Vida y obras de Santa Margarita Mª de Alacoque(XXVIII)

Corazón de Jesús
CARTA LXXIV
A LA M. GREYFIÉ, SEMUR38

Sentimiento de profundo desprecio de sí misma y de apasionado amor a la Cruz, sobre todo a las humillaciones.—Hay que «resolverse a sufrir sin apoyo».—Delicados sentimientos de gratitud y caridad.

¡Viva Jesús!

[Mayo de 1687]

Os confieso con sinceridad que no hay para mí mayor contento que cuando me habláis del divino amor en el puro sufrimiento; y si me juzgo desgraciada es por no haber podido aún sufrir nada en la pureza del amor, y creo que en castigo de mis pecados no puedo tener la menor cruz que no sea pública, y en la que con frecuencia se ofende a Dios. Esto es lo que me aflige; porque me persuado de que todas las criaturas deben sentir extremado horror hacia mí, y de que todas tienen derecho de vengarse de los pecados que cometo y de que soy causa. Y así puedo deciros que tengo la dicha de no recibir por parte de las criaturas más caricias ni consolaciones que las de las cruces y humillaciones; y jamás estuve tan rica de ellas como ahora.

De paso os digo esta palabrita, para excitaros a dar gracias por mí al Sagrado Corazón, y pedirle que me conceda la de aprovecharme de tan precioso tesoro. Si estuviese en mi poder que las cosas sucedieran de otro modo, quitaría de ellas solamente la que puede ofender a Dios, y en cuanto a lo demás, querría siempre todo lo que permite para la humillación, que es lo que causa toda mi alegría cerca del adorable Corazón de mi Jesús.

Pero creed, mi querida Madre, que la naturaleza se contenta de tal modo cuando se la halaga y compadece, que esto me impide contar como sufrimiento el mal que tengo en el dedo (era un panadizo), porque me decían sin cesar que sufría mucho. Me parecía que debían decirlo para burlarse de mí, viéndome tan sensible a tan ligero dolor. No ha dejado esto de proporcionarme ocasión de saber por experiencia cuán agradable es a la naturaleza recibir tales alivios, porque no puede resolverse a sufrir sin apoyo en medio de las humillaciones, desprecios y abandonos de las criaturas. Y sin embargo, esto es lo que impide el puro amor; y fuera de eso nuestros sufrimientos no merecen el nombre de tales.

Seré siempre toda vuestra en el Sagrado Corazón de Jesús, cualquiera que sea el modo con que me tratéis y que Él os inspire; así como mi respetable Madre (María Cristina Melin), hacia la cual os puedo asegurar que tengo todo el respeto, estima y confianza que es posible tener hacia una Madre tan buena y caritativa como ella. Conozco por una continua experiencia su solicitud y bondad, aunque me parece que en esto se exceda conmigo. Es en lo único en que tendría motivo para quejarme de su Caridad, pues no me juzga tan mala como en realidad soy; estoy siempre enferma y débil, y soy toda vuestra en el Corazón adorable de nuestro divino Maestro.

 

CARTA LXXV
A LA M. LUISA ENRIQUETA DE SOUDEILLES, MOULINS

Nuevo envío de libros del «Retiro» del P. de La Colombière.—La alienta a proseguir en el apostolado del Divino Corazón.

 

¡Viva Jesús!

De nuestro Monasterio de Paray

25 de julio [1687]

 

Ruego al amable Corazón de Jesús que consuma los nuestros en las puras llamas de su santo amor, a fin de que vivan y respiren sólo para amarle, honrarle y glorificarle. Aprovecho con gusto esta ocasión, mi venerada Madre, así para aseguraros mi continua, sincera y respetuosa amistad, como para enviaros los dos libros del Retiro del R. P. de La Colombière, que nos han traído de Lyon, asegurándonos que no entraba más en lo restante de vuestro dinero.

Os aseguro, mi querida Madre, que no puedo pensar sin gusto en el celo ardiente que este Sagrado Corazón os comunica para hacerle amar y darle a conocer. Veo en esto una señal evidente de su amor hacia Vuestra Caridad, que no debe jamás cansarse en esta santa obra, que me parece os será de gran valor ante Dios. No os olvido en su presencia en mis indignas oraciones, y os suplico que no rehuséis el auxilio de las vuestras a la que es toda vuestra en el Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo.

