Vida y obras de Santa Margarita Mª de Alacoque(XXXIX)

Santa margarita maria de Alacoque reza al Corazón de Jesús

CARTA XCVIII

A LA H. DE LA BARGUE, MOULINS

¿Cómo elevarse a la unión con el Soberano Bien?—Riquísimos tesoros en el amor a la propia abyección.—Tres visitas diarias en el santo tiempo de Cuaresma.—Gratitud por unos libros.—Afectuosos saludos.

¡Viva Jesús!

[Hacia el fin de marzo de 1689]

Que para siempre se rinda amor, gloria y alabanza al Corazón todo amor, todo amante y todo amable de nuestro adorable Salvador, por todo el bien que producirá y obrará en las almas por medio del establecimiento del reinado de su puro amor en los corazones de buena voluntad. En este número creo yo que está el vuestro, queridísima e íntima Hermana, por los buenos deseos que vos tenéis de seguirle animosamente por el camino que os ha trazado. He sentido consuelo al leer vuestra carta, la cual me confirma más y más en los sentimientos que me parece me ha dado siempre este Divino Corazón hacia vos, y que tantas veces os he reiterado que temo cansaros. Mas perdonadme, mi querida amiga; no puedo deciros otra cosa, sino que el anonadamiento de vos misma os elevará a la unión con vuestro Soberano Bien. Si os olvidáis de vos, le poseeréis a Él; y si a Él os abandonáis, Él os poseerá a vos.

Id, pues, llena de fe y amorosa confianza, a entregaros a merced de su Providencia, haciéndoos como un campo que Él puede cultivar a su gusto, sin que haya resistencia alguna por vuestra parte. Permaneced en una humilde y apacible adhesión a su beneplácito, escondida en las sagradas tinieblas del amor a vuestra abyección, pues no puedo dejar de creer, y cada vez con mayor certeza, que ahí es donde os quiere y donde os mira con complacencia, sobre todo cuando esas preciosas humillaciones dan alguna amargura a vuestro pobre corazón.

Pero tened buen ánimo, que las mejores medicinas para la salud son muchas veces las más amargas al paladar. Y en fin, queriendo Dios poseer todo nuestro corazón, no le dejará gustar más que amargura en las criaturas y en todas las cosas de aquí abajo para que, retirando de ellas todos sus efectos, quede abismado en Él por la unidad del amor a su abyección. Mucho me alegra la amargura que sentís, porque os será ocasión de nuevos triunfos.

Con el deseo de dar gusto al vuestro de tener alguna práctica, he hecho por vos una peregrinación a nuestra capilla del Sagrado Corazón. Pero mis pecados me hacen indigna de oír su voz, y no he tenido más que este pensamiento: que ama tiernamente a vuestra alma y recibirá placer en que todos los días durante todo este santo tiempo de Cuaresma le hagáis tres visitas, ya sea ante su imagen o bien en presencia del augustísimo Sacramento.

La primera, para pedirle que ese Divino Corazón sea un canal por el cual el Padre Eterno derrame continuamente sus misericordias sobre los corazones endurecidos de los pecadores, para atraerlos a su conocimiento y amor.

La segunda visita será para rogarle que establezca su reinado de caridad y amor en nuestro Instituto.

Y la tercera, para ofreceros a Él como víctima de holocausto para ser consumida en la cruz de vuestra abyección por las llamas de su puro amor; podéis hacer todo esto en espíritu.

A fin de que su bondad cumpla en vos lo que por medio de esto desea y os conceda las gracias que pretende, me sentí como impulsada al volver de la peregrinación que he hecho por vos, a daros y dejar a vuestra disposición una de las Misas que ha inspirado a algunos santos religiosos digan por mi intención todos los viernes. A vos toca apropiaros la del Primer Viernes después de recibir ésta.

