Vida y obras de Santa Margarita Mª de Alacoque(XXXII)

CARTA XCI

A LA HERMANA DE LA BARGUE, MOULINS

Excelentes consejos espirituales.—«¿Qué nos importa la madera de que está hecha nuestra cruz?»—Entrad muy adentro, sin temor y con plena confianza en el Corazón de Jesucristo.—No os turbéis por vuestras faltas.—«La cruz es un tesoro precioso».— Sentimientos de espiritual amistad.

 

¡Viva Jesús!

D e nuestro Monasterio de Paray

12 agosto 1688

 

Confieso, queridísima Hermana, que tenéis justo motivo de quejaros por mi poca correspondencia a tantas demostraciones de bondad y de tan cordial amistad que yo no merezco y me llenan de confusión, aunque me parece que mi ruin corazón se esfuerza cuanto puede por corresponderos en cuanto es capaz, en el de nuestro buen Maestro, que sabe cuán querida de la mía ha hecho Él que sea vuestra alma. Y sin que con esto quiera excusarme, debo deciros que creo no censuraréis  del  todo  mi  silencio  cuando  sepáis  las  justas  causas  que  lo han motivado. Es la primera, que viéndome agobiada de cartas, por haber engañado, por desgracia, a las criaturas, en cuyo número estáis vos, no he hallado para este mal otro remedio que el silencio.

Así que no pensaba contestar a nadie, puesto que no es posible ser útil a los demás si primeramente no nos reformamos a nosotros mismos; porque, ¡si vierais cuán lejos me veo de lo que debe ser una verdadera Hija de Santa María que ha de poner toda su atención en hacerse verdadera copia de su Esposo crucificado! Y veo que todo nos puede servir de medio para esto; porque ¿qué nos importa la madera de que está hecha nuestra Cruz? Con tal de que sea cruz y que nos tenga clavadas el amor de Aquel que ha muerto en ella por nuestro amor, debe bastarnos. Os tengo por muy dichosa al ver que vuestros oficios os proporcionan medios eficaces para esto, pues nos obligan a caminar contra vuestras inclinaciones.

Todo esto es bueno, pero no la tristeza y turbación, que habéis de desechar muy lejos de vos, porque el Señor pone su asiento en la paz de un alma que se complace ardientemente al verse destruida y anonadada para quedar como perdida en el amor de su abyección. Al leer las vuestras me confirmo más y más en que es éste el camino que el Señor os ha trazado, y en él debéis ir adelantando con júbilo de vuestra alma, ya sea que Él os guíe directamente, ya que se sirva de las criaturas y aun de vos misma, que es igual; con tal de que Él esté contento, esto basta. Dejadle hacer y que vuestra ocupación sea amarle, y todo vuestro cuidado no resistirle, ni poner obstáculo a sus designios. Así veréis que os hace adelantar mucho camino en poco tiempo, sin que vos lo notéis.

Y en cuanto a entrar en su Sagrado Corazón, ¿a qué temer, si Él os invita a que vayáis a tomar allí vuestro reposo? ¿No es Él el trono de la misericordia donde los más miserables son los mejor recibidos, con tal de que el amor los presente abismados en su miseria? Y si somos cobardes, fríos, impuros e imperfectos, ¿no es Él horno encendido donde nos debemos perfeccionar y purificar como el oro en el crisol, siendo para Él hostia viva, inmolada y sacrificada a sus adorables designios? No temáis, pues, abandonaros sin reserva a su amorosa providencia, porque no perecerá el hijo en los brazos de un Padre omnipotente. Me parece haberos dicho ya, que a mi entender no le agrada tanto ese temor como lo agradaría una confianza filial; y puesto que os ama, ¿por qué tanto temor, a menos que sea de no corresponderle con el amor que de vos desearía, y que consiste, sino me engaño, ese perfecto abandono y olvido de vos misma? Dejaos a vos, y lo encontraréis todo. Olvidaos de vos y Él pensará en vos. Abismaos en vuestra nada y le poseeréis.

