CARTA LX
A LA M. DE SAUMAISE, DIJON
Más sobre las estampas del Sagrado Corazón.—Encarecidos elogios de su devoción.— Afectos de santa amistad.
¡Viva † Jesús!
17 de febrero de 1687
He de confesaros, mi querida Madre, que Nuestro Señor me quiere mortificar con el retraso de las estampas de su Sagrado Corazón, bien me parece que no dejo de hacer nada de cuanto de mí depende, aunque no soy más que impotencia y miseria. Pero también es cierto que no he conseguido nada; porque habiendo los Superiores destinado a Roma al buen Padre que se encargó de ello, y habiéndose de hacer la lámina en Lyon, temo mucho que su ausencia sea causa de que otros lo descuiden, aunque él me dice que mira mucho en ello y no lo deja de la mano para que se haga cuanto antes, pero hay que tener paciencia. Mas al ver el tiempo que tardan, no sé a qué atribuir este retraso, si no es a mis pecados, que hacen sea yo siempre obstáculo y contradicción en toda empresa buena.
Creo, además, que el demonio teme mucho la realización de esta obra buena, por la gloria que ha de dar al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, y por la salvación de tantas almas, que ha de obrar la devoción a este amable Corazón en todos aquellos que se consagren por completo a Él, para amarle, honrarle y glorificarle. ¡Ah, mi querida Madre, cuán a tiempo caen sus misericordias sobre tantos pobres corazones ingratos e infieles que perecerían sin Él! Mas espero que su encendida caridad los salvará, y derramará por doquiera la suavidad de su puro amor, el cual quiere que os hable sin cumplimientos, con el corazón en la mano, como una hija a su buena Madre.
Me parece que habéis sabido ganaros la santa ternura de este Divino Corazón, por el ardiente celo que tenéis en procurar sea honrado, porque al leer vuestra querida carta, se imprimían de lleno en mi corazón mil buenos afectos hacia vos, a medida que iba leyendo lo que se refería a Él.
CARTA LXI
A LA M. LUISA ENRIQUETA DE SOUDEILEES, MOULINS
Afectuosos saludos.—Los sermones del P. de La Colombière.
¡Viva † Jesús!
22 de febrero de 1687
Aprovecho con gusto ese pedacito en blanco que nos ofrece nuestra querida H. Cordier, para aseguraros que continúo en la misma sincera y respetuosa amistad, que os trae a mi memoria ante el Sagrado Corazón de Nuestro, Señor Jesucristo, el cual, a mi entender, os mira con mucha complacencia por el ardiente celo que tenéis de amarle y ser toda suya, procurándole todo el honor y gloria que podéis.
Esto me proporciona gran consuelo y esperaba demostrároslo cuando os enviásemos los libros de los sermones del R. P. de La Colombière, que hemos pedido nos mandasen por medio de una buena señorita de esta ciudad, que se ha prestado a hacernos este favor. Me parece que costaron los cuatro tomos seis libras y diez sueldos, sin contar el porte. Deseo que sean tan de vuestro gusto como lo son del nuestro. Y creed, mi respetable Madre, que no hallo más dulce satisfacción que la de serviros, y estad persuadida de que soy toda vuestra, en el amor del Sagrado Corazón de Jesucristo.
Sor Margarita María
De la Visitación de Santa María.
CARTA LXII
A LA M. DE SAUMAISE, DIJON
Pesadísimas cruces los días de Carnaval.—Terribles repugnancias a escribir cartas.—El amor al Divino Corazón le urge a superarlas.—«No puedo estar un momento sin sufrir».—Cuál es el resumen de todas sus aspiraciones.
¡Viva † Jesús!
[Marzo de] 1687
Aprovecho, mi muy querida Madre, la libertad que me dais para abriros mi corazón cuando tengo ocasión de hacerlo, esperando que no me negaréis el dulce consuelo de contestarme cuando Nuestro Señor os lo inspire, diciéndome francamente vuestro parecer. La última que me escribisteis me sirvió de mucho consuelo en el estado lastimoso a que me he visto reducida desde Reyes próximamente.