 

Sor Margarita María

De la Visitación de Santa María

CARTA LXXVI
A LA H. DE THELIS, LYON

Enérgicos consejos para dejar la tibieza y entregarse plenamente a la acción de la gracia.—Amenazas fuertes, y suaves amonestaciones.—La devoción al Divino Corazón es una cosa muy grande y muy sólida; no consiste en unas cuantas oracioncillas.—

«Quiere todo o nada».

¡Viva Jesús!

[Septiembre 1687]

Ruego al adorable Corazón de Jesús, mi respetable Hermana, que os haga sentir los poderosos efectos de su misericordiosa caridad, y os dé Él mismo lo que buscáis y no podéis hallar en la peor y más indigna pecadora que pudiera existir; eso me obliga a guardar silencio con vos, como desearía hacerlo con los demás, si la obediencia, que es para mí ley inviolable, no me mandase contestaros, diciéndoos sencillamente mis pensamientos. Lo haré sin cumplido alguno, puesto que así lo deseáis.

Primeramente, en todo lo que Vuestra Caridad me dice, lo que encuentro mejor es esa viva persecución de la gracia que sentís en medio de tantas caídas, porque esto indica el ardiente deseo que Dios tiene de salvar vuestra alma; pero no lo hará sin que cooperéis de vuestra parte. Más no por esto podemos hacernos ilusiones; porque si pensamos resistirle siempre, al fin se cansará de perseguirnos, se retirará poco a poco de nosotros, y quedaremos como insensibles a nuestra propia perdición. Por lo tanto, si oyereis la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón, y procurad aprovecharos del retiro que a este fin vais a hacer, teniendo voluntad firme y eficaz de venceros, haciéndoos continua violencia, para desprenderos ya sea de vos misma, ya de los demás escollos que no desconocéis. Pero es necesario que no cometáis más faltas voluntarias, si deseáis la predilección de Nuestro Señor Jesucristo; pues de otro modo le buscaréis en vano, porque se burlará de nosotros si nosotros nos burlamos de su gracia. Quiera su bondad preservarnos de este mal, que es mayor de lo que se pudiera decir: porque ¿qué bienes podría tener un alma que ha perdido a su Dios?

No me cabe la menor duda de que ese virtuoso eclesiástico os trata del modo que lo hace, impulsado por el espíritu de Dios, porque le creo un santo varón. Pero en vano buscamos médico si no queremos curar o usar los remedios que nos ordena, o abstenernos de lo que nos hace daño. Mas como un mal conocido está medio curado, no se necesita sino un buen lo quiero, y todo irá bien. En fin, se trata de la salvación de vuestra alma, muy querida de Nuestro Señor Jesucristo, y por la cual os puedo asegurar que no hay nada que no quisiera hacer y sufrir –fuera del pecado–, para convertirla toda a Aquél que la creó para su gloria. Pero nadie puede trabajar en esto mejor que vos misma, sirviéndoos de las luces que Él os comunica para practicar el bien y huir del mal.

Así, pues, no volváis a disputar con la gracia; os lo suplico encarecidamente, por todo el amor del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo. Al hablaros de su devoción me refería a una devoción más bien de perfecta imitación de sus santas virtudes, que no de solas oraciones39.

En cuanto a vuestras comuniones, es preciso que produzcan en vos algunos buenos efectos, que os impidan caer voluntariamente; pero en eso debéis seguir el consejo que se os dé. En lo que toca al temor, me parece que agradaríais a Nuestro Señor yendo a Él con las disposiciones del Hijo Pródigo, de tal suerte que el temor no os quitase la confianza. Pero no se dice de este hijo que después de haber vuelto a su padre le dejase por segunda vez. Mas, ¡oh Dios mío!, ¡qué diréis de la libertad que vuestra humildad deja que se tome mi orgullo! Os suplico no os enfadéis por ello, porque al presente no podría deciros otra cosa, sino que tendréis buena parte en mis indignas e impotentes oraciones; pero soy demasiado mala y esto las inutiliza.

