Vida y obras de Santa Margarita Mª de Alacoque(XXXIII)

CARTA XCII

A LA MADRE DE SAUMAISE, DIJON

La consuela en cierta negativa de Roma.—Admirable resignación de la Santa en esta ocasión.—Se consuela con los progresos de esta devoción.—Terribles combates interiores.—Estupenda humildad.—Triunfos en ella del Divino Corazón.—Sufre en unión de las almas del Purgatorio.

 

¡Viva Jesús!

[Agosto de] 1688

 

Así es, mi querida Madre; vuestro buen corazón está muy afligido por la negativa que han dado en Roma45 en lo referente al de nuestro adorable Salvador, el cual, sino me engaño, me parece desea venga a consolaros de su parte, diciéndoos lo que a mí me ha consolado. Después de oír tan triste nueva, que fue una espada que me atravesó el corazón con vivo dolor, fui a arrodillarme ante su imagen para quejarme amorosamente. He aquí lo que me respondió: ¿Por qué te afliges de una cosa que ha de servir para gloria mía? Porque ahora todos se dan a honrarme y amarme sin más apoyo que el de la Providencia y en su mismo amor, y esto me agrada mucho; mas como este fervor podría entibiarse (lo que sería muy doloroso a mi Divino Corazón, que siendo horno encendido de puro amor no lo podría sufrir), encenderé entonces ese fuego en los corazones, por medio de todos esos privilegios y aun de otros mayores. Mas no dejaré sin recompensa los trabajos que se hayan tomado por esto. Queda en paz.

Y así lo he hecho; desde entonces no me turbo en modo alguno, por mucho que oiga decir, a pesar de haber quedado con la incertidumbre de si tendré el consuelo de verlo un día. Pero no importa; con tal de que Él esté contento, lo estaré yo también con el mismo contento suyo, privada de todos los demás.

 

El Monasterio de Dijon había solicitado de Roma nada menos que la institución de la fiesta para la Iglesia Universal. La respuesta fue que era menester establecerla primero, como de prueba, en las diócesis particulares, con permiso del Ordinario. Así se hizo.

Margarita María no debía ser testigo, viviendo en la tierra, de este espléndido triunfo. La fiesta del Divino Corazón se celebró bien pronto en muchos lugares con autorización de los Ordinarios, como lo habían hecho ya en Dijon, en 1689, viviendo aún la Santa. Pero la aprobación de Roma para la Iglesia Universal, se hizo esperar mucho tiempo. Los soberanos Pontífices concedieron fácilmente Breves de indulgencias para las Cofradías, mientras que fue necesario insistir varias veces para obtener la concesión de un Oficio propio y de la Misa del Sagrado Corazón. Hasta 1765, no se obtuvo esta gracia, que concedió Clemente XIII a los Obispos de Polonia.

Esto es, mi querida Madre, lo que no he podido dejar de deciros; sea todo para gloria suya.

Es un verdadero contento ver el progreso que por vuestro medio va haciendo esta santa devoción por estos lugares. No os desalentéis. Me parece que quiere os ocupéis únicamente en esto, porque será lo que principalmente labre vuestra corona.

Tengo que deciros una palabrita de vuestra pobre hija que os ama más tiernamente de lo que sabría decir. Está anegada en el sufrimiento y atacada por todas partes de sus enemigos que la hacen sufrir penas terribles, sin remedio ni socorro, excepto el de este Divino Corazón, de cuyos favores me he hecho indigna por mis ingratitudes e infidelidades, aunque Él, sin embargo, no deja de ser conmigo tan liberal como siempre.