Me parecía que me clavaban en una cruz dolorosísima en que sufrí tanto cuanto difícilmente podría explicaros y porque no me conocía yo misma, sobre todo en los tres últimos días de Carnaval, en los cuales creí que estaba próximo mi fin. Pero como sin cesar me venía el pensamiento de que se suavizarían mis penas en Cuaresma, me abandoné a la voluntad de mi Salvador, que quería le hiciese compañía en la cruz, pues se encontraba solo en ella durante este tiempo de diversiones, en el cual no hallaba yo consuelo ni alivio en mis males, no pudiendo dormir, ni comer, ni siquiera hablar, sin hacerme extrema violencia.
Pero ¡ay!, mi querida Madre, jamás ha tenido el Sagrado Corazón mayor misericordia y bondad conmigo, lo cual me produce una paz inalterable, aunque jamás he estado tan cobarde, ni he opuesto tanta resistencia en las cosas en que más claramente me manifiesta su bondad, como en escribir. Porque me da a conocer que está interesada su divina gloria en que responda yo a cuantos se dirijan a su miserable esclava a propósito de la devoción a su Sagrado Corazón, o en que vaya al locutorio cuando me llaman. Me cuesta tanto trabajo hacerlo, que con frecuencia manifiesto gran repugnancia, y después tengo muchos remordimientos por no hacer lo que me parece que Dios pide de mí; porque no contestando a esas personas por querer vivir desconocida, pongo todos los obstáculos posibles a los designios del Señor, que son hacer bien por tan flacos medios, y por esto quedan privadas de señaladas gracias. Esto me hace sufrir más de lo que pudiera deciros, porque me escriben con frecuencia; y si contestase sería caer continuamente nuevas relaciones, en lo cual mi amor propio hace que me tenga por desgraciada, por haber engañado así a las criaturas que me creen distinta de lo que soy.
Lo que aumenta mi pena es que cuando Nuestro Señor me comprometió particularmente al amor de su Sagrado Corazón, me parece que me dio a entender cuánto había de sufrir por este mismo amor, y que las gracias que me hiciera, no eran tanto para mí como para los que Él me enviase, a los cuales debía contestar sencillamente lo que Él pusiese en mi alma, porque a eso juntaría Él la unción de su gracia, por la cual atraería muchos corazones a su amor. Y como en todas mis resistencias me acuerdo de esto, soy en ellas doblemente culpable. Por allí podéis juzgar de mi infidelidad, y si no fuera mejor estar muerta que llevar una vida tan criminal. Os ruego, mi querida Madre, que me digáis vuestro parecer, y lo que debo hacer, porque mi vida es una especie de martirio continuo. Hago muy mal uso de las cruces, las cuales, sin embargo, me parecen tan preciosas, que no puedo estar un momento sin sufrir y sin creerme al mismo tiempo perdida. Rogad al Sagrado Corazón que me quite todo poder para resistir.
No os olvido [en su santa presencia, ni las intenciones que me indicáis; y no puedo dejar de demostraros la alegría que siente mi corazón por el contento que vuestro confesor (el señor Charollais), vuestra muy respetable Madre (la M. María Dorotea Desbarres) y Vuestra Caridad dan a mi Señor Jesucristo por el celo con que le dan a conocer y le hacen amar. Continuad, mi querida Madre, pues por este medio derramaréis ante el Sagrado Corazón un perfume de suavidad.
