XXXI
Instrucción sobre el espíritu de la Visitación
«No pidáis nada y no rehuséis nada».—Profunda humildad y grande mansedumbre.— Preciosa divisa para todo acaecimiento.—Refugiaos en el Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo.—«Él lo quiere todo o nada».
¡Viva † Jesús!
No penséis que fue falta de afecto el haber retrasado un poco el contestaros, pues os amo muy sinceramente en el Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, el cual sabe que con todo el afecto del mío, tengo un verdadero placer en prestaros mis pobres servicios, para su gloria y vuestro aprovechamiento en su santo amor, sin que me considere importunada en lo más mínimo.
Os diré, pues, con toda sencillez lo que pienso, según vuestro deseo. Es preciso que viváis toda abandonada a merced de la Divina Providencia, recibiendo indiferentemente, como venido de Dios, el goce y el sufrimiento, la paz y la turbación, la salud y la enfermedad. No pidáis nada y no rehuséis nada; pero estad pronta a hacer lo que esta divina Providencia os envía, sea en la oración o fuera de ella.
Trabajad en el perfecto desasimiento de vos misma, y tratad de adquirir el verdadero espíritu de la Visitación, que consiste en una profunda humildad para con Dios y una grande mansedumbre con el prójimo. Por esa humildad permaneceréis toda anonadada dentro de vos misma, como indigna de todo bien y de las misericordias y gracias del Señor.
Esta misma humildad os hará despreciar toda pretensión de vana estima o complacencia de las criaturas y, en cambio, hará que os regocijéis en ser olvidada, despreciada y vilipendiada, sin creer jamás que os ofenden, cuando os contradigan, humillen y acusen. No opongáis a todo esto más que un profundo silencio, conformándoos en esto con Nuestro Señor Jesucristo paciente. Él quiere valerse de tales medios para perfeccionar en vos su obra, destruyendo toda pretensión de propia voluntad y de amor propio, que son retoños de vuestra corrompida naturaleza, que ponen gran obstáculo a la gracia. Tomad, pues, por divisa estas palabras de Nuestro Señor en toda suerte de disposiciones y acontecimientos: Fiat voluntas tua!, y en seguida: ¡Dios mío, me abandono a Vos!
La mansedumbre con el prójimo os hará tolerante y condescendiente para con él, caritativa en prestarle vuestros pequeños servicios, excusando sus defectos, a pesar de todas las repugnancias que pudierais sentir cuando hayáis recibido algún disgusto, y rogando por él. Y así conquistaréis el Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, en el cual habéis de estar, como débil, en vuestra segura fortaleza.
Refugiaos allí, sobre todo cuando os viereis atacada por vuestros enemigos, que residen dentro de nosotras mismas y querrían muchas veces arrojarnos en la turbación y tristeza a la más mínima dificultad que se presenta. Pero en este Sagrado Corazón hallaréis la fuerza necesaria para no dejaros abatir ni turbar por nada, ni siquiera por nuestros defectos. Debemos humillarnos, pero jamás desalentaros por ellos, contentándonos con que los otros los conozcan y así se vea lo que somos. La fidelidad a esta práctica hará que vuestra alma quede siempre en paz y hará de ella el trono de Dios.
Gozaos, pues, cuando os proporcione alguna ocasión de sufrir de los demás o de vos misma; recibid los sufrimientos como prenda de su amor, que pretende por esos medios haceros merecer y conseguir ser Él el único dueño de vuestro corazón. No le neguéis ya cosa tan insignificante; sino que mañana, después de la santísima Comunión, postrada en espíritu a sus pies y como si tuvieseis vuestro corazón en las manos, hacedle entero y perfecto sacrificio de todo lo que sois. Suplicadle no os rechace después de haberle resistido tanto tiempo, y no os reservéis para vos más que el deseo de complacerle y amarle, y eso cueste lo que cueste, pues Él lo quiere todo o nada.
Uníos siempre en todo a los designios que tiene sobre vos, y después dejadle hacer todo lo que quiera de vos, en vos y por vos, anonadando toda mira contraria.