Mas esto precisamente aumenta mi dolor; porque no sé si es el enemigo que ataca con frecuencia a mi pobre corazón con el doloroso pensamiento de que todo eso es en perdición mía, porque Dios no puede conceder tantas gracias a una criatura tan mala como yo, que ha llevado una vida tan criminal, y que por medio de sus vanas hipocresías ha engañado a las criaturas, particularmente a los que me dirigen. En medio de estas agitaciones se me presenta mi vida como un cuadro tan abominable, que aunque no pueda distinguir nada en él, me parece que no podría soportar por mucho tiempo su vista sin morir de dolor, si no me sintiese al mismo tiempo fortificada y rodeada por un poder invencible que disipa esas furias infernales. Éstas sólo pretenden arrancar la paz del corazón, como me lo dio a entender Nuestro Señor, si no me engaño.

Otras veces se me ocurre que es la mía una falsa paz, que procede del endurecimiento del corazón, y que no me deja sentir la propia desgracia. ¡Ay de mí!, mi querida Madre, ¿será posible que ese amable Corazón quiera privar al de su indigna esclava de amarle eternamente? Yo os conjuro que me digáis lo que os parece de esto; ya sabéis la grande confianza que tengo en Vuestra Caridad, por lo cual doy entero crédito a cuanto me decís. Por favor, no me aduléis, porque me parece que voy a arrastrar a muchos conmigo a la perdición, pues se apoyan demasiado en lo que les digo. Estoy siempre agobiada de cartas y la obediencia me obliga a contestarlas. Me entrego a todo sin reserva.

(La fiesta, del Sagrado Corazón, concedida desde entonces a todos los países y a todas las Iglesias que la habían solicitado, se extendió a la Iglesia Universal en tiempo de Pío IX, en 1856; el 28 de junio de 1889 León XIII la elevó al Rito doble de primera clase; y Pío XI (8 de mayo de 1928) al grado litúrgico supremo, de doble de primera clase con Octava. ¡Estaban plenamente satisfechos los anhelos de la Santa evangelista del Divino Corazón!)

El Sagrado Corazón continúa enviándome a ciertas almas del Purgatorio para que las ayude a satisfacer a la divina Justicia; durante este tiempo sufro penas semejantes a las suyas, no hallando reposo ni de día ni de noche.

Esto es lo que por ahora puedo deciros. [Y me parece no os desagradará que os presente una versión en verso del Oficio del Sagrado Corazón, que todos encuentran hermosísima. Todo sea para gloria de este Divino Corazón, en cuyo amor soy toda vuestra.]

 

CARTA XCIII

A LA MADRE MARÍA FELICIA DUBUYSSON, MOULINS

Bajísimo concepto de sí misma.—¿Cuál es el medio más eficaz para entrar en la amistad del amante Corazón?—El apostolado de los libritos.

¡Viva Jesús!

 

[Octubre 1688]

No hubiera esperado a que Vuestra Caridad me previniera en lo que era deber mío, mi respetable y muy querida Madre, de no haber sido por el temor que tenía de serviros de carga y sumaros al número de los que se dejan engañar y distraer por una miserable e hipócrita pecadora como yo, de lo que debéis guardaros y no tener ningún comercio con ella, porque os lo digo con franqueza, si me conocierais tal cual soy, vuestro caritativo corazón no podría dejar de compadecerse de mi miseria, y pedir instantemente mi conversión al Sagrado Corazón de nuestro buen Maestro. No dejo sin embargo de presentarle vuestros deseos e intenciones, y suplicarle que sea vuestra fortaleza y sostén en el empleo en que os ha colocado Él y no las criaturas.

Espero, por lo tanto, que no os negará los auxilios necesarios para desempeñarlo bien y para que se cumplan sus designios sobre vos, con tal de que os confiéis al cuidado de su amorosa Providencia, y que vuestro único deseo consista en amar, honrar y glorificar a este Divino y amabilísimo Corazón. No omitáis, para conseguirlo, cuidados ni trabajos; pues éste es el medio para entrar en su amistad y atraer sobre vos y sobre vuestra Santa Comunidad la abundancia de sus gracias santificantes y el reinado de su encendida caridad, cuya unción derramará sobre vuestro corazón por la impureza de su santo amor. Y esto es lo que desea vuestra muy humilde y obediente,