Pero ¿quién hará todo esto? El amor que encontraréis en el Sagrado Corazón, en el cual no solamente habéis de tener vuestro lugar de retiro, sino que debéis también tomarle por vuestro guía y principal director para que os muestre lo que desea de vos, y así os dé fuerza para cumplirlo perfectamente. Y si no me engaño, he aquí en pocas palabras lo que principalmente desea: y es que quiere enseñaros a vivir sin apoyo, sin amigos y sin contento. Y a medida que os vayáis ocupando en estas palabras, Él os dará inteligencia de ellas.

Os repito, mi querida amiga, que no os turbéis por vuestras faltas, sino que, si cometieseis alguna, digáis confiadamente al amabilísimo Corazón de Jesús: «¡Oh único amor mío, pagad por vuestra pobre esclava y reparad el mal que acabo de hacer! ¡Haced que se con vierta en gloria vuestra, edificación del prójimo y salvación de mi alma!» Y de este modo nuestras caídas nos sirven para humillarnos y conocer lo que somos, y juntamente enseñarnos lo útil que nos es vivir escondidas en el abismo de nuestra nada; mas el amor propio que querría aparecer en todas partes y ser aplaudido, amado y agasajado, ni quiere oír ni puede comprender esta lección. Pero no debemos razonar con él, porque se alimenta y engorda con las reflexiones.

En fin, carísima Hermana, procuremos no tenerlo más que para aprender a llevar bien nuestras cruces en amoroso silencio; porque la cruz es un tesoro precioso que debemos tener oculto para que no nos lo roben. No hallo yo nada que endulce tanto la prolongación de la vida como sufrir siempre amando. Suframos, pues, amorosamente, sin quejarnos, y tengamos por perdidos los momentos que pasamos sin sufrir. No tenemos tiempo que perder; por lo tanto, no pensemos más que en el momento presente, a fin de emplearlo bien, y como si fuera el último de nuestra vida en que tuviéramos que comparecer ante el tribunal de la divina justicia para dar cuenta de ella. Pero, decidme con sencillez, mi querida amiga, ¿no os canso con tanta repetición? Porque, ¿a qué hablaros tan detenidamente de una cosa que conocéis mucho mejor por la práctica que lo que pudiera yo explicaros con mis palabras? Pero lo pedís a un corazón que nada puede negaros en el de nuestro buen Maestro. En su presencia os suplico no os olvidéis de mis necesidades particulares, que son mayores de lo que yo pudiera decir, a causa de mis enormes pecados, ingratitudes e infidelidades.

Yo no os olvido en mis pobres oraciones, como tampoco a vuestra muy respetable Madre, por la cual siento todo el respeto y estima y afecto de que mi ruin corazón es capaz en el de nuestro buen Salvador. Creo que Él la mira con complacencia en el lugar que ocupa, donde la ha colocado Él mismo por su propia elección; por lo cual me parece que cuidará de ella, con tal de que ponga en Él toda su confianza. Le estoy muy agradecida por el honor que me concede acordándose de mí; con gusto le escribiría, si no fuese por el temor de molestarla. Y en cuanto a vuestra querida Depuesta, sólo Dios sabe cuán dentro de mi corazón la ha colocado, lo que me hace a veces desear poder ayudarla a llevar su cruz. Y no os que quiera disminuirle el mérito, no; la amo demasiado para esto, y es para ella de gran valor, sino solamente para aligerársela. Aseguradla de mi más sincero afecto y creedme toda vuestra en el Sagrado Corazón de Jesús.

 

Sor Margarita María

De la Visitación de Santa María

 

CARTA XCII

A LA MADRE DE SAUMAISE, DIJON

La consuela en cierta negativa de Roma.—Admirable resignación de la Santa en esta ocasión.—Se consuela con los progresos de esta devoción.—Terribles combates interiores.—Estupenda humildad.—Triunfos en ella del Divino Corazón.—Sufre en unión de las almas del Purgatorio.

 

¡Viva Jesús!