Contestando a lo que me decís en la vuestra –empezamos ésta antes de recibirla– os diré que me parece que en todas mis oraciones y en cuanto puedo hacer no tengo más que este único fin: establecer el reinado del Sagrado Corazón; y ahora obtener la admisión interina de la solicitud que habéis hecho en Roma con este objeto (la aprobación de la Misa y oficio). No dejo de interesar en ello a la sacratísima Virgen y a nuestro bienaventurado P. de La Colombière, el cual espero que nos servirá de mucha ayuda; porque si vos ocupáis su lugar sobre la tierra, me parece también que él ocupa el vuestro en el cielo, para amar y glorificar al Divino Corazón. Sigo esperando que alcanzaremos cuanto deseamos para gloria de este amable Corazón, a no ser que mis grandes infidelidades sirvan de obstáculo. Si la cosa no se logra, no atribuyáis la causa más que a mis pecados, no obstante los cuales, os presento con frecuencia al Sagrado Corazón. Rogadle vos también por mí, os lo suplico encarecidamente, y creedme toda vuestras en el amor de este Sagrado Corazón].
CARTA LXIII
A SU HERMANO, PÁRROCO DE BOIS-SAINTE-MARIE
Le alaba cariñosamente por su fervoroso cambio de vida.—Le fortifica en sus santas resoluciones y le exhorta a sacrificarlo todo a Dios.—Le promete sus oraciones y solicita las suyas.—«La cruz es un tesoro inestimable».
¡Viva † Jesús!
[Marzo de 1687]
No he podido, mi queridísimo hermano, mortificarme hasta el punto de dejar pasar una ocasión tan favorable sin aseguraros que me parece que el Señor va aumentando y consolidando la verdadera amistad que me ha dado hacia vos sobre todo desde que recibí vuestra última carta. Habéis ganado tan por completo mi corazón por la confianza con que me habéis abierto el vuestro, que me parece que no hay nada que no esté pronta a hacer por vuestro progreso en el santo amor, y para que correspondáis con toda perfección a los designios que Dios tiene sobre vos, que son, si no me engaño, haceros llegar a una alta perfección. Por lo cual bien veis, mi querido hermano, que no debo adularos. El Señor no se contentará con que tengáis una virtud mediana, porque quiere concederos mucha gracia, y a otras personas por vuestro medio. No frustréis sus designios en lo que espera de vos, que es una vida conforme a la santidad de vuestro ministerio. ¡Oh! qué sentimiento tan grande tendríais a la hora de la muerte si os hallaseis entonces privado de la corona que os está preparada, si seguís con fidelidad las ilustraciones que el Señor os dé.
Bien sé yo que no podréis conseguir esto sin haceros mucha violencia; pero a esto mismo y al triunfo que alcancéis sobre esas repugnancias que sentís a veces con tanta violencia, ha unido Dios el gran premio de vuestra corona, así como también el desprendimiento de todas las cosas perecederas, y a la privación de todos esos falsos placeres que os dejan mil remordimientos de conciencia, y cierta ansia de que se aumenten siempre. Y para deciros la verdad, sabed que no hallaréis paz ni descanso, hasta que se lo hayáis sacrificado todo a Dios. Le pido esta misma gracia, por el ardiente deseo que tengo de que seáis todo suyo despreciando lo demás. Mucho tendréis que sufrir para llegar a esto, pero no os faltará la gracia, ni la fuerza, ni el auxilio del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo.
¡Si supierais, mi querido hermano, el consuelo que me hace sentir por la mudanza que se ha obrado en vos desde hace algún tiempo y creo Él me la hace conocer! No puedo explicaros la alegría que esto me produce, pues parece que comienza a estar contento de vos; yo le suplico con todo mi corazón que quiera acabar lo comenzado y os dé la santa perseverancia. Os hablo quizá con excesiva libertad, pero achacadlo a la ternura de mi corazón, que no se interesaría tanto por vuestro verdadero bien si no os amase tanto; no me es posible trataros de otro modo, porque os considero como si fuese yo misma.
Os suplico encarecidamente que hagáis vos lo mismo conmigo, y que no ocultéis lo que el Señor os dé a conocer que es necesario para mi perfecta conversión, que tan vivamente anhelo, aunque no hago lo que deseo, pues estoy muy lejos de lo que Dios quiere de mí y hasta ahora no he hecho cosa alguna por Él. Ayudadme con vuestros santos sacrificios para que al menos aprenda a sufrir bien, porque me parece que lo que desea es que le ame sufriendo, y que para esto me ha dado la vida, y así no paso ni un momento sin sufrir, sin cansarme de ello, y por su misericordia me tiene siempre más hambrienta de cruz. Rogadle, mi querido hermano, que no abuse de tan gran bien, porque la cruz es un tesoro inestimable. Uno de estos últimos días, me han abierto un dedo hasta el hueso con una navaja de afeitar. El dolor me parece una prenda preciosa del amor de Nuestro Señor, en cuyo amor soy toda vuestra, etc.
