Vida y obras de Santa Margarita Mª de Alacoque(XXXXI)

CARTA CVIII

A LA H. JUANA MAGDALENA JOLY, DIJON

¿Qué hacer «cuando nuestras empresas no se logran?»—Cuál es el único consuelo de la Santa.—Consoladores progresos de la devoción.—Dicha inmensa de trabajar en esta nobilísima empresa.—«Quiere establecer su imperio por la dulzura y suavidad de su amor».—Qué es lo que forma las delicias del amante Corazón.—Bajísimo sentimiento de sí misma.

¡Viva Jesús!

28 de agosto de 1689

Es cierto, mi queridísima Hermana, que la vuestra, que acabo de recibir en presencia del Santísimo Sacramento, me confirma aún más en que sois del número de los verdaderos amigos del Sagrado Corazón de nuestro amable Jesús, así por la humildad que practicáis conmigo, que soy la más indigna de sus esclavas, como por el ardiente celo que manifestáis tener por el progreso de su gloria, por la cual os habéis olvidado de vos misma. ¡Ah!, dichoso olvido que os procurará un eterno recuerdo de ese amable Corazón, el cual espero que no se olvidará de vos ni de lo que por Él hacéis.

No os canséis, pues, mas considerad como una gran dicha el que se aumente vuestro trabajo y os proporcione algunas cruces de humillación y mortificación. Éstas son las verdaderas señales que a Él le agradan y en medio de las cuales debemos rendir nuestras acciones de gracias, así por el mal éxito como por el bueno, quedando contentas y sumisas a su beneplácito, cuando nuestras empresas no se logren y parezcan inútiles todos nuestros deseos. Él se complace en nuestra sumisión y conformidad a su santísima voluntad, como en lo demás que pudiéramos hacer; porque bien sabe Él quiénes son las personas que ha destinado particularmente para el establecimiento de su reino, en cuyo número creo estáis vos. Y en vano podrían mezclarse otras con ello, pues, si no derrama sobre ellas la unción de su gracia, nada lograrán.

Confieso que tengo el corazón enteramente insensible a cualquier linaje de gozo y consuelo que no sea el que se refiere al progreso de la gloria de este Divino Corazón, que a veces me lo hace sentir con tanto exceso, que sería difícil explicarlo. El que tuve con lo que me decís fue muy grande, y mayor todavía el que me dio la fausta noticia de ese buen Padre capuchino que se ocupa en esto con tanto afecto. Porque se complace mucho en los servicios que le prestan los pequeños y humildes de corazón, y derrama grandes bendiciones sobre sus trabajos.

Espero que con el tiempo se realice lo que me decís; pero es preciso esperar con paciencia el auxilio de este Sagrado Corazón, porque su gracia va obrando suave, fuerte y pausadamente. Quiere, sin embargo, que seamos fieles y prontas en seguir sus luces, y estemos prontas a hacerlo, pero sin excesivo apresuramiento.

¡Ah!, mi querida hermana, cuán obligadas estamos a este Divino Corazón, porque se digna servirse de nosotras para la ejecución de sus designios, pues tiene reservados tesoros de gracias para todos los que se empleen en ello, según los medios que Él les dé. No podéis figuraros cuántas bendiciones derrama esta santa devoción. [Ha habido algunos curas de aldea que la han establecido en sus parroquias en cuanto han tenido conocimiento de ella; y hasta personas de mucha piedad y doctrina, después de haberse opuesto vivamente, ahora la predican en público y enseñan que no hay nada más saludable ni más santo.

De un hecho muy singular podéis enteraros por la carta que enviamos a nuestra hermana Saumaise con un libro recientemente impreso que nos han regalado; y ha sido para mí una satisfacción desprenderme de él en su favor, y lo haría asimismo en favor vuestro si tuviera más; espero podéroslo mandar más tarde. Creo os moverá a bendecir al Señor en adelante, porque me parece, si no me engaño, que el que lo ha compuesto no se contentará con eso. ¡Quiera Dios que sea verdad! Todo vuestro libro está contenido en el principio, y os puedo asegurar que quien lo ha compuesto es una persona muy santa. En fin, querría deshacerme de gratitud por todos estos dichosos comienzos que van progresando tanto. En esto consiste todo mi gozo y consuelo, todos mis intereses y aspiraciones. Me parece estar insensible a lo demás. Pero me insta tan vivamente a amarle y a hacerle amar, que aun cuando fuera necesario para conseguirlo sufrir todos los trabajos, penas y dolores, serían para mí delicias, sufriéndolos por esta causa; y no hay sufrimiento alguno al que yo no me ofreciese con gusto. Aceptaría hasta las mismas penas del infierno con tal de hacerle reinar, puesto que Él manifiesta tan gran deseo de derramar abundantemente el tesoro de sus gracias santificantes y de salvación sobre las almas, de las que tantas se pierden. Pero su bondad, a pesar de los artificios de Satanás, sacará a muchas del camino de perdición.]