[Agosto de] 1688

 

Así es, mi querida Madre; vuestro buen corazón está muy afligido por la negativa que han dado en Roma45 en lo referente al de nuestro adorable Salvador, el cual, sino me engaño, me parece desea venga a consolaros de su parte, diciéndoos lo que a mí me ha consolado. Después de oír tan triste nueva, que fue una espada que me atravesó el corazón con vivo dolor, fui a arrodillarme ante su imagen para quejarme amorosamente. He aquí lo que me respondió: ¿Por qué te afliges de una cosa que ha de servir para gloria mía? Porque ahora todos se dan a honrarme y amarme sin más apoyo que el de la Providencia y en su mismo amor, y esto me agrada mucho; mas como este fervor podría entibiarse (lo que sería muy doloroso a mi Divino Corazón, que siendo horno encendido de puro amor no lo podría sufrir), encenderé entonces ese fuego en los corazones, por medio de todos esos privilegios y aun de otros mayores. Mas no dejaré sin recompensa los trabajos que se hayan tomado por esto. Queda en paz.

Y así lo he hecho; desde entonces no me turbo en modo alguno, por mucho que oiga decir, a pesar de haber quedado con la incertidumbre de si tendré el consuelo de verlo un día. Pero no importa; con tal de que Él esté contento, lo estaré yo también con el mismo contento suyo, privada de todos los demás.

Esto es, mi querida Madre, lo que no he podido dejar de deciros; sea todo para gloria suya.

Es un verdadero contento ver el progreso que por vuestro medio va haciendo esta santa devoción por estos lugares. No os desalentéis. Me parece que quiere os ocupéis únicamente en esto, porque será lo que principalmente labre vuestra corona.

Tengo que deciros una palabrita de vuestra pobre hija que os ama más tiernamente de lo que sabría decir. Está anegada en el sufrimiento y atacada por todas partes de sus enemigos que la hacen sufrir penas terribles, sin remedio ni socorro, excepto el de este Divino Corazón, de cuyos favores me he hecho indigna por mis ingratitudes e infidelidades, aunque Él, sin embargo, no deja de ser conmigo tan liberal como siempre.

Mas esto precisamente aumenta mi dolor; porque no sé si es el enemigo que ataca con frecuencia a mi pobre corazón con el doloroso pensamiento de que todo eso es en perdición mía, porque Dios no puede conceder tantas gracias a una criatura tan mala como yo, que ha llevado una vida tan criminal, y que por medio de sus vanas hipocresías ha engañado a las criaturas, particularmente a los que me dirigen. En medio de estas agitaciones se me presenta mi vida como un cuadro tan abominable, que aunque no pueda distinguir nada en él, me parece que no podría soportar por mucho tiempo su vista sin morir de dolor, si no me sintiese al mismo tiempo fortificada y rodeada por un poder invencible que disipa esas furias infernales. Éstas sólo pretenden arrancar la paz del corazón, como me lo dio a entender Nuestro Señor, si no me engaño.

Otras veces se me ocurre que es la mía una falsa paz, que procede del endurecimiento del corazón, y que no me deja sentir la propia desgracia. ¡Ay de mí!, mi querida Madre, ¿será posible que ese amable Corazón quiera privar al de su indigna esclava de amarle eternamente? Yo os conjuro que me digáis lo que os parece de esto; ya sabéis la grande confianza que tengo en Vuestra Caridad, por lo cual doy entero crédito a cuanto me decís. Por favor, no me aduléis, porque me parece que voy a arrastrar a muchos conmigo a la perdición, pues se apoyan demasiado en lo que les digo. Estoy siempre agobiada de cartas y la obediencia me obliga a contestarlas. Me entrego a todo sin reserva.

(La fiesta, del Sagrado Corazón, concedida desde entonces a todos los países y a todas las Iglesias que la habían solicitado, se extendió a la Iglesia Universal en tiempo de Pío IX, en 1856; el 28 de junio de 1889 León XIII la elevó al Rito doble de primera clase; y Pío XI (8 de mayo de 1928) al grado litúrgico supremo, de doble de primera clase con Octava. ¡Estaban plenamente satisfechos los anhelos de la Santa evangelista del Divino Corazón!)

