Vida y obras de Santa Margarita Mª de Alacoque(XXXXIII)

Corazón de Jesús y Santa Margarita

CARTA CXX

A SU HERMANO, EL ALCALDE

Exhorta eficazmente a su hermano y a su mujer, Angélica Aumônier, a la absoluta resignación en la voluntad de Dios en la dolorosa enfermedad de ésta.—«La salvación de la pobre enferma va unida a su enfermedad».—Consejos varios.

¡Viva Jesús!

[1690]

En verdad, mi queridísimo hermano, que no sé qué contestaros, pues yo misma me hallo extraordinariamente conmovida al ver que todas las oraciones que nuestra Comunidad y las almas buenas que yo conozco hacen incesantemente en unión conmigo por mi querida hermana y por vos, no os han alcanzado aún ni un solo aumento de paciencia58.

Con mucho dolor atribuyo la causa de esto a mis pecados. Os diré, sin embargo, que lo que Dios desea de ambos es la sumisión a su voluntad, y paciencia para llevar los males con mansedumbre. No os dejéis llevar de esa suerte de curiosidades que no le agradan; ni está en mi poder satisfaceros sobre este punto. Creía haberos dicho bastante en las dos precedentes, si hubierais reflexionado un poco sobre ello, para daros a conocer que, siendo voluntad de Dios que sufra este mal con paciencia para su salvación, en vano buscáis para él remedios humanos, que de nada servirán; porque ¿quién puede ir en contra de la voluntad de Dios? Ella se cumplirá siempre, sea o no sea de nuestro gusto.

Y para decirlo todo en una palabra, la eterna salvación de la pobre enferma va unida a su enfermedad, y ella es como el árbitro para hacer buen o mal uso de la misma, sin que deba informarse de si ha de durar poco o mucha, dejando esto en el secreto de Dios. Debe ofrecerle el sacrificio de su vida, para entregársela cuando le plazca. Con todo mi corazón y con lágrimas en los ojos, la exhorto a que lo haga así, porque no podría darle el Señor mayor señal de su justa cólera que curarla. Que cuando se trata de la salvación, es preciso hacerlo y sufrirlo todo; sacrificarlo y abandonarlo todo.

Ahí tenéis, mi querido hermano, lo que el vivo dolor que siento y la parte que tomo en vuestra presente tribulación me permiten deciros. En cuanto a las oraciones, me parece no ser posible aumentarlas, ofreciendo también comuniones. Al presente estoy comulgando diez viernes seguidos por su intención. Nuestra respetable Madre ha encargado oraciones y novenas a la Santísima Virgen y a nuestro Santo Fundador. Os saluda tomando mucha parte en vuestro justo dolor.

En lo que a mí toca, no me es posible expresaros la sorpresa que me produce vuestra poca sumisión y paciencia, lo que me hace morir en vida. Consagrad a la enferma de nuevo a San Francisco de Sales, y encargad que digan nueve misas en su honor, para alcanzarle la paciencia y el desprendimiento de las cosas de la tierra. Y que para esto recuerde que la última vez que la vi, me dijo que pidiese a Dios la pusiera en disposición de obrar su salvación a cualquier precio que fuese. Y ahora ya no es tiempo de retractarse.

En fin, mi querido hermano, aunque Dios nos quiere salvar, quiere también que contribuyamos a ello por nuestra parte, pues no hará nada sin nosotros. Por lo tanto, es preciso resolverse a sufrir. Desearía con todo mi corazón poder contribuir en algún modo a su consuelo y santificación, y no hay cosa que no quisiese hacer y sufrir para conseguirlo, fuera del pecado. Este es el tiempo de sembrar con fruto para la eternidad, donde la cosecha será abundante. No perdáis el ánimo. Vuestras penas sufridas con paciencia valen mil veces más que toda otra austeridad. Esto es lo que al presente os pide Dios. Abrazo mil veces a la querida enferma, y os ruego que la consoléis cuanto podáis, sin dejaros abatir por la pena.

 

CARTA CXXI

A SU HERMANO, PÁRROCO DE BOIS-SAINTE-MARIE

El amor natural, sublimado por el sobrenatural.—Le ruega siga encomendándola en la Santa Misa.—Le suplica consuele y exhorte a sus hermanos.

¡Viva Jesús!