Desearía mucho que ese buen eclesiástico quisiera recibir vuestra confesión del retiro, y me parece que tal vez lo hiciera si le prometieseis ser fiel a sus consejos. Sería sin duda para vos gran mal perderle; pues creo, aunque no tengo el honor de conocerle, que puedo deciros: seguid sus consejos sin temor. He ahí, pues, sencillamente mi parecer, aunque no estáis en modo alguno obligada a creerlo y aun menos a seguirlo, sino en cuanto Nuestro Señor os lo inspire. Os suplico de todo corazón que seáis constantemente fiel en practicar el bien que pide de vos, sacrificándole lo más costoso, según os dé a conocer, porque no hay término medio: lo quiere todo o nada. Y si conocierais las gracias que recibiríais de Él, no le rehusaríais lo que os pide, porque toda vuestra paz y toda vuestra felicidad no consiste más que en esto. Entrad en vuestro retiro con espíritu de penitencia. Sufrid y estad contenta. ¡Dios sea bendito!

 

Sor Margarita María

De la Visitación de Santa María

¡Ay!, mi querida Hermana, si pudiéramos comprender el gran perjuicio que hacemos a nuestra alma, privándola de tantas gracias y exponiéndola a un peligro tan evidente con esas frecuentes caídas voluntarias. Porque éstas le hacen perder la amistad de su Dios, que no escucha ni a ella ni a los que ruegan por ella, mientras se niegue a escucharle y volverse a Él. Él le cierra la entrada de su Sagrado Corazón porque ella le ha arrojado del suyo. Aprovechemos el tiempo que nos da, no lo difiramos más; pero no nos turbemos, porque las turbaciones sólo sirven para aumentar el mal. El espíritu de Dios lo hace todo con paz. Acudamos a Él con amor y confianza y nos recibirá con los brazos de su misericordia; pero después de esto procuremos no volver a separarnos de Él, porque tantas recaídas voluntarias son muy peligrosas, sobre todo en un alma religiosa.

 

 

CARTA LXXVII
A LA H. DE THELIS, LYON

La exhorta de nuevo enérgicamente, con ocasión de unos Ejercicios, a darse de veras a Dios.—La naturaleza y la gracia no pueden morar juntas.—«Las faltas voluntarias me son insoportables, porque hieren el Corazón de Dios».—Eficacia de la oración de los treinta días. Algunos avisos acerca del cargo de Maestra de novicias.

¡Viva Jesús!

 

De nuestro Monasterio de Paray

11 de octubre de 1687

Es cierto, mi respetable Hermana, que si el Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo me hubiese dado menos afecto hacia vuestra querida alma, no me sentiría tan grandemente conmovida por su retraso en el camino de la perfección; y puesto que me obligáis a deciros libremente lo que pienso, voy a hacerlo con sencillez, pues no sé adular ni disimular.

Bien sabéis que no hay término medio y que se trata de salvarse o perderse por una eternidad. Ambas cosas dependen de nosotros; podemos escoger amar a Dios eternamente en el cielo con los Santos, después de habernos hecho violencia, mortificado y crucificado aquí abajo en la tierra como lo hicieron ellos, o bien renunciar a su felicidad dando a la naturaleza todo lo que desea. ¿A qué tantos razonamientos y discusiones para observar unos propósitos, que me parecen tan útiles para vuestra perfección, que sin la práctica de ellos no haréis gran progreso en ella? Es, decís, que tienen a la naturaleza sujeta y violenta. Por esto precisamente es necesario practicarlos con más fidelidad: porque la naturaleza y la gracia no pueden morar juntas en el mismo corazón; es preciso que una ceda el sitio a la otra.

Y ¿de qué sirve, mi querida Hermana, hacer resoluciones mientras estamos en Ejercicios, si después no queremos ponerlas en práctica cuando se presenta la ocasión? Y ¿qué es lo que hacemos con esto, sino escribir nuestra propia condenación, que nos enseñarán al día del Juicio: He ahí lo que escribió y he ahí lo que hizo?

Pero ya he dicho bastante en ese punto porque, al fin, no debéis formar otros propósitos, sino guardar inviolablemente los ya hechos, por mucha repugnancia que la naturaleza encuentre. Y ya os he declarado bastante lo que pienso; pero no estáis obligada a seguirlo, pues no soy más que una perversa pecadora.

Y en cuanto a ese punto de ir a decir a vuestra Superiora las faltas voluntarias que cometéis, me parece que sería el medio más eficaz para evitar las recaídas; aunque el Amor Divino es suficiente para estorbar que hagamos cosa alguna con intención que pueda desagradar al Amado de nuestras almas.