En cuanto a lo demás, os doy gracias, querida amiga, por los dos preciosos libros, que envié a mi hermano el sacerdote en cuanto los recibí; pues me los pedía con tanto afán, que me había visto obligada a mandarle el que tenía reservado para mí, después de haberlo copiado. Veo que vuestra querida Madre (la M. María Felicia Dubuysson) no ha recibido la que tuve el gusto de escribirle, lo cual no dejó de contrariarme un poco; y si no fuera por temor de serle importuna, le hubiera vuelto a escribir. Os suplico encarecidamente que supláis esta falta, asegurándola que conservaré siempre hacia su Caridad la estima, respeto y amistad que el Sagrado Corazón de nuestro divino Maestro me hace sentir hacia ella y hacia vuestra queridísima Hermana Depuesta (la H. Luisa Enriqueta de Soudeilles). Presentadle, os ruego; mis humildes respetos, y dad mil gracias a la respetable Madre por los libritos.

 

CARTA XCIX

A SU HERMANO, PÁRROCO DE BOIS-SAINTE-MARIE

El apostolado de los libros.—Exhorta a un señor enfermo a la amorosa paciencia.

¡Viva Jesús!

[Marzo de 1689]

Aprovecho con gusto esta ocasión tan oportuna para aseguraros lo mucho que os estimo, y al mismo tiempo para deciros que he recibido la vuestra; pero no decís en ella si habéis recibido tres libritos del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo que os he enviado. Temo que se hayan perdido. Os ofrezco uno de los que han impreso recientemente en Dijon. En él hallaréis la Misa del Sagrado Corazón; pero hasta el presente sólo la diócesis de Langres tiene permiso de la Santa Sede Apostólica para decirla el viernes después de la octava del Santísimo Sacramento.

Os quejáis, mi querido hermano, porque no os digo nada referente al buen señor Desholmes. ¡Ay!, ¿qué podría deciros, sino que hay que exhortarle a tener paciencia en medio del sufrimiento, puesto que no es voluntad de Dios librarle de él por ahora? Que procure aprovecharse de él, porque, a mi entender, Nuestro Señor no le tiene en estado de aflicción más que para la santificación de su alma. Así que es necesario someterse a la voluntad de Dios y besar la mano que nos hiere, pensando que es preferible sufrir en esta vida antes que en la otra. Porque un momento de sufrimiento llevado por amor de Dios, tiene por premio, como sabéis, una eternidad bienaventurada. En fin, mi querido hermano, la vida nos la ha dado para sufrir y la eternidad para gozar.

 

CARTA C

A LA M. DE SAUMAISE, DIJON

«Reinará este amable Corazón a pesar de Satanás».—La devoción al Sagrado Corazón, hermoso árbol cargado de frutos para la Orden de la Visitación y para que ella los distribuya.—Deseos y promesas del Corazón de Jesucristo respecto a Luis XIV.— Misión especial y gracias particulares recabadas por el P. de La Colombière para la Compañía de Jesús.—Profusión de bienes de aquella fuente inagotable.

¡Viva Jesús!

Después de la fiesta del Sagrado Corazón

[17 de] junio de 1689

En fin, querida Madre, ¿no estamos aún del todo consumidas por las llamas del Divino Corazón de nuestro adorable Salvador, después de haber recibido tantas gracias que son como otras tantas llamas abrasadoras de su puro amor, que nos deben quemar incesantemente con el deseo de una perfecta gratitud y fiel correspondencia a sus designios? Reinará este amable Corazón a pesar de Satanás [y sus secuaces]. Esta palabra me transporta de alegría y constituye todo mi consuelo. Pero no me es posible explicaros las grandes gracias y bendiciones que esto atrae sobre nuestro Instituto, y en particular sobre las casas que le procuren mayor honor y gloria. He aquí cómo me lo dio a entender.