 

Sor Margarita María

De la Visitación de Santa María

Me había tomado la libertad de ofreceros, mi amadísima Madre, el Oficio del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo. No sé si lo habréis recibido, ni si lo habréis podido leer por lo mal escrito que está. Rogaba también a Vuestra Caridad que nos dijese si se imprimían aún los libritos del Sagrado Corazón. Si hicierais el favor de mandarnos algunos, diciéndonos llanamente lo que cuestan, os enviaríamos el dinero en la primera ocasión; y os quedaría, además, en extremo agradecida, pues no os podéis figurar con cuánto afán nos lo piden. Perdonadme, mi querida Madre, que obre con tanta libertad.

 

 

CARTA XCIV

A LA HERMANA DE LA BARGUE, MOULINS

«¿Cómo establecer nuestro Reinado de paz en el amante Corazón?»—«Os suplico le hagáis entera donación…»—«Perfectísima unidad con Él».

¡Viva Jesús!

 

[Octubre 1688]

Después de terminada la carta me pareció que no quedaríais contenta al no encontrar en ella alguna palabrita de despedida antes de entrar en nuestro querido retiro, donde deseo, mi querida amiga, que consigamos dejarnos y olvidarnos por completo a nosotras mismas, para no ver ni tener más que a nuestro único necesario, que así lo desea de nosotras. Por lo cual debemos procurar con todas nuestras fuerzas entrar en su adorable Corazón, haciéndonos muy pequeñas por la humilde confesión de nuestra nada, en la cual debemos quedar siempre abismadas.

Debemos, además, establecer nuestro reinado de paz en este Sagrado Corazón. Esto se hace por la conformidad con su beneplácito, al cual debemos abandonarnos de tal modo, que tengamos un cuidado especial de cercenar todo lo que a eso pudiera poner obstáculo, dejándole hacer en nosotros, de nosotros y por nosotros, según su deseo, a fin de que nos perfeccione a su modo y nos modele a su gusto. Y para mantenernos siempre en este Divino Corazón, debemos amarle con amor de preferencia, como el único necesario de nuestro corazón.

Inclinemos a éste con suavidad al desprecio y olvido de todo lo demás; porque ¡si se pudiera comprender cuánto adelantan las almas, cuando corresponden fielmente por medio de una completa muerte a todo deseo, satisfacción, curiosidad y miras sobre sí mismas, para dejarse guiar por ese Divino Piloto, en la barca segura de su amoroso Corazón!

Os suplico le hagáis entera donación de todo vuestro ser espiritual y corporal, y de todo cuanto podáis hacer y hayáis hecho; para que, después de haber purificado y consumido todo lo que le desagrade, disponga de él según su beneplácito. Porque de ordinario pide esto de sus más queridos amigos, en cuyo número creo que estáis vos, a fin de que habiéndoselo dado todo sin reservas, los pueda Él enriquecer con sus preciosos tesoros.

He ahí, mi querida amiga, muy buena ocupación para nuestro retiro, y también para toda nuestra vida, que no debe aspirar más que a esa unidad, por medio de un acto puro y sencillo. Quiero decir, unidad de voluntad con la de nuestro Soberano Bien, para no querer más que lo que Él quiere; unidad de amor; unidad de corazón, de espíritu y de operación, no haciendo más que uniros a lo que Él hace en vos. Pero ¡Dios mío!, me parece que esto no son más que repeticiones que tal vez os serán enfadosas y os quitarán los deseos de pedir cartas largas; y así ésta vale para lo que queda de año. ¡Sea Dios eternamente bendito!

 

 

CARTA XCV

A LA MADRE M. F. DUBUYSSON, MOULINS

Humildes y afectuosas acciones de gracias.—«Todo habla cuando se ama».—El Divino Corazón, satisfecho de la Comunidad de Moulins.

¡Viva Jesús!