Debéis, pues, considerar como dicha muy grande emplearos en obra tan santa. No temáis olvidaros de vos misma para ocuparos en ella, pues ese olvido de todo interés propio es la verdadera disposición que pide de los que se emplean en esto.

No os olvidará en medio de vuestro trabajo. Os mira complacido y se dedica a purificaros y santificaros para uniros perfectamente a Él mientras vos os ocupáis en glorificarle. Os ama y vos no debéis dejar de hacer cosa ninguna que dependa de vos para corresponderle.

No os quejéis de mi silencio, puesto que no procede de olvido ni de indiferencia, sino del ardiente deseo que siempre he tenido de vivir pobre y desconocida de todas las criaturas. Deseo no se acuerde de esta miserable pecadora más que para despreciarla y humillarla; así para que me den lo que a mí se me debe, como para abismarme en mi nada por el amor a mi abyección, que debería amar en todo. Y más que nada por el dulce pensamiento de que este amable Corazón no ha encontrado criatura más miserable, ruin e indigna que yo para ejercitar en ella sus misericordias y darme parte en esta obra, que ha de procurarle tanta gloria, con la esperanza de que Él tendrá cuidado de proporcionar todos los medios y auxilios necesarios.

Y cuando Satanás suscitaba oposiciones y contradicciones, que al principio han sido mayores de lo que pudiera deciros, su bondad me levanta el ánimo con aquella amorosa palabra que infundía en mí una confianza y seguridad inquebrantables: ¿Qué temes? Reinaré a pesar de Satanás y de todo lo que a ello se oponga.

¡Ay de mí, mi querida Hermana!, ¡cuánta razón tengo para temer por mis ingratitudes e infidelidades no sea yo un obstáculo al establecimiento de su reino! Y esto me hace desear mil veces la muerte y ser exterminada de la tierra antes que ponerle el menor impedimento. Pero estoy convencida de que quiere establecer su imperio por la dulzura y suavidad de su amor, y no por los rigores de su justicia. Por lo cual, no queriendo que me pierda, me une Él mismo al bien espiritual, por medio de su puro amor, y a sus más fieles amigos, a fin de que reparen con su amor las infidelidades que yo cometo en su santo servicio. Si estas santas almas conocieran todo lo perversa que soy, jamás consentirían en esta unión, por temor de que yo les atrajese la indignación del Sagrado Corazón, sin el cual la vida me sería un tormento insoportable.

Es preciso, pues, amarle con todas nuestras fuerzas y potencias, cueste lo que cueste. ¡Qué felices seríamos si nos juzgase dignas de sufrir algo por su amor! En Él deseo se abrase vuestro corazón hasta que del todo se transforme en Él, para no formar los dos sino una misma cosa con Él. Él solo conoce cuán amada ha hecho que sea vuestra alma de la mía, la cual no os olvida en su santa presencia, como tampoco todas esas santas empresas que acometéis por su gloria. [Ésta es la principal intención que tengo en todas mis oraciones.

 

Me parece que el amor que tenéis a este Divino Corazón debe hacer que os intereséis un poco en pedirle que me consuma en sus más vivas llamas, para que aprenda a amarle. Porque, ¡ay!, tengo vergüenza de decir que le amo, puesto que no sufro nada, o al menos tan poco, que esto me sirve de duro martirio y de tormento; porque querer amar a Dios sin sufrir por su amor, no es más que ilusión. Tampoco puedo comprender que alguien diga que sufre si ama verdaderamente al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, puesto que Él endulzará las amarguras más amargas, y da a gustar sus delicias en medio de las mayores penas y humillaciones. Pero decidme, mi querida Hermana, si el solo deseo de amar ardientemente al Sagrado Corazón produce este efecto, ¿cuáles serán los que produzca en los corazones que le amen verdaderamente, y cuyo mayor sufrimiento es no sufrir bastante o, mejor dicho, no amar bastante? Creo en verdad que todo puede trocarse en amor, y que un alma que una vez se abrasa en ese fuego sagrado no tiene ya más ejercicio ni ocupación que amar sufriendo.]