Me mostró la devoción de su Corazón adorable como un hermoso árbol que había destinado desde toda la eternidad para que germinase y echase sus raíces en medio de nuestro Instituto, y que extendiese después sus ramas por las Casas que lo componen, a fin de que cada una pueda recoger los frutos conforme a su deseo y gusto. Con todo, la abundancia de gracias no será igual para todas, sino según el trabajo que pusiere cada una, lo mismo que el provecho, que será mayor o menor, conforme a la buena disposición de las que se alimenten de estos frutos de vida y de salud eterna. Éstos deben renovarnos en el primitivo espíritu de nuestra santa vocación.

Me parece que nunca se ha aumentado tanto la gloria accidental de nuestro santo Padre y Fundador como se aumenta ahora por este medio; pero quiere este Divino Corazón que las Hijas de la Visitación distribuyan con abundancia los frutos de este árbol sagrado a cuantos desean comerlos, sin temor de que llegue a faltarles. Porque, según lo ha dado a entender a su indigna esclava, pretende volver a dar vida a muchos por este medio, apartándolos del camino de perdición y echando por tierra el imperio de Satanás en las almas. No dejará perecer a ninguna de las que se le hayan consagrado para tributarle todos sus homenajes y el amor de una voluntad franca y sincera, y procurarle el de todos, en cuanto alcanzare su poder.

Pero no quiere pararse aquí: tiene aún designios mucho mayores que sólo puede ejecutar su omnipotencia, la cual puede cuanto quiere. Me parece, pues, que desea entrar con pompa y magnificencia en las casas de los Príncipes y de los Reyes, para ser en ellas tan honrado cuanto fue ultrajado, despreciado y humillado en su Pasión, y recibir tanto contento viendo a los grandes de la tierra abatidos y humillados ante Él, cuanto fue la amargura que sintió viéndose anonadado a sus pies. Y he aquí las palabras que oí referentes a nuestro Rey: Haz saber al hijo mayor de mi Sagrado Corazón, que así como se obtuvo su nacimiento temporal por la devoción a los méritos de mi Sagrada Infancia, así alcanzará su nacimiento a la gracia y a la gloria eterna por la consagración que haga de su persona a mi Corazón adorable, que quiere alcanzar victoria sobre el suyo, y por su medio sobre los de los grandes de la tierra. Quiere reinar en su palacio, y estar pintado en sus estandartes y grabado en sus armas para que queden triunfantes de todos sus enemigos, abatiendo a sus pies a esas cabezas orgullosas y soberbias, a fin de quede victorioso de todos los enemigos de la Iglesia.

Tenéis, mi buena Madre, motivo para reíros de mi sencillez en deciros todo esto; pero sigo el impulso que me es dado en el acto de recibirlo.

Nuestro buen P. de La Colombière ha alcanzado que, después de nuestro querido Instituto, sea favorecida la santa Compañía de Jesús con todas las gracias y privilegios particulares de esta devoción del Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, prometiéndoles que derramará abundantemente y con profusión sus bendiciones sobre los trabajos del santo ejercicio de caridad con las almas, en que ellos se ocupan. Este Divino Corazón desea ardientemente ser conocido, amado y honrado particularmente por esos buenos Padres, a los cuales promete, si no me engaño, derramar de tal modo la unción de su amor sobre sus palabras con gracias tan excelentes y poderosas, que serán como una espada de dos filos, que penetrarán los corazones más endurecidos de los más obstinados pecadores para que brote de ellos la fuente de la verdadera penitencia que purifica y santifica a las almas. Pero para esto es preciso que procuren sacar todos sus conocimientos del manantial [inagotable de toda la ciencia y caridad de los Santos] del Sagrado Corazón de nuestro Divino Maestro. Mucho podría deciros——