CARTA LXIV
A LA M. DE SAUMAISE, DIJON
Otra vez el apostolado de las estampas.—Contrariedades.—«Con tal de hacerle reinar…».—El opúsculo de Moulins.
¡Viva † Jesús!
1687
Parecía, mi muy querida Madre, que faltaba algo a lo que nuestro Soberano Maestro exige de su indigna esclava, si no hubiera añadido también el sacrificio del silencio con Vuestra Caridad, no atreviéndome ya a escribiros a causa de la gran confusión que siento por el retraso de la lámina de las estampas de su adorable Corazón. No podéis figuraros lo que esto me hizo sufrir antes y lo que me mortifica ahora. No puedo atribuirlo a otra cosa más que a mis pecados, que me hacen indigna de prestar ningún servicio a este Divino Corazón, autor de toda santidad. Así que no sé qué deciros sobre el particular; sino que tal vez quiera no solamente que las paguéis, sino también que las encarguéis vos misma, según Él os lo inspire. Me ha venido este pensamiento en medio de la pena que me causa no poder tener noticia alguna, pues está muy lejos el Padre que me había prometido trabajar en ello. Os ruego que me digáis vuestro parecer y si vos podríais encargar la lámina y os devolveríamos el dinero. ¡Cuánto me gustaría que pudiera hacerse así!
Porque os digo con franqueza que no hay penas ni tormentos que no me parezcan dulces con tal de hacerle reinar en los corazones de todas las criaturas, conforme Él lo desea; y para ello abrazaría de todo corazón los mismos suplicios del infierno, fuera de la privación de amarle.
Es para mí muy dulce consuelo hablar a un corazón que le ama, y del cual es amado tan tiernamente, que no puedo dejar de mirarle como a una de sus más fieles amigas, a la cual ofrecemos ese opúsculo que la M. de Soudeilles mandó imprimir cuando algunas personas distinguidas que yo no conozco le regalaron las letanías de este Corazón Sagrado, el Acto de Reparación [y los demás, que me ha procurado lo que me es debido: es decir, confusiones espantosas].
CARTA LXV
A LA M. DE SAUMAISE, DIJON
«El puro amor no deja al alma en paz».—«Reinará a pesar de sus enemigos».— Ocupación que le ha dado el Señor.
¡Viva † Jesús!
1687
Espero, mi buena Madre, que puesto que tomáis parte en lo que me interesa, bendeciréis a nuestro Soberano por la que me ha dado de su cruz. ¡Ah, cuán bueno es vivir y morir agobiada bajo el peso de ella en la privación de todo consuelo! Es la aspiración del puro amor, que no deja el alma en paz hasta que se ha abandonado por completo a su poder.
Os envío las Letanías del Sagrado Corazón de Jesús y lo demás que me ha proporcionado lo que se me debe, que es humillación y confesión. Ya comprenderéis a qué me refiero y la razón que tendría para echaros la culpa. Pero cúmplase la voluntad de Dios; mi corazón está indiferente a la humillación y al consuelo. Nada me llama la atención, ni me paro en esas cosas; lo que yo quiero es que Él se agrade y contente, aunque sea con la continua destrucción de mí misma. ¿No os por ventura bastante el placer que experimento en medio de amarguras, al ver que esta devoción se insinúa y se sostiene por sí misma, a pesar de las contradicciones que Satanás suscita contra ella? Reinará a pesar de sus enemigos y se hará dueño de los corazones que quiere poseer; porque el fin principal de esta devoción es llevar las almas a su amor.