He aquí, mi querida Hermana, lo que me ha ocurrido deciros. Deseo que en ello Dios sea glorificado y vuestra alma santificada. Y si hay algo que os apena o no os agrada, os ruego lo queméis. Rogad al Señor por la conversión de esta miserable e indigna pecadora, a fin de que tenga misericordia de mí y no muera impenitente. Estad segura de mi afecto y del deseo que tengo de vuestra perfección.
D. S. B.
XXXII
A una novicia, sobre el perfecto abandono a la voluntad de Dios
Tres clases de abandono: del cuerpo, del alma y del corazón.—Simplificad vuestro espíritu en la oración.—Abismad vuestras miserias en la misericordia del Corazón de Jesús.—«El amor me ha vencido».
¡Viva † Jesús!
Con mucho gusto, mi querida Hermana, quiero contestaros unas palabras conforme lo deseáis. Primeramente, me parece que debéis ateneros inviolablemente a esas palabras de nuestro Santo Fundador: «Nada pedir y nada rehusar», sino estar pronta y dispuesta a hacer y sufrir todo en el silencio del alma perfectamente abandonada, como pienso que el Señor quiere a la vuestra.
Abandono en cuanto al cuerpo, tomando y recibiendo con santa indiferencia, así la enfermedad como la, salud, el trabajo como el descanso.
Abandono en cuanto al alma, queriendo las sequedades, insensibilidades, desolaciones, y aceptándolas con el mismo agradecimiento que tendríais por las dulzuras y consuelos. Que vuestra alma persevere siempre en paz, procurando que obre con perfecta desnudez de fe, sin recrearos en los gustos sensibles, que ordinariamente no sirven más que para detenernos en el camino de nuestra perfección.
El tercer abandono es el del corazón, asiento del amor y de la voluntad, la cual habéis de hacer que de tal modo muera en el Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, que le dejéis querer para vos todo lo que sea de su beneplácito. No procuréis ni el placer ni el sufrimiento, sino recibid con agrado todo lo que os presente, sea dulce o amargo, puesto que es el mismo amor el que os ofrece lo uno y lo otro para santificaros a su gusto. Soportad con mansedumbre las pequeñas contradicciones que os vengan de parte del prójimo y de su carácter contrario al vuestro, sin demostrarle resentimiento, pues eso es contrario al Sagrado Corazón de Nuestro Señor.
En cuanto a vuestra oración, si queréis ateneros a lo que ya os he dicho, permaneced en la disposición de alma que me indicáis en vuestro escrito, apacible y tranquila, simplificando vuestro espíritu por ese único acto de abandono a la voluntad de Dios. Permaneced así en su dulce presencia, como una sierva inútil, sin intentar violentaros en hacer actos, sino de tiempo en tiempo y cuanto Él os lo sugiera; no os preocupéis con las sugestiones de vuestro amor propio, que os persuade que perdéis el tiempo y que no hacéis nada. No le escuchéis, sino poned todo vuestro pensamiento en el Señor.
Haced, mi querida Hermana, que vuestro principal cuidado sea dejaros a vos misma, y todas las reflexiones del amor propio que oponen grande obstáculo a los planes de Dios sobre vos. Abismad todas vuestras miserias en la misericordia del amable Corazón de Jesús, y no penséis más que en amarle, olvidándoos de vos misma; y después dejadle hacer todo lo que quiera en vos, de vos y por vos.
He aquí, mi querida amiga, lo que me ha venido a la imaginación deciros, esperando en la gracia de ese Divino Corazón, que, si sois fiel en practicarlos, os hará experimentar los efectos de su liberalidad, quiero decir, si os entregáis con plena confianza a su amorosa bondad. Encomendad, os suplico, a esa bondad a la más indigna de todas las pecadoras, a fin de que me alcance el verdadero espíritu de penitencia y la gracia de vivir y morir en él. No dudéis de que os amo en ese Sagrado Corazón, con todo el afecto del mío. Tomad por divisa: El amor me ha vencido. ¡El solo poseerá mi corazón!