(¿Por qué limitar estos anhelos de Nuestro Señor Jesucristo a la nación vecina? ¿Por qué no extenderlos también a otras naciones y, señaladamente, a nuestra España? ¿No ha aseverado Él más de una vez: Reinaré en España y con más veneración que en otras partes? ¿No ha repetido así en nuestros días: Yo Reinaré hasta el fin de los tiempos en ella de una manera singular? ¿No ha satisfecho ya, en parte, la católica España, aquellos deseos con su Consagración oficial en el Palacio Real el 29 de junio de 1911, y en la Cripta de la Almudena el 7 de julio del mismo año, y en la grandiosa inauguración del Monumento Nacional en el Cerro de los Ángeles el 30 de mayo de 1919? ¿No está trabajando para erigirle otro Monumento mucho más espléndido y magnífico que éste, destruido por los marxistas el 5 de agosto de 1936? ¿No vemos muchas veces sus victoriosas banderas esmaltadas con su bendita imagen?
Hacen, pues, muy bien los católicos españoles, al trabajar por la plena realización en nuestra Patria de aquellos divinos anhelos.)

—-sobre esto, porque hay en esta Santa Compañía grandes amigos [y favoritos del Sagrado Corazón de nuestro Divino Maestro], grandes amigos de Dios50.

¡Ah, cuántas gracias de santificación ha derramado [sobre sus devotos] este Divino Corazón en el día de su fiesta, y con cuánta fuerza reitera todas las promesas que ha hecho en su favor de no dejarlos perecer!

Y en cuanto a vuestro confesor (Mr. Charollais), creo que está en el número de sus más queridos amigos; tanto, que al pedir al Divino Corazón la gracia de esa santa unión y asociación de que Vuestra Caridad nos había hablado, al ir a comulgar recibí esta respuesta en su favor: Asegúrale que mi puro amor os une en mí para siempre, y me pareció ver las muchas gracias que le tenía destinadas.

Os confieso que me siento incapaz de explicar lo que me ha dado a conocer con motivo de las gracias y profusión de bienes que desea derramar sobre nuestro santo Instituto, al cual quiere hacer objeto de sus complacencias. Pero, ¡ay!, ¿no habrá alguna Comunidad que sólo sienta frialdad hacia Él, obligándole a entrar con pena en los corazones que la componen? De esto se queja. Y aun tiene más motivo para hacerlo de mí y de todas mis ingratitudes para tan grande bondad, que continuamente me concede tantas gracias, y me quita el poder para explicarlas. Me basta el poseerlas en este abismo impenetrable de donde salen, suplicándoos encarecidamente que le bendigáis por mí.

 

CARTA CI

A LA HERMANA F. M. DE LA BARGUE, MOULINS

Repugnancia a escribir cartas.—«Nos basta el amor a nuestra querida abyección».— Qué es lo que más embelesa a Margarita en la sagrada Pasión.—A qué misterio de ella tiene más afecto.

 

¡Viva Jesús!

[Junio 1689]

Sí, queridísima y amadísima Hermana; os he contestado y muy extensamente a la carta de que me habláis. Pero no sois la única que se queja de la pérdida de nuestras cartas, y bien veo que lo mejor es no volver a escribir, pues pienso que tal vez permita el Señor que se pierdan porque no le agradan a causa de mis pecados. Y os confieso que escribo con repugnancia, viéndome tan lejos de lo que digo. Y no es que el Sagrado Corazón de nuestro adorable Salvador no haga  que vuestra alma sea cada vez más querida de la mía; pero no puedo repetiros aquí cuanto os decía en la precedente, sino solamente una palabrita acerca de lo que me indicáis con motivo del amor a vuestra abyección.

Y es que me parece haberos dicho ya que debéis recibir y sufrir en silencio todas las ocasiones que nuestro Divino Maestro os proporcione, sin decir nunca: basta, por mucha repugnancia que sienta la naturaleza. Todo consiste en esto. Sólo una cosa nos es necesaria: que es el puro amor divino en el de nuestra abyección, abandonándonos a la amorosa providencia del sagrado y amable Corazón de Jesús, para dejarnos conducir y gobernar a su gusto. Por su cuenta corre proveernos de cuanto sea necesario para nuestra santificación, con tal de que nos ofrezcamos a recibirlo todo bien, y según sus designios; con esto basta.