[1690]

No os podríais imaginar, mi amadísimo hermano, cuánto consuelo me ha hecho sacar de nuestra conversación el Sagrado Corazón de nuestro soberano Maestro. Me parece que desde que tuve el consuelo de veros, mi corazón se siente más y más unido al vuestro en el del Salvador por medio de los lazos de su puro amor. En él deseo os consumáis y transforméis, a fin de que jamás nos separemos de Él ni un solo instante.

Os ruego que continuéis dándome siempre alguna partecita en vuestros santos sacrificios, pues estáis obligado a interesaros por mi salvación. ¡Ay de mí, mi querido hermano, cuán pobre estoy de bienes espirituales! Espero mucho de vuestro socorro cerca del Sagrado Corazón, que constituye todo mi consuelo y esperanza, en medio de las cruces con que continúa favoreciéndome, y de las que hago tan mal uso, que temo que estos sufrimientos me granjeen otros eternos. Pero lo abandono todo al Sagrado Corazón de nuestro buen Maestro, a quien os invito a amar siempre, procurándole todo el honor y la gloria que os sea posible. No temáis emplear en esto vuestro tiempo, pues es Él bastante rico para recompensaros.

Me ha conmovido extraordinariamente lo que me decís de mi querida hermana. No repito aquí lo que de ella digo en la carta que escribo a mi hermano; podéis leerla. Digo solamente que es preciso saquéis del Sagrado Corazón de nuestro Divino Salvador, por medio de vuestros santos sacrificios, todo el consuelo de que necesitan. Hay que animarlos a que sufran con paciencia, porque no hay otro remedio a vuestros males, sino la paciencia y sumisión a la voluntad de Dios, que le suplico os conceda. Esto es lo que al presente puedo decir en medio del grande dolor que me abruma.

Soy toda vuestra en el Sagrado Corazón de Jesús,

Sor Margarita María Alacoque

  1. S. B.

 

CARTA CXXII

A LA H. DE LA BARGUE, MOULINS

«Que establezca su reinado sobre mi anonadamiento».—¿En qué consiste el sincero amor a Jesucristo?—El Sagrado Corazón de Jesús, nuestro divino y universal suplemento.—Ocupación de Margarita durante una prolongada agonía.—El excesivo temor desagrada al Divino Corazón.

¡Viva Jesús!

27 de mayo 1690

En fin, mi queridísima amiga en el Sagrado Corazón de nuestro adorable Maestro; el mío no puede negar al vuestro lo que me pedís, que es que responda a vuestra última, y que os escriba una vez al año. Os digo con franqueza que nuestra amistad y unión es demasiado fuerte para poderse romper, al menos por mi parte; y os aseguro que mi silencio hará que os recuerde con más frecuencia, y se fortalezca más y más nuestra amistad y unión. Pero al presente no puedo resistir ya más, ni me siento con valor para hacerlo; es decir, que es preciso me extinga y anonade para vivir pobre, desconocida y oculta, en el Sagrado Corazón de mi Divino Maestro; olvidada y despreciada de las criaturas, para que establezca su reinado sobre mi anonadamiento.

Y contestando a lo que me decís, os digo que creo no hacéis nada contra ese espíritu de abandono y de sacrificio, en que debéis vivir y morir, al exponer a los que os dirigen la debilidad de vuestro cuerpo; después quedad en paz, abandonada y sacrificada por completo al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo. Me parece puedo atreverme a deciros que Él no os abandonará jamás, sino que tendrá especial cuidado de vos, a medida que os confiéis y abandonéis por completo a Él, por medio de una inviolable fidelidad en las ocasiones en que se trate de demostrarle vuestro amor. Creo desea hagáis consistir éste en el perfecto olvido de vos misma y en el amor al desprecio, que sabe sufrirlo todo en silencio.

Además, por lo que toca a la pena que sentís de llevar una vida floja en el servicio de Dios, he aquí lo que creo; me inspira que os diga: que no os turbéis, pues para satisfacerle en este punto no tenéis más que uniros en todo lo que hagáis al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo. Al empezar vuestras obras, para que os sirva de disposición, y al fin de ellas de satisfacción. Como por ejemplo:

¿no podéis hacer nada en la oración? , contentaos con ofrecer la que el Divino Salvador hace por nosotros en el Santísimo Sacramento del Altar, ofreciendo sus ardores para reparar todas vuestras tibiezas, y decid en cada una de vuestras acciones: Dios mío, quiero hacer y sufrir esto en el Sagrado Corazón de vuestro divino Hijo, y según sus santas intenciones, que os ofrezco para reparar todo lo impuro e imperfecto de las mías. Y así en todo lo demás.