Amemos, pues, a este Sagrado Corazón en la cruz, puesto que lo que forma sus delicias es encontrar, en un corazón amor, sufrimiento y silencio.

Espero que este borrador hará que no os quejéis de mi silencio. Habéis encontrado el secreto de obligarme a interrumpirlo hablándome del amable Corazón de nuestro buen Maestro, para el cual el mío miserable no puede tener límites ni medida. Pero, ¡ay de mí!, esto es sólo en palabras que no tienen efecto. Rogadle, pues, que no se canse de mí. Me consuela en extremo saber que vuestra respetable Madre y toda vuestra santa comunidad se interesan siempre vivamente por la gloria de este Divino Corazón. Le suplico que en cambio os enriquezca con los más preciosos tesoros de sus gracias y bendiciones, derramándolos sobre todas en general y sobre cada una en particular.

Nuestra queridísima Madre nos ha concedido fácilmente licencia para ofrecer una comunión general por vuestro confesor, el cual tiene parte en todas las mías, conforme a nuestra promesa. Espero yo un recuerdo en sus santos sacrificios. Creo que hará conmigo este acto de caridad y que tiene mucho poder con el Sagrado Corazón, en cuyo amor soy, etc.

 

CARTA CIX

A LA M. M. F. DUBUYSSON, MOULINS

Le manifiesta sus afectuosos sentimientos.—«Lo quiere todo de los que aman».—

¿Cómo gozar de una paz inalterable?—Rápidos progresos del nuevo culto en Lyon, en Marsella y en las Casas de formación de los Hijos de la Compañía de Jesús.—Estupenda humildad de Margarita.

 

¡Viva Jesús!

D e nuestro Monasterio de Paray

22 de octubre de 1689

 

Bendigo mil veces al Sagrado Corazón de nuestro adorable Maestro, mi respetable y queridísima Madre, por haber inspirado a vuestro corazón que consuele al mío con una de vuestras muy queridas cartas. Porque os confieso que sentía casi la misma pena que vos decís, pues Nuestro Señor me quiso mortificar no solamente con que no hubierais recibido la que tuve el honor de escribiros, sino también no recibiendo yo las vuestras, ni una palabra que me dejase confiar en no tener que volver a importunaros.

Pero, puesto que vuestra bondad me invita a hacerlo, ruego a Dios que todo sea para su mayor gloria, y que os dé a conocer que los buenos sentimientos que me da de Vuestra Caridad y su querida comunidad están muy lejos de los que vuestra humildad os ha hecho creer que tengo, puesto que la miro como a objeto de las complacencias del amable Corazón de nuestro buen Maestro, y a vos en particular, mi única Madre, como a una de sus más fieles amigas. Y los afectos de amor y de celo para con Él, que Él mismo os comunica, son señales que me confirman aún más en este pensamiento.

¡Ah, qué gracia tan grande, mi querida Madre! Hacedla valer conforme a los designios del Sagrado Corazón; continuad rindiéndole y procurándole siempre todo el honor, el amor y la gloria que podáis, porque no puedo dejar de creer que estáis en el número de sus predilectas. Pero lo quiere todo de los que ama; es decir, quiere perfecta conformidad de vida a sus santas máximas, completo anonadamiento y olvido de nosotros mismos, abandonándonos con amorosa confianza al cuidado de su providencia.