El Sagrado Corazón continúa enviándome a ciertas almas del Purgatorio para que las ayude a satisfacer a la divina Justicia; durante este tiempo sufro penas semejantes a las suyas, no hallando reposo ni de día ni de noche.

Esto es lo que por ahora puedo deciros. [Y me parece no os desagradará que os presente una versión en verso del Oficio del Sagrado Corazón, que todos encuentran hermosísima. Todo sea para gloria de este Divino Corazón, en cuyo amor soy toda vuestra.]

 

 

 

CARTA XCIII

A LA MADRE MARÍA FELICIA DUBUYSSON, MOULINS

Bajísimo concepto de sí misma.—¿Cuál es el medio más eficaz para entrar en la amistad del amante Corazón?—El apostolado de los libritos.

¡Viva Jesús!

 

[Octubre 1688]

No hubiera esperado a que Vuestra Caridad me previniera en lo que era deber mío, mi respetable y muy querida Madre, de no haber sido por el temor que tenía de serviros de carga y sumaros al número de los que se dejan engañar y distraer por una miserable e hipócrita pecadora como yo, de lo que debéis guardaros y no tener ningún comercio con ella, porque os lo digo con franqueza, si me conocierais tal cual soy, vuestro caritativo corazón no podría dejar de compadecerse de mi miseria, y pedir instantemente mi conversión al Sagrado Corazón de nuestro buen Maestro. No dejo sin embargo de presentarle vuestros deseos e intenciones, y suplicarle que sea vuestra fortaleza y sostén en el empleo en que os ha colocado Él y no las criaturas.

Espero, por lo tanto, que no os negará los auxilios necesarios para desempeñarlo bien y para que se cumplan sus designios sobre vos, con tal de que os confiéis al cuidado de su amorosa Providencia, y que vuestro único deseo consista en amar, honrar y glorificar a este Divino y amabilísimo Corazón. No omitáis, para conseguirlo, cuidados ni trabajos; pues éste es el medio para entrar en su amistad y atraer sobre vos y sobre vuestra Santa Comunidad la abundancia de sus gracias santificantes y el reinado de su encendida caridad, cuya unción derramará sobre vuestro corazón por la impureza de su santo amor. Y esto es lo que desea vuestra muy humilde y obediente,

Sor Margarita María

De la Visitación de Santa María

Me había tomado la libertad de ofreceros, mi amadísima Madre, el Oficio del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo. No sé si lo habréis recibido, ni si lo habréis podido leer por lo mal escrito que está. Rogaba también a Vuestra Caridad que nos dijese si se imprimían aún los libritos del Sagrado Corazón. Si hicierais el favor de mandarnos algunos, diciéndonos llanamente lo que cuestan, os enviaríamos el dinero en la primera ocasión; y os quedaría, además, en extremo agradecida, pues no os podéis figurar con cuánto afán nos lo piden. Perdonadme, mi querida Madre, que obre con tanta libertad.

 

 

CARTA XCIV

A LA HERMANA DE LA BARGUE, MOULINS

«¿Cómo establecer nuestro Reinado de paz en el amante Corazón?»—«Os suplico le hagáis entera donación…»—«Perfectísima unidad con Él».

¡Viva Jesús!

 

[Octubre 1688]

Después de terminada la carta me pareció que no quedaríais contenta al no encontrar en ella alguna palabrita de despedida antes de entrar en nuestro querido retiro, donde deseo, mi querida amiga, que consigamos dejarnos y olvidarnos por completo a nosotras mismas, para no ver ni tener más que a nuestro único necesario, que así lo desea de nosotras. Por lo cual debemos procurar con todas nuestras fuerzas entrar en su adorable Corazón, haciéndonos muy pequeñas por la humilde confesión de nuestra nada, en la cual debemos quedar siempre abismadas.

Debemos, además, establecer nuestro reinado de paz en este Sagrado Corazón. Esto se hace por la conformidad con su beneplácito, al cual debemos abandonarnos de tal modo, que tengamos un cuidado especial de cercenar todo lo que a eso pudiera poner obstáculo, dejándole hacer en nosotros, de nosotros y por nosotros, según su deseo, a fin de que nos perfeccione a su modo y nos modele a su gusto. Y para mantenernos siempre en este Divino Corazón, debemos amarle con amor de preferencia, como el único necesario de nuestro corazón.