Y cuando os sobrevenga alguna pena, aflicción o mortificación, decíos a vos misma: Toma lo que el Sagrado Corazón de Jesucristo te envía para unirte a Él. Procurad, sobre todo, conservar la paz del corazón, que vale más que todos los tesoros imaginables; y el medio para conservarla es no tener voluntad, poniendo la del Divino Corazón en lugar de la nuestra, para dejarle querer por nosotros lo que sea más glorioso para Él, contentándonos con vivir sometidas y abandonadas a Él. En una palabra; este amable Corazón suplirá todo lo que pudiera faltar por vuestra parte, porque amará a Dios por vos y vos le amaréis en Él y por Él. Pero, ¿no estoy hablando demasiado? Lo hago por satisfacer vuestra humildad, puesto que la perfección no consiste, como dice nuestro Santo Fundador, más que en pensar y hablar poco; pero hacer y sufrir mucho por Dios.

Mas ¡ay de mí!, mi querida amiga, me confundo y me condeno a mí misma escribiendo esto, pues me encuentro tan lejos de ello, que querría no volver a escribir, sin haber aprendido antes a hacer lo que digo. Porque como dice Nuestro Señor: ¿Qué aprovecha al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? Como veis, os trato sin cumplimiento alguno, teniéndoos muy dentro de mi ruin corazón, con todo afecto, y así puedo aseguraros que cuando creáis, como me decís, que puedo serviros en algo, no tenéis que hacer más que manifestármelo, y veréis entonces lo que soy para vos en el Sagrado Corazón de Jesucristo. No creo le desagradará la oración que deseáis hacer a su amado discípulo el glorioso San Juan; pero que sea para obtener la perfecta conformidad al beneplácito divino.

Me preguntáis también la causa de este silencio de tres semanas. Sólo puedo deciros que me hallaba por completo imposibilitada de poder pronunciar una sola palabra que se pudiese oír, aunque me hiciera gran violencia para conseguirlo, a causa del cargo que ocupo (Asistente de la Comunidad). Pero no permita Dios que yo quiera singularizarme queriendo hacer más retiro que las otras, que solo tienen diez días. Me preguntáis qué hacía en mi silencio: ¡ay!, no tengo más que un solo negocio, que es: amar, olvidarme y anonadarme, pues que todo está en el amor de Dios y el odio a nosotros mismos. Y este asunto me parece de tan gran importancia, que nunca tengo bastante tiempo para emplearlo en él.

Amemos, pues, a este único Esposo de nuestras almas, pero amémosle en todo y por encima de todo; sin gusto, sin sentimiento ni placer; en medio del sufrimiento y desolación, como en el gozo de las consolaciones. Y no me digáis que no tenéis amor. Os digo que sí, que le amáis; pero que tenéis siempre excesivo temor, que es lo que le desagrada, porque desea de vos una amorosa confianza.

Os ruego que presentéis mis humildes y afectuosos respetos a vuestra respetable Madre, a quien estimo y amo sinceramente en el Sagrado Corazón de nuestro adorable Maestro, ante el cual no os olvidaré, ni tampoco a vuestra querida Hermana Depuesta, a quien digo lo mismo, y a vos, mi íntima Hermana, a quien suplico también que pidáis para mí al Divino Corazón su puro amor, que me convierta por completo en Él. Yo pediré lo mismo para vos, quedando en este mismo amor toda vuestra,

 

Sor Margarita María

De la Visitación de Santa María

  1. S. B.

 

 

CARTA CXXIII

A UNA RELIGIOSA DE SANTA ÚRSULA

La apremia a que cumpla sus deberes de esposa de Jesucristo.—«Bien sabéis que no quiero corazones divididos».—La exhorta a no desanimarse y a fomentar la amorosa confianza.

 

¡Viva Jesús!