¡Dios mío, mi querida Madre, qué gran contento da ser toda suya, hacer en Él nuestra morada y establecer en Él todo el fundamento de nuestra perfección! Allí gusta el alma un reinado de paz inalterable, mirando todas las vicisitudes y turbaciones de la vida sin conmoverse ni turbarse por esas cosas que pasan como un sueño, y que, sin embargo, nos serán provechosas a medida que las despreciemos, por medio de una entera conformidad al divino beneplácito. No permitiría éste las contradicciones aflictivas que nos sobrevienen, si no tuviese el designio de desprendernos por este medio de las criaturas y de nosotros mismos, para unirnos más íntimamente a Él como a nuestro único bien. Amémosle, pues, mi querida Madre, con todas nuestras fuerzas, y démoselo todo a su amor, a fin de que nos consuma y purifique con sus más vivas llamas, en medio de las cuales nos abrasemos eternamente en el horno encendido de ese Divino Corazón.

Estando escribiéndoos ésta, nos han regalado un libro que trata de Él, y en el acto lo he destinado para vos con mucho gusto, pensando que no podía servirme de él más útilmente que en vuestra querida persona, a quien considero como otra yo. Pero nuestra querida H. María Ana Cordier me ha privado de este contento, diciendo que ella os enviaba uno. Por lo cual se lo ofrezco, con vuestro permiso, a nuestra querida H. de la Barge, a la cual pensaba enviar el primero que tuviese.

En fin, mi querida Madre, es un consuelo oír los dichosos progresos que hace esta amable devoción. De Lyon nos dicen que es milagro el fervor y afán con que todos se consagran a ella. Nos han nombrado tres o cuatro ciudades en las cuales van a imprimir esos libros, siendo una de ellas Marsella; y sólo en ese punto han pedido 1.000 ejemplares. De las veintisiete casas religiosas de esa ciudad, no ha habido ninguna que no haya recibido esta devoción con el mayor fervor; unas le han levantado altares y otras le mandan construir capillas; y en cuanto oyeron hablar de dicha devoción, pidieron con grandes instancias a los predicadores que les hiciesen exhortaciones para explicársela bien. En menos de quince días se esparció de tal modo, que un número increíble de personas devotas comulgaban todos los Primeros Viernes. Nos han dicho además que van a establecerla en todas las casas de los reverendos Padres jesuitas, los cuales hacen comulgar los Primeros Viernes de mes a los Padres jóvenes que aún no dicen Misa.

He querido deciros una palabrita de estos felices progresos, a fin de que bendigáis por ello a nuestro soberano Maestro, al cual os suplico pidáis que me saque de esta vida antes de que sea yo obstáculo a sus grandes designios, como lo soy por mis infidelidades, ingratitudes y resistencias, de que mi vida es un conglomerado.

¡Ay, mi querida Madre!, si os pudiera dar a conocer el estado lastimoso de una vida tan llena de tibieza y de cobardías como la mía, os compadeceríais y pediríais al Divino Corazón, como os suplico lo hagáis, mi perfecta conversión y que Dios cumpla perfectamente en mí su santa voluntad y me dé su puro amor. Esto le pido yo también para Vuestra Caridad, de quien soy toda de corazón y de afecto en el amor de este Corazón adorable.

Sor Margarita María

De la Visitación de Santa María

CARTA CX

A LA H. DE LA BARGUE, MOULINS

Le habla con seráfico acento del amor al amabilísimo Corazón.—«Con tal de que Él esté contento, esto debe bastarnos».—«No existen ya sufrimientos para los que aman ardientemente al Sagrado Corazón de nuestro amable Jesús».—Condiciones que exige la seráfica Virgen para tener amistad a alguna persona.—Su prolongada agonía.— Afectuosos saludos para varias personas.

¡Viva Jesús!

 

[22 octubre 1689]

En fin, querida amiga, es preciso que de una vez nos consumamos sin excepción ni remisión en ese horno encendido del Sagrado Corazón de nuestro adorable Maestro, de donde jamás debemos salir. Y después de haber perdido nuestro corruptible corazón en esas divinas llamas del puro amor, debemos tomar otro nuevo que nos haga vivir en adelante una vida renovada, con un corazón nuevo que tenga pensamientos y afectos completamente nuevos y que produzcan obras nuevas de pureza y fervor en todas nuestras acciones.