¡Dios sea bendito eternamente!
XXXIII
A una novicia, alentándola en sus desconsuelos y tinieblas interiores
Todo lo que en vos permite y dispone no es más que amor».—En qué consiste toda vuestra paz.—Cómo seréis planta lozana en el divino jardín.—Manteneos en humilde sumisión a su beneplácito.—Guardad silencio en lo interior de vuestra alma.—Sed pobre de todo y el Corazón de Jesús os enriquecerá.—Vivid en Él sin preocupación alguna.—Huid del apresuramiento.—«No hay cosa que os separe de su puro amor».
¡Viva † Jesús!
Pienso, mi muy querida Hermana, que os es más conveniente en la actualidad que os conteste por escrito que de palabra, después de haberos abandonado al poder y cuidado del Sagrado Corazón de Nuestro Señor. Deberíais deshaceros en amor y reconocimiento para con Él a la vista de tanta misericordia y ternura como tiene con vos, la cual se ha visto aún mejor en todo lo que me decís en vuestro escrito.
Todo eso que consideráis como rigores de su justicia, lo tengo yo por pruebas de su amorosa bondad hacia vos. Es que pretende por estos medios tan poco agradables a la naturaleza, desprenderos de vos misma y de todas las cosas creadas, para haceros depender enteramente de la gracia, esperándolo todo de su ayuda, sin que por esto os descuidéis en nada de cuanto de vos dependa para disponeros a recibirla.
¡Ah, mi querida Hermana!, si comprendierais la ardiente caridad de Nuestro Señor hacia vos, veríais claramente que todo lo que en vos permite y dispone, no es más que amor.
Pues esa insensibilidad en que os encontráis no tiene otro fin que el de enseñaros que, para ser susceptible de su amor y de su gracia, hay que estar insensible a todas las cosas creadas, y, sobre todo, a los movimientos que os sugieren vuestro amor propio y vuestra voluntad. Quiere que le hagáis tantos sacrificios de ella como ocasiones os presente, quebrantándola y contrariándola, hasta que esté enteramente destruida y anonadada, para que reine en vos la del Divino Corazón. He aquí en qué consiste toda vuestra paz, de la que no podréis gozar plenamente mientras no hagáis esto en cuanto de vos dependa.
Además, esas sequedades y arideces no son más que para enseñaros que, si queréis ser planta lozana en el divino jardín del Sagrado Corazón y dar frutos de santificación, hace falta, en primer lugar, que estéis seca y estéril de toda inclinación y vana complacencia de afecto y amistad a las criaturas y a vos misma y a todos los efectos de vuestro amor propio. Cuando éste os incita a daros gusto, sea excusándoos o de otro modo, tenéis que haceros la sorda.
En tercer lugar, esas tinieblas en que os encontráis no son más que para apagar en vos esas falsas luces del razonamiento humano, que impide el cumplimiento de los designios de Dios sobre vos, desviándoos al mismo tiempo del camino de vuestra perfección. Dejaos guiar por la mano de su beneplácito a la pura luz de su divino amor. Debéis abandonaros a él por completo, permaneciendo firme, constante y apacible, en medio de todos los rigores que le plazca haceros, sentir, contentándoos con manteneros, sea en la oración o fuera de ella, en humilde sumisión a su beneplácito. Estad sencillamente atenta a su amorosa presencia, conformándoos con todas sus disposiciones, sin preocuparos de otra cosa que de ser animosamente fiel en mortificaros y humillaros mucho en todas las ocasiones que tengáis a la vista, no cometiendo ninguna falta deliberada.
En cuarto lugar, ese silencio que el Señor guarda con vos, no comunicándoos buenos pensamientos, es para daros a conocer que, si no apagáis en vos todas esas voces que no hablan del amor del Divino Amado, como son las reflexiones del amor propio y otras, no podréis oír su voz, la cual os enseñará más con ese amoroso silencio y sin decir una palabra, que todas las criaturas con su mucha elocuencia. Guardad, pues, silencio en lo interior de vuestra alma, hablando poco con las criaturas, pero mucho con Dios, con obras, sufriendo y obrando por su amor.