Así, pues, nos basta el amor a nuestra querida abyección en el de Nuestro Señor Jesucristo, aun para honrar los misterios de su sagrada muerte y Pasión, que desea honremos, guardando aquel sagrado silencio que Él guardó en todas las ocasiones de humillación y sufrimiento. Os confieso en efecto que nada me embelesa tanto como el silencio que guardó tan exactamente durante el curso de su Pasión; a imitación suya, no abramos la boca sino para rogar por los que nos afligen.

Me preguntáis a cuál de los misterios de su Sagrada Pasión tengo mayor afecto. Después de lo que acabo de deciros, os añadiré sencillamente que a la Crucifixión, y a quedarme con la Santísima Virgen al pie de la Cruz y bajo el pie de la cruz, para enclavarme en ella y unirme a todo lo que Él hizo por nosotros. En fin, querida amiga, debemos ahora albergarnos siempre en su adorable Corazón, y no salir de Él suceda lo que suceda; es fortaleza segura y nuestro lugar de refugio. No nos abandonará: así lo espero y se lo pido de todo corazón. Pero cuán obligadas quedamos a este Corazón amabilísimo de Jesús, porque nos lleva por un camino tan seguro como es el de las humillaciones en el amor a nuestra abyección. No busquemos ni, deseemos otra cosa, puesto que nada hay más a propósito para nuestra santificación. En el amor de ese Sagrado Corazón soy toda vuestra.

Sor Margarita María

De la Visitación de Santa María

Mil respetuosos saludos a vuestra respetable Madre a vuestra querida Hermana Depuesta.

 

CARTA CII

A SU HERMANO, EL ALCALDE

Le estimula a corresponder plenamente a los impulsos que le da el mismo Corazón de Jesús.—«El día de su fiesta es un día de salud y bendición eterna».—Apostolado de los libros y estampas.—Que venga pronto esa joven postulante.—Afectuosos recuerdos para su cuñada y sus sobrinas.—Seamos, hermano mío, fervientes amantes y apóstoles del Divino Corazón.

 

¡Viva Jesús!

[Fines de junio de 1689]

 

Desearía, mi amadísimo hermano, que el tiempo me permitiese expresaros mis afectos; veríais que el Sagrado Corazón de Jesucristo no os comunica esos santos impulsos sino por el ardiente amor que os tiene, el cual le hace desear la posesión de vuestro corazón sin mezcla ni división. Arreglaos de modo que sea así en cuanto vuestras obligaciones os lo permitan, y no os pide más. Pero pretende Él haceros merecer en medio de vuestra impotencia para ejecutar todos esos buenos deseos, lo mismo que si llegaseis a realizarlos. ¡Oh!, cuánto os ama el Divino Corazón, mi querido hermano, y cuán lejos está de lo que decís, puesto que me parece que desea os lo asegure y os diga que no debéis desconfiar de su bondad, mientras no hayáis agotado sus misericordias con las que por todas partes os rodea. ¿Qué es, pues, lo que debéis temer, sino la pérdida de la confianza en Él, que le hace fuerza y le ataca hasta el trono mismo de su omnipotencia, a fin de que se incline a socorrer nuestra debilidad?

No os podéis figurar el consuelo que me dais con haber celebrado tan bien la fiesta de este adorable Corazón. Es maravilloso que todos la celebren del modo que lo hacen. Los reverendos Padres jesuitas tuvieron el Santísimo expuesto y sermón. Nosotras la celebramos también lo mejor que pudimos, según nuestra pequeñez. Y en verdad, mi querido hermano, me parecía que el día de esta fiesta es un día de salud y de bendición eterna para todos los que la celebran con corazón humilde y sincero. Amemos, pues, a este Divino Corazón y procuremos asemejarnos en todo a Él.