Es decir, que no debe haber ya nada nuestro, sino que es preciso que el Divino Corazón de Jesús se sustituya de tal modo en lugar del nuestro, que Él solo viva y obre en nosotras y por nosotras; que su voluntad tenga de tal modo anonadada la nuestra, que pueda obrar absolutamente sin resistencia de nuestra parte; y en fin, que sus afectos, sus pensamientos y deseos estén en lugar de los nuestros y sobre todo su amor, que se amará Él mismo en nosotras y por nosotras. Y de este modo, siéndonos este amable Corazón todo en todas las cosas, podremos decir con San Pablo, que no vivimos ya, sino que vive Él en nosotras.

Creo, querida amiga, que estaréis en esta disposición al salir de este santo retiro, acabado el cual me parece que ya no debemos respirar más que llamas de puro amor crucificante y por completo sacrificado por una continua inmolación de nosotras mismas al divino beneplácito, a fin de que se cumpla perfectamente en nosotras, contentándonos con amar y dejarle hacer. Ya sea que nos abata o que nos eleve, que nos consuele o nos aflija, todo debe sernos indiferente. Con tal de que Él esté contento, esto debe bastarnos.

Amemos, pues, a este único amor de nuestras almas, puesto que Él nos ha amado primero y nos ama ahora con tanto ardor, que se abrasa continuamente en el Santísimo Sacramento. Y para hacernos santas no es necesario más que amar a este Santo de los Santos. ¿Quién nos impedirá que lo seamos, puesto que tenemos corazones para amar y cuerpos para sufrir? Pero, ¡ay!, ¿es posible sufrir cuando se ama? No, mi querida amiga; no existen ya sufrimientos para los que aman ardientemente al Sagrado Corazón de nuestro amable Jesús, porque los dolores, las humillaciones, desprecios y contradicciones, y todo lo más amargo a la naturaleza, se trueca en amor en ese adorable Corazón que quiere ser amado únicamente.

Quiere poseerlo todo sin reservas y quiere hacerlo todo en nosotras, sin que pongamos resistencia por nuestra parte. Entreguémonos, pues, a su poder, confiemos en Él, dejémosle hacer, y veremos cómo empleará indefectiblemente todos los obreros necesarios para nuestra perfección; de suerte que se terminará pronto la obra, con tal de que no pongamos obstáculos. Porque con frecuencia, por querer hacer demasiado, lo echamos todo a perder y le obligamos a que nos deje obrar a nosotras mismas y a que se retire Él disgustado con nosotras. ¡Ah, el que le ama de un modo perfecto, no hay miedo de que le resista!

Pero, en fin, mi querida amiga, ¿qué diréis de mí, que os hablo de este modo sin motivo, aunque no sin deseo de que amemos a este único amor de nuestras almas? Porque os confieso que, a pesar de todos los sentimientos del más sincero y verdadero afecto que me ha dado hacia vos, si demostraseis frialdad en amar a este amabilísimo Corazón de mi Jesús, o nuestra amistad pusiese algún obstáculo a su puro amor, o no estuviese fundada en Él y se dirigiese a Él, os digo que me retiraría tan por completo de vos, que no tendríamos trato alguno. No dejaría de seros muy ventajoso, siendo yo tan perversa e indigna pecadora. Y no obstante, no os amo, sino porque os ama este Divino Corazón y me parece desea que os ame yo. Porque sólo su puro amor nos hace obrar todo lo que le place; y sólo el perfecto amor nos hace obrar del modo que le place; y sólo también el perfecto amor puede hacer que hagamos todas las cosas cuando le place.

Pero, Dios mío, mi querida Hermana, me parece que mi lengua se ha colocado en los puntos de la pluma al llegar el momento de escribiros, porque habiendo perdido la palabra en Ejercicios, hace como unas tres semanas que no hablo, con gran contento de mi alma, que ama a la vuestra ilimitadamente en el amable Corazón de mi Salvador. Os suplico que aceptéis uno de los libros de Lyon que tratan de Él y que os ofrecemos en el mismo momento de recibirlo.