Quinto. Sed pobre de todo, y el Sagrado Corazón de Jesús os enriquecerá. Vaciaos de todo: Él os llenará. Olvidaos de vos misma y abandonaos: Él pensará y tendrá cuidado de vos. Abrazad amorosamente todo lo que os humille y anonade más, como los medios más propios para hacer triunfar al dulce y amable Corazón de Jesús y para que a su vez reine el vuestro en el suyo.
Vivid en Él sin preocupación alguna, como un niño que no tiene otro cuidado que amarle y abandonarse todo a Él y en Él; conservad en paz vuestra alma, sin dejaros llevar de la perturbación e inquietud a vista de vuestros defectos y miserias. Todo esto nos es conveniente y útil para mantener el amor de nuestra abyección, que no debe abandonarnos ni un solo momento. Y por eso, fuera de la ofensa de Dios, deberíamos estar muy satisfechas de vernos caer en faltas involuntarias.
Huid del apresuramiento, tratando de acomodar vuestro interior y exterior al modelo de la humilde mansedumbre del amoroso Corazón de Jesús, haciendo cada una de vuestras acciones con la misma tranquilidad que si no tuvierais otra cosa que hacer y con la misma pureza de amor, como si fuera la última de vuestra vida. Procurad emplear cada momento conforme al fin a que está destinado. Quitad toda curiosidad de vuestro espíritu, sobre todo en lo que mira a los demás.
Y basta ya, mi querida Hermana, para toda vuestra vida, con lo que os vengo diciendo. Os ruego por todo el amor que os tengo, y que vos tenéis al Sagrado Corazón, que seáis muy fiel en ponerlo en práctica y hacer de ello vuestra más ordinaria ocupación; pues, si no me engaño, ahí es donde está encerrada la perfección que Dios pide de vos, en todo el curso de vuestra vida. Y os lo digo otra vez: ¡cuán obligada estáis al Sagrado Corazón de nuestro buen Maestro, que tanto os ama! Amadle, pues, en retorno, con todo el amor que podáis, y rendidle continuas acciones de gracias, atribuyéndole siempre la gloria de todo bien.
Sedle inviolablemente fiel, por mucho que os cueste, pues es bastante rico para recompensarlo todo. Yo le rogaré que no haya cosa que os separe de su puro amor. Amén.
XXXIV
Hay que abandonarse sin temor a la acción de Dios
¡Qué bien os ha atado el Soberano Maestro!—No temáis, os rodea de un muro infranqueable.—Él os quiere sin apoyo ni deseo alguno.
¡Viva † Jesús!
¡Qué obligada estáis, mi querida Hermana, al Sagrado Corazón de Nuestro Señor, por el tierno amor que os tiene! Este es quien le hace usar con vos de tan gran misericordia, que no os permitirá que os perdáis, sino que os conducirá por el camino recto para haceros llegar a Él, de grado o por fuerza. Y por eso este soberano Maestro, viendo que le abandonáis tan a menudo para entregaros a un extraño, os ha atado como se ata a un perrito, con las cuerdas de su amor, unidas a las de vuestra voluntad, por las cuales os lleva tras Él.
Y porque os conduce por un camino escabroso, un poco áspero y espinoso, volvéis a menudo la cabeza para ver si encontráis quien os lo suavice. Es en vano; hay que pasar por ahí, porque ahora es tiempo de luchar y sufrir con humilde sumisión, para purificaros y perfeccionaros como le place, a fin de haceros digna de que lleve a cabo los planes que tiene sobre vos. ¿Por qué teméis, si os rodea por todas partes de un muro infranqueable a los ataques de vuestros enemigos?
Acordaos únicamente de que nadie puede consolar ni aliviar a aquel a quien Dios quiere hacer sufrir. Mas abandonaos a su dirección, puesto que estáis en el estado en que Él os quiere, que es de vivir sin apoyo ni deseo, y sin más amigos que los que Él mismo os dé. Haced esto y viviréis como Él quiere.