Inclinemos a éste con suavidad al desprecio y olvido de todo lo demás; porque ¡si se pudiera comprender cuánto adelantan las almas, cuando corresponden fielmente por medio de una completa muerte a todo deseo, satisfacción, curiosidad y miras sobre sí mismas, para dejarse guiar por ese Divino Piloto, en la barca segura de su amoroso Corazón!

Os suplico le hagáis entera donación de todo vuestro ser espiritual y corporal, y de todo cuanto podáis hacer y hayáis hecho; para que, después de haber purificado y consumido todo lo que le desagrade, disponga de él según su beneplácito. Porque de ordinario pide esto de sus más queridos amigos, en cuyo número creo que estáis vos, a fin de que habiéndoselo dado todo sin reservas, los pueda Él enriquecer con sus preciosos tesoros.

He ahí, mi querida amiga, muy buena ocupación para nuestro retiro, y también para toda nuestra vida, que no debe aspirar más que a esa unidad, por medio de un acto puro y sencillo. Quiero decir, unidad de voluntad con la de nuestro Soberano Bien, para no querer más que lo que Él quiere; unidad de amor; unidad de corazón, de espíritu y de operación, no haciendo más que uniros a lo que Él hace en vos. Pero ¡Dios mío!, me parece que esto no son más que repeticiones que tal vez os serán enfadosas y os quitarán los deseos de pedir cartas largas; y así ésta vale para lo que queda de año. ¡Sea Dios eternamente bendito!

 

 

CARTA XCV

A LA MADRE M. F. DUBUYSSON, MOULINS

Humildes y afectuosas acciones de gracias.—«Todo habla cuando se ama».—El Divino Corazón, satisfecho de la Comunidad de Moulins.

¡Viva Jesús!

 

[Enero 1689]

Suplico al Sagrado Corazón de nuestro Soberano Dueño, mi respetable y queridísima Madre, que Él os agradezca por mí la bondadosa cordialidad que me demostráis y que me llena de confusión, viendo que en medio de tantas ocupaciones os dignáis acordaros de una miserable criatura como yo, que sólo sirve para sufrir en el Sagrado Corazón de nuestro amable Salvador. ¡Ah, cuánto os agradezco que le améis y queráis ser toda suya!

Pedís una oración corta para demostrarle vuestro amor; yo no sé otra ni encuentro que haya ninguna mejor que ese mismo amor, porque todo habla cuando se ama; y hasta las mayores ocupaciones son prueba de nuestro amor.

«Ama –dice San Agustín– y haz lo que quieras». Y como no es posible amar sin sufrir, amemos, pues, y suframos al mismo tiempo, y no despreciemos ni un solo instante, porque todas las cruces son preciosas para un corazón que ama a su Dios y quiere ser amado de Él. Procuremos, pues, llegar a ser verdaderas copias de nuestro Amor Crucificado.

No he dejado de pedir mucho al adorable Corazón de Jesús por vos y vuestra santa Comunidad; pero me parece que Él tendrá siempre una particular protección sobre vuestra casa, y que cuidará de ella, como lo espero de su amorosa bondad, por el ardiente celo que tenéis en darle a conocer y hacerle honrar y amar, así por medio de estos libritos, como por otros medios. Aquí están siempre tan atareadas, que no les es posible contentar ni a medias la devoción de todos.

Continuad, pues, amándole, mi querida Madre, y haciéndole amar, y no temáis que olvide nada de cuanto por Él hacéis. Os suplico le pidáis mi entera conversión y que consuma nuestros corazones en su puro amor, en el cual soy toda vuestra.

Sor Margarita María

De la Visitación de Santa María

Un millón de gracias, mi respetable Madre, por los libros que habéis tenido la bondad de enviarnos. Quisiera demostraros mi gratitud, pues me parece que con nada me podíais haber obligado más; y así no me olvidaré de ello ante el Sagrado Corazón de Nuestro Señor, al cual suplico os pague esta obra de caridad.