Desearía, mi amadísima Hermana, que Jesús triunfante triunfara tan perfectamente de nuestros corazones, que no estuviera a nuestro alcance el poder apartarnos jamás de Él, como tampoco de sus santas leyes, ni de los deberes de sus verdaderas esposas, cuyo título tenemos la dicha de llevar, aunque muy indignamente por mi parte.

Pero debo confesaros, mi querida amiga, que no podría disimularos por más tiempo mi pena, porque es preciso amaros tanto como yo lo hago en el Sagrado Corazón de Jesucristo, para entrar tan de lleno en vuestros intereses y para que me conmuevan tan hondamente. Esto me da confianza para arriesgar mi tercera carta, rogándoos me digáis la verdad sobre vuestra disposición, porque no quiero creer ni lo que a mí se me ocurre ni nada de lo que pudieran decirme de las mil hablillas que corren de vuestra conducta.

Os confieso que tengo el corazón traspasado de dolor. Permitid, mi querida Hermana, que os hable francamente y que cumpla la promesa que me obligasteis a haceros, de deciros sencillamente lo que pienso sobre vos. Me parece que el Señor no está contento de vuestro proceder y temo que se canse de vuestras resistencias. Más; que, después de haber tratado en vano de ganar vuestro corazón llamando sin cesar a la puerta sin poder entrar, se retire dejándolo a merced de sus enemigos; porque bien sabéis que no quiere corazones divididos. Quiere poseerlo todo o dejarlo todo.

Ya sé que no os faltan luces para saber lo que desea de vos, en el estado a que os habéis comprometido. ¿Y cuál será el castigo que atraerá sobre sí el siervo que conoce la voluntad de su Señor y no la cumple? Espero, sin embargo, que vuestro corazón no echará esto a mala parte; antes más bien reflexionaréis un poco sobre ello, a fin de no arriesgar la corona que os está destinada, ni privaros de tantas gracias, que no dejaréis de agradecer a Dios el día de vuestra muerte. Ésta no suele estar tan lejos como creemos.

Comencemos, pues, a trabajar de firme en nuestra salvación, pues nadie puede hacerlo por nosotros; tanto que Aquel mismo que nos ha criado sin nosotros, no nos salvará sin nosotros. Y una vez más, decidme: ¿será posible que tengáis valor para negarle vuestro corazón? No, no podría creerlo, puesto que sólo se necesita un resuelto lo quiero, para darnos del todo a Dios. Espero de su misericordia que no nos rehusará las fuerzas necesarias para vencer nuestra repugnancia al bien, y dominar nuestras pequeñas debilidades, que nos alejan con tanta frecuencia de Él y de nuestros deberes religiosos.

Mas acudid con confianza a su amorosa bondad, y no os abandonará, porque desea favoreceros, y está siempre dispuesto a recibiros, con tal de que os volváis humildemente a Él, si por desgracia os hubieseis apartado lo más mínimo. No nos dejemos llevar del desaliento, y recibamos de buen grado, querida amiga, y en espíritu de sumisión, las pequeñas mortificaciones que permita su dulce Providencia que nos sobrevengan, y procuremos hacer buen uso de ellas. Yo, no obstante lo mala que soy, deseo mucho mejorar; y espero hacerlo si me ayudáis con vuestras oraciones. No me olvidaré de vos en las mías, pobres y tibias, en las cuales suplico al divino Salvador de nuestras almas que nos haga suyas para siempre. ¡Sea Él bendito y glorificado eternamente!

Sor Margarita María de Alacoque

 

CARTA CXXIV A LA MISMA

«Sin mezcla de amor a las criaturas».—¿Qué es lo que más atormenta a los difuntos?

¡Viva Jesús!

Ha sido para mí grande consuelo, mi queridísima y amadísima Hermana, ver en la vuestra la sumisión y resignación, en lo que veo una gran bondad y amor de Dios para con vos, quitándoos lo que más amabais en esta vida, a fin de que no os apeguéis a ninguna cosa de la tierra, sino a Él solo. Quiere poseer vuestro corazón por completo, y que le améis con un corazón puro, y con un solo amor, sin mezcla de amor a las criaturas. Porque ¡ay!, mi querida Hermana, ya que nuestra vocación nos obliga y nos hace esposas de Dios Crucificado, debemos amar las cruces y recibirlas como prendas preciosas del amor del divino Esposo, que por estos medios crucificantes quiere hacernos semejantes a Él, probando de este modo nuestro amor, que debemos demostrarle abrazándonos amorosamente con la cruz.