Nada de consentimiento voluntario, sino una simple desaprobación en todo lo que conozcáis que desagrada al Sagrado Corazón de Nuestro Señor, que os pide por práctica la mansedumbre y la humildad. Obrar, sufrir y callar humildemente. No penséis más que en emplear el momento presente.
XXXV
Abandono a la voluntad de Dios
Quiere que vivamos de amor y privados de apoyo, amigos y gustos.—«Tened vuestra alma en paz».
¡Viva † Jesús!
No creáis, carísima Hermana mía, que el Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, que no nos permite hablarnos, quiera por eso que nos olvidemos la una de la otra en su presencia. ¡Oh, no! Quiere que vivamos de su amor, privadas de apoyo, amigos y gustos, sacrificadas en todo a su adorable voluntad, en cuanto disponga de nosotras, sin más miras ni preocupación que amarle y complacerle, en el más perfecto olvido de nosotras mismas. Quiere que pensemos con frecuencia en lo que quisiéramos haber hecho a la hora de la muerte, y que lo hagamos ahora que tenemos tiempo, para no vernos sorprendidas.
No os turbéis jamás. Tened vuestra alma en paz, toda abandonada a la amorosa providencia del Sagrado Corazón.
XXXVI
A una novicia, cuyas tentaciones Dios le había dado a conocer
Qué habéis de ser para con Dios, para con el prójimo y para con vos misma.—«El Sagrado Corazón será el precio de vuestras victorias».—Quiere probaros como el oro en el crisol.—El único camino para llegar a la santidad.
¡Viva † Jesús!
No pudiendo hablaros, os advierto que estéis muy en guardia, a fin de que Satanás no tenga poder ninguno sobre vos para haceros ofender a Dios, el cual os defenderá de sus astucias si le sois fiel. Y para esto, habéis de ser mansa y caritativa con el prójimo, tener un amor humilde para con Dios, y para con vos misma un amor pacífico y animoso, que no se deje abatir en medio de las dificultades, a cuyo término no habéis llegado todavía. Pero ¡buen ánimo!, mi querida amiga; el Sagrado Corazón será el precio de vuestras victorias.
Mas no hay que descuidarse, porque entiendo que quiere probaros como el oro en el crisol, a fin de contaros en el número de sus más fieles siervas. Por eso os hace abrazar con amor todas las ocasiones de sufrimientos, como prendas preciosas de su amor. Sufrirlo todo en silencio, sin quejaros de nada; esto es lo que pide de vos.
Y no creáis, hija querida, que por no hablaros Él, estéis menos en su Sagrado Corazón. Rogadle mucho por mí, pues tengo mucha necesidad. Yo lo haré también por vos.
Manteneos siempre firme, constante e inquebrantable en su santo amor, con el cual debéis trabajar en el olvido de vos misma y en el completo abandono a la Providencia, para dejaros gobernar según su deseo. Y por rigurosas que parezcan a la naturaleza sus disposiciones, someteos a ellas de buen grado, acordándoos de que no se llega a ser santa más que humillándose, renunciándose a sí misma y mortificándose; en una palabra, crucificándose en todo y por todo.
XXXVII
Camino para la perfección, el crisol del sufrimiento
Cómo ser verdadera amiga del Divino Corazón.— «Está más cerca de vos cuando sufrís que cuando gozáis».
¡Viva † Jesús!
Antes de leer vuestro escrito, he querido deciros estas palabras. Ofreciéndoos ayer a Nuestro Señor, me vino a la imaginación este pensamiento: «Que sea fiel
en su camino, sufriéndolo todo sin quejarse, puesto que no puede estar en el número de las verdaderas amigas de mi Corazón, mientras no sea purificada y probada en el crisol del sufrimiento».
