Vida y obras de Santa Margarita Mª de Alacoque(XXIX)

Sagrado Corazón de Jesús

CARTA LXXX

A LA M. DE SAUMAISE, DIJON

Gozos y felicitaciones por unas estampas del amante Corazón.—-«¡Cuán bueno es agradar a este Divino Corazón!»—Le habla de algunas personas particulares.

¡Viva Jesús!

 

[17 de enero de 1688]

No habría, mi querida Madre, excusa alguna que pudiera justificar mi silencio con vos, si nuestro soberano Maestro no lo excusara; y como trato sin cumplidos a Vuestra Caridad, voy a exponeros con sencillez mis pensamientos, asegurándoos que no les doy ninguna importancia, y así os pido que tampoco se la deis, sino que me guardéis secreto, a fin de que una tan miserable pecadora no engañe a nadie. Y como espero me concederéis este favor, voy a hablaros con el corazón en la mano de lo que se refiere al Sagrado Corazón, el cual continúa siempre dispensándome sus misericordias, a pesar de mis infidelidades. No puedo explicaros el dulce transporte de alegría que he sentido a la vista de esas estampas, que me impulsan a desearos mil bendiciones en mi alma, que tiene por muy dichosa a la vuestra por haber conseguido éxito tan feliz, cosa que Dios reservaba para vos, y juntamente las muchas gracias que atraerá sobre vuestra querida alma.

Y en cuanto a esa querida Hermana (Juana Magdalena Joly), me parece, si no me engaño, que le ha contentado más con lo que ha hecho en su honor, que con todas las demás acciones de su vida; y espero que no caerá jamás en la desgracia

 

del Sagrado Corazón, sino que, a mi parecer, éste hará de ella un eterno monumento de sus misericordias. Creo que la ama tiernamente y que desea ser amado de ella recíproca, exclusiva y constantemente. ¡Cuán bueno es agradar a este Divino Corazón que recompensará nuestras penas con goces eternos e incomprensibles!

No he dejado de rogar por N … conforme deseabais, pero en verdad, soy tan ruin, que temía ser obstáculo que impidiese fueran escuchadas las santas almas que ruegan por él; porque al principio sentí que mi súplica era vivamente rechazada; y hasta me pareció sostener un combate con este Divino Corazón, cuyo amor me hizo alcanzar victoria, y al fin oí estas palabras:

Queda en paz. Te prometo que si corresponde a mi gracia, dedicándose a tributar particular homenaje a mi Corazón por medio de las virtudes de paciencia y caridad, no retiraré jamás mi misericordia de su alma: todos los Primeros Viernes de mes mandará decir una Misa o la oirá, para ponerse él y cuanto le pertenece, bajo mi protección, diciendo todos los días la pequeña consagración.

No os canséis, pues, de procurar que le honren ni de encomendarle mis miserias. [Porque, ¡ay de mí!, si supierais el estado a que con frecuencia me hallo reducida, tendríais compasión de mí, que soy tan pobre y defectuosa interiormente, que tengo horror de mí misma, soportándome con trabajo, y viéndome con frecuencia reducida a sufrir tan grandes penas, sin encontrar auxilio alguno, que me veo algunas veces a punto de sucumbir. Y sin el socorro de este Divino Corazón, hubiera sucumbido mil veces. Decid, pues, mi buena Madre, algunas palabras de consejo y de consuelo a esta pobre paciente, pero todo según Él os lo inspire; porque me parece que todas las cosas sirven de instrumento a su divina justicia, para atormentar a esta pobre criminal. Después de haberos deseado mil bendiciones para este nuevo año, os doy las gracias por la querida santa imagen que habéis tenido la bondad de enviarnos. Hubiera deseado conservarla, pero tuve que desprenderme de ella en favor de mi hermano, a quien alcanza muchas gracias. Concededme la de amarme vos siempre un poco en ese amable Corazón, en cuyo amor soy toda vuestra con sincero y respetuoso afecto].

 

 

CARTA LXXXI

A LA H. DE LA BARGUE, MOULINS

Quiere Jesucristo «establecer en nuestro corazón el imperio de su puro amor».—¿Cuál es el camino más breve y más cierto para esto?—No temáis, abandonaos a ciegas, no os preocupéis por nada.—Consejos en las tentaciones de fe, repugnancias y tempestades interiores.—Notable declaración acerca de las cartas que escribe Margarita.

 

¡Viva Jesús!

[Marzo de 1688]

 

Ruego al Sagrado Corazón de nuestro amable Jesús que establezca para siempre en los nuestros su reinado de amor y de paz. El mío, mi amadísima Hermana, le ha bendecido con todo el afecto de que es capaz, cuando al leer vuestra querida carta, me ha hecho descubrir tantas misericordias y gracias con que previene a vuestra querida alma; porque, lejos de encontrar cosa mala en lo que me decís, no veo en todo ello más que motivos para alabar a su bondad por su amoroso proceder con vos, para haceros llegar al fin que pretende, que es, si no me engaño, establecer en vuestro corazón el imperio de su puro amor, para haceros reinar, como espero, eternamente en el cielo.