 

[Enero 1689]

Suplico al Sagrado Corazón de nuestro Soberano Dueño, mi respetable y queridísima Madre, que Él os agradezca por mí la bondadosa cordialidad que me demostráis y que me llena de confusión, viendo que en medio de tantas ocupaciones os dignáis acordaros de una miserable criatura como yo, que sólo sirve para sufrir en el Sagrado Corazón de nuestro amable Salvador. ¡Ah, cuánto os agradezco que le améis y queráis ser toda suya!

Pedís una oración corta para demostrarle vuestro amor; yo no sé otra ni encuentro que haya ninguna mejor que ese mismo amor, porque todo habla cuando se ama; y hasta las mayores ocupaciones son prueba de nuestro amor.

«Ama –dice San Agustín– y haz lo que quieras». Y como no es posible amar sin sufrir, amemos, pues, y suframos al mismo tiempo, y no despreciemos ni un solo instante, porque todas las cruces son preciosas para un corazón que ama a su Dios y quiere ser amado de Él. Procuremos, pues, llegar a ser verdaderas copias de nuestro Amor Crucificado.

 

No he dejado de pedir mucho al adorable Corazón de Jesús por vos y vuestra santa Comunidad; pero me parece que Él tendrá siempre una particular protección sobre vuestra casa, y que cuidará de ella, como lo espero de su amorosa bondad, por el ardiente celo que tenéis en darle a conocer y hacerle honrar y amar, así por medio de estos libritos, como por otros medios. Aquí están siempre tan atareadas, que no les es posible contentar ni a medias la devoción de todos.

Continuad, pues, amándole, mi querida Madre, y haciéndole amar, y no temáis que olvide nada de cuanto por Él hacéis. Os suplico le pidáis mi entera conversión y que consuma nuestros corazones en su puro amor, en el cual soy toda vuestra.

Sor Margarita María

De la Visitación de Santa María

Un millón de gracias, mi respetable Madre, por los libros que habéis tenido la bondad de enviarnos. Quisiera demostraros mi gratitud, pues me parece que con nada me podíais haber obligado más; y así no me olvidaré de ello ante el Sagrado Corazón de Nuestro Señor, al cual suplico os pague esta obra de caridad.

 

 

CARTA XCVI

A LA H. DE LA BARGUE, MOULINS

Inspirado canto de amor a la cruz.—«No es que debamos pedir el sufrimiento…».—

«El puro amor lo quiere todo o nada».—La perfecta pobreza de espíritu.

¡Viva Jesús!

 

[5 de enero de 1689]

Me complazco, queridísima y amadísima Hermana, en que nos escribamos, con tal de que sólo sea para hablar del amor y de la cruz; porque no sabría deciros otra cosa, sino que es preciso que procuremos con todas nuestras fuerzas hacernos copias vivas de nuestro Esposo Crucificado, demostrándolo en todas nuestras acciones. ¡Ah, mi querida amiga, cuán bueno es sufrir siempre, y morir al fin sobre la cruz, agobiada bajo el peso de toda clase de sufrimientos, de miserias y desprecios, de abandonos y humillaciones! La cruz es un bálsamo precioso que pierde su buen olor ante Dios, cuando se descubre; por lo tanto, hay que tenerla escondida y llevarla en silencio en cuanto nos sea posible. No perdamos ni un instante de sufrimiento, porque no es posible amar si no es así.

¡Ah, cuán buena es la cruz en todo tiempo y en todo lugar! Abracémosla, pues, amorosamente, sin preocuparnos de la madera de que está hecha, ni con qué

 

instrumento se ha fabricado. Debe bastarnos con saber que nada nos une tanto al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo como la cruz, que es la prenda más preciosa de su amor. Dadle gracias por mí, mi querida amiga, porque algunas veces me favorece con ella; pero al mismo tiempo pedidle perdón por el mal uso que hago de la misma. Ésta es la causa de que quede siempre pobre, poseyendo ese precioso tesoro, sin el cual la vida me sería insoportable. Y no es que debamos pedir el sufrimiento, porque lo más perfecto es no pedir nada, ni rehusar nada, sino abandonarnos al puro amor para dejarnos crucificar y consumir según su deseo.