No puedo comprender cómo un corazón que es de Dios y que le quiere amar verdaderamente, pueda ofenderle de propósito deliberado; y os confieso que las faltas voluntarias me son insoportables, porque hieren el corazón de Dios. Guardaos, pues, de cometerlas, mi carísima Hermana; os lo suplico encarecidamente, pues os privan de muchas gracias, cuya pérdida detiene vuestro corazón y debilita vuestra alma en el camino de la perfección. Id, pues, a Dios animosamente por el camino que os he trazado, abrazando con constancia los medios que os presente. Por duros que parezcan a la naturaleza, jamás los troquéis por otros que sean de vuestra elección.

Apoyaos fuertemente en Dios, teniendo entera confianza en su bondad, que no abandona jamás a los que esperan en Él, desconfiando de sí mismos. Jamás dejéis el bien comenzado, sino por mandato de los que os dirijan. Pero ya sabéis bastante sobre esto; procuraremos, mi amadísima Hermana, hacer lo que sabemos. Perdonadme la libertad que se toma mi orgullo para hablaros así, obligada por vuestra humildad; no me es posible hacer otra cosa, a menos de no contestar a nada de lo que Vuestra Caridad me dice; pues en esto conozco que Nuestro Señor os ama y querría veros adelantar a grandes pasos en las sendas de su Amor, que son muy duras a la naturaleza. No regateéis, pues, más con Él, sino dádselo todo y Él hará que halléis todo en su Divino Corazón; pero temamos no vaya a cansarse y abandonarnos.

Y para contestaros a una palabra sobre lo de la novicia…, de todas las razones que os impiden exponer lo que de ello sabéis… (faltan unas líneas borradas por mano extraña). En estas ocasiones de tanta importancia debemos desconfiar siempre de nosotros mismos, para no hacer traición a nuestra conciencia ni a la Santa Religión. Es preciso acudir a la Santísima Virgen nuestra buena Madre y Abogada, y espero de su bondad que no ha de negaros su asistencia. Para lo cual le ofreceréis durante un mes la Oración de los treinta días, pidiéndole que, si no es a propósito, haga que no sea recibida ni llegue a profesar. Y se la mandaréis rezar a la joven por la misma intención, aunque sin decirle cuál es.

Os aseguro que dicha Oración ha producido efectos maravillosos en esta Comunidad en casos semejantes; durante doce o trece años alcanzamos de esta Madre de bondad, por este medio, que no se comprometiera aquí ninguna joven que no fuera a propósito para nuestro modo de vida. Hemos visto claramente cuando no tienen las condiciones necesarias, que estando nosotras dispuestas a recibirlas, piden ellas mismas su salida, o se presenta algún obstáculo que impida se las reciba.

En fin, este asunto es más importante de lo que se cree y vuestro cargo es de gran responsabilidad ante Dios, cuando no se cumple conforme a su espíritu. Pero me parece que no dejaréis de practicar medio alguno para su perfecto cumplimiento. En fin, mi amadísima Hermana, trabajemos animosamente, porque siento tan gran deseo de vuestra salvación como de la mía propia; y os aseguro que, fuera del pecado, no hay nada que no hiciera y sufriera de buena gana con este objeto; pero, ¡ay de mí!, la criatura dice, pero el Criador es el que ha de dar la fuerza para hacer. Mas proporcionarme el consuelo de que la primera vez que me honréis con vuestras cartas, me aseguréis de vuestra firmeza y constancia en seguir los movimientos de la gracia, así como de no haber cometido faltas con propósito deliberado, y regocijaréis infinitamente a la que es toda vuestra en el amor del Sagrado Corazón de Jesús.

 

Sor Margarita María

De la Visitación de Santa María

No he dejado de comulgar y rezar las demás oraciones que deseáis; pero, ¡ay!, soy demasiado miserable para que podáis experimentar los efectos. Pedid a Dios con instancia que me convierta a Él por completo; os lo suplico encarecidamente, porque tengo gran necesidad de ello y un apremiante deseo de hacerlo.

 

CARTA LXXVIII
A LA HERMANA DE LA BARGUE, MOULINS

Las sendas del amor a la propia abyección.—«A medida que os olvidéis de vos, Él cuidará de perfeccionaros».—Excelencia de la humildad.—Visitas crucificantes del Señor.—Gratitud por unos libros del Sagrado Corazón.—Consejos varios.

¡Viva Jesús!