Sufrid, pues, y contentaos con el beneplácito divino, al cual debéis estar siempre inmolada y sacrificada, con la firme esperanza y confianza de que el Sagrado Corazón no os abandonará, pues está más cerca de vos cuando sufrís, que cuando gozáis. Es preciso que el amor divino haga que predomine la gracia y que triunfe de vuestro corazón y de todos los respetos humanos. ¡No reflexionéis tanto sobre vos misma! Sufrir o gozar debe seros indiferente, con tal de que se cumpla el beneplácito del Sagrado Corazón.
XXXVIII
Unión con Jesús por la pureza de corazón
Asemejaos cuanto podáis a vuestro Esposo crucificado.—Uníos siempre a todas sus intenciones.—«Abandono en el amor, abandono por amor y todo al amor».
¡Viva † Jesús!
No encuentro nada que añadir a vuestro billete, más que la práctica fiel de todo lo que contiene, tratando cuanto podáis de no descuidar nada de lo que puede daros alguna semejanza con vuestro Esposo crucificado, en lo que os permita la fiel observancia de vuestras Reglas. Vivid en un amoroso abandono al cuidado de la Providencia, desterrando todas las reflexiones de amor propio sobre vos misma, para conversar con sencillez con su Divino Corazón, y para penetrar cuanto podáis en la pureza de su santo amor y de todas sus santas intenciones en todo lo que quiera. Sea que obréis, sea que padezcáis, conservad en paz vuestra alma, descansando en Él. Y en cualquiera situación que os coloque, no os turbéis por nada, sino dejadle hacer, uniéndoos siempre a todas sus intenciones.
He aquí lo que me parece querer de vos, pues esa pureza indica en vuestro billete cómo hay que huir, no solamente del pecado, sino de toda imperfección voluntaria que pudiera manchar, en lo más mínimo, la pureza de vuestro corazón. Este debe ser el trono de vuestro Amado, pagándole amor por amor, con la fidelidad que os dará a entender le es agradable.
Abandono por amor, abandono en el amor y todo al amor, sin más reservas. Es preciso que pongáis gran diligencia en aprovecharos bien de las ocasiones de mortificación y humillación que se os presenten, sin huir de ellas ni desviarlas, pues ése es el principal medio de uniros al Sagrado Corazón.
XXXIX
Manera de estar siempre en la presencia de Dios
Entrad en el Sagrado Corazón de Jesús».—«Unámonos a Él en todas nuestras acciones».
¡Viva † Jesús!
Una de las maneras de estar siempre en su santa presencia, que le es más agradable a Dios, es entrar en el Sagrado Corazón de Jesús, y entregarle todo el cuidado de nosotras mismas, estando allí como en un abismo de amor, para perder lo que es nuestro, a fin de que ponga en su lugar lo que es suyo, es decir, que su divino poder obre en lugar de nuestra impotencia, dejándole querer para nosotras todo lo que Él quiera, no amando nada más que por su amor y en su amor.
Y cuando caigamos en alguna falta, hay que rogar a ese Divino Corazón que satisfaga a su justicia por nosotras y nos conceda su gracia y misericordia, aunque seamos indignas. Recurramos a Él en todo tiempo y lugar, puesto que encuentra singular placer en hacernos bien. Sobre todo, hay que contentarle con una amorosa confianza, si queremos que Él a su vez nos contente.
XL
Exhortación eficaz para romper con un apego demasiado natural
No discutáis con la gracia.—No le deis a entender esa afición.—Dios no quiere un corazón partido.—Cómo seréis fiel a Dios, a vuestras Reglas y a vos misma.—«Esta vida es un continuo pelear».—Única afición: el Divino Corazón.
¡Viva † Jesús!
¿Qué os diré, mi querida Hermana y amiga, sino recomendaros que pongáis en práctica lo que os he dicho con motivo de ese apego, que es un obstáculo tan grande para vuestra perfección, que me atrevo a decir que no la alcanzaréis mientras no hayáis acabado con él? Pero mirad, hija mía: si os entretenéis en discutir de ese modo con la gracia, negándole lo que os pide ésta, se cansará de vos y os abandonará a vos misma: ¡Cómo!, ¿es cosa tan grande la amistad de una criatura, que prefiráis perder la amistad del Sagrado Corazón de Nuestro Señor, a romper el lazo de una inclinación natural que os tiene ligada?