Bien sé que no hay cosa que tanto atormente a los difuntos como no haber cumplido lo que prometieron. La difunta me dijo la última vez que la vi que había hecho voto de hacer una obra buena, N.; por lo que os lo he advertido para que dicha obra se lleve a efecto. De más provecho os será en el cielo que en la tierra, pero hay que ayudarla a entrar en él y auxiliarla con oraciones y buenas obras. Con este objeto no debemos amar ni ya desear más que a Dios solo. En su santo amor soy toda vuestra,

 

Sor Margarita María de Alacoque

 

CARTA CXXV A LA MISMA

Por el amor paciente al amor gozoso.—Confianza en medio de las cruces. Retrato de la perfecta religiosa.—En serlo está su verdadero paraíso.

¡Viva Jesús!

 

Mi queridísima Hermana:

Después de desearos la plenitud de gracia que Nuestro Señor derrama abundantemente durante este santo tiempo en los corazones bien dispuestos para recibir las impresiones de su amor paciente y participar así de las de su amor gozoso –de cuyo número deseo seamos–, querría poder demostraros el sincero afecto que siento hacia vos. Tanto más cuanto que me manifestáis vuestro gran deseo de amar a Dios, y de ser toda suya cumpliendo, en todo, los deberes de vuestra santa vocación y haciendo exactamente cuanto el Señor os dé a conocer que desea de vos. Éste y no otro es el medio para ganar su Corazón y alcanzar de Él todas las gracias necesarias para vuestra perfección. Confiad en la bondad de Nuestro Señor en medio de las cruces que os envía y Él no os abandonará; pues sabe sacar bienes de nuestros males y gloria para sí de nuestras aflicciones. A Él suplico que nos haga tales cuales quiere que seamos en nuestra santa vocación, la cual nos debe hacer sumisas, en la aflicción, a su adorable voluntad, que es siempre igualmente amable en sí misma, lo mismo en la aflicción que en la consolación. Abracemos de todo corazón cuanto nos mande, diciendo en toda ocasión: ¡Dios mío, hágase vuestra voluntad!

No creo que pida Dios otra cosa de vos, sino que le deis fielmente lo que le habéis prometido, por vuestros santos votos. Éstos os obligan a vivir conforme al espíritu de vuestra regla: porque, ¡ay!, qué confusión sentiríamos a la hora de la muerte si nos dijesen: Deja ese hábito que cubrió a un fantasma de religión. Pensad en ello seriamente, mi querida amiga, y trabajemos con energía para llegar al perfecto desprendimiento en que debe vivir una buena religiosa, no solamente en cuanto a los bienes y comodidades, sino que debe estar también desprendida de todos los placeres y consuelos, tanto interiores como exteriores. En fin, una buena religiosa debe ser toda de Dios y de su Superiora, estando indiferente cuanto al modo como la trate y al empleo en que la ponga. Debe vivir así, completamente abandonada a la divina Providencia y a la santa obediencia, sin desear ni rehusar nada, sino estando siempre dispuesta a hacerlo y sufrir todo sin quejarse. En esto consiste el verdadero paraíso del alma religiosa.

Soy toda vuestra en el Corazón de Nuestro Señor Jesucristo,

Sor Margarita Maria Alacoque,

 

CARTA CXXVI A LA MISMA

Lo único que necesita un religioso para hacerse un gran santo.—Muerte en vida.—Los respetos humanos, gran obstáculo a la perfección.—Dónde encontrará la fortaleza y el consuelo necesarios.

 

¡Viva Jesús!

Mi queridísima Hermana:

No os olvido delante de Dios, suplicándole que os haga una gran santa. Para esto, sólo se necesita que seáis inviolablemente fiel a la práctica de todas vuestras observancias, porque no debemos ser de Dios a medias; pues como Él se da todo a aquel a quien ama, así también quiere poseer todo su corazón. Y ¿qué mayor bien podría haber, querida amiga, que no ser ya del mundo, ni de nosotras mismas, para ser enteramente de Dios y no poseer más que a Él sólo? Pero no debemos lisonjearnos pensando que podemos gozar de tan gran bien sin sufrir mucho y sin hacernos violencia.