De nuestro Monasterio de Paray

15 de octubre de 1687

El adorable Corazón de Jesús, que dispone todas las cosas dulce y suavemente, pero también enérgica y poderosamente, no ha permitido que pudiera satisfacer antes vuestro deseo, ya porque se reservara para sí el daros luces más puras que las que esperabais de una pobre y miserable pecadora, ya por alguna otra razón. Bástenos seguir a ciegas su santísima voluntad; y puesto que estoy bien persuadida de que creéis que la cumplo diciéndoos con sencillez lo que pienso, lo hago sin cumplidos en su santa presencia.

Primeramente, las luces y afectos que me decís haber tenido con motivo de la estatua que hay que disponer y arreglar para colocarla en el nicho del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, son tanto mejores cuanto que os prueban evidentemente que no lo conseguiréis, sino por las sendas del amor a vuestra abyección. Este es el camino más seguro para vos; y a mi entender, es muy singular favor el que os concede al daros ese conocimiento y deseo de él, porque no hay medio tan eficaz como éste para entrar y permanecer en la amistad del Sagrado Corazón. Es un agua cordial capaz de dar la vida de la gracia a vuestra alma, y la del puro amor a vuestro corazón y a todas vuestras buenas obras. En fin, queda dicho todo, con decir que es la virtud del Sagrado Corazón de Jesús que no abaja hasta nosotros su infinita grandeza sino cuando nos encuentra anonadados en el amor a nuestra pequeñez; y que, en tanto os levantará a la unión con Él, en cuanto practiquéis esta santa virtud que os separe del afecto de todo lo que brilla ante las criaturas y ante vos misma, para abrazar con amor las ocasiones de humillación que os presente, sin irlas a buscar, ya sea por medio de las criaturas o de vos misma. Pero aprovecharos de todas las que os vengan de la divina Providencia, sin pararos a pensar en vos misma, porque entiendo que esto le disgusta.

Os baste haber puesto en sus manos el cuidado de vos misma; a medida que os olvidéis de vos, Él cuidará de perfeccionaros, purificaros y santificaros; pues la demasiada solicitud y pensamiento de nosotros mismos impide el efecto de los designios que sobre nosotros mismos tiene. Así, pues, olvido y silencio en lo que a nosotros toca y en las cosas que se relacionan con nosotros. Amad y quered todo lo que os anonade interiormente y ante las criaturas. Apartad de vuestra alma toda otra mira; ateneos a esto hasta que su bondad os dé otro atractivo.

¡Dios mío, mi querida amiga, cuán gran tesoro es el amor a la bajeza y a nuestra propia abyección! ¿Qué no deberíamos hacer y sufrir para llegar a poseerlo? Porque el alma que goza de ese tesoro está como asegurada y nada puede faltarle, pues el Omnipotente se complace y descansa en ella. Os confieso ingenuamente que me tendría por muy rica y creería haber aprovechado suficientemente, si, después de dieciséis o diecisiete años que esta indigna pecadora trabaja en ello, hubiese adquirido el menor grado. Pedidlo para mí con instancia al Sagrado Corazón de nuestro buen Maestro, a cuya dirección os entrego, a fin de que sea Él mismo vuestro director y guía. Es muy sabio, y cuando nos abandonamos del todo a su dirección y le dejamos obrar, nos hace adelantar en poco tiempo, sin que nos demos cuenta, si no es por los combates que la gracia tiene que sostener contra nuestra naturaleza inmortificada. Esto es en respuesta a la palabra dirección.

Dios me libre, mi querida Hermana, de mezclarme jamás en semejante cosa; porque ni siquiera sé lo que es; no hago más que responder diciéndoos con sencillez mi parecer acerca de lo que me indicabais, sin orden ni medida, sino como se presenta a la memoria, sin que dependa de mí recordar después lo que he dicho por escrito. Y así no es posible reflexionar sobre ello para ver si es bueno o malo; pero recibid con sencillez lo que os dé a conocer ser conveniente para el estado actual de vuestra alma; y de lo demás, no paséis cuidado.