Y esto no se consigue más que por este camino humilde, abatido y abyecto; y todas esas ocasiones que os presenta os deben ser infinitamente preciosas, porque son toques de amigo y que salen de un Corazón verdaderamente enamorado del vuestro, del que es en extremo celoso. Por esto se da prisa para arrancar todo lo que pueda haber en él de terreno y humano, con tal de que le dejéis en libertad y correspondáis según las luces que os dé a sus adorables designios.

¡Ah, amadísima Hermana, si conocieseis el honor y la gracia que el Rey del cielo os concede, dignándose abajarse así hasta vuestro corazón! Cuántas veces le dejaríais solo en él, si Él no permitiese quedaseis tan cortada al tratar con otros sin éxito en vuestras empresas, para haceros ver que no debéis buscar placer ni consuelo en las cosas pasajeras sino en solo Él. Porque deseando ser todo vuestro, quiere que recibáis esa clase de humillación, como señal que Él os da, de que os espera en lo más íntimo de vuestro corazón y que debéis abandonarlo todo para ir a hacerle compañía del modo que a Él le plazca, ya sea rindiendo homenaje a su omnipotencia por vuestra impotencia, dejándole obrar en vos y por vos, ya sea por medio de nuevas humillaciones, que os hará encontrar dentro de vos misma. Que éstas son como otros tantos escalones para haceros bajar al abismo de vuestra nada, y tener allí con vos sus complacencias, porque este soberano Dueño de nuestras almas sólo se complace en las almas abatidas…

 

Para estar del todo en Él, no debemos estar nada en nosotras. Considerad, pues, querida amiga, esta senda tan humilde, como la única verdadera que Él mismo os ha trazado y como la más segura para llegar a Él. Id por ese camino recto con paz y agradecimiento, sin preocuparos de ver lo que hacéis, ni si adelantáis o no; abandonaos a ciegas, llena de fe y de confianza al cuidado de su amorosa providencia, sin volver atrás; porque el excesivo cuidado que tuvieseis de vos misma le estorbaría a Él tenerlo de vos, y haceros adelantar en un mes más de lo que pudierais hacer de ordinario, y esto sin que lo notaseis. Y ¿qué es lo que teméis yendo por un camino tan seguro como es el de las humillaciones, de las cuales la mejor es la que no conocemos? Pues esto es propio de la humildad, que desaparece desde el momento en que reparamos que la tenemos.

En cuanto a las penas que decís sentir en las tentaciones contra la fe, no tenéis que hacer más que apartarlas con toda sencillez, haciendo actos contrarios, en cuanto os sea posible, porque esos mismos actos servirán para purificaros más y más en esa virtud.

Pero, ¡Dios mío!, mi querida amiga, ¿tendré al fin que deciros que no encuentro en vuestro escrito más que una cosa que me apene? Es que no veo en él bastante abandono y confianza; esto es, si no me engaño, lo que me parece que más desea de vos vuestro buen Maestro. Dejaos guiar y pensad con frecuencia, que jamás se perderá el hijo cuando se halla en los brazos de un Padre omnipotente.

No dejéis de visitar al Santísimo Sacramento por la repugnancia que sentís; sino que es menester que la ofrezcáis a Nuestro Señor para honrar la que Él quiso sentir en el Huerto de los Olivos; así os burlaréis de vuestro enemigo, que por este medio querría apartaros de la virtud. Asimismo, cuando levante esas turbaciones y tempestades en vuestro interior, id a buscar la paz en el Sagrado Corazón por medio de actos de amor y de abandono, sin entreteneros en mirar lo que pasa en vos, negando obstinadamente vuestro consentimiento a esa clase de afectos, sin consentir que cosa alguna os quite la paz.

He ahí sencillamente, amadísima Hermana, lo que me ha venido al pensamiento ante la imagen del Sagrado Corazón, en contestación a lo que vuestro corazón me dice. Pero lo que me apena y debo deciros en confianza, es que olvidándome de lo que escribo, y no pudiendo releer las cartas por el sufrimiento que esto me causa y que me impulsa a quemarlas, teniendo por este motivo orden de no volverlas a leer, me quedo con la pena de haber repetido siempre la misma cosa. Si esto es así, echaos la culpa a vos misma, que solicitáis con excesiva frecuencia estas cartas; pero si en ellas encontráis alguna cosa de provecho, dad gracias al Sagrado Corazón, que concede a vuestra humildad, que os dirijáis y confiéis del modo que lo hacéis a la más miserable e indigna de todas las pecadoras, que no practica nada de la virtud de que habla. Por lo cual no os fieis de ella, os lo digo como amiga, a fin de que no quedéis engañada.

 

Pedid al Señor que me convierta, y estad segura de que no os olvido en su presencia. Y os confieso, mi querida amiga, que aunque hubiera hecho especial estudio para explicaros mi deseo en cuanto a la estampita, no la hubiera hallado tan a mi gusto; y me quedé tan (¿contenta?), que se la enseñé a todas nuestras Hermanas, las cuales se quedaron con deseos de tenerla, pero la conservo yo con licencia; siendo esto del todo contrario a mi costumbre, pues no tengo mayor placer que el de no tener nada. Os doy las gracias de todo corazón, pero no debéis esperar más de mí.

