto mérito y gloria hay en honrar a este amable Corazón del adorable Jesús, y cuál sería la recompensa de aquellos que después de habérsele consagrado no pretenden sino honrarle! Sí; me parece que esta sola intención dará más méritos a sus oraciones y las hará más agradables delante de Dios que todo lo que pudieran hacer por otra parte, sin esta aplicación.

[Tendría verdadero placer en deciros lo que pienso sobre esto, pero el papel no me es fiel y ya me ha engañado varias veces. Sería necesario hablar de corazón a corazón y veríais que el mío se encuentra siempre en las mismas disposiciones de amistad, estima y agradecimiento que cuando tenía la dicha de estar bajo vuestra dirección, de la que siempre lamentaré haberme aprovechado tan mal; pero me atrevo a esperar que en concepto de vuestra hija primogénita, me amaréis siempre y os acordaréis de mí en el Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, al cual yo quisiera que todos los otros estuviesen consagrados.

Procuremos atraer a todos cuantos podamos a nuestra pequeña Asociación; pidámosle esta gracia. De nadie depende, sino de mí misma, el trabajar en ello, puesto que tengo la dicha de gozar ahora de la quietud de nuestra celda, que me parece un paraíso anticipado del alma religiosa. ¡Cuánto motivo tengo yo de temer que la mía no tenga otro, pues nada he hecho para adquirirlo! Pero toda mi esperanza y apoyo estriba en los méritos del Corazón de mi Señor Jesucristo, que ha querido hacerse mi fiador, haciéndome esperar que Él pagará y responderá por mí.

Después de escrita esta carta he sabido la muerte del buen Señor Chaudot (Capellán de la Comunidad de Dijon). Verdad es, mi amada Madre, que Dios no os despoja de todos esos consuelos y apoyos humanos sino porque quiere ser Él el único y verdadero amigo de vuestro corazón; desea Él ser solo en poseerlo, sin compartirlo con nadie y sin obstáculo alguno. Para ser Él todo para vos en todas las cosas, no quiere que tengáis más apoyo que Él. ¡Que sea bendito su santo Nombre y se haga su santa voluntad! Os confieso que me interesa siempre todo lo que a vos se refiere; pero esas almas santas serán poderosas abogadas en Dios. Esto es lo que me consuela y debe regocijaros.]