Me consuela mucho ver el feliz progreso que este Divino Amor hace en vuestro querido corazón, y no me cabe la menor duda de que proceden de Él esos santos impulsos que tenéis, puesto que proporcionan paz a vuestra alma, manteniéndola en ese celeste abatimiento. ¡Qué dichosas son las que viven perdidas y anonadadas en el Divino Amor por medio de un perfecto olvido de sí mismas! El amor a nuestra abyección es un remedio soberano para curar las llagas que causa en nuestro corazón el amor propio. El mío se encuentra en una languidez espantosa por ese maldito amor. Pero pidamos al amable Corazón de nuestro buen Maestro que lo consuma en el fuego sagrado que vino a traer a la tierra, para que abrase sin cesar a los corazones de buena voluntad. En fin, mi querida amiga, es preciso amarle cueste lo que cueste; pues el puro amor lo quiere todo o nada. No tengamos, pues, reserva ninguna con El; abandonémosle todo cuanto somos, sin preocuparnos del porvenir, y sin pensar en nosotras mismas ni en nuestra incapacidad. Él cuidará de proveer a todo, con tal de que le dejemos obrar con libertad.

¿Qué es lo que teméis para disputarle así el sacrificio completo de vuestro corazón? Y es suyo; pero quiere poseerlo Él solo, es decir, vacío de todo interés propio, libre y sin apego de cosa alguna, por santa que nos parezca. Cuando Él nos la quita debemos quedar contentas y conformes con su santísima voluntad, en desnudez y pobreza de todo contento, de amigos, de consuelo, de talento y hasta de virtud; quedando así sumisa, en la oración y fuera de ella, cumpliendo su santísima voluntad, alegrándonos cuando sea ésta el total anonadamiento de todo lo que somos y de todas nuestras satisfacciones. Nuestro corazón es tan pequeño, que no puede contener dos amores; y habiendo sido creado para el amor divino, no puede hallar descanso cuando se mezcla cualquier otro amor.

Preciso es, amadísima Hermana, amaros del modo que lo hago, para entretenerme tanto tiempo con Vuestra Caridad, porque, si se tratase de otra persona, temería molestarla. Pero vuestro gran corazón lo excusará todo, y no volverá a quejarse del silencio de la que os ama tiernamente en el Amor Sagrado.

Sor Margarita María

De la Visitación de Santa María

 

Es cierto que nuestra querida H. de Saumaise nos ha enviado las Letanías de que nos habláis; son muy hermosas y os estoy muy agradecida por haberos acordado de mí en vuestro retiro; continuad practicando conmigo esta obra de caridad, porque tengo mucha necesidad de ella. Yo he pasado el mío en la cruz; y alguna parte os he debido en la que tuve la dicha de sufrir.

Mil respetuosos saludos y afectos a nuestra querida Hermana Depuesta (Hermana Luisa Enriqueta de Soudeilles); el Corazón de Jesús hace que el mío miserable le ame siempre tiernamente, como también a vos, querida amiga. Deseo os consumáis por completo en las llamas del puro amor.

 

 

CARTA XCVII

A LA M. DE SAUMAISE, DIJON

Gran dicha ser apóstol del Divino Corazón.—«Poderoso protector» para Francia.— Promesa al P. de La Colombière y su poder en el Cielo.—Dolorosos desagravios por el Carnaval.—«No me deja un momento sin Cruz».—Le recibirán con magnificencia en los palacios de los grandes.—Su gozo por algunas misas ofrecidas a su intención.— Gracias copiosas derivadas a la Visitación de la preciosísima devoción.—Poder de ésta en el Cielo.

 

¡Viva Jesús!