Tomo mucha parte en las visitas crucificantes que con tanta frecuencia hace Dios Nuestro Señor a vuestra venerada Madre (Luisa Enriqueta de Soudeilles). Es una de las señales más claras del amor que le tiene. Ruego a su Divina bondad que le conceda la gracia de aprovecharse de ellas tan perfectamente como Él exige de su sumisión y de la conformidad a su beneplácito y santísima voluntad. Asegurad de mi parte a esta respetable Madre, que guardaré siempre hacia su Caridad toda la estima, afecto y respeto de que mi ruin corazón es capaz en el de nuestro buen Maestro, Nuestro Señor Jesucristo, el cual, a mi parecer, se agrada mucho del afecto y ardiente celo que tiene por darle a conocer, y hacerle amar y glorificar. Ni sus trabajos ni sus cuidados se perderán. No puedo deciros todo el consuelo que siento al ver que por estos medios va insinuándose tanto, como me parece, en la amistad y gracia de este amable Corazón, en cuya presencia no la olvido, como tampoco a Vuestra Caridad, carísima Hermana.

Sería para mí un honor el escribir a esta querida Madre para darle gracias por la media docena de libritos del Sagrado Corazón que de nuevo nos ha enviado, por los que le estoy en extremo agradecida; pero suplico le manifestéis por mí el más sincero agradecimiento, pues me ha proporcionado un gran contento. Que ella a su vez, acepte las humildes y sinceras acciones de gracias que le mando por vuestro medio, pues temo que el excesivo número de cartas que le escribo sea ya impertinencia de mi parte.

En cuanto a vos, querida Hermana, procurad aprovecharos y fomentar las inspiraciones y gracias que recibís de la soberana Bondad; escuchadlas con docilidad, porque el Espíritu Santo sopla donde quiere; llega el momento de la gracia, pero no vuelve nunca. Por lo tanto, aprovechémonos de ella; porque el Señor, al inspirarnos el deseo del bien, nos da fuerza para realizarlo, pero no sucede lo mismo con la criatura. Seguid, pues, sus ilustraciones sin cansaros, hasta que le hayáis hecho Dueño absoluto de vuestro corazón. i

Sor Margarita María

De la Visitación de Santa María

No os preocupéis de vuestras cartas, pues por mi parte os guardaré el más escrupuloso secreto. En las visitas al Santísimo Sacramento pedid con insistencia el amor a vuestra abyección, para honrar los abatimientos de un Dios escondido y humillado por nuestro amor; y en vuestras oraciones y Comuniones, de las cuales ni una debéis perder, haréis la misma petición, y también durante vuestro retiro. Aspiraréis en él sin cesar al olvido y desprecio de vos misma, a fin de perderos toda en Dios para no volver a recordar, buscar, ni ver en todas las cosas más que a Él y su beneplácito, el cual debe extinguir todos nuestros deseos.

CARTA LXXIX
A LA M. DE SOUDEILLES, MOULINS

Se goza en los progresos de la gran devoción y la felicita por su celo.—La felicidad del sufrir con amor.—Humildes y afectuosos sentimientos de Margarita.

¡Viva Jesús!

 

[Hacia fines de 1687]

Es cierto, mi respetable Madre, que renováis y aumentáis mi alegría cuantas veces me participáis los nuevos progresos de la devoción del Sagrado Corazón de nuestro buen Maestro, el cual espero no ha de dejar sin recompensa vuestro celo en darle a conocer, y procurar que le amen y le honren. Fuera de que, a mi entender, estamos suficientemente recompensadas cuando nos juzga dignas de prestarle algunos servicios, porque es el manantial inagotable de todo bien y en el cual nos hace encontrar el amor todo lo que necesitamos. Me parece, mi amadísima Madre, que con frecuencia os hace sacar de ese divino manantial el tesoro de la Cruz, por medio de esas visitas dolorosas, por las cuales quiere uniros más y más a Él, que es lo único a que debemos aspirar en el tiempo y en la eternidad.

¡Dios mío, cuánta felicidad se encuentra, mi querida Madre, en sufrir aquí abajo con amor! No dejo, sin embargo, de pedirle el restablecimiento de vuestra salud, si tal es su santísima voluntad, ni de pedirle que conserve vuestra vida, puesto que os ha hecho útil para su gloria. Continuad, mi querida Madre, extendiendo su reinado, y no me olvidéis en su presencia, porque es cierto que tengo extremada necesidad de ello, en medio de la cual no dejo de conservar hacia Vuestra Caridad todos los sentimientos de estima, respeto y afecto de que soy capaz en el Sagrado Corazón de nuestro buen Maestro, en cuyo amor soy toda vuestra.

 

Sor Margarita María

De la Visitación de Santa María