En cuanto a las cartas de que me habla Vuestra Caridad, no las he recibido; yo os he escrito dos, que no sé si habréis recibido. Adiós, mi queridísima y amadísima Hermana, sed toda de Dios sin reserva. Y que todo lo que hay en nosotras sea purificado por su amor crucificado, en el cual soy toda vuestra, con el más sincero afecto de mi corazón, que os ama de verdad en el de nuestro buen Maestro.

Sor Margarita María

De la Visitación de Santa María

 

 

CARTA LXXXII

A SU HERMANO, PÁRROCO DE BOIS-SAINTE-MARIE40

Vivísimos sentimientos de gozo por ver a su hermano hecho un apóstol del Divino Corazón.—Le felicita efusivamente y le urge de nuevo al fervoroso ejercicio de la virtud.—«La corona sólo se da a los vencedores».

¡Viva Jesús!

 

[1688]

No podías proporcionarme gozo más dulce, mi queridísimo hermano, que demostrándome el celo con que el adorable Corazón de Jesús os anima a amarle y darle a conocer y a procurar que los demás le conozcan, amen y honren, haciendo cuanto podéis para establecer el reinado del puro amor en las almas.

¡Ah!, es cierto que me habéis cogido por lo que mejor habría de cautivar mi ruin corazón, que sólo con eso se conmueve, sólo eso desea, y no suspira por otra cosa que por ver reinar al de nuestro soberano Dueño en todos los corazones que puedan amarle.

 

40 Las oraciones y consejos de la Santa, producían frutos abundantes en Bois-Sainte-Marie. De acuerdo con su hermano el alcalde, Santiago Alacoque, organizó en su parroquia el culto perpetuo al Corazón de Jesús; la liberalidad de la piadosa familia comenzó a edificar una capilla; el buen sacerdote fundó en ella misas, y sólo deseaba que llegase el momento de celebrarlas en el nuevo edificio. Las cartas de su hermana demuestran un aumento de afecto, fácil de comprender.

 

Ahora ya no puedo dudar de la santa unión que su puro amor ha establecido en nuestros corazones, puesto que os ha comunicado un deseo que yo jamás me hubiera atrevido a proponeros, por no dejarme hacerlo el mismo Sagrado Corazón, hasta que dieseis vos, de propio impulso, el primer paso. Él quiere que por esta vuestra voluntad, como si fuese mía, le dé yo lo que desea recibir de vos y de mí. Ahora sí que conozco que vuestra amistad es verdadera, pues comienza por darme las pruebas que deseaba.

¡Qué consuelo tan grande es para mí veros tan liberal con este amable Corazón de Jesús!, el cual entiendo que con esto os da muy evidente prueba de que quiere desprender por completo vuestro corazón de las cosas de la tierra, porque quiere que seáis santo. Sí, mi querido hermano, así lo espero, y sólo de vos dependerá haceros santo por medio de las regaladas gracias que sin duda Él os concederá, si correspondéis a ellas, siguiendo fielmente las santas inspiraciones y buenos movimientos que para esto os dé. Os costará trabajo, es cierto, a causa de la naturaleza, que teme su propia destrucción y todo lo que la hace sufrir. Pero, ¡ay!,

¿es posible acaso mortificarla sin hacerla sufrir mucho, cuando no hay en nosotros cosa que a eso no se oponga?

Porque las pasiones se sublevan continuamente, y eso nos hacer caer a cada paso. Mas no hemos de perturbarnos por eso, ni dejarnos llevar del desaliento; antes es menester hacernos violencia aprovechándonos de las mismas caídas para animarnos al combate con el ejemplo de los santos, que como nosotros han sentido flaquezas. Así, pues, es menester como ellos luchar contra nosotros mismos hasta el fin, y morir con las armas en la mano; porque la corona sólo se da a los vencedores.

Ya comprenderéis, mi querido hermano, que no os invito con esto a que hagáis grandes austeridades, pero sí a una generosa mortificación de vuestras pasiones e inclinaciones; a desprender vuestro corazón y a vaciarlo de todo lo terreno; a ser muy caritativo con el prójimo y liberal para con los pobres; a no mirar más que a Dios en todo lo que hagáis; a buscarle con sencillez, pureza y humildad de corazón, no teniendo otra mira que la de agradarle, atribuyéndole la gloria de todo, sin preocuparos de la estima y reputación de las criaturas. ¡Ah!, mi querido hermano, cuidemos de que nuestra vida no deshonre la santa vocación a la cual hemos sido llamados, y que pide vivamos una vida angélica. Ya veis la libertad que me da nuestra santa unión para deciros sin rodeos lo que me viene al pensamiento, porque sé que la verdadera amistad del Sagrado Corazón lo excusa todo.

Ánimo, pues, mi querido hermano; terminad lo que habéis comenzado en favor de este Divino Corazón, y creed que Él os pagará centuplicado lo que hagáis por su amor.