Es necesario que os desprendáis de ella antes de entrar en el retiro, pues de otro modo, si la lleváis con vos, el Sagrado Corazón os dejará bien pobre de sus bienes y amistad. Pero como tenéis buena voluntad, espero que, si sois fiel, el Sagrado Corazón os ayudará a hacer ese sacrificio, que os atraerá muchas gracias. Pero no habéis de creer que esto se haga de repente y sin trabajo, pues tendréis que sostener repetidas luchas; mas hay que perseverar para alcanzar victoria. Debéis guardaros muy mucho de darle a entender la afición que le tenéis, y también de hacerle caricia alguna, ni pretender de ella que os las haga, conversando con ella lo menos posible.
En fin, sólo vuestra fidelidad, ayudada de la gracia, puede impedir que ese mal crezca en vuestro corazón, tanto respecto de esta persona, como de otras criaturas. Como tal es vuestra inclinación, si no tenéis cuidado, vuestro corazón se explayará y apegará fácilmente a la criatura y de ese modo quedará siempre vacío de Dios, que no quiere un corazón dividido; y en verdad, que. bien lo merece todo entero.
Sedle, pues, fiel, amándole con un amor de preferencia que os haga toda suya; de otro modo, jamás tendréis paz en vuestro corazón, si no procuráis poner cuidado en el santo recogimiento, por medio de la mortificación de los sentidos. Sed también fiel a vuestras Reglas, no descuidándoos en nada por pequeño que sea. Sed fiel con vos misma, entrando a menudo en vuestro interior para examinar lo que allí pasa, y ver si está todo conforme con el Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo.
No os perdonéis falta alguna, sino imponeos siempre alguna penitencia. Sobre todo, lo que también os recomiendo es que no cometáis faltas deliberadas y que seáis humildemente mansa con el prójimo, sin dejaros llevar de ninguna vana complacencia y respeto humano. Son ésos unos lazos muy peligrosos a vuestro natural. Tened cuidado y sed constante y fiel en practicar el bien que conocéis y que os habéis propuesto, que es amar de un modo inviolable al Sagrado Corazón. Le suplico consuma en sus santas llamas todo lo que le desagrada en vos.
He aquí, mi carísima Hermana, lo que tengo la satisfacción de deciros como último adiós, antes de dejaros, porque deseo con tanta ansia vuestra perfección, que me apenaría mucho si viera que no trabajáis como es debido.
No es posible salvarnos sin trabajo, pues esta vida es un continuo pelear. Pero ¡buen ánimo!, no os dejéis abatir ni os turbéis por vuestras faltas; mas tratad siempre de sacar de ellas el amor de vuestra abyección, que no debe nunca separarse de vuestro corazón, ni un solo momento.
Amad mucho al Sagrado Corazón, y Él os ayudará a venceros, a humillaros y a desprenderos de las criaturas y de vos misma.
Adiós, mi querida Hermana; amad siempre un poco a la que tiernamente os quiere, en el amable Corazón de Jesús, fuera del cual no se debe tener afición alguna. Rogadle mucho por mí, y estad segura de que yo no os olvidaré en su presencia.
Sea Él bendito, amado y glorificado eternamente.
D. S. B.
Si no os aprovecháis de lo que os digo, el Sagrado Corazón os abandonará y yo lo haré también, y os tornaréis planta seca y estéril, que no servirá más que para ser arrancada y arrojada al fuego. He aquí la desgracia a que os llevaría el amor a las criaturas y el deseo de buscar la estima y amistad de ellas, si no lo mortificáis y destruís antes de que crezca más.
Y si vuestro Esposo es celoso de vuestro corazón, sed también vos celosa del suyo, impidiendo con vuestra fidelidad que dé a otros el lugar y amistad que os habéis destinado en el suyo adorable. Y basta ya para toda vuestra vida, que no pensaba haberos dicho tanto . ¡Dios sea bendito y os bendiga!