Me había propuesto no escribiros más que una palabrita para enviároslo y, sin embargo, ved cómo se desahoga mi corazón en el vuestro, que deseo esté siempre abrasado con las llamas del puro amor. Formo el mismo deseo para nuestra respetable y amabilísima Hermana Depuesta, a quien amo y estimo siempre de un modo singular en el Sagrado Corazón de nuestro Divino Maestro, en cuya presencia no la olvido. Os suplico que la abracéis en mi nombre, y mi contento sería completo si tuviera un libro que ofrecerla. Os ruego que aseguréis también a nuestra querida H. Morant mi sincero afecto y perfecta amistad en el Sagrado Corazón de nuestro adorable Salvador y deseo que se abrase ella también en las llamas del Divino Amor, en el que soy toda vuestra,

Sor Margarita María

De la Visitación de Santa María

  1. S. B. Y que os baste con esto, mi querida amiga, para el resto del año.

 

CARTA CXI

A LA M. DE SAUMAISE, DIJON

Le pide humildemente consejo acerca de cierta correspondencia.—Se consuela por los progresos oficiales del nuevo culto.—Cada vez más hambrienta y cada vez más disgustada.—De quiénes se servirá el Divino Corazón para establecer su Reinado.

¡Viva Jesús!

[3 de noviembre de 1689, o más bien fin de octubre]

Como no había dejado de hablar de la Misa del Sagrado Corazón conforme a vuestro deseo, mi querida Madre, con ese santo religioso que es quien ha compuesto el libro de Lyon (P. Croisset), esperaba su respuesta para enviárosla y que os sirviera de consuelo. La recibiréis adjunta, aunque no dice nada referente a eso. Tened la bondad de devolvérnosla y decirme si debo hablarle tan abiertamente como desea. Ya conocéis cuánto trabajo me cuesta hacerlo. Me siento instada a pediros vuestro parecer y seguirlo.

Me ha vuelto a escribir otra después de la que os envío, en la que me dice que nuestra Hermana, la Superiora de Marsella, le ha escrito una extensa carta en nombre de su Comunidad, referente a la devoción del Sagrado Corazón. Debo confesaros que hace ya algún tiempo que me siento apremiada a tratarla, porque el Divino Corazón me ha dado a conocer que lo deseaba Él y que sería para gloria suya, siendo de utilidad para esta amable devoción. Decidme, os ruego, si vos lo aprobáis. Temo siempre equivocarme y engañar a los demás. Por tanto, espero vuestra respuesta lo más pronto posible y que me comuniquéis lo que pensáis de todo esto.

Os agradezco la bondad que habéis tenido conmigo enviándome esa segunda aprobación (del librito de la H. Joly y de la Misa del Sagrado Corazón que contiene). Vuestro celo por la gloria del Sagrado Corazón me consuela más de lo que pudiera decir. No se perderán vuestros trabajos. Jamás se vio fervor como el que esta santa devoción derrama en los corazones. ¡Sea Dios eternamente bendito!

No os he olvidado en la soledad (de los Ejercicios), durante los cuales nuestro soberano Maestro me ha dado sus gracias con más abundancia y profusión que nunca, no cansándose de hacer beneficios a esta ingrata. Os diré que he salido de este retiro [tan flaca, que he pasado cerca de tres semanas] sin poder hablar. No me afligía absolutamente hada, pues de este modo tenía más tiempo para conversar con el único amor de mi alma, la cual está siempre hambrienta de su puro amor, y en consecuencia, más disgustada de las criaturas. ¡Oh, mi querida Madre!, es preciso amarle con todas nuestras fuerzas cueste lo que cueste. Debemos trabajar con mayor fervor en nuestra santificación. Puesto que Él es santo, tenemos que ser santas. Y si para esto sólo es necesario amar, abrasémonos sin cesar en el horno encendido de su puro amor, que nos purificará y santificará al mismo tiempo para que podamos corresponder a sus deseos.

Debo deciros que algunas veces me he quejado a Él porque no emplea personas de autoridad y de ciencia, que hubieran podido adelantar mucho [la devoción de su Divino Corazón] con su influencia. Y me parece que me ha dado a entender que para esto nada le sirve el poder humano, porque la devoción y el reinado de este Sagrado Corazón no se establecerán sino por medio de personas pobres y despreciadas, y entre contradicciones, a fin de que no se atribuya nada al poder humano. Y que, a pesar de todas las oposiciones y contradicciones que en contra de esto pudieran levantarse, reinará y se manifestará, y hará que le amen aun los mismos que se opusieron a ello. Os descubro mis pensamientos sencillamente. Y os pido me guardéis secreto y me creáis toda vuestra en el amor de este adorable Corazón.

 

D. S. B.