[Fin de febrero de 1689]

 

¿Qué podré deciros, mi querida Madre, acerca de los maravillosos efectos que obra este Divino Amor de nuestros corazones? No encuentro palabras con qué explicaros, ni menos el gozo que inunda mi alma al ver el éxito que tuvisteis en darle a conocer y hacerle amar; destino hermosísimo, que no es posible dudar os ha dado el Señor al comunicaros tan ardiente celo para que os empleéis en  eso.

¡Ah, qué dicha tan grande la de los que a esta obra cooperan! Con eso ganan la amistad y las eternas bendiciones de ese amable Corazón. Y en cuanto a vos, lográis un poderoso protector para vuestra patria. Y era menester que fuese tan poderoso para detener la justa ira de Dios irritada por tantos crímenes como se cometen.

Pero espero que este Divino Corazón será un manantial inagotable de misericordia, como me parece lo prometió nuestro buen P. de La Colombière el día [de su fiesta, es decir, el] de su muerte (15 de febrero), que celebré yo en nuestra Capilla47 desde las diez de la mañana hasta eso de las cuatro de la tarde por un gran privilegio de la obediencia, agobiada de sufrimientos. Éstos no han cesado desde hace cinco semanas, y son tales, que creía morir a cada momento, aunque ya me los había anunciado antes este caritativo Corazón. Creo que me hizo la siguiente petición:

Si quería acompañarle en la Cruz durante este tiempo (de Carnaval) en que está tan abandonado, por el afán que todos tienen de divertirse, y que por las amarguras que Él me haría gustar, podría yo en algún modo suavizar las que los pecadores derraman en su Sagrado Corazón; que sin cesar debía gemir con Él para alcanzar misericordia, a fin de que los pecados no llegasen al colmo, y perdonase Dios a los pecadores por el amor que tiene a este amable Corazón, que no cesa de consumirse por el que tiene a los hombres. Porque lo único que quiere es establecer su nuevo reinado entre nosotros para darnos más abundantemente sus gracias de santificación y de salvación. Pero no a los que no se aprovechen de ellas y no las hagan triunfar en sí mismos; porque para nosotros son riquísima herencia que nos ha dado nuestro buen Padre celestial como último remedio a nuestros males, según me ha dicho.

Me parece que nuestro santo Fundador, ese verdadero amigo del Corazón de Dios, ha sido el principal motor para alcanzar este don saludable en favor de nuestro querido Instituto, porque Satanás quería vomitar sobre él su rabia hasta acabar con su espíritu, y por este medio derribarlo. Mas espero que no lo conseguirá, si según las intenciones de nuestro santo Padre, nos servimos de los medios que nos presenta para volver al primitivo vigor del espíritu de nuestra santa vocación, viviendo según las máximas del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo.

Quiere librar a muchas almas de la perdición eterna, porque este Divino Corazón es como una fortaleza y asilo seguro para los pobres pecadores que se quieren refugiar en Él para evitar el justo enojo de la justicia divina, que como un torrente impetuoso anegaba a los pecadores con sus pecados, que son los que irritan la cólera divina. Lo que me consuela mucho es que espero que, a cambio de las amarguras que este Divino Corazón sufrió en los palacios de los grandes durante las ignominias de su Pasión, con el tiempo esta devoción hará que le reciban en ellos con magnificencia. Y mientras le ofrecía mis súplicas pidiéndole todas estas cosas que parecían tan difíciles de alcanzar, creí oír estas palabras: ¿Crees que lo puedo hacer? Si lo crees, verás el poder de mi Corazón en la magnificencia de mi amor. A medida que veo este feliz progreso me dice: ¿No te he dicho que, si creías, verías cumplido el efecto de tus deseos?48

Yo no sirvo más que de obstáculo; por lo cual desearía estar ya fuera de esta vida, aunque no ceso de aplicar a ese único interés de la gloria del Sagrado Corazón todo el bien que puedo hacer y que hacen por mí. Me da tales impulsos de gratitud viendo cómo se manifiesta, que querría deshacerme de agradecimiento.