He aquí la ocupación que me ha dado: La cruz es mi gloria, el amor me lleva a ella, el amor me posee, el amor me basta. Os pido que queméis mis cartas cuando las hayáis leído y que sólo vos las leáis. No sé si me engaño en cuanto os digo; ruego al Señor que os dé a conocer Él mismo, etc.
CARTA LXVI
A LA M. DE SAUMAISE, DIJON
Más sobre el apostolado de las estampas.—«No hay que asustarse por las contradicciones».
¡Viva † Jesús!
1687
Ahí tenéis, mi querida Madre, el dinero y el dibujo que ese buen Padre nos ha devuelto con grande disgusto por no haber podido acabar la obra. Pero Dios, que dispone las cosas para mayor bien, hará que la estampa salga mejor hecha, porque ese dibujo, cuyo bosquejo nos ha enviado, no es bonito ni está a mi gusto. Por lo cual os suplico hagáis el favor de mudarlo, poniéndolo conforme a la idea que Nuestro Señor os dé; lo dejo a vuestra discreción.
Continuad, mi buena Madre, con el celo que tenéis en hacer honrar al Sagrado Corazón, vos y todas esas buenas almas que me decís se interesan en esto. En la primera ocasión que se presente os diré una palabrita para ellas; ahora no puedo deciros nada en este sentido, sino que son muy dichosas, y vos también por emplearos en tan gloriosa empresa. No hay que asustarse por las contradicciones, que son una de las señales más infalibles de que Dios recibirá con eso mucha gloria por el Reinado del Sagrado Corazón de su Divino Hijo. En otra ocasión os diré algo más. Dios sea bendito.
CARTA LXVII
A SU HERMANO, PÁRROCO DE BOIS-SAINTE-MARIE
Efusiones de fina y cristiana caridad.—Comunicación de oraciones.—Le felicita por el cumplimiento de sus promesas.
Mi queridísimo Hermano:
¡Viva † Jesús!
[Hacia el mes de abril de 1687]
Ruego al adorable Corazón de Jesús que establezca para siempre en los nuestros su Reinado de Amor y de Paz. Me confundís al interesaros del modo que lo hacéis por mi salud que es tan inútil para la gloria de Dios. Tanto le he ofendido en mi vida hasta el presente, que cuento en el número de las mayores misericordias que ejercita con mi alma, la que me concede haciéndome sufrir aquí abajo en la tierra, y dándome alguna conformidad con su vida paciente. Por su mérito espero pagar algo de esa gran deuda que he contraído con mis pecados, si vos me ayudáis constantemente con la ayuda de vuestros Santos Sacrificios, en los que confío mucho. Continuad, pues, haciéndome esta obra de caridad, porque en ella es donde está fundada toda mi esperanza.
Os aseguro que yo no me olvido de vos cuando tengo la dicha de asistir al sacrificio de la Misa, y he dado muchas gracias al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo por las que os concede. Le suplico que continúe comunicándooslas y os conceda la de corresponder a ellas fielmente, y perseverar con constancia en los santos deseos que os da de amarle y glorificarle, dándole a conocer. No podéis proporcionarme mayor contento, pues creo que no podéis hacer nada más saludable para vuestra querida alma, por la cual confieso que me intereso vivamente. Y con razón decís que no forma más que una con la mía en el Sagrado Corazón.
Por esto me tomo la libertad de deciros con tanta franqueza lo que pienso, cosa que no haría si os amase menos.
Me proporcionáis sumo consuelo cuando me entero de que vivís conforme a vuestro estado y vocación y a las promesas que habéis hecho al Señor. Pensad en ello con frecuencia, mi querido hermano, porque no debemos recibir en vano la gracia, dado que tan terrible es caer en las manos de un Dios vivo, cuanto es dulce arrojarse ahora en los brazos de un Dios moribundo por nuestro amor, el cual sólo desea hacernos participar de sus misericordias. Pedidle que las derrame sobre mi pobre alma, que tanto las necesita; pero debemos confiar en su bondad, procurando corresponder a sus designios.