Mas, ¡buen ánimo!, pues sólo los esforzados arrebatan el cielo; y bien sabéis que en la vida religiosa es preciso hacerse continua violencia, porque es vida del todo opuesta a la carne y a los sentidos; vida crucificada, y que con razón puede llamarse muerte en vida. Una buena religiosa debe estar siempre en ese continuo ejercicio de morir a todos los placeres de la vida, por la verdadera mortificación de sus sentidos y una profunda humildad de corazón que nos lleve al desprecio y olvido de nosotros mismos.

Os deseo fiel correspondencia a la gracia siguiendo las luces que Nuestro Señor os da. No debemos aspirar en todo cuanto hagamos más que a unirnos con Dios y asemejarnos a nuestro Esposo crucificado. Pero para esto es preciso anonadar y pisotear todos los respetos humanos que ponen tanto obstáculo a nuestra perfección. Os aconsejo que os dirijáis al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, si queréis salir victoriosa de vuestros enemigos, y encontrar la fortaleza y consuelo que necesitáis y que Él no ha de rehusaros, si se lo pedís.

Creedme toda vuestra en el Sagrado Corazón de Jesús,

Sor Margarita María de Alacoque

De la Visitación de Santa María

  1. S. B.

 

CARTA CXXVII

A UNA RELIGIOSA DE SANTA ÚRSULA

Sentimientos de afectuoso respeto.—¿Cómo debemos disponernos para la muerte?—

¿Cuál debe ser la vida de una buena religiosa?—La invita a consagrarse y sacrificarse por completo al Divino Corazón.—Premios de esta consagración.

Señora:

Ruego al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo que sea la paz y el consuelo de vuestra alma y todo el amor de vuestro corazón. Con todo el afecto del mío querría poder demostraros cuánto os amo y os respeto en ese mismo adorable Corazón, y el deseo que tendría de satisfaceros en lo que deseáis de su miserable e indigna esclava. Mas no lo podré hacer a causa de mi poca memoria, que no puede recordar las cosas pasadas. No me es posible recordar lo que antes os he dicho para deciros ahora mi parecer sobre ello.

En cuanto al segundo punto, tocante a vuestra muerte, abandonádselo a la divina Providencia, sin querer penetrar en el secreto de Dios, porque esto no pertenece a una miserable pecadora como yo. ¿Sabéis lo que es preciso hacer, mi queridísima amiga? Estar siempre en aquella disposición en que querríamos comparecer ante Dios, y de este modo no temeríamos que nos sorprendiese la muerte. Y ¿qué puede temer una buena religiosa cuya vida no debe ser más que una continua muerte a sí misma y a todos los placeres de la vida, para no tener más que el de crucificarse con nuestro querido Esposo Jesucristo? Haciéndolo así encontraremos vida en la muerte, dulzura en la amargura, y a Dios en la nada. Nuestro corazón sólo para Dios fue creado. Desgraciado de él si se contenta con algo menos que con Dios, o si se deja abrasar por otro fuego que no sea el de su puro amor. Espero que éste os animará más y más a continuar vuestros cuidados y vuestro caritativo celo con esos pobres infieles hugonotes. En cuanto podáis no perdonéis trabajo alguno.

El Señor os lo recompensará, así como la devoción que tengáis a su Sagrado Corazón, al cual os invito a consagraros y sacrificaros por completo después de la santísima comunión que haréis con esta intención. Os envío a este fin una pequeña Consagración para llevarla junto con su imagen sobre vuestro corazón. Recurrid a Él en toda ocasión. Él os consolará en vuestras necesidades y aflicciones, siendo la fortaleza de vuestras debilidades, el soberano remedio de todos vuestros males, y, en fin, vuestro asilo en la hora de la muerte. Para ésta debe ser nuestra vida una continua preparación, haciendo todo el bien que podamos mientras tenemos tiempo para ello. Ya veis con qué libertad os trato, pues confío en que vuestra bondad excusará mi franqueza, puesto que soy toda vuestra en el Sagrado Corazón de Jesucristo.

 

Sor Margarita María Alacoque,

que os suplica pidáis su verdadera conversión y la gracia de morir con verdadera contrición. No os olvidaré en mis pobres oraciones.