En cuanto a los libros, tienen tanto afán por ellos, que no sé si podremos conseguir algunos; haremos cuanto nos sea posible por satisfacer vuestra devoción, ya en cuanto a los libros, ya en cuanto a las estampas, que me parece cuestan seis sueldos la docena, y los libros me parece que un cruzado, y los otros en que está el Oficio, tres sueldos. Me diréis de cuáles queréis. Mucho me disgusta que no os puedan satisfacer en lo de los ramos; pero nuestras Hermanas están tan ocupadas en adornar la Capilla del Sagrado Corazón, que nos hemos visto precisadas a dar negativas a varias personas, porque ya no quieren venderlos.

Sí, mi querido hermano, ganarán Indulgencia plenaria en las iglesias de las religiosas de Santa María el día de la Visitación de la Santísima Virgen, cuantos confiesen y comulguen en ellas.

En cuanto a la joven de quien nos habláis, la recibiremos por caridad y fiadas en lo que mi hermano y vos nos decís; y para hacerlo negamos la entrada a otra, que posee por lo menos más del doble; pero se ha expuesto el estado en que se halla esa familia y esto ha sido causa de que la eligieran a ella, con tal de que dé para los hábitos de religiosa una cruz de plata de nueve o diez francos, un tenedor y cuchara de plata y un equipo de ropa suficiente. Pero en nombre de Dios decidle que se determine a portarse bien, para que no tengáis el disgusto de verla salir. Traedla lo antes posible para que no se provea la plaza por otro lado.

Mil recuerdos y afectos a mi amadísima hermana, a quien abrazo y amo tiernamente en el Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo. No la olvido en su presencia y me causa sumo gozo el deseo que el Sagrado Corazón le comunica de adornar su Capilla. La suplico encarecidamente que no deje de hacer nada, y que ella misma y mis queridas sobrinas sean siempre las sacristanas y que se juzguen por muy felices en tener esa ocupación que Dios premiará con el cien doblado. Le suplico que acepte un librito de la Santísima Virgen que nos han enviado de Lyon; en cuanto a vos, mi amadísimo hermano, me agradaríais mucho (faltan palabras) empaquetar…* de ese Vener… (¿P. de La Colombière?), pues le estáis muy obligado por las gracias que recibís por su intercesión. Mas no es esa devoción como la del Sagrado Corazón, que debe ser pública; esa otra, por el contrario, ha de ser privada, por no estar todavía aprobada por la Santa Iglesia. Si deseáis tener sus letanías os las enviaremos, pero no se las deis a nadie.

¡Ah!, mi querido hermano, ¿qué daremos al Señor por los grandes bienes que nos hace?, porque si vos y toda nuestra familia no es familia de santos, no podemos culpar por ello a Dios… Me atrevo a decir que lo desea, y que por nuestra parte no debemos omitir cosa alguna para secundar sus designios. Para esto nos manifiesta la devoción de su Sagrado Corazón, que contiene tesoros incomprensibles y quiere se derramen en todos los corazones de buena voluntad, porque es el último esfuerzo del amor del Señor a los pecadores para atraerlos a penitencia y comunicarles abundantemente sus gracias eficaces y santificantes para obrar su salvación. Muchos de ellos saldrán por este medio del abismo de perdición; pero desgraciados de aquellos que no se aprovecharen de ellas.

Pidámosle mucho que establezca su Reinado en todos los corazones. Contribuyamos a ello con todas nuestras fuerzas; no perdonemos para conseguirlo, ni los bienes, ni la misma vida. En fin, no sé dejaros, aunque en confianza os digo que me abruman de escritos, a pesar de que contesto lo menos posible. Me parece inútil deciros que ruego por vos, puesto que este Divino Corazón nos ha unido en Él por medio de su santo amor, en el cual soy toda vuestra.