Es un abismo de bienes de donde debemos sacar siempre para no volver a gustar de las cosas de la tierra.

Proseguid animosamente, mi querida Madre, lo que habéis emprendido para su gloria, trabajando en el establecimiento del reinado de este Divino Corazón, que reinará a pesar de Satanás, y de cuantos a ello se opusieren. Ahora es tiempo de obrar y sufrir en silencio, como lo hizo Él por nuestro amor. Persuadíos de que durante toda la eternidad recordará complacida lo que vos y esas otras cinco personas habéis hecho por Él; de tal suerte que llegará un día en que digáis que, aunque hubierais sufrido todos los tormentos de los mártires, os tendríais por bien pagadas, aunque no fuera más que con ese gran número de almas que el Divino Corazón quiere apartar de la perdición por este medio.

Debe serviros de mucho consuelo tener tan íntima unión, con el buen P. de La Colombière, porque hace él en el cielo por su intercesión lo que se va obrando aquí abajo en la tierra para gloria de este Sagrado Corazón. Sobrellevad, pues, con grandes ánimos todas esas pequeñas contradicciones, puesto que representáis su persona en el cargo tan importante que os ha dado.

Por lo que a mí toca, bien sé yo que lo que me pertenece justamente es la cruz, ya que este Divino Corazón me ha dado a conocer claramente que quería fundar su reino sobre la destrucción y anonadamiento de mí misma. Y sabe llevar a cabo su obra, pues no me deja un momento sin cruz y a veces emplea su santidad en ella tantos obreros, que si no fuera tan malvada como soy para resistir, el trabajo se acabaría pronto.

Os confieso en confianza que, si su bondad no me enviase el caritativo socorro de las santas almas que ruegan por mí, no podría vivir. Es tan bueno, que no consiente que carezca de nada, llegando hasta inspirar a algunos santos religiosos que ofrezcan el santo sacrificio de la Misa a mi intención todos los viernes. Así que se dirán todos los meses cuatro misas por mí, durante mi vida, a no ser que mueran antes que yo, y esto se ha hecho a mis espaldas. A algunos de ellos no los he visto nunca. Me han escrito diciéndome que nunca habían recibido tantas gracias como en el ejercicio de esta obra de caridad, y yo recibo por medio de ella extraordinario auxilio. El nombre del que ha compuesto el Oficio es el R. P. Gette.

Ya veis con cuanta confianza os escribo, fundada en la seguridad que me dais [de que sólo vos veréis cuanto os digo, después de lo cual os suplico encarecidamente que queméis mis cartas. A menudo no sé ni lo que escribo, y quizá repita con frecuencia la misma cosa, escribiendo en diversas ocasiones por falta de tiempo. No puedo leer lo que escribo, sin mucho trabajo, por la gran humillación en que esto me pone. Además, no podría prever nada de lo que tengo que decir, sino decir y escribir sencillamente lo que me viene a la mente. ¡Ay!, si conocierais cuán criminal  es  mi  vida,  veríais]  que  es  muy  justo  el  deseo  que  tengo  de estar enterrada en eterno olvido y desprecio de las criaturas, yo que las he engañado, aunque sin querer hacerlo.

No olvido nuestra unión en el Sagrado Corazón de Jesucristo, el cual, si no me engaño, hace sentir a nuestro santo Fundador complacencias inexplicables, con motivo del establecimiento de su devoción en nuestro Instituto. Porque quiere ser Él su sostén y defensor, con tal de que no pongamos obstáculo con nuestras infidelidades. ¡Cuántas bendiciones y gracias me parece que se ha propuesto derramar sobre este querido Instituto, y en particular sobre las casas que le procuren mayor honra y gloria! Pero exige de nosotras que seamos fieles en quitar lo que nos dé a conocer que es impedimento a la complacencia que en él quiere tener, derramando la suave unción de su amor sobre las Comunidades